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VENEZUELA, CAPITALISMO DE ESTADO, REFORMA Y REVOLUCIÓN

Edgardo González Medina

 

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No traigan más dólares

Cambiar mercancías por dinero y este dinero por otras mercancías, es una actividad desarrollada que tiene no obstante un reconocible aspecto primitivo que algunas veces se ha reputado románticamente equitativo. Desde antes del régimen gomecista, al pueblo le parecía buen negocio vender los frutos del subsuelo y comprar mercaderías. Era en cierta forma un ahorro de trabajo abstenerse de iniciar actividades industriosas que solo pocos venezolanos estaban en condiciones de acometer y controlar. Se pensaba que si los extranjeros intervenían tan eficazmente en el solo cambio mercantil, y que la traba de negocios con ellos era un esfuerzo constante de vigilancia y viveza43, qué otro tanto no podía pasar en medio de imbricados procesos industriales con incontables secretos por medio los cuales los expertos exprimirían las ganancias. El producto de la tierra era un cálculo primigenio para la mayoría de los venezolanos: Un árbol crece en tal tiempo y se gasta en tales o cuales rubros, se vende a precios por encima de los costos y en consecuencia se gana. El producto no adquiría valor adicional por obra de las filigranas de las fuerzas económicas, principalmente la renta del suelo, ya que la propiedad privada de la tierra no era una variable seria de considerar ni siquiera en los peores momentos de concentración latifundista. La fuerza de trabajo, constituida por peonazgos seminómadas que trabajaban por comida y lugar donde dormir, no iba a permitir precisar la productividad media del trabajo. Venezuela era – y sigue siendo – un país con grandes extensiones de tierras libres, muchas de las cuales en la década de los años cuarenta estaban incluso sin colonizar. No podía existir la renta de la tierra en un país donde no había demanda de tierra porque sobraba. La renta se organizaba bajo figuras fiscales, deformaciones de las instituciones heredadas de la estructura política de la colonización española, deformaciones a su vez de instituciones fiscales allegadas del derecho romano, del derecho germano, y de las probablemente muy antiguas figuras del mundo mercantil del mediterráneo musulmán: Alcabalas, Aduanas, Portazgos, Sinecuras44, etc., algunas que eran en esencia la contraprestación de algún derecho de paso. En la Venezuela de estos años y por mucho tiempo luego, la fuerza de trabajo era altamente indiferente ante la organización productiva y el trabajo concreto, y se orientaría al sistema instituido del trabajo bajo reclutamiento forzoso, justificado a veces en patrióticas causas, siendo posible encontrar sin embargo sistemas productivos gentilicios - como los cafeteros andinos – que eran símiles de clanes familiares con significado más o menos comunitario en que la distribución del excedente económico era prescrito por los jefes de familia.

El trueque, dar y recibir bajo premisas sui-géneris de valor económico, era un proceso natural. Las importaciones de bienes y servicios que se reorganizarían cada vez en el devenir económico venezolano, se apoyaban entre otras bases, en esa especie de causa hedónico-económica de un pueblo que aprendería a ahorrar trabajo, un pueblo cambiador, ágil, no conservador, que se desprende cada vez de todas sus ataduras materiales presentes para ir tras nuevas iniciativas comerciales. Era un proceso natural cambiar una res cimarronera cuyo costo ha sido someterla con un lazo furtivo, por una mercadería elaborada en la cual se reflejan sintetizados esfuerzos complejos capaces de atormentar la vida de aprendices. La mentalidad de llanura abierta, de grandes serranías, de extensos valles y gigantescos ríos, en cierta forma llega a propiciar una cultura productiva suspendida en la recreación. El venezolano no llega a congregarse sino a dispersarse en una tierra que le queda ancha, y ello se refleja en la aventura más que en el esfuerzo sistémico; más en la iniciativa expresiva, solidaria, que alude a símbolos de grandeza, que en la tolerancia a un régimen de subordinación. La obra venezolana económica y social desde la Colonia y la Independencia es más artística, estética45, que disciplinaria o ética. La palabra libertadora se hace altisonante, hermosa, porque busca la estética más que el axioma moral. La obra de los venezolanos es apasionada, totémica, ritual, corriendo tras la forma y el color antes que de modelos sociales concretos y calculados. El trueque, después el cambio mercantil, es una forma de un hallazgo esencial: poder trasmutar la materia. Los venezolanos a través de los años se hacen de mercancías olvidando sin remordimiento lo que pagan por ellas, por un afán casi alquímico, sin haberse hallado nunca reflejados verdaderamente en un cambio material propio y libre. En fin, los venezolanos han preferido cambiar lo que la mayoría ni siquiera ha trabajado, por necesidades falsas, símbolos de un sistema que no le ha sido propio, y que nunca se han justificado en esfuerzos productivos. La obra industriosa requería verse reproducido en ella o verse sometido sin elección, y ninguna de estas circunstancias ha sido posible verificarla enteramente en un país donde se han multiplicado siempre los caminos por donde evadir el desdén moral que a la larga dejan las tiranías económicas y la dominación social.

En 1944 el Presidente Medina Angarita viaja al exterior, a los Estados Unidos de Norteamérica. Va a hablar de cooperación americana, que es el tema obligado. El prolegómeno entusiasmado de la postguerra ya cunde por el mundo. En Bretton Woods se concretan este año los proyectos de Fondo Monetario Internacional y Banco de Reconstrucción de Europa. Y Venezuela, con esa vocación de primer chicharrón, va a ofrecer su colaboración, nada menos que en la reconstrucción de Europa, y se compromete a encauzar olas migratorias de europeos al país. En este año se inaugura la Conferencia Petrolera Anglo-Americana, donde se coordinaría el suministro del oro negro a los países capitalistas, y a este evento, que era importante para cualquier país petrolero, Venezuela no fue invitada. Eramos importantes para que la princesa Juliana de Holanda visitara al país con su comitiva y el príncipe consorte que en esos países hace las veces de un semental atontado por la extenuante tarea. Se declararon propósitos de intercambio comercial. El Banco Central de Venezuela y el Gobierno Nacional recibieron a un buen grupo de personajes en la llamada Reunión de la Comisión para el Estudio de las Cuestiones de la Postguerra, pomposo nombre del evento realizado en la sede del organismo emisor, con asistencia de los ministros del régimen medinista, y personas como el Presidente de Colombia, Eduardo Santos. El Presidente de Haití Elie Lescot visita a Venezuela en este año. Al salir del bloqueo de la guerra, los latinoamericanos como el resto del mundo, inician programas de visitas para contactarse y aprovechar las ventajas iniciales de la postguerra. Los latinoamericanos son países que tienen divisas acumuladas y balanzas de pagos superavitarias, pero el poema a la neocolonización podrá escribirse años mas tarde con el título semiclásico De cómo unas balanzas superavitarias pasan a ser deficitarias.

Las reservas de oro del BCV alcanzan a final de 1944 Bs. 328.694.416,3346, habiendo aumentado en Bs. 125,4 millones con respecto a 1943, es decir un incremento cercano al 38%. La plata y níquel en caja disminuyeron, y había deficiencias notables en la circulación de monedas divisorias. El canje de billetes de emisión privada se continuaba haciendo para extinguir esos medios de pago. Para diciembre de 1944, el Estado tiene depositados en la banca neoyorquina una cantidad aproximada a 67 millones de bolívares, principalmente en el Federal Reserve Bank of New York, entidad que es a la vez la principal receptora del oro en el exterior, con una cifra de Bs. 116,9 millones, que debían ir ingresando a Venezuela en la sola medida de los requerimientos de barras áureas destinadas a respaldar la emisión oficial.

Con el mismo sentido de dominar caballos cerreros o reses salvajes, devenía tarea de signo ancestral domeñar el desboque de la economía venezolana, fiebrosa desde este tiempo por obra de una compulsiva circulación monetaria. El Gobierno crea la Comisión Nacional de Abastecimiento y Unificación de Controles, que refunde las anteriores Junta Nacional Reguladora de Precios, Comisión de Control de Importaciones, y Junta Nacional de Transporte. Se crea el Plan de Fomento de la Producción, que incluye la constitución de un fondo de 60 millones de bolívares agregados por mitad entre aportes del Estado y empréstitos internos, destinado a recentralizar la circulación con el objetivo de otorgar créditos a empresas de producción nacional. Oro sólido y puro hacía de Venezuela un país fuerte en el sector externo y débil internamente. La evolución estructural del Banco Central de Venezuela era una condición inexcusable en la circulación de los medios de pago. Intentando empujar la economía real, los anticipos y redescuentos se elevan en espiral de 1943 a 1944, con solo 855 operaciones de crédito.

La elevación del redescuento mercantil e industrial se encuentra constituida principalmente por el conjunto de efectos redescontados a las compañías petroleras, lo cual era una política destinada a mitigar la compra de bolívares por parte de las petroleras y así disminuir la oferta de divisas. Para ello se crea una cuenta especial receptora de depósitos de las petroleras, cuya finalidad era represar el numerario en moneda extranjera y no congestionar el mercado monetario interno. La cuenta de depósitos especiales alcanza este año a Bs. 5.352.580,67, de la cual el 92,3% son depósitos de las petroleras y el resto del Ejecutivo Nacional.

El pasivo del BCV en 1944 se configura, como es lógico pensar, por la emisión propia y la transferida. Restan de estos renglones Bs. 248,11 millones de los cuales un 38,6% son depósitos de la banca comercial, 8,4% cheques de caja, 4% de capital enterado en caja, y 1,6% de depósitos especiales, y un residuo de renglones varios menos importantes. Del lado del activo el oro constituye el 58,9%, los depósitos a la vista en el exterior el 12%, la deuda de los bancos por créditos sobre emisiones traspasadas un 4%, redescuento agrícola 1%, redescuento mercantil e industrial 1,9%, y unas cuentas de orden que alcanzan un 19,5%, mas un resto de renglones varios. Las cuentas de orden estaban constituidas mayormente por billetes anulados. El activo alcanza una cifra de Bs. 266,9 millones de bolívares.

La evolución del BCV es dominada tanto por su liquidez como por el aumento de oro y divisas. Dentro de la problemática teórica de los bancos centrales eran señales contrarias que hacían bandear entre la alternativa conservadora de una moneda perfectamente respaldada en oro o una emisión más fiduciaria. En otros países se experimentaba la escasez de circulante por el rigor de la paridad oro, y otras veces no había fuente de respaldo de las obligaciones de circulación. Pero en Venezuela estabilidad y elasticidad iban juntas. Solidez y convertibilidad. La liquidez a la vista del BCV en este año es del orden del 92,45%, con una disponibilidad inmediata y realizable de Bs. 401,7 millones de bolívares para hacer frente a obligaciones exigibles de Bs. 434,4 millones.

Había dinero a manos llenas. Los bancos privados incluso mantenían reserva de oro, por interposición de bancos extranjeros. La centralización de la emisión y el redescuento proporcionaban una magnificación de la economía ante lo cual no se experimentaba respuesta de la estructura productiva en forma eficiente, por esa acusada y proverbial timidez de los grupos capitalistas venezolanos. Dice el propio BCV en su Memoria de 1944: “...Si la fortaleza de la moneda de un país puede juzgarse por el balance del Banco Central respectivo, la nuestra verdaderamente fuerte antes de la guerra, lo será mucho más a la terminación del conflicto...”.

Las divisas se abarrotaron en el BCV. El país recibe mucho más dinero del que sale. En 1944 se adquieren 2,13 unidades de divisas por cada unidad que es vendida. Los dólares, principal divisa, son un pasivo que los Estados Unidos de Norteamérica ha puesto a circular por el mundo para expandir su propia economía. Los pasivos norteamericanos no son los de cualquier país sino los de una potencia militar victoriosa en la guerra que se dará el lujo de reconstruir a Europa. Si un pasivo es válido para financiar en corto plazo economías devastadas, es confiable como medio de pago en economías dominadas. Lo que Europa pague de ahora en adelante lo hará en dólares del plan del victorioso comandante de las fuerzas estadounidenses en Europa, el General Marshall, y la deuda sería remitida en dólares a los EEUU, volviendo el pasivo a su origen. Nadie se preguntaba si los dólares estaban respaldados por oro. No importaba si eran chapas de Coca Cola lo que los gringos tenían en sus arcas. La magia monetaria surtiría efecto pasando por el tamiz de la recuperación real del parque industrial capitalista, donde jugaban una Alemania derrotada militarmente cuya condición tributaria no era obstáculo para su recuperación, un Japón doblegado por la experiencia atómica, y se agregaban un Medio Oriente petrolero sometido al recuerdo de haber sido asiento de tropas alemanas mas una Unión Soviética comprometida hasta los huesos en el mantenimiento de un mercado mundial promedio, al cual había contribuido por razones de sobrevivencia frente a la agresión imperial nazi.

La conveniencia del dólar se erige sobre un mundo aterrorizado por la metralla. La realidad económica de la postguerra es una ilusión monetaria y surte efectos, más no en los países de la periferia norteamericana, quienes como Venezuela padecen la rigidez de un atraso que existe como figura suplementaria de la expansión de los países asociados al proceso de monopolización y globalización. En Venezuela se verifica una especie de soliloquio, oscilando entre dedicar esfuerzos por la industria nacional o admitir el usufructo franco, siempre fiel, de la divisa petrolera. El petróleo ahora no es solamente vendible, sino obligadamente vendible en un mundo que demanda cada vez más la producción energética, mientras que la divisa ingresada es obligadamente compradora para dar salida a la recirculación del capital monetario. El capital transita amorosamente por la estructura económica interna impregnando de bondad a los sectores encumbrados asidos al poder político, y detenerlo en alcabalas es cortar la corriente de bienestar del enclave económico que detenta el dominio político sobre la sociedad, y sólo quienes poco absorben de ese benefactor hado, que como Santa Claus deja regalos a los escolares obedientes y emprende jubiloso su retorno al norte ignoto, en una hermosa imagen de colonización, son quienes enfrentan posiciones nacionalistas que coinciden casi por azar con planteamientos teóricos del desarrollo.

El país monetario cede en parte los requerimientos del país productivo. La realidad indica que la acumulación monetaria en un país cuya producción básica es insustituible en los tiempos que corren, es una alternativa válida de la acumulación real, mientras el petróleo no sea tocado por la crisis dentro de una División Internacional del Trabajo. No se experimentaban temores sobre la descapitalización física, y en definitiva los venezolanos adoptaron un enfoque cortoplacista colindante con la anectasia cerebral. Se desarrolló un sistema dominante extremadamente pragmático de economía y política, solo perturbado en la subyacencia de una lucha de clases silenciosa, volcada ésta en símbolos ingenuos de democracia representativa, hasta interpenetrar la mentalidad de progreso y modernidad y signarla de seculares anhelos de justicia social. La vocación de progreso nacida de la necesidad de dar salida a la propia acumulación monetaria, debió incluir casi por obligación el tema del desarrollo, y éste el tema de los desequilibrios sociales del capitalismo. En un país que llegado cierto momento los ricos no tienen más nada que comprar para satisfacerse, y abandonan su territorio para olvidar cómo son los pobres, alguien comienza tarde o temprano a hablar de empleo, de inversión, de consumo, de salarios, de lucha obrera y poder popular. El ascenso venezolano de la organización de sus clases explotadas no parece inscribirse tanto en un análisis académico del paso de una reproducción simple del capital a una reproducción ampliada y compleja, sino mejor en la figura del tránsito del gasto simple y dispendioso de clases encumbradas y parasitarias al agotamiento de las fuerzas subjetivas de la demanda de bienes y servicios. El pobre país rico absorbe tanto dinero que los pseudoempresarios no encuentran como ponerle la mano. El Estado debe contraer la casi penosa carga de concentrar el dinero. El gobierno nacional en 1944 debe recurrir a la congelación del dinero, creando en el Banco Central una reserva de oro propia de Bs. 70 millones. El crecimiento de circulante no se había detenido aún con la mayor fortaleza monetaria, porque después de todo no era tan ficticia la riqueza proveniente de la venta de petróleo, un producto muy objetivo, real, y viscoso, y no solo había que seguir con la venta sino crear también los diques para contener el balance externo superavitario.

Quizás un razonamiento académico haría concluir entre toses profesoradas que esa demanda de petróleo creciente haría emerger variables de equilibrio, siguiéndose con toda una explicación acerca de la teoría de la elasticidad precio. Sin embargo, el circulante en diciembre de 1944 llega a Bs. 606,3 millones (Bs. 400.000 millones al cambio del año 2.005, en una Venezuela sin estructura productiva). Las divisas siguen reportando acumulación y alcanzan a 133,3 millones de dólares, superando un 40% al más alto ingreso ocurrido anteriormente, en 1941. La divisa petrolera pasa a ser controlada, y se deja que el mercado absorba solo alrededor del 62,6% de ella. Las toses profesorales no harían emerger políticas de precios del petróleo sino mucho después.

El Gobierno Nacional recurre al control de la oferta de divisas decretando la adquisición mensual de una cantidad de dólares directamente a las compañías al cambio de Bs. 3,09, previniendo que si las compañías llegaran a carecer de moneda nacional para sus operaciones, el Estado podría emitir obligaciones con vencimiento a seis meses, a un 3% anual, que serían ofrecidas en suscripción pública. Era como un grito histérico de ¡ No traigan mas dólares . La idea consistía en no cambiar mas divisas que acarrearía aumentar la masa monetaria, sino cambiar dólares con dinero ya creado. Cuando las compañías necesitaran dinero nacional, el gobierno les compraría los dólares recurriendo al gasto del Ministerio de Hacienda, o, en su defecto, recogiendo dinero del público a cambio de emisiones de mínimo rendimiento. Pero las operaciones petroleras producirían nuevos ingresos fiscales, y nuevos programas de recompra de dólares conllevarían movimientos aún más especulativos. Dice el BCV en su Memoria de 1944:

“...Para adquirir los bolívares con que efectúan sus pagos las compañías petroleras, importan moneda extranjera que cambian por moneda nacional en el BCV. Cada giro sobre el exterior presentado por las empresas es transformado por el Instituto Emisor en bolívares, los que, con mayor o menor rapidez, pasan a circular en el público. En tiempos normales las divisas, o sea los valores en moneda extranjera que adquiere el Banco Central, son revendidas al comercio y a la industria para pagar las mercancías, maquinarias, materias primas y demás efectos que constituyen sus importaciones. Como esas compras de divisas se realizan mediante entregas en bolívares, el circulante emitido por el Banco Central regresa al Instituto. Pero en los últimos años, y por causa de la conflagración mundial, se ha alterado el equilibrio entre la compra y la venta de divisas extranjeras. Las importaciones venezolanas han disminuido no solo por las dificultades del tráfico, sino también porque la producción de Estados Unidos, nuestro principal abastecedor, ha venido concretándose muy principalmente a cubrir las necesidades bélicas, disminuyendo en consecuencia la producción de mercancías destinadas a la exportación corriente. Por todo lo expuesto, un volumen apreciable de las divisas adquiridas por el BCV no encuentra salida. El Instituto se halla así en posesión de cantidades de moneda extranjera cuya mayor parte ha convertido en oro. Para el día 30 de abril los haberes del Banco en este respecto alcanzaban a más de 250 millones de bolívares, cifra considerable que servirá indudablemente para fomentar un mayor desarrollo económico de nuestra patria cuando desaparezcan las actuales dificultades. Pero mientras tanto, y por las razones apuntadas, importantes cantidades de nuestra moneda que antes regresaban periódicamente al Banco, se mantienen ahora en poder del público47...”.

Aquello de no hacer mañana lo que podía hacerse hoy no era aplicable. Se pensaba que las compañías petroleras algún día podrían traer las divisas para cancelar las obligaciones emitidas en suelo patrio, pero lo harían en momentos más favorables para la economía nacional. Era otra medida que tenía la lógica administrativa de la exoneración de aduanas para las importaciones petroleras, etc., que también e implementaban en esos momentos Era una lógica casi ingenua, como la de aquel campesino a quien pretenden pagarle bien por una pimpina de barro cuyo valor artístico es alto en el mercado urbano, y le contesta que no acepta tanto dinero porque no sabría que hacer con él...

Afortunadamente pareció verdad aquello de que Dios protege a los inocentes. El criollo plan de financiamiento a unas petroleras a quienes sobraba el dinero, fracasa. Al menos, si acaso llegan a ser adquiridos unos 18 millones de bolívares de los títulos emitidos por el Gobierno. El BCV se obliga entonces a adquirir a 3.09 bolívares los dólares que teóricamente podía colocar en el mercado ( una forma eufemística de reafirmar la venta de dólares petroleros) y a 3,02 - punto de importación oro – las ofertas por encima de ese nivel. El Estado con ese grave problema, empezó a gastar en todo lo que costara inmediatamente y que permaneciera en pie lo suficiente como para no ser considerado inmoral. Del Presupuesto de Gastos en 1944, del orden de Bs. 466,2 millones, se gasta en Obras Públicas la cantidad de Bs. 161,9 millones, es decir un 34,8 %, conviniendo además en favorecer la recolección del excedente de ahorro con deuda pública interna del orden de Bs. 24,9 millones, suscrita ahora a los fines de la misma Obra Pública. De esta salida ingenua y desesperada se origina el mito de que el régimen de Medina fue un gran constructor de obras.

La recolección del circulante por el Estado podía asimilarse a una medida estructural y no monetaria, ya que el aumento de los medios de pago no determinaba el aumento de los precios, y la política de gobierno parecía asimilarse a una carga impositiva, a un ahorro forzoso que evitara desequilibrios de otro orden entre la oferta y la demanda.

El régimen de Medina Angarita, consagrado por quienes su extraña longevidad perversa les permitió revestirse de auctoritas de la cotidianidad contemporánea del siglo XX, no fue otra cosa que el punto de partida del subdesarrollo y la dependencia, incluso con mucha más evidencia teórica que el gobierno del dictador J. V. Gómez. El régimen medinista es el verdadero inicio del capitalismo subdesarrollado en Venezuela. Las nuevas generaciones académicas no hemos podido registrar hechos concretos de siembra medinista del petróleo, solo una fatigosa fraseología de los viejos medinistas: íbamos a hacer, queríamos hacer, íbamos hacia allá.


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