Antonio Grand�o Botella
agrandio@emp.uji.es
Departamento de Administraci�n de Empresas y Marketing
�rea de Organizaci�n de Empresas.
Universitat Jaume I (Castell�n).
Resumen.
El art�culo intenta sintetizar aportaciones disciplinarias distintas para
abordar el fen�meno religioso, econ�mico y organizativo como desde la motivaci�n
humana. Entendiendo que la motivaci�n est� detr�s de toda empresa humana, sea
esta cient�fica, religiosa o econ�mica, se intenta abordar la religi�n como un
paradigma b�sico o primario, desde el cual surgen otros paradigmas de menor
rango, como la ciencia. A su vez distingue dos corrientes principales: la
teol�gica o trascendente y la inmanente o m�stica. Se postula que estas dan
origen a dos mecanismos de asignaci�n de recursos complementarios de modo
din�mico y dial�ctico: el mercado y la cultura que, a su vez, est�n basados en
la competencia y la cooperaci�n. Se concluye sugiriendo que, as� como ya han
sido postuladas fuertes relaciones entre el capitalismo, la necesidad de logro y
la religi�n protestante, podr�a hacerse lo mismo con otro tipo de necesidades y
formas de coordinaci�n econ�mica.
Este texto fue presentado como ponencia al
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1.- La Religi�n como Paradigma.
Podr�amos definir la religi�n como la experiencia total del hombre ante el
mundo, como la expresi�n del esfuerzo voluntario y consciente de integrarse a s�
mismo con el universo o tambi�n como la voluntad del hombre de armonizarse �l
mismo con la realidad, entendida esta en un sentido amplio. Algunos autores
relacionan "religi�n" con el lat�n "re-ligare": re-ligar al hombre con la
totalidad del universo, concepto que tambi�n se parece al de "Yoga": yugo,
uni�n.
Desde este punto de vista, podr�amos enmarcar a toda la filosof�a y ciencia
humana como �epistemolog�as regionales� de la religi�n. Suponiendo as�, como a
priori, una incesante b�squeda de la verdad por parte del ser humano, el
concepto de religi�n queda bastante pr�ximo al conocido concepto kuhniano de
�paradigma� (Kuhn, 1960). Y tambi�n cabr�a hablar entonces de �rdenes
categoriales. Por ejemplo, primeramente estar�a la religi�n que busca las
"grandes" verdades universales, como qui�nes somos, de donde venimos y a d�nde
vamos. Consecuencia de tal investigaci�n se concluir�an ciertos puntos de
partida que determinen una "filosof�a" espec�fica desde la cual, a su vez, se
establecen un especie de saberes particulares llamadas "ciencias", las cuales se
concretan en unas "t�cnicas" m�s detalladas.
Parece, asimismo, que la tradicional frontera entre Ciencia y Religi�n, hace
tiempo que deja de crecer. M�s bien podr�a decirse que existen nuevos paradigmas
emergentes que sugieren que tal frontera forma parte del antiguo paradigma
mecanicista heredado de Newton. Adem�s, siempre han existido algunos cient�ficos
destacados, con la profunda convicci�n del estrecho v�nculo existente entre
religi�n y ciencia. La fil�sofa Ren�e Weber recogi� muchos testimonios de
cient�ficos prominentes en este sentido. Por ejemplo, es bien conocida la
siguiente cita de Einstein:
"La m�s bella emoci�n que podemos tener es la m�stica. Es la fuerza de toda
ciencia y arte verdaderos. Para quien esta experiencia resulte extra�a es como
si estuviera muerto. Saber que existe lo que para nosotros es impenetrable,
manifest�ndose como la m�s alta sabidur�a y la m�s radiante belleza, que
nuestras pobres facultades s�lo pueden entender en sus formas m�s primitivas
-�ste conocimiento, esta sensaci�n- est� en el coraz�n de nuestra verdadera
religiosidad. En este sentido, y s�lo en este, pertenezco a las filas de los
hombres devotos ... <as�> llegamos a una concepci�n de la relaci�n de la ciencia
con la religi�n muy distinta de la habitual ... Sostengo que el sentimiento
c�smico religioso es el motivo m�s fuerte y noble para la investigaci�n
cient�fica" (Einstein en Weber, 1990, 236-7;3).
O la del premio Nobel de Medicina, George Wald:
"La ciencia es la tentativa de entender la realidad. se trata de una actividad
cuasi-religiosa en el m�s amplio sentido del t�rmino". (Wald, en Weber, 1990,
1).
As� como el f�sico David Bohm, para el que la ciencia es:
"Tratar de comprender la realidad o naturaleza como un todo. Con esta definici�n
se coincide con el �rea por la que se interesan los m�sticos." (Bohm, en Weber,
1990, 166).
Ahora bien, la mayor parte de las veces se entiende religi�n como un conjunto de
creencias culturales: dogmas y doctrinas que hay que aceptar haciendo uso de
algo completamente dis�mil de la raz�n: la fe. Entendida as�, entonces, y a
nuestro juicio, asistimos s�lo a las "cenizas de la llama de la religi�n". A�n
as�, d�monos cuenta de que incluso, si atendemos a esta �ltima acepci�n, las
ciencias existentes en nuestra civilizaci�n no son sino consecuencias de una
religi�n/cultura particular que arranca quiz� en los egipcios, la cual pas� a
los griegos y de estos a los romanos. De la mezcla de la cultura romana con el
cristianismo ha surgido casi toda nuestra cultura occidental. El cristianismo ha
sustituido a la religi�n romana, pero su Derecho (romano) es a�n la base del
nuestro, mientras que la filosof�a griega (Plat�n y, sobre todo, Arist�teles) se
ha mezclado indisolublemente tanto con la religi�n como con la ciencia
occidentales. Otras culturas y religiones, como la oriental, han seguido puntos
de partida y rumbos distintos con sus distintas creencias y filosof�as.
Por poner un ejemplo, para las religiones orientales existe la reencarnaci�n, de
modo que todo lo que hagamos hoy influye en lo que nos pasar� en la pr�xima vida
y la nuestra actual es consecuencia de las acciones en vidas pasadas. Este punto
de vista podr�a servir para explicar por qu� lo que nosotros llamamos
"civilizaci�n" no exista all� en el mismo grado. Y tambi�n, por supuesto, para
comprender que este t�rmino (civilizaci�n) no haya tenido all� el mismo sentido
que en occidente.
2.- Religi�n: Trascendencia vs. Inmanencia.
Teniendo en cuenta la exposici�n anterior, podr�amos distinguir dos grandes
corrientes y/o enfoques fundamentales sobre qu� es la religi�n: aquellas que
ponen como aspecto fundamental la existencia de un ser aparte, superior, el cual
"cre�" este mundo material y que est� aparte y es independiente de �l (creaci�n
por el "deus ex-machina") y aquellas que conciben tal ser como parte de todo lo
existente y no "separado" del universo (pante�smo, etc.). De modo aproximado,
denominar�amos a las primeras "Trascendentes o Teol�gicas" mientras que
usar�amos los t�rminos de "Inmanentes o M�sticas" para las segundas.
Para las primeras (trascendentes), el ser humano ha sido creado por un ser
superior (Dios, Al� etc.) para que cumpla un designio que �l ha trazado. Para
ello, y por medio de intermediarios (enviados, profetas etc.), ha elaborado
ciertas reglas o mandamientos que deben ser cumplidos para conseguir la
perfecci�n o meta para la que ha sido hecho. Estas reglas suelen estar recogidas
en alg�n libro sagrado, el cual suele tener "int�rpretes" o �hermeneutas�
dotados de cierta autoridad (sacerdotes, rabinos etc.) y que forman parte de una
organizaci�n mas o menos estructurada. Son dualistas: el hombre es distinto al
creador (aunque hecho a imagen y semejanza a veces) pero puede y debe esforzarse
para alcanzar dicha trascendencia. Suelen tambi�n tener una �tica desarrollada
donde existe el "bien y el mal" y las correspondientes leyes regulando la
conducta humana. Hay una gran tentaci�n de extender su paralelismo al �mbito
cient�fico, si sustituimos el t�rmino �libros sagrados� por los de �paradigmas�
y los de sacerdotes por los de �cient�ficos acad�micos�.
Para las segundas (las inmanentes), el ser humano es parte de un "todo" mayor,
como una c�lula m�s del universo. No existe diferencia entre �l y la totalidad
del cosmos, as� que la labor del hombre es armonizarse con el resto del mundo,
comprender, por medio de la observaci�n, experimentaci�n y contemplaci�n de la
realidad y sus relaciones con ella, su verdadera naturaleza y papel en el mundo.
Dios (o su equivalente) no est� "fuera" ni es distinto del hombre, sino que �ste
es, y forma, parte de esa totalidad indivisa. Asimismo, la totalidad supone
varios niveles de conciencia jerarquizados donde el hombre no est� en la
c�spide, sino en alg�n lugar intermedio. Seg�n este enfoque, la religi�n har�a
referencia a la evoluci�n en el grados de conciencia crecientes de esta
totalidad. Lo sagrado ya estar�a desde siempre dentro de uno (Inmanencia) y
evolucionar�amos en la medida que �actualizamos� lo que ya existe en potencia y
consiguiendo as� mayor amplitud de conciencia.
Como puede apreciarse, es patente que nuestra cultura occidental arranca con una
religi�n del primer tipo y su filosof�a y ciencia consecuente tiene esa base.
Ahora bien, no cabe duda que el cristianismo mismo tiene variantes. Por ejemplo,
como vamos a exponer, el protestantismo, t�pico de pa�ses anglosajones, siempre
ha visto con buenos ojos el "�nimo de lucro" y el �xito social, m�vil de la
sociedad y econom�a modernos, mientras que el catolicismo (apost�lico-romano)
los ha visto contrariamente, y durante mucho tiempo, como una forma de "perder
el alma". Aunque cada vez menos, el empresario con �xito tiene cierta mala
prensa en los pa�ses latinos de Europa como consecuencia de una diferente escala
cultural (religiosa) de valores, y quiz�s sea este el origen de sus menores
desarrollos econ�micos.
Tabla 1: Religi�n Trascendente e Inmanente (Grand�o, 1996).
Religi�n
Trascendente Inmanente
Autoridad Armon�a
Obedecer-Cumplir Entender-Comprender
Dualismo Monismo
Dios-Creaci�n Universo
Mente-Materia Conciencia
Cosas Separadas Cosas Relacionadas
Leyes e Intermediarios Atenci�n y Observaci�n
�tica Compasi�n
Causalidad Sincronicidad
Eco-nom�a Eco-log�a
Transacci�n Identificaci�n
Mercado Organizaci�n
Comunicaci�n Comuni�n
Adem�s, Arist�teles cre� la l�gica formal que sustenta la ciencia actual y la
tendencia a catalogar y clasificar los conocimientos. Inspirados en �l, y en
menor grado en Plat�n, han surgido el racionalismo cartesiano y el positivismo
modernos que tanto auge tienen en las teor�as y ciencias econ�micas.
La l�nea trazada por Arist�teles fue continuada por el racionalismo de Descartes
y el empirismo de Locke y Hume, los cuales quisieron ser sintetizados en una
sola concepci�n por Kant. En Ciencia, los postulados de Bacon, Cop�rnico, Newton
etc. son los faros principales que orientan nuestras disciplinas, incluyendo las
ciencias econ�micas. Los conceptos de �equilibrio� a corto o largo plazo, la
formaci�n de precios, la "maximizaci�n del beneficio" o la racionalizaci�n de
los factores de producci�n son ejemplos de esta l�nea.
Por otro lado, y sin pretender ser demasiado exactos, la l�nea minoritaria, la
inmanente o m�stica tuvo cierta continuidad en autores que siempre fueron algo
marginales a la evoluci�n del mundo occidental. Tal es el caso de Spinoza,
Schopenhauer, Nietzsche, Cioran, etc. La l�nea m�s importante, la teol�gica, con
sus concepciones taxonomistas (de clasificaci�n) heredadas del aristotelismo son
las que han llegado a nosotros con toda una historia m�s rica y diversificada,
ramific�ndose tanto hacia posiciones agn�sticas radicales como en abiertas
filosof�as teol�gicas.
3.- Mercados y Empresas: Competencia vs. Cooperaci�n.
Siempre ha existido una dicotom�a en Econom�a y en Organizaci�n de Empresas
entre estas dos dimensiones. En cierto sentido, las relaciones econ�micas y
organizativas podr�an verse como el resultado de la tensi�n dial�ctica entre
estos dos polos: la competici�n y la cooperaci�n. Incluso toda relaci�n humana
puede ser concebida como el resultado de estos dos extremos motivacionales.
Lo que vamos a proponer es que esta dial�ctica arranca de la citada dicotom�a
entre religi�n trascendente e inmanente. La �mano invisible� de Adam Smith,
podr�a muy bien ser la del dios protestante trascendente (una octava superior
del dios jud�o director). Recordemos que la idea subyacente a esta mano era que
la existencia de millones de individuos buscando su propio provecho redundaba,
parad�jicamente, en el bien colectivo v�a el mercado. Tenemos aqu� la Econom�a
Cl�sica como ciencia basada en la competencia y en la eficiencia del mercado
como medio supremo de asignaci�n de recursos.
Este dios trascendente estaba suavizado previamente en sus versiones cat�licas
con mayor �nfasis en lo social (en este caso la cooperaci�n). No deber�amos
pensar, sin embargo, que esta orientaci�n es �inferior� en eficiencia.
Recordemos, en este sentido, la cooperativa Mondrag�n en Espa�a y sus or�genes
cat�licos y participativos. Por otro lado culturas con religiones inmanentes,
como las orientales, acogieron con menor esfuerzo los conceptos emergentes de
Calidad Total (TQM) basados fundamentalmente en el trabajo en equipo y la
cooperaci�n. Y bien sabemos, por ilustrarlo con un ejemplo, c�mo la industria
automovil�stica japonesa estuvo a punto de barrer a la norteamericana como
consecuencia de la aplicaci�n de esta filosof�a de organizaci�n hace 2 o 3
d�cadas. N�tese que el concepto de inmanencia en su dimensi�n de �pertenencia� a
algo m�s grande que uno mismo es muy pr�ximo al de cultura.
De hecho, y siguiendo esta inspiraci�n, en otro lugar (Grand�o, 1996a), se ha
intentado integrar ambos modelos concibi�ndolos como dos modos complementarios
de asignaci�n de recursos ligados dial�cticamente. En aquella proposici�n
te�rica:
"... podr�amos hablar de una interacci�n dial�ctica entre las dos. Tenemos pues,
dos modos de asignaci�n de recursos con distinto tipo de se�ales: el mercado,
con los precios actuando como se�ales de informaci�n (cuantitativas), y la
organizaci�n, con la cultura (el "principio" seg�n la terminolog�a de David
Kreps) actuando, en el mismo sentido, como se�ales de informaci�n
(cualitativas). Adem�s, en el modelo propuesto por nosotros, existen los
"costes" que, a falta de una palabra mejor llamaremos Costes de Detachment
(desarraigo, desidentificaci�n de una cultura espec�fica) como la contrapartida
a los de Transacci�n." (Grand�o, 1996a, 400).
Figura 1: Mecanismos de Asignaci�n de Recursos (Fuente: Grand�o, A. 1996a).
Articular dial�cticamente los costes de desarraigo (detachment) con los de
transacci�n (Coase, 1937; Williamson, 1985) como aspectos de una misma realidad
y cuyas ra�ces se hunden en su opuesto puede sernos de gran ayuda para entender
hacia donde se encamina la presente era de la Econom�a de la Informaci�n, el
Conocimiento y el Aprendizaje.
Los Costes de Detachment pueden concebirse como los costes de individualizarse
(sentirse "distinto a") respecto a un grupo. Tambi�n incluir�an los potentes
aspectos, demasiado olvidados por los economistas, de inercia mental, de
necesidades sociales, de apego a ciertos esquemas, im�genes (Morgan, G. 1986) o
rutinas idiosincr�sicos a la hora de procesar la realidad. Aunque de modo
impl�cito, la Teor�a Evolutiva de Nelson y Winter (1982) la contemplan en su
modelo econ�mico al explicar la empresa como un conjunto de "rutinas". Tambi�n
cabe reconocer un atisbo de ellos cuando Williamson (1985) habla de la
"Transformaci�n Fundamental", de Activos Espec�ficos y del conocimiento personal
de Polanyi (1960) (Grand�o, 1996a, 401). Ejemplos podr�an ser el h�bito de
adaptarnos a un procesador de textos determinado y el coste que nos supondr�a
cambiar a otro nuevo. Este fen�meno es bien conocido por muchos fabricantes de
software que permiten la utilizaci�n de su software a modo de prueba (versiones
"trial", "shareware" o "freeware") e incluso toleran de modo m�s o menos
expl�cito su uso ilegal con el prop�sito de generar esta habituaci�n.
3.- La Econom�a como Religi�n y Motivaci�n secularizadas.
No podemos detenernos en el vasto oc�ano de las ra�ces paradigm�ticas de la
Econom�a Cl�sica, pero s� que ser�a �til recordar algunos conceptos �tiles para
este art�culo. Si la Econom�a es una Ciencia Social, la motivaci�n humana
tendr�a un papel importante en ella �qu� nos dice la historia? Examinemos, por
ejemplo, el constructo de �utilidad�. Sus ra�ces podr�an encontrarse en la
filosof�a de Jeremy Bentham ("Introduction to the Principles of Morals and
Legislation",1780). El utilitarismo postula a �lo �til� como el principio
regulador de la actividad y de la organizaci�n social de los seres humanos. Ello
ten�a como corolario directo la cl�sica concepci�n del "homo economicus" que
todos conocemos, cuya motivaci�n quedaba resumida en el conocido "c�lculo de la
felicidad" de Bentham basado en siete factores (Intensidad del placer y/o dolor,
duraci�n, certeza, proximidad etc.) (Ekelund & H�bert, 1992, 137). El
utilitarismo, como filosof�a, fue sistematizado posteriormente por John Stuart
Mill (1836), aunque modificado en cuanto a la posibilidad de tal c�lculo. Sin
embargo, tal utilitarismo, cuando pensamos en su dimensi�n motivacional, queda
reducido a una especie de hedonismo reduccionista: la b�squeda individual del
placer y la huida del dolor.
Si el ser humano funcionara de acuerdo a motivaciones distintas o, al menos,
tambi�n, de acuerdo a algunas otras, la utilidad podr�a perder su hegemon�a
epistemol�gica y, probablemente, quedar�a relegada al c�mo y no al qu� de las
cosas. Y es que, de hecho, existen innumerables estudios que nos hablan de la
gran variedad de motivaciones humanas allende el placer, el oportunismo y el
individualismo.
Existen estudios que explican ciertas disciplinas como dependientes de ciertos
impulsos religiosos. Por ejemplo, son bien conocidas las aportaciones de Max
Weber cuando explica el capitalismo como consecuencia de la religi�n
protestante. Estos estudios tuvieron su continuidad en el �mbito psicol�gico con
la formulaci�n del marco motivacional de McClelland donde se relacionaba la
Necesidad de Logro con el capitalismo y con la religi�n protestante. Este
desarrollo te�rico modificaba, o ampliaba, como variables intervinientes si se
quiere, la hip�tesis de Max Weber de que era el protestantismo el que
determinaba el capitalismo (Morales, 1985 en Fdez. Trespalacios Vol II, 99).
Bas�ndose en la Motivaci�n de Logro, este autor lleg� a construir una teor�a
sobre el g�nesis del sistema capitalista. Como es sabido, McClelland sigui� la
pista de Weber en el sentido de que exist�a un diferencia entre los pa�ses
cat�licos y los protestantes en cuanto a la valoraci�n de que, desde una edad
temprana, los hijos adoptaran situaciones de independencia y de "valerse por s�
mismos" (Belloch y B�guena, 1985, 155). Sus conclusiones fueron:
1.- El protestantismo est� directamente relacionado con un aprendizaje temprano
de la independencia.
2.- El aprendizaje temprano de esta est� relacionado con la elevada motivaci�n
hacia el logro de los ni�os.
3.- La Necesidad de Logro est� muy relacionada con el crecimiento econ�mico.
4.- La aparici�n del protestantismo est� muy relacionado con el crecimiento
econ�mico. Esto se ilustra en la figura 2.
Figura 2: Relaci�n Entre el Protestantismo y el Capitalismo. Fuente: McClelland,
1961, 1969 en Belloch y B�guena, 1985, 156 y elaboraci�n propia.
Siguiendo a McClelland, la motivaci�n de logro (pr�cticamente id�ntica a la de
Maslow, 1970) podr�a interpretarse como la variable ex�gena que explica la
Econom�a capitalista basada en empresas, mercados y competencia (Grand�o, 1996).
Y es tambi�n, en el �mbito organizativo, la que explica el mecanismo de
coordinaci�n de Mintzberg (1979) "normalizaci�n de outputs" y su configuraci�n
correspondiente: la Organizaci�n Divisional.
Para sostener las afirmaciones anteriores dir�amos que la religi�n es una
necesidad b�sica en el mismo sentido que Maslow (1970b) habla de las necesidades
b�sicas. Maslow, de hecho, incluye en el �ltimo desarrollo de su famosa pir�mide
la necesidad de trascendencia, propia de lo que �l bautiza como "hombre Z" (un
autorrealizado superior al "meramente sano" o Y). Si, por otro lado, quisi�ramos
verlo desde una perspectiva psicoanal�tica el planteamiento podr�a ser: al igual
que el sexo, el impulso m�stico o trascendente es tratado por el ego social como
algo a reprimir. Hay estudios que vinculan la Burocracia a las necesidades de
seguridad. E incluso otros que van m�s lejos vinculando a estas �ltimas a las de
un trastorno obsesivo-compulsivo ligado a la represi�n sexual (Morgan, 1990;
Grand�o, 1996). De este modo, podr�amos proceder concibiendo otros tipos de
configuraciones estructurales como resultado del impulso religioso. Ya hemos
citado la Organizaci�n Divisional como respondiendo a la Necesidad de Logro, la
cual corresponde a la inmensa mayor�a de las empresas y mercados existentes en
la actualidad. Mintzberg (1981), por otro lado, habla de una Organizaci�n
Misionaria (aquella donde la normalizaci�n de normas o cultura es el mecanismo
de coordinaci�n dominante). Y en el mismo sentido podr�amos ir m�s all� y
sugerir que la Organizaci�n Innovadora, Adhocr�tica o Transformacional es la
manifestaci�n de como resultado de la "liberaci�n" del instinto creativo o
m�stico que reside en la misma naturaleza humana, social y organizativa.
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