VENEZUELA, CAPITALISMO DE ESTADO, REFORMA Y
REVOLUCIÓN
Edgardo González Medina
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Los dirigentes que asumen la promoción de los partidos políticos a partir de
1935 fueron, desde jóvenes, estudiosos de la historia venezolana. Adquieren una
herencia de los planteamientos del liberalismo en largas horas de inmersión en
los pasajes de nuestra odisea del siglo XIX. Fundamentan sus reflexiones en la
propaganda ideológica pasada y encuentran que desde 1830 una idea dominante ha
sido la de la legalidad del poder constituido, un principio que tiene su origen
en las ideas liberal-racionalistas, que en Europa contrastaron contra el derecho
consuetudinario o con la soberanía en poder de los monarcas, y que dieron lugar
a Constituciones racional-normativas escritas. La historia republicana había nacido en Venezuela como una defensa legal de los
derechos de Fernando VII. Lo mismo en 1830 que en la Guerra Federal, el
argumento de la legalidad del poder estuvo presente. En 1870 Antonio Guzmán
Blanco pretende contra el monaguismo restituir el gobierno federal, consagrado
por el Poder Constituyente de 1863 que emergió del tratado de Coche donde José
Antonio Páez capituló frente a Juan Crisóstomo Falcón. Mas tarde, en 1893
Joaquín Crespo avanza militarmente contra Caracas ostentando el principio de la
legalidad frente a un gobierno deficientemente formado por Andueza Palacios y
Tell Villegas. A su tiempo, Cipriano Castro invocó varias veces el principio de
la legalidad perdida tras la muerte de Joaquín Crespo. Juan Vicente Gómez, para
derrocar a su compadre Castro, se apoya en una aplicación casi ridícula del
principio de legalidad, ya que el golpe de Estado se lleva a cabo mientras
Castro está en el exterior por problemas de salud, y mientras por una parte no
dejan que el Presidente retorne al país, por la otra concluyen que cuando no
estando el Presidente debía encargase el Vicepresidente, que era Gómez.
Pero a partir de la muerte de Gómez comienza a observarse una evolución del
argumento de la legalidad del poder constituido, pasando a elaborarse una
especie de doctrina de institucionalidad permitida. El positivismo decimonónico
emana sus fundamentos acerca de la naturalidad del proceso social, sobre la
tesis del modelo autoritario que postulan natural a los pueblos de América
Latina. Contra ello, en 1945 emerge un poder constituyente revolucionario que
pasa inmediatamente por el mecanismo del sufragio universal, directo y secreto,
para fundar no solo una nueva legalidad sino una nueva institucionalidad. En
1952 y 1956 el régimen militar no llega a formalizarse porque la idea del orden
constitucional había dejado de ser una simple legalidad formal para trasmutarse,
por obra de la ideología burguesa, en una de institucionalidad permitida, que
viene a ser la democracia representativa. A partir de 1958 los mecanismos de la
institucionalidad se refuerzan, pero la realidad de la lucha de clases echa por
tierra la apariencia de un Estado capaz de representar a todas las clases por
igual. A partir de 1973 el régimen democrático burgués entra en prolongada crisis, al
caer progresivamente las apariencias del pluralismo político. Antes de 1973 se
sabía que existía un partido mayoritario, como era AD, pero hasta ahora no se
sabía cuánto eran capaces de movilizarse las masas populares a favor del Estado.
Las altas votaciones configuran circunstancialmente un fenómeno peligroso para
la estabilidad del régimen burgués, agudizando en el partido Accíon Democrática
la contradicción entre el carácter de fuerza política popular y su condición de
organización comprometida en la permanencia del Estado democrático-burgués.
La exigencia de constitución armoniosa del Estado prefiguraba fuerzas políticas
que competíeran por la maquinaria de gobierno, acompañadas por grupos económicos
más o menos dominantes, y nadie se percataba de que estos grupos dominantes
venían siendo cada vez mas débiles frente a un Estado que deglutía pacientemente
la acumulación económica sin que el ojo avizor anunciara la desfase social. La
intelectualidad burguesa se atemoriza del hecho electoral de 1973, porque la
Burguesía no había respaldado al viejo partido socialdemócrata para permitir que
irrumpiera en escena una fuerza popular al interior del Estado. Sobre el
gobierno se alzan presiones nacionales e internacionales para iniciar una
contramarcha histórica, que aparecerá desde entonces como una trayectoria
imposible, forzándose en las décadas siguientes una y otra vez los cambios en la
correlación de fuerzas, excitándose periódicamente los mecanismos autoritarios,
alterándose por medio del instrumento legal y aún del constitucional, las bases
del Estado, promoviendo sistemáticamente la desinversión estatal en las áreas
productivas, ejerciéndose una larguísima represión de las clases explotadas -que
pasa inclusive por el descrédito sistemático de los partidos políticos,
incluyendo los de izquierda, especulándose y magnificándose los errores o
desviaciones de su conducción para alcanzar el sometimiento de la fuerza de
trabajo a la imposición de un nuevo modelo productivo capitalista globalizante,
o como dicen algunos - nuevas formas de inserción en el capitalismo mundial. A partir de 1973, al partido AD se le replantea un conflicto que parecía
superado: el de cómo administrar llegado el momento, su condición de partido
mayoritario, cómo concretar el programa político originario en medio de un poder
popular que amenazaba expandirse a corto plazo pero que, sobre todo, anunciaba
irse de las manos de la dirigencia tradicional. El pluralismo a partir de 1973 retrocede en bloque produciendo un desequilibrio
general de los roles políticos. La institucionalidad dominante, el pluralismo
político, se había hecho rígido por combatir lo mas agudo de la insurgencia
popular y promover la acumulación del Estado. Pocas expresiones políticas
aparecen movilizándose, entre ellas el betancurismo a cuya cabeza se coloca el
propio Rómulo Betancourt, desplazando la controversia política para tratar de
reanimar un pluralismo que había sido la base de una democracia política que,
por muchas manchas que pudiera imputársele, había superado todos los regímenes
de la América Latina desde la postguerra. Sobre todo, la socialdemocracia en
general se evidenció exhausta, a derecha e izquierda. El análisis de esta socialdemocracia nos lleva a concluir que no podíamos
entender el desarrollo del Estado como un apéndice de la clase dominante en
términos absolutos, y ello fue un error permanente de interpretación de los
dirigentes revolucionarios. De 1945 a 1975, en solo escasos treinta años, nace,
crece y entra en crisis prolongada, un sistema de partidos en torno a consignas
básicamente socialdemócratas, alcanzándose una estratificación social
significativa que coloca a la clase trabajadora manual e intelectual en una
participación determinante en el interior del Estado, generándose condiciones
objetivas para que las clases explotadas pudieran controlar el poder,
afirmándolo y negándolo en cada tiempo. El principal partido que destaca en este proceso es Acción Democrática,
derivación reformista de los iniciales movimientos socialdemócratas de Venezuela
y de Latinoamerica. Este partido había iniciado desde 1941 una estrategia
exitosa de Poder, fundada en la comprensión del fenómeno de organización
política que es capaz de sustituirse en el Estado tradicional desde la base
social, creciendo con el desarrollo de aquel a partir de la postguerra, cuando
comienza a interpretarse con mayor claridad la recurrente crisis de acumulación
monetaria originada en la venta del petróleo. Frente a la tendencia de estructurar la economía dentro de una rigurosa división
internacional del trabajo dominada por las grandes potencias, AD postula,
acompañado por casi todo el país, una relativa autonomía productiva por medio de
la diversificación económica y el control estatal de las industrias básicas, lo
cual se encontraba en línea con planteamientos de la socialdemocracia reformista
de la II Internacional. Agudizados los esfuerzos imperialistas de la postguerra,
entre 1948 y 1958 el partido mayoritario enfrenta el fenómeno de las dictaduras
militares que llamamos institucionales en el sentido de ser la respuesta de los
países latinoamericanos ante las mayores presiones imperialistas, dadas en el
contexto del ascenso de los EE.UU. como eje fundamental del mercado mundial
capitalista. AD desplaza una estrategia de resistencia pacífica que le garantice sin embargo
un nuevo acceso al poder. A través de una experiencia de solo quince años que
transcurren desde 1945 a 1960, diseña una estrategia pluralista, huyendo de
repetir la vivencia del primer gobierno del que fue derrocada, haciéndose mas
consciente cada vez de las bondades de ese pluralismo para la estabilización de
la democracia formal. Se había observado que aun bajo el régimen militar de
Pérez Jiménez, el Estado sigue desarrollándose en la trayectoria prevista, y AD
había sobrevivido a un intenso período de persecuciones, torturas y exterminio,
que fortalece su espíritu colectivo y lo plena de seguridad y confianza en
arribar de nuevo al poder y retenerlo. La permanente batalla de las masas impide
un control absoluto del Estado por parte de clase dominante alguna, y hoy se
puede afirmar que no bastaba, ni basta aún, saber que una clase burguesa
aprovecha el Estado para afirmar con ligereza que en Venezuela existia, y mucho
menos existe, un Estado totalmente cautivo de una clase dominante. Desde 1958 a 1967 ocurren tres divisiones en el partido AD, que finalmente
vigorizaron el pluralismo político. Los nacientes partidos de izquierda
coadyuvaron junto al viejo Partido Comunista el desarrollo pluralista. Para 1973
el poder entra en crisis, en una crisis espectacular y progresiva, cuando el
pueblo comienza a manifestarse electoralmente por las consignas estatistas y de
aprovechamiento del Estado por las mayorías, traducido a veces en un
clientelismo o populismo demagógico. El triunfo de Carlos Andrés Pérez en 1973 resulta un fenómeno anti-democrático,
contradictorio con la institucionalidad que le dio vida; esa institucionalidad
permitida en que los partidos intermedian en los diversos grados de la lucha de
clases y llegan a repartirse el poder de tal manera que unos son mayoritarios y
otros minoritarios solo hasta cierto límite. La emergencia de una abrumadora fuerza electoral rompe con la estrategia
pluralista. Entre 1959 y 1974 transcurren quince años en que nuevamente no se
alcanza una distribución más eficiente del excedente económico a favor de las
mayorías. Por otra parte, la democracia ha existido con la carga de defender
consignas fundamentales como la de No Concesiones Petroleras ni Mineras, a
diferencia de los regimenes anteriores que cedieron rápidamente a las presiones
transnacionales; y algunas otras consignas de liberación nacional se sitúan y
algunas se implementan- en un espacio histórico atenazado por el enfrentamiento
Este-Oeste o de EE.UU-URSS. Así mismo, no llegó a superarse la tendencia de la
brecha histórica entre el ahorro y la inversión, y por ello el Estado se
reafirma como la única alternativa adecuada para cerrar esa brecha. Como consecuencia de la manifestación unitaria electoral de 1973, desde diversos
ángulos de la Burguesía se le da respuesta al fenómeno, coincidiendo quien más
quien menos en una contramarcha histórica de trayectoria casi imposible, al
menos de forma pacífica. Para 1977 en manos del Estado se encuentran mas de Bs.
85 mil millones de inversión acumulada, y este hecho ya inocultable es percibido
con mas conciencia cada vez por los venezolanos, resultando difícil concebir un
modelo pacífico de migración de esta riqueza hacia grupos privados
privilegiados. El Estado entra en crisis en momentos que las clases populares encuentran
francas vías de control estatal y los escasos grupos burgueses se percatan del
fenómeno. La clase obrera organizada vino aclarando posiciones, y aunque devino
mucho más consciente del momento histórico, cedió a la propuesta de seguir
postergando enfrentamientos fundamentales que venía eludiendo desde hace mucho
tiempo. No obstante el inicio de la contramarcha a partir de 1973, el
pluralismo, determinado básicamente por la socialdemocracia, dio frutos
altamente estimables en la perspectiva del desarrollo histórico de las clases
explotadas manuales e intelectuales, que vienen corriendo el riesgo de ser
distraídos si los venezolanos no llegan a percibir la brecha histórica que nos
separa de la Venezuela predemocrática. Los desequilibrios de la socialdemocracia arrastraron a los partidos políticos
en general, frente a lo cual diversos actores bajo la bandera antipartidista
alcanzaron espacios de poder. No obstante, una especie de metodología del poder
implementada por la socialdemocracia, impide alternativas antidemocráticas, y la
voluntad popular se vuelca en la búsqueda de nuevos líderes que como Hugo Chávez
reeditan las banderas de izquierda nacionalista, y millares de activistas de
base del viejo partido socialdemócrata y sus derivaciones se vuelca tras un
nuevo liderazgo de carácter bonapartista. Hugo Chávez va sesgando su discurso, desde una identificación con el revanchismo
medinista, donde participa con viejos excomunistas, a un perfil de
características propias que va acercándose cada vez más a la posición de la
socialdemocracia reformista, que disputa ardorosamente como es de esperarse
con el viejo partido AD, sin poder lograr su desplazamiento. No hay en Venezuela, aparentemente, otra posición susceptible de expresar
programas progresistas y viables que la socialdemocracia en general; y de este
centro-izquierdismo político se proyectan tendencias de más izquierda y derecha
que pugnan actualmente. Bajo esta realidad inmediata es imposible descartar la
participación de la vieja tendencia reformista e inclusive su eventual vuelta a
la maquinaria de gobierno, si es capaz de regresar un poco a sus orígenes; pero
sobre todo, si logra realizar alianzas con sectores políticos avanzados y
revolucionarios que sacudan el perfil derechista adquirido en los últimos años
con la ignorante agitación anticomunista a que fue conducida para enfrentar la
candidatura de Hugo Chávez, resultado de una tendencia inconsciente de defensa
del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez y del neoliberalismo oportunista
de algunos dirigentes. Sobre la plataforma de la defensa del gobierno de Hugo Chavez, el régimen,
hostilizado por la oposición, ha permitido un crecimiento progresivo de grupos
neoliberales estatales, lo cual abre un frente adicional de defensa del Estado.
Ha operado una apariencia de reconcentración del Estado, pero fundamentalmente
en función de intereses de grupos reducidos del poder, beneficarios del régimen
bonapartista, en medio de un proceso que el exguerrillero Douglas Bravo llama
muy sencillamente como una vertiente del modelo neoliberal. El capitalismo de
Estado que Hugo Chavez encontró instalado, que consistía principalmente en la
estatización de los medios de producción de los servicios y las industrias
basicas y estratégicas, habia sido concebido como una etapa necesaria para que
la sociedad asumiera finalmente su control y administración, e instalara un
nuevo diseño de toma de decisiones económicas fundado en el autodominio de la
estructura jurìdico-polìtica. En los hechos, el bonapartismo se halla cómodo alentando el arraigo del modelo
neoliberal bajo una vertiente populista, expresado en nuevas formas de simbiosis
con las empresas transnacionales y de reinserción de Venezuela dentro de la
División Internacional del Trabajo como proveedora de petróleo, y la imposición
de las premisas del neoliberalismo bajo la justificación polìtica, entre ellas:
Fragmentación entre lo económico y lo político, promoción de una relación básica
entre dos clases antagónicas opuestas y desaparición de las clases medias,
pulverizaciòn de las organizaciones civiles de la sociedad, desarticulación
económica del Estado, ausencia de un proyecto específico de desarrollo
económico, etc. Concebido equivocadamente como un fin revolucionario, el poder del Estado
amenaza con pasar a ser una máscara ya conocida de regímenes burocráticos que de
igual forma pueden tener el signo del fascismo como del stalinismo, o del
llamado castrocomunismo. El bonapartismo que Hugo Chavez encabeza casi sin
darse cuenta, es un movimiento hedónico que concibe el ejercicio del poder como
una lujuria, y a solo siete años de gestión sus dirigentes y cuadros medios
están rabiosamente aferrados a un estado de privilegios ilìcitos. La inmoralidad
administrativa y la corrupción de toda clase brota por todas las hendijas del
armatoste crujiente que es el actual Estado, que no tardará en hacer explosión.
De este desenlace emergen caminos alternativos, uno de los cuales, el del
movimiento revolucionario y popular, deberá imponerse dentro de la correlaciòn
de fuerzas de la socialdemocracia, para colocar a las clases trabajadoras
manuales e intelectuales en la mejor posición dentro de la correlación de
fuerzas sociales. Como ya se anuncia, Hugo Chavez y la corte bonapartista tendrá
que marcharse definitivamente de la lucha histórica del movimiento
revolucionario, es solo cuestión de tiempo para que no pueda sostener la pesada
tragicomedia bonapartista.
Epílogo
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