Edgardo González Medina
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He estado convencido de la vieja tesis que considera los partidos políticos como una consecuencia del sistema, en el cual la institucionalidad partidista es un elemento para el ejercicio del poder del Estado por parte de una clase o alianza de clases dominante.
Sin embargo, dicho fenómeno, por venir con frecuencia expresado en términos de una totalidad categorial, no deja claro relaciones que aparecerían así subsumidas en una irreversible fórmula de poder cautivo e inerte. Habría en contrario que deslindar si los partidos son un fenómeno autónomo, un episodio del Estado en el ejercicio del dominio político sobre la sociedad, o si, en su defecto, hay una relación dialéctica, una contradicción entre el Estado y los partidos, con una base real de relaciones sociales, las cuales no obstante ser en la vieja tesis la base explicativa del Estado, no han sido, inexplicablemente, vinculadas a la existencia directa de los partidos políticos sin necesidad de recurrir al propio Estado como variable explicativa. Por otra parte, aún admitiendo el fenómeno relativamente autónomo del Estado, los partidos eran en la teoría académica una expresión de la clase social dominante con independencia de que las relaciones sociales fueran contradictorias, de lucha entre clases opuestas, lo cual hacía más dudable aquella tesis. Y por último, y más importante en el entorno inmediato, habría que dilucidar en todo caso si en Venezuela debe verse al Estado como un apéndice de una clase dominante, es decir como una entidad cautiva de esa clase y derivar meramente, entonces, el papel histórico jugado por los partidos políticos, que es la posición teórica que enclaustró durante mucho tiempo el fenómeno político de las democracias contemporáneas en un esquema cerrado a las contradicciones y vacío de contenido científico.