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VENEZUELA, CAPITALISMO DE ESTADO, REFORMA Y REVOLUCIÓN

Edgardo González Medina

 

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El Gran Viraje no plantea desmontar al Estado

Para 1989 se detectaron desequilibrios en los órdenes financiero, fiscal, monetario, y de balanza externa. Se postula un plan susceptible de cerrar las brechas: Ajuste fiscal, ajuste monetario y financiero, ajuste en la competitividad del mercado de productos y del trabajo, y promoción de una economía de exportación. Con ello, se intenta retomar aspectos ya observados en los dos anteriores quinquenios, saneando o haciendo más estricta su aplicación. Hay una especie de síntesis, dos vertientes: Contractiva y expansiva, que será explicada mas adelante.

Interesa primero determinar que los golpes de Estado contra el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, en 1992, fueron reflejo de muchos años de preparación de un hecho cuyo contenido varió según las circunstancias que se iban presentando. Prácticamente desde mediados del quinquenio de Jaime Lusinchi, se nota una agrupación de individualidades intentando asaltar el poder. Se evidenció una clara tendencia que atacaba al Estado en su aspecto intervencionista, consciente de la amenaza subyacente que viene existiendo desde 1973, de un inminente avance de fuerzas populares al poder. Sectores intelectuales de la burguesía detectan la imposibilidad de forzar a su favor el curso del desarrollo del Estado, y optan por enfrentarlo, postulándose dejar de lado las oportunidades tradicionales de aprovechamiento y parasitismo e imponer una estrategia de rápido cambio del sistema político tal como estaba dado. Acompañándose de ideas neoliberales, los grupos burgueses antiestatistas desarrollan una sostenida campaña contra los aspectos mas superficiales del poder, con lo cual esperaron quebrantar las potencialidades populares del Estado. La campaña inicialmente intelectual e ideológica no descartó nunca el uso de la fuerza, y durante el gobierno de Lusinchi se produjo un movimiento militar que ha quedado sepultado sin muchos comentarios hasta ahora en el registro de los hechos, y que fue derrotado. Grupos de diversos tamaños y características vinieron diseñando tácticas, animados en general por la idea de acabar con el poder acumulado del Estado, que algunos identificaban además como un poder ejercido por el partido Acción Democrática.

Con el agotamiento de la socialdemocracia coincide el reagrupamiento de viejas individualidades medinistas, a las cuales se suman las que provienen de antiguas derrotas, por ejemplo perezjimenistas, e inclusive de antigua afiliación comunista. No se necesitaba, ni antes ni hoy día, ser muy versado en historia contemporánea, para darse cuenta que se preparaba afanosamente un hecho susceptible de concretar una revancha histórica a la que cada grupo quería imprimirle su sello ideológico o político. El punto de llegada mas visible era la revancha medinista contra el viejo partido socialdemócrata, ya que se trataba del grupo desplazado anteriormente del poder, cuyo régimen venía siendo adornado en el recuerdo por intelectuales deliberadamente asignados a la tarea de consagrar como un inmoral accidente histórico la ruptura constitucional de 1945. Se contrastó en una forma utilitaria símbolos ficticios de aquel régimen sucedáneo del gomecismo, se magnificó y caracterizó como democrático el tránsito hacia los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita, al grado de intentarse imponer la consideración de éste último como el conductor del gobierno más democrático de toda la historia venezolana: Precisamente un régimen que independientemente de las personas que lo representaban, carecía de toda legitimidad popular, inadaptado e irrelevante frente a los modelos democráticos conocidos.

Ante un pueblo que como el venezolano acostumbra a olvidar y perdonar su historia reciente, invadido por la desorientación, penetrado en grado máximo a través de los medios de comunicación social, la tarea de convencerle que todos sus males presentes se debían a un golpe de Estado dado hace cuarenta años, resultó una tarea bastante fácil. No debía salvarse nada de lo conquistado, ya que todo significaba como una posesión culpable fundada en la usurpación hecha al régimen postgomecista.

El golpe de Estado de febrero de 1992 no era sin embargo el hecho preparado del cual dependería toda la estrategia. Es de suponerse que surgieron decenas de posibles alternativas, diversas jugadas, unas más puntuales que otras. Todas convergiendo en el objetivo esencial de concretar un ataque decisivo contra AD y la socialdemocracia en general.

No obstante, lo que para algunos grupos e individualidades no pasaba de ser una preparación intelectual, coincidía en alguns aspectos tanto con la actitud defensiva de la dirigencia media y de base de los partidos, como con la tendencia general del pueblo venezolano de avanzar hacia la conquista de ese poder inmanente en el seno del Estado, y sobre todo, coincidía en el rechazo a la contramarcha histórica de la socialdemocracia, que en este esfuerzo inútil no solo se encontraba agotada sino contaminada hasta lo increíble por la corrupción ideológica, política, y administrativa.

La depauperación progresiva de la población, observada a partir de la crisis monetaria de 1983, preparó la sociedad para la insurrección popular espontánea, que finalmente se produjo en febrero de 1989, cuando el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez no alcanza a implementar del programa de ajustes sino la parte de medidas que cargan de sacrificio a las mayorías pero no logra imponer aquellas que debían ser cargadas sobre la burguesía, entre las cuales debe mencionarse la competencia económica que se les avecinaba con el programa de apertura del comercio exterior, particularmente la eliminación progresiva de toda barrera aduanal, el arancel cero con la vecina Colombia, la obligación de reestructuración técnica de la producción, el funcionamiento eficaz de la recaudación tributaria interna, la eliminación de los subsidios al productor, la flotación de la divisa, etc.

Para febrero de 1989 el gobierno de Carlos Andrés Pérez detecta la enorme resistencia proveniente de la Burguesía venezolana frente las exigencias de su transformación, y las presiones que comenzaban a levantarse desde diversas posiciones. Asumiendo una posición equilibrada de gobierno, percibe las señales del contrapeso ejercido por la población depauperada, y diseña una táctica permisiva hacia la agitación popular, con la finalidad de frenar las presiones de la Burguesía. Cuando estallan las primeras manifestaciones de insurrección, es desde la Presidencia de la República que se ordena dejar pasar los cruentos acontecimientos de saqueo durante varios días, induciendo que los grupos de la Burguesía acudan humildemente a solicitar la represión de la insurrección, un momento en el cual el gobierno pensó haber doblegado a la Burguesía y sometido su resistencia al programa de ajustes.

Por otra parte, el gobierno juzgó haber logrado, y efetcivamente lo hizo, una respuesta similarmente adaptativa, sobre todo rápida y definitiva, de las clases trabajadoras, quienes después de tres días de una especie de libertad de saquear, fueron reprimidos ferozmente por medio de las fuerzas militares y policiales. Al frente del Estado, Carlos Andrés Pérez había jugado la mas recia y descarnada jugada de su vida, que le identificará como uno de los políticos mas fríos que ha tenido la historia venezolana: De los terribles hechos de febrero de 1989, sale humillada la altanera Burguesía venezolana, pero simultáneamente sometida una población que en sus momentos íntimos no llegó a disfrutar su rebeldía sino a arrepentirse del contenido de inmoralidad institucional de sus actos. A partir de allí, el programa de ajustes ha sido progresivamente aceptado como algo inevitable, como un totem, que se ha podido postergar o evadir individualmente aquí o allá, en un aspecto u otro, en un tiempo u otro, pero inevitablemente presente, emergente, subyacente, en toda la política económica de los gobiernos supuestamente antineoliberales subsiguientes, incluyendo el de Hugo Chávez. Lo que Carlos Andrés Pérez sabia en la práctica, lo sabían teóricamente sus principales estrategas, al fin y al cabo shumpeterianos: Las clases trabajadoras son adaptativas y las empresariales pueden ser creativas en su adaptación.

El recio programa de ajustes ciertamente golpeó duramente a la población, pero sometió los desatados intentos de la Burguesía de tomarse el Estado por asalto. El Estado se fortaleció, antes que debilitarse. Una vez más se sabe que el eje fundamental de la vida económica y social es el Estado, que no puede despojársele alegremente de las riquezas sin arriesgar un intenso conflicto político y social. Carlos Andrés Pérez, sin embargo, emerge singularmente debilitado, sobre todo por el nivel de corrupción política y administrativa que le acompaña como una sombra. Sus adversarios remotos no conciben su derrota tanto como la alcanzan a percibir quienes en AD controlan la dirección política: Es decir, el lusinchismo, los partidarios del ExPresidente Jaime Lusinchi.

Al salir de la Presidencia de la República en 1988, Jaime Lusinchi era un político popular apoyado por una proporción significativa de la población. El juicio que podía hacerse sobre su gobierno, en 1989 era todavía difuso. No obstante, el entorno de Carlos Andrés Pérez diseña un debilitamiento táctico de las resistencias que dentro de AD generaba el programa de ajuste económico, aunque tal resistencia no era sino un derecho al pataleo en fin de cuentas mas o menos tradicional o natural en ese partido, como se ha visto en capítulos anteriores. Pero el debilitamiento de tal entorno político, el gobierno lo enfoca contra la figura de Jaime Lusinchi, y desde los más discretos archivos oficiales se sacan copias de documentos que son llevados a los medios y que colocan a Lusinchi en la picota pública. Carlos Andrés Pérez fue elegido como candidato de AD porque este partido no deseaba perder las elecciones y no tenía alguien mas demagogo y popular, pero eso no significaba para nadie que sería necesariamente el rector político de AD. De allí que Pérez permita a sus estrategas la defenestración de Lusinchi para seguidamente intentar el control directo de AD. Con ello le cobraba también el hecho de haber puesto a su candidatura la de su ministro del Interior, el dirigente Octavio Lepage.

La defenestración de Lusinchi jugó un papel primordial en las jugadas definitivas contra el tradicional reformismo estatista, que venían haciendo los enemigos de AD. Con el partido casi dividido, una suma de voluntades concurren en asestarle el golpe definitivo al viejo partido socialdemócrata, y como en la tragedia de Julio César, cada quien coloca un puñal. Para lograrlo, son muchos quienes se dan cuenta de que sacar a Pérez de la Presidencia es prioritario, ya que es un serio obstáculo debido a su intermitente popularidad y la ya ganada fama de hombre capaz de supeditar todo valor a la consecución de un objetivo político, y para algunos – en especial Miguel Rodriguez Fandeo – por advertir que el programa económico podrìa dar buenos frutos y consagrar a Pérez si se dejaba correr unos años mas.


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