Elías Gaona Rivera (saile2519@yahoo.com.mx)
Eduardo Rodríguez Juárez (roje77@hotmail.com)
Mtros. en economía
Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo
Resumen
La corona española otorgó a, los soldados que iniciaron la conquista de América
grandes porciones de tierra las cuales dieron origen a las haciendas en México.
En un comienzo éstas sólo abastecían de productos ganaderos y agrícolas a las
minas, (la minería era la actividad económica más importante), sin embargo, con
el tiempo la actividad agropecuaria llego ser la actividad más importante. Los
propietarios de las grandes haciendas eran: la iglesia, representada por los
jesuitas, y los particulares. Respecto de sí las haciendas eran productivas o
no, y si obtenían beneficios, mostramos diferentes argumentos de algunos
autores.
PALABRAS CLAVE: haciendas, iglesia, jesuitas, beneficios, desamortización.
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INTRODUCCIÓN
Las haciendas tuvieron una enorme importancia en la vida económica, política y
social de México, por lo cual es conveniente conocer su origen y desarrollo. La
iglesia poseía docenas de ellas. Acerca de las haciendas, sobre todo las de
origen eclesiástico, hay discrepancias acerca de su productividad y sus
ganancias, razón por la cual este trabajo tratara de indagar la productividad o
no de ellas y nos dará una visión de su funcionamiento y de su estructura. Para
alcanzar los objetivos anteriores dividiré la exposición en varios puntos,
primero mencionare las distintas hipótesis del origen de las haciendas, después
veremos los distintos conceptos de hacienda, acto seguido veremos como se
organizaba el trabajo en dichas instituciones, así como quienes eran sus grandes
propietarios, en seguida revisaremos si las haciendas eran rentables o no, y por
último, veremos la desamortización de las propiedades eclesiásticas por parte de
los liberales.
I. El origen de las haciendas
Mercedes de tierras
La corona española compensó a sus vasallos, principalmente a los soldados que
iniciaron la conquista de América, otorgándoles grandes porciones de tierra,
llamadas mercedes de tierras, con la condición de que la cultivaran,
introdujeran ganado y construyeran casas. La corona les daba el título de
propiedad transcurridos cuatro años. La primera distribución regular de tierras
fue hecha por los oidores de la Segunda Audiencia entre 1530 y 1535. Las
mercedes que fueron concedidas primero a los militares y más tarde a los colonos
fueron constituyendo la gran propiedad territorial de los españoles y de los
criollos. El reparto de tierras entre los conquistadores para su explotación
agropecuaria fue el punto de partida de las haciendas, con el paso del tiempo
estas se veían como símbolo de prestigio y poder dentro de la sociedad colonial.
A finales del siglo XVI la Corona comenzó una política de revisión de las
propiedades acumuladas de forma ilegal, que se habían producido a través de la
ocupación de tierras que aparentemente no tenían propietarios, tierras de nadie,
e inició su venta por medio del “sistema de composiciones“. Esta fórmula supuso
en muchos casos, la devolución de las tierras, mediante un pago que regularizaba
la situación, a los propietarios ilegales, que habían sido obligados a
entregarlas, lo anterior permitió que durante el siglo XVII la mayoría de las
grandes haciendas y grandes propiedades eclesiásticas fueron regularizadas. Otra
forma de devolución de estas tierras por parte de conquistadores y encomenderos
fue la “restitución“, generalmente realizada a la Iglesia, que, con estas
aportaciones, y las donaciones de particulares se convirtió en propietaria de
múltiples y extensas haciendas.
Es importante mencionar que las primeras haciendas no eran grandes y tampoco
eran rentables, lo anterior, porque siempre que se escucha la palabra hacienda
la imagen se remite a una gran estructura económica agrícola y ganadera. La
mayoría de los autores coinciden en que las haciendas alcanzan su máximo
esplendor en el siglo XVIII.
La minería y la hacienda
La ambición por tener oro y plata estuvo presente desde los primeros viajes del
descubrimiento de América. Los rumores o vagas noticias en torno a la existencia
de yacimientos de metales preciosos movieron a muchos a organizar expediciones
de conquista hacia diversos lugares del Nuevo Mundo. En cuanto a la obtención de
oro y plata se distinguen, al menos, dos fases. La primera estuvo caracterizada
por los botines de los tiempos de la conquista, procedentes, en su mayoría, de
los saqueos realizados por los españoles en los asentamientos prehispánicos, o
de la búsqueda de tesoros en las tierras recién conquistadas. Terminados los
primeros tiempos de la conquista se inició una fase caracterizada por la
búsqueda de una explotación ordenada de los yacimientos mineros.
Hacia finales del siglo XVI, estaba claro que la minería, y específicamente la
de la plata, se había constituido en la actividad productiva que concentraba la
mayor cantidad de capitales. En torno de la producción minera se fueron
organizando otras actividades económicas muy significativas: el comercio y la
actividad agropecuaria. La agricultura y la ganadería, que llegaron a ser más
tarde los principales recursos de los poderosos, no constituyeron al principio
más que un aprovisionamiento de las minas. Siendo la obtención de metales
preciosos el objetivo más frecuente de los primeros pobladores europeos, es
natural que en los primeros tiempos no se hubiera prestado mayor atención a las
actividades agrícolas, toda vez que tuvieron a su disposición la mano de obra
indígena para la obtención de todo lo que requerían. Lo más frecuente fue la
manutención de los españoles a partir de las prestaciones de las comunidades
indígenas.
El descenso de la población indígena a lo largo de todo el siglo XVI complicó el
sistema agrícola de aprovisionamiento de las minas, esta situación obligó a que
los propietarios de las minas incursionaron a la actividad agrícola y ganadera.
Les hacían falta alimentos, bueyes y mulas para transportar la pesada carga de
metales y sobre todo para mover sus pesadas trituradoras de metal. En
consecuencia, muchos mineros comenzaron a anexar muladas a sus explotaciones,
además de campos de trigo o de maíz. Como tenían necesidad de grandes cantidades
de carbón vegetal para las fundiciones trataron de adquirir bosques. Cuando
decayó la actividad minera a mediados del siglo XVII, todas las energías se
concentraron en la producción agrícola y ganadera, alcanzando su máximo
esplendor en el siglo XVIII.
La hacienda y la encomienda
En los inicios de la presencia española en América la encomienda significó la
fuente de riquezas más importante. Al tener la posibilidad de disponer de la
mano de obra indígena, los encomenderos se convirtieron en el sector social más
rico. La encomienda en América no significó concesión de tierras, sino solo la
fuerza de trabajo de los indígenas.
Algunos historiadores afirman que la hacienda fue una derivación de la
encomienda; entendiendo ésta como un sistema que proporcionaba a los españoles
utilidades y bienes de tributación generadores de capital, prácticamente exentos
de costos de producción. Desde esta postura la hacienda fue una consecuencia de
la encomienda, pues aunque la encomienda no implicaba derechos sobre las
tierras, sino sólo la concesión legal de tributos, se daba el fenómeno de que a
los encomenderos les era fácil la adquisición de la propiedad de la tierra y de
legalizar esta adquisición después. El desarrollo de las grandes propiedades en
manos de españoles o de criollos estuvo muy vinculado a la pérdida de tierras
por las comunidades indígenas, en parte a causa de la caída demográfica, y
también debido a diversos mecanismos, muchos de ellos ilícitos como la
usurpación, por los cuales fueron despojadas de muchas de sus tierras. En este
sentido, fue importante la “composición de tierras“. Fue esta una formula
establecida por las autoridades por medio de la cual quienes poseían tierras
ilegalmente podían legalizar su tenencia, a cambio de un pago a la Real
Hacienda.
II. Conceptos de hacienda
Hacia 1750, de acuerdo a Isabel Olmos Sánchez (1989), la terminología variaba en
función de las medidas territoriales, modo de utilización del suelo o en la
propia apreciación del dueño. Así una hacienda era aquella cuya extensión
territorial era de 780 hectáreas aproximadamente y las estancias tenían una
extensión territorial de 43 . La hacienda era la gran propiedad agrícola, y la
estancia era la gran propiedad territorial dedicada a actividades ganaderas.
En 1972 un grupo de antropólogos, reunidos en Roma, establecieron el concepto de
hacienda de la siguiente manera: “ Es la propiedad rural de un propietario con
aspiraciones de poder, explotada mediante trabajo subordinado y destinada a un
mercado de tamaño reducido, con la ayuda de un pequeño capital “. Una definición
más sencilla señala que eran propiedades de tierras dedicadas a la producción
agrícola y ganadera. A finales del periodo colonial se entendían como unidades
de producción variable en: capital, labor, fertilidad, extensión territorial,
mercados, técnica agrícola y contexto social.
Podemos ver claramente que no hay una definición exacta de lo que es una
hacienda, pero lo que si se sabe de manera más certera es la organización
interna que se mantuvo durante los siglos XVII, XVIII y XIX.
Elementos que componían las haciendas más importantes
La hacienda constaba generalmente de una distribución dispersa de sus elementos
de trabajo que solían situarse en torno a un patio o plaza cuadrada. Las
haciendas del siglo XVII, XVIII y principios del XIX agrupaban a los sirvientes
y a los peones endeudados en jacalitos al rededor de la iglesia de la hacienda
del amo. El lugar donde habitaba el amo dentro de la hacienda era un lugar
amplio, cómodo y se situaba en un lugar estratégico, que la gente conocía como
la casa del amo. La hacienda además de contar con una plaza, una iglesia,
jacales y la casa del amo contaba con: un granero, tierras de labor,
caballerizas, corrales, etc..
Organización del trabajo de las haciendas en los siglos XVII, XVIII y XIX
En el siglo XVII, XVIII y hacia principios del siglo XIX las haciendas se
caracterizaban por una organización social interna basada en la autoridad de un
amo o de un administrador blanco, por una parte, y por la otra, la servidumbre
de los peones o trabajadores de origen indígena.
Los hacendados eran poseedores de enormes propiedades, amos absolutos en sus
dominios, disfrutaban de una gran autoridad en la sociedad y en la vida
política. Éstos habían encontrado medios para someter a los campesinos a que
trabajaran sus tierras. En las haciendas había tiendas donde los trabajadores
compraban a crédito. Dichas tiendas eran denominadas “tiendas de raya”, éstas
monopolizaban las compras que realizaban los peones a los precios que fijaba el
administrador. Cada tienda estaba provista con todos los objetos que podían
necesitar sus trabajadores, tales como: vestidos, víveres, tabaco, pulque, etc..
El indígena se endeudaba y su deuda era tan grande que a partir de ese momento
la persona del indio le quedaba comprometida para siempre.
Era sumamente raro que los campesinos endeudados , a través de las tiendas de
raya pudieran cumplir con sus obligaciones. Incluso si ellos tenían la intención
de hacerlo y los medios para lograrlo, sus amos les persuadían para no hacerlo.
Si algún campesino trataba de escaparse los hacendados tenían no solamente el
derecho de regresar por la fuerza a los campesinos que tenían deuda con ellos,
sino también el de hacerlos trabajar para obligarlos a cumplir sus compromisos.
También tenemos en las haciendas a los sirvientes, éstos vivían dentro de ellas,
por lo cual era una población fija, junto a los peones acomodados que también
vivían en ella. El adjetivo “acomodados” se le daba a los peones que residían
permanentemente en la hacienda. Su estancia en la hacienda no era por decisión
individual, sino por las deudas contraída con los hacendados.
Había una población temporal, normalmente llamados “mozos alquilados”,
“jornaleros” o “gañanes”, éstos procedían de los pueblos indígenas más próximos
a la hacienda. Esta población se utilizaba en determinadas épocas del año ya
fuera para sembrar o para cosechar. En la hacienda también trabajaban: arrieros,
vaqueros, mensajeros y artesanos.
Entre la población rural, sólo los rancheros libres, pequeños agricultores y
ganaderos propietarios, tenían cierta independencia efectiva de la hacienda y de
su ambiente. Existía otra clase de rancheros que eran los arrendatarios , éstos
arrendaban una parte de la tierra de los grandes terratenientes. Los
arrendatarios eran antiguos pequeños propietarios que sin poder soportar las
crisis (ruinas de sus cosechas por inundaciones o por sequía), pedían prestado a
otros hacendados con más fortuna y acababan endeudándose y convirtiéndose en
rentistas de las mismas en las que antes habían sido sus tierras.
La gran propiedad de la iglesia
Los propietarios de las grandes haciendas eran: 1) los particulares y 2) la
Iglesia como institución. Las haciendas de la iglesia eran administradas por los
propios frailes y utilizaban al igual que las haciendas seculares mano de obra
indígena. Algunos años después de arribar a la Nueva España, los frailes fueron
aceptando obsequios, donaciones, legados y tierras de los indios y pródigos
españoles. La iglesia también contaba con el diezmo de las cosechas. La iglesia
invirtió parte de su patrimonio en la construcción de monasterios, conventos,
iglesias, capillas, colegios y edificios religiosos que convirtieron al campo y
a las ciudades de la Nueva España en una sociedad dominada por la iglesia. Otra
parte importante de este capital se invirtió en un bien que en esa época ofrecía
una renta segura y estable: las haciendas.
A diferencia de una persona cuyos bienes se dispersaban al morir, la iglesia era
una institución en donde sus bienes eran inalienables e indivisibles, por lo
cual era natural que con el transcurrir del tiempo se hiciera cada vez más rica
y poderosa.
Los más grandes poseedores de haciendas fueron los jesuitas, quienes procuraron
organizar racionalmente la explotación de sus haciendas. En ellas se practicaba
la especialización y el cultivo intensivo de los productos agrícolas más
adecuados a las condiciones del clima y del terreno, en contra de la tendencia
general de cultivar varios productos en una misma hacienda (cuadro 1). Su afán
de obtener los mejores rendimientos los llevó a redactar en varias ocasiones
Instrucciones sobre las cosas del campo, con el objeto de que éstas fueran
observadas por los “hermanos administradores” en todas sus haciendas.
Cuando fueron expulsados de España y de sus colonias, en 1777, se realizó un
inventario de sus bienes raíces y resultó que en la Nueva España tenían una gran
cantidad de haciendas. En el cuadro siguiente se mencionan treinta haciendas, de
las noventa y cinco que nos proporciona Enrique Flores Cano (1976), lo que
confirma que la iglesia y en particular los jesuitas eran una institución rica y
poderosa.
III. La rentabilidad y el prestigio
Hay controversia entre los historiadores acerca de si las haciendas eran
rentables o no. Para David Brading (1980, p. 297) la élite de la Nueva España
tenía una composición inestable porque su base económica preferida, la hacienda,
absorbía y derrochaba la mayor parte del capital acumulado de la Colonia. Las
fortunas amasadas en la minería y en el comercio, a mediados del siglo XVIII y
principios del XIX, se invertían en la tierra, para desde allí ser lentamente
dilapidadas o transferidas poco a poco a las arcas de la Iglesia.
El mismo autor señala que la mayoría de los terratenientes preferían vivir en
las ciudades, visitando sus propiedades, si acaso, unos cuantos meses al año; el
resto del tiempo confiaban su manejo a un administrador. Los hacendados
mexicanos, criollos, formaban una clase propietaria, que aun estando ausente de
sus haciendas, obtenían un ingreso suficiente para mantener cómoda y
elegantemente a una familia urbana de clase alta. Muchas grandes haciendas con
frecuencia tenían que mantener a dos familias acomodadas, la del dueño y la del
administrador.
Para Brading la hacienda era claramente defectuosa como unidad productiva,
porque había una desproporción entre el número y superficie media de las
haciendas de la Nueva España, por una parte y el pequeño mercado que abastecían,
por la otra. En general, la hacienda mexicana, señala el mismo escritor,
producía muy bajas ganancias sobre la cantidad de capital que en la mayoría de
los casos se invertían en su compra. A continuación nos ofrece un cuadro con dos
haciendas y su rentabilidad.
Para David Brading los rendimientos de la hacienda de Chapingo (5.6%) y los
rendimientos de la hacienda de Ojo de agua (7%), son bajos ya que producen para
él una baja ganancia. Surge de manera inmediata una pregunta y es: ¿Qué
porcentaje habremos de considerar para que el rendimiento sea alto o bajo?.
Otros autores coinciden con Brading y señalan que la agricultura mexicana no
lograba sino un precario rendimiento, debido sobre todo a la poca atención que
los hacendados dedicaban al desarrollo de los cultivos. De acuerdo con Isabel
Olmos (1989), había otros sectores económicos más rentables que las haciendas:
las minas y el comercio. Por su parte Richard Lindley (1987, p. 162) nos señala
que se realizaban sociedades conyugales que combinaban intereses agrícolas,
comerciales y mineras. Si fuera cierta la proposición del autor estaríamos ante
una diversificación de actividades económicas, realizada con el objetivo de
disminuir riesgos, pero no sabríamos si las haciendas eran rentables o no a
menos que contáramos con datos contables, pero no disponemos de ellos.
Para John E. Kicsa (1986, p. 162), todos los que prestaban dinero y bienes
demandaban garantías; como regla general, la única garantía que aceptaban los
organismos eclesiásticos y los particulares, era la tierra con capacidad
productiva. El mismo autor señala que cuando se combinaban: 1) una notable
atención, 2) capitalización y 3) mano de obra dedicada a cada empresa se
obtenían enormes ganancias.
Podemos observar que hay posturas opuestas, que abarcan el mismo periodo ,
acerca de la rentabilidad de las haciendas. Considerando que las haciendas
abastecían a los principales mercados: el centro del país, los centros mineros y
el comercio exterior, es lógico pensar que las haciendas se constituyeron para
obtener beneficios.
De acuerdo con John E. Kicsa (1986, p. 36) entre el año 1760 y el advenimiento
de la lucha de independencia hubo una época de expansión demográfica y económica
en la Nueva España. Ésta envió a la Metrópoli, en el periodo señalado las
siguientes exportaciones: oro y plata en lingotes (alrededor de 75%), cochinilla
(12.5%), azúcar (3%) y el resto de materias primas y productos agrícolas varios.
Otros autores señalan como productos de exportación agrícola, además de los ya
señalados: añil, café, ixtle, tabaco, vainilla, cacao, maíz, madera de tinte,
henequén y algodón.
Para los centros urbanos se producían las siguientes mercancías: trigo, azúcar,
pulque y ovejas. La hacienda suministraba a la minería de las provisiones
necesarias para desarrollar su actividad. Las provisiones eran las siguientes:
cereales, animales de carga, animales para el consumo, leguminosas, etc.
Un caso concreto de haciendas rentables eran las haciendas de la iglesia y en
específico las de los jesuitas. Éstos adquirieron tierras con el fin de obtener
ganancias y no prestigio. Hay una hacienda jesuita que sobresale entre las
demás, por su importancia, es la de Santa Lucía, que perteneció al Colegio
Máximo de San Pedro y San Pablo en la ciudad de México. En el siglo XVIII, Santa
Lucía tuvo fama de ser una de las mejores haciendas en la meseta central. En
total el administrador de Santa Lucia controlaba una propiedad de 150,000
hectáreas aproximadamente, dicha extensión se dedicaba principalmente a la cría
de ganado bovino y caprino. Al Colegio le preocupaba la productividad y
organizaba la fuerza de trabajo pensando en las ganancias.
Santa Lucía dividía a los trabajadores indígenas en dos categorías: sirvientes y
gañanes (jornaleros). La diferencia entre ellos era que la hacienda pagaba a los
sirvientes por mes y les asignaba una ración de maíz; los gañanes, en cambio
recibían su sueldo por semana, si es que había trabajo, y ninguna ración de
alimentos. Los jesuitas no utilizaron la tienda de raya como un medio para
mantener a los trabajadores agrícolas.
Es en función de los mercados urbanos y los mercados mineros como las grandes
haciendas jesuitas se consolidan. Las haciendas de la Compañía de Jesús se
distribuyeron por todo México, produciendo artículos alimenticios de primer
orden, maíz y otros cereales, ganado para satisfacer de cuero y carnes las
minas, los talleres artesanales y los trabajadores de sus propias haciendas. Los
jesuitas estuvieron ligados a los mercados mexicanos gracias a la
especialización que dieron a sus diferentes haciendas, había haciendas
especializadas en la producción de: pulque, carne, azúcar, cebada, maíz, trigo.
Los tres últimos productos eran cultivos comúnmente desarrollados en casi todas
las haciendas. A continuación se muestra la rentabilidad de algunas haciendas
jesuitas: promedio anual.
Si observamos la rentabilidad, podemos apreciar que en unos casos es muy alta y
en otros casos es baja, pero nunca negativa. Resaltan por su alta rentabilidad
las haciendas de: Santa Lucia (36.33 %), Cuatepeque (21.92 %), Chicomozuelo
(19.27 %), San Joseph de Linares (10 %). Por lo cual, la postura que asumimos es
que había haciendas productivas que producían para el mercado, verdaderas
empresas, basadas totalmente en el intercambio, que se creaban para obtener
beneficios. Incluso en el caso que nos propone Brading, en el que según él, los
rendimientos (5% y 7%) son bajos.
Las haciendas jesuitas y de algunos particulares no carecieron de “espíritu de
empresa”, y de “mentalidad capitalista”, ya que cuidaron siempre de aplicar las
mejores técnicas y de renovar con frecuencia los utensilios de trabajo de sus
haciendas, lo cual quiere decir que una parte de los beneficios se utilizaban en
realizar inversiones productivas. Las haciendas que producían para el
intercambio utilizaban en muchas de ellas trabajo que no era libre, por lo cual
algunos autores las señalan como empresas “semicapitalistas” y “semifeudales” a
la vez.
Aunque algunas haciendas obtuvieran grandes beneficios y por tanto fueran
rentables no quiere decir que todas las haciendas que existían en México lo
fueran, ya que se existieron haciendas que producían en autarquía. Una vez que
la Nueva España alcanzó su independencia y los liberales llegaron al poder,
éstos pugnaban por la pequeña propiedad y que ésta fuera trabajada por el
propietario, señalaban que la tierra despierta amor en quien la fecunda con el
sudor de su cuerpo y el desgaste productivo de su energía y también veían los
beneficios que aportaba la libre circulación de tierras, motivo por el cual
crearon la ley de desamortización.
IV. Desamortización de la tierra.
Entre 1810 y 1861 sucedieron en México los siguientes acontecimientos: a) Guerra
de independencia entre 1810 y 1821, b) Lucha entre liberales y conservadores
(1821-1867), c) Separación de Texas, Nuevo México y California (1845), d) Guerra
México-Estadounidense (1846-1848) y e) Guerra de Reforma (1858-1861). En sólo 51
años, México soportó 55 gobiernos distintos, varios cientos de ministros, 2
constituciones distintas (1824, 1857), una invasión de los Estados Unidos y la
pérdida de 55% del territorio nacional.
Es indudable que durante 50 años de constantes luchas la economía mexicana se
deteriorara. Las minas y las haciendas fueron abandonadas por muchos de sus
trabajadores para enrolarse primero a la guerra de independencia y después a las
constantes luchas internas entre conservadores y liberales. No se tienen cifras
para poder cuantificar la disminución de la producción en las haciendas y en las
minas, pero sin duda la hubo.
En los años que siguieron a la Independencia se formo una coalición entre el
clero, los aristócratas terratenientes y los jefes militares quienes defendieron
sus privilegios así como la estructura social y económica tradicional. Frente a
estos defensores del statu quo se encontraba un grupo liberal de reformadores.
Del grupo de la coalición, la iglesia seguía siendo la institución que contaba
con más recursos, estos incluían: numerosas haciendas, monasterios, conventos,
capellanías, iglesias, cofradía, hospitales, colegios y universidades. En
relación con los bienes del clero éstos aumentaron durante los primeros años
después de la guerra de independencia. Se realizaron varios estudios sobre la
cuantía de los bienes eclesiásticos en la primera mitad del siglo XIX,
estimándose cifras diferentes: 79 millones de pesos, 300 millones y 250 millones
. Observamos que las cantidades difieren, pero lo cierto es que la riqueza del
clero era inmensa y tendía a incrementarse año con año.
En cuanto a la tierra, la iglesia “todopoderosa” poseía inmensos latifundios que
se acrecentaban constantemente por la prohibición canónica de enajenar tierras y
por la exención de pagar impuestos. Ante la situación de la concentración de las
tierras en pocas manos los liberales protestaban y señalaban que para que la
población progresara en una república naciente era menester que las tierras se
dividieran en pequeñas porciones, y que la propiedad pudiera transmitirse con
mucha facilidad. De manera que a mediados del siglo XIX se discutía el problema
de “bienes de manos muertas”, es decir, bienes que, estaban excluidos del
mercado de tierras.
Los liberales proponían distribuir los terrenos baldíos, así como dar en
enfiteusis las tierras que no cultivaran los hacendados. El mismo grupo era
partidario de la propiedad privada y de la pequeña propiedad. Por tal razón en
1856, el gobierno liberal dictó la Ley de Desamortización , mediante la cual las
tierras de la Iglesia debían de pasar a ser propiedad de sus arrendatarios y
tenían que ingresar por lo tanto, al mercado libre. Las razones alegadas para su
creación fueron económicas y financieras, no políticas ni antirreligiosas. De
acuerdo con los liberales, con la desamortización la economía se beneficiaría al
dividir la propiedad entre miles de individuos al poner el capital en
circulación, terminando así con el supuesto estancamiento de las manos muertas.
El gobierno se beneficiaría recibiendo el impuesto de 5% por transferencia de
propiedad o alcabala.
El liberalismo mexicano tenía un proyecto económico para realizar, que involucró
la transformación de las bases jurídicas de la propiedad, con el objetivo de
estimular la economía. A continuación transcribimos una parte de los artículos
de la ley de desamortización que contienen mayor significación:
Art. 1º. Todas las fincas rústicas y urbanas que hoy tienen o administran como
propietarios las corporaciones civiles o eclesiásticas de la República, se
adjudicaran en propiedad a los que las tienen arrendadas…
Art. 8º. Sólo se exceptúan de la enajenación… los edificios destinados inmediata
y directamente al servicio u objeto del instituto de las corporaciones…, como
los conventos, palacios episcopales y municipales, colegios, hospitales,
hospicios mercados, casas de corrección y de beneficencia...
Art. 25º. Desde ahora en adelante, ninguna corporación civil o eclesiástica,
cualquiera que sea su carácter, denominación u objeto, tendrá capacidad legal
para adquirir en propiedad o administrar por sí bienes raíces, con la única
excepción que expresa el artículo 8º. Respecto de los edificios destinados
inmediata y directamente al servicio u objeto de la institución.
Art. 26º En consecuencia todas las sumas de numerario que en lo sucesivo
ingresen a las arcas de las corporaciones, por redención de capitales, nuevas
donaciones, u otro título, podrán imponerlas sobre propiedades particulares,
invertirlas como accionistas en empresas agrícolas, industriales o mercantiles,
sin poder por esto adquirir para sí ni administrar ninguna propiedad raíz.
Art. 32º. Todas las traslaciones de dominio de fincas rústicas y urbanas que se
ejecuten en virtud de esta ley, causarán la alcabala de por ciento, que se
pagará en las oficinas correspondientes del gobierno...
De los artículos, nos llama la atención el 26º el cual se interpreta de no
privar al clero de sus riquezas, ya que se le autorizó invertir el producto de
sus fincas rústicas y urbanas en acciones de empresas agrícolas, industriales o
mercantiles. También debe hacerse notar, por su enorme trascendencia, que la
prohibición para poseer fincas urbanas y rústicas incluyó a las corporaciones
civiles. Las comunidades indígenas fueron consideradas como corporaciones
civiles, como "manos muertas", y, de acuerdo con la nueva legislación, sus
tierras debían pasar como propiedades privadas e individuales a manos de sus
usufructuarios.
Una de las metas de la ley de desamortización fue constituir la pequeña
propiedad, sin embargo fracaso. Los pequeños arrendatarios no pudieron o no se
atrevieron a adjudicarse las propiedades rústicas o urbanas del clero, por dos
razones: la primera, porque no tenían dinero y la segunda, porque el clero los
amenazó con la excomunión. En cambio algunos hacendados y otras personas
acaudaladas, que no temieron a las anatemas, si pudieron apropiarse los bienes
del clero.
El resultado de las leyes de desamortización puede sintetizarse de la siguiente
manera:
1. Desaparición de la mayoría de las propiedades rústicas y urbanas del clero, a
pesar de sus anatemas.
2. Las propiedades rústicas fueron a parar a manos de hacendados, que
ensancharon así sus dominios, y las urbanas quedaron en manos de personajes
ricos, que vinieron a incrementar su riqueza.
3. Muchas de las tierras comunales sufrieron los efectos de la ley, de tal
manera que fueron a aumentar la extensión de las grandes haciendas.
Así vemos que la ley de desamortización, en lugar de resolver el problema de la
tenencia de la tierra, no obstante las buenas intenciones de los legisladores,
estimularon la formación de los grandes latifundios, como quedó demostrado en
los años posteriores.
Por su parte, el clero se opuso a la ley de desamortización, al igual que sus
aliados los conservadores. La institución eclesiástica con su enorme riqueza
promovió una guerra contra los liberales, conocida como Guerra de Reforma o
Guerra de los Tres años, 1857-1861, conflicto que enfrento a los liberales y
conservadores mexicanos en el marco de una verdadera guerra civil. Debido a la
oposición de la Iglesia y a la guerra civil que ésta fomentaba, aliada a los
grupos más conservadores y a los imperialistas franceses, el gobierno expidió
una nueva ley en 1859, nacionalizando todos los bienes de la iglesia.
Posteriormente el 20 de julio de 1863 el gobierno mexicano expidió una ley sobre
ocupación y enajenación de terrenos baldíos, concediendo a todos los habitantes
del país el derecho a denunciar y a adquirir una extensión de tierra hasta de
2,500 hectáreas como máximo. La ley referida daba a los adjudicatarios
facilidades de pago, con el fin de que en el país se generalizaran las
propiedades medianas y pequeñas, antigua obstinación de los liberales mexicanos.
En 1875 se expidió una ley de colonización, la cual fue ampliada en 1883. Los
gobernantes pensaban que nada sería mejor para el progreso de la agricultura que
traer colonos extranjeros para trabajar la tierra, con nuevos y más aventajados
métodos de cultivo.
Pese a la ley de desamortización, 1856, a la nacionalización de los bienes
eclesiásticos, 1859, y a la ley sobre ocupación y enajenación de terrenos
baldíos, 1863, la pequeña y mediana propiedad no se llegó a cristalizar de
acuerdo a lo previsto por los liberales, al contrario la propiedad se hizo cada
vez más grande, aumentando por consiguiente los grandes latifundios.
La dificultad de introducir inversiones agrícolas derivó de las guerras internas
que tuvo nuestro país entre 1857 y 1867. La primera fue la llamada guerra de
reforma (1858-1861) y la segunda se debió a la intervención francesa en México
(1861-1867). Una vez pacificado el país, en 1867, y encontrándose al frente de
la república un gobierno liberal, que posteriormente se convertirá en una
dictadura, se procede a estimular el progreso del país. Es importante destacar
que la dictadura de Porfirio Díaz, llamada Porfiriato , estimuló el progreso del
país en varios renglones de la economía mexicana.
BIBLIOGRAFÍA
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