VENEZUELA, CAPITALISMO DE ESTADO, REFORMA Y
REVOLUCIÓN
Edgardo González Medina
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Jean Paul Sartre, en dos de sus mejores obras de teatro Las Manos Sucias y El Engranaje -, los delineó con trazo certero. Luciano, uno de los personajes de esa pequeña obra maestra que es El Engranaje, tipifica ese engreído espécimen del doctrinario puro, cuidadoso de la aséptica limpieza de sus manos, inhibido para actuar en espera de la transformación social químicamente pura, ásperamente crítico frente al conductor de masas que no opera con entelequias, sino con realidades casi siempre sucias, feas, innombrables.... (Romulo Betancourt, 15 años después. Testimonio de una generación, Artículo publicado en la revista Bohemia, Cuba, abril de 1951, y en el suplemento literario del diario El Tiempo de Bogotá. Reeditado en el libro Rómulo Betancourt, pensamiento y acción, ob.cit. ).
A finales de los años ochenta, comenzaron a debatirse con fuerza diversas tesis acerca del rol del partido AD en el Estado venezolano. Un debate que continuaría por mucho tiempo, y que consideró en mi criterio, la estrecha relación, casi fusión histórica, entre ese partido y la evolución del Estado. La centralización interna de AD llegó a los años ochenta a límites extremos al moverse ese partido en consonancia con la tendencia de la concentración económica del Estado. En los altos niveles de dirigencia hubo momentos en que se pensó como irreversible la fusión del viejo partido con la burguesía venezolana, vaciándose en el molde de una dictadura de clase. La Constitución Nacional de 1961 chocaba, sin embargo, contra las posibilidades extremas de una concentración estatal a favor de una clase dominante, y por ello los ordinarios reclamos de cambio constitucional provenientes de la derecha venezolana, apuntaban a concebir un modelo constitucional que reflejara con mayor fidelidad unas relaciones de clases que privilegiaran el desarrollo de la clase capitalista. Contra ello operó siempre una realidad incontrovertible de naturaleza económica, cual era y siguió siendo la propiedad pública de la riqueza petrolera, de lo cual la clase capitalista no pudo liberarse nunca. La burguesía venezolana por muy infradesarrollada que fuere existía haciendo una especie de juego sucio al intentar recurrentemente el control unilateral del poder sin siquiera arrancar un mediano proceso de desarrollo capitalista de producción privada, y antes por el contrario se han asido rabiosamente al Estado parasitándolo, aunque los grupos mas ávidos iniciaron a partir de 1980 una estrategia de desarticulación de la estructura jurídico-política que tanto los hubo alimentado en el pasado. Ningún grupo político, por importante que sea, pudo plantearse tener mas poder que el Estado y a la vez representarlo. El capitalismo criollo optó por una estrategia de negación del pluralismo burgués, pero el sistema económico fraguado en procesos estructurados por la pequeña burguesía política, choca con el pluralismo solo cuando las organizaciones populares por su concentración y número amenazan soterradamente la existencia del Estado tradicional. A la dominación económica que se ocultaba tras una libre empresa que existía solo de fachada, se le unía una fuerte tendencia de dominación política que parecía encontrar alivio en la renovación de un pluralismo partidista que ya había dejado de serlo. La burguesía latinoamericana en general no había encontrado sino dos formas políticas de gobierno: Pluralismo partidista y dictadura militar. Acción Democrática mas que nadie detectó que si bien los cambios revolucionarios fueron dejados de lado en función de un forzado intento de desarrollo capitalista que garantizó una estratificación social clave para la existencia de la democracia de partidos, por otra parte dicho desarrollo no significaba - ni parecía poder hacerlo -, un proceso sostenible para una Venezuela condicionada en el subdesarrollo por las economías altamente desarrolladas. La situación venezolana no podía ni siquiera encuadrarse en una estructura monopolística del capitalismo. Se tenían monopolios privados que no alcanzaban siquiera a constituir grandes empresas. La estructura económica interna seguía favoreciendo, en contrario, el despojo por parte de monopolios o grandes empresas externas.
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