Autor: Sandra Ríos
Introducción
Es evidente que la naturaleza de la agricultura y la producción de alimentos se
ha movido desde un modelo tradicional basado en la producción familiar para
mercados locales y nacionales, a lo que Whatmore (1994) ha llamado un ‘complejo
agroalimenticio’ con un alcance global. Este complejo se ha definido como "el
set de actividades y relaciones que interactúan para determinar qué, cuánto, y
por qué método y para quién se producen y distribuyen los alimentos". Whatmore
conceptualiza el sistema como compuesto de cuatro partes inter-relacionadas: la
industria de la agrotecnología (A), la industria de los cultivos agrícolas (B),
la industria alimenticia (C) y el consumidor de alimentos (D). Entre estos
grupos, existen varios grupos de cuerpos reguladores; entre A y B se
conceptualizan varias sucursales de extensión (comercio minorista, consultoría y
crédito); estas actividades son realizadas por una combinación de agentes
comerciales, estatales y reguladores. Entre B y C, cuerpos principalmente
estatales regulan la calidad y comercialización, además de desempeñar otras
actividades de intervención. Finalmente, entre C y D entidades, principalmente
estatales, desempeñan labores reguladoras tales como la calidad y seguridad de
los alimentos y las medidas de nutrición y salud.
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Desarrollo
En el sector agropecuario para comprender este proceso de acumulación de capital
debemos desarrollar el concepto de cuestión agraria, es decir, el estado de la
producción agropecuaria y las principales variables que inciden en la
consecución de bienestar. Los principales avances del pensamiento económico se
materializan hacia fines del siglo XVII y principios del XVIII, junto con el
desarrollo del capitalismo. Así, el capital, el trabajo, el valor, el precio, la
oferta, la demanda, la renta, el interés, la ganancia se incorpora como
elementos importantes al análisis teórico. El sector agrícola ha sufrido
metamorfosis en su origen desde esa época.
Inicialmente el desarrollo y consolidación del capitalismo y el nacimiento de la
política económica clásica significaron que los sistemas de producción agrícola
y el problema de la renta de la tierra se constituyeran en un punto central de
análisis de la cuestión agraria. Existen dos propuestas antagónicas para
explicar la cuestión agraria: para los clásicos, siguiendo a Ricardo y a Marx,
la tierra es un recurso natural; el nivel de la renta está determinado por una
relación social y no por la actividad económica del terrateniente. Este enfoque
tiene como objetivo la eliminación del latifundio rentista, improductivo, a
través de la implementación de la reforma agraria. Por otro lado para los
neoclásicos, la tierra es un factor de producción; la actividad económica de su
propietario contribuye al incremento de su ingreso. La renta corresponde al
costo del uso del suelo, y su nivel depende esencialmente de factores
económicos. Esta postura razona exclusivamente en términos de cálculo económico:
sólo la propiedad permite dicho cálculo y por consiguiente, es necesaria para
mejorar la eficacia de la producción. El mercado, y en particular el de los
factores de la producción, regulará la actividad productiva. Las propuestas
basadas en estas premisas se orientarán a mejorar el funcionamiento del mercado,
en particular en lo que se refiere a su transparencia y fluidez.
Por un lado las corrientes de pensamiento económico socialista (Marx y Ricardo)
veían en la estructura de la propiedad un impedimento para materializar el
reemplazo del sistema capitalista por un Estado provisto de un derecho de
disposición sobre los medios de producción y por otro, la economía neoclásica,
el problema de la renta de la tierra sólo significaba un fenómeno económico más,
dentro de las ciencias económicas. En América latina, los aportes de las
distintas corrientes socialistas jugaron un rol muy importante en la discusión
en torno al problema y la estructura agraria. Dentro de éstas, los postulados de
Chayanov (1966) dejaron un valioso legado instrumental y teórico para la
comprensión y el análisis de las economías campesinas, como una forma especial
de organización productiva, las que aún predominan en muchos de nuestros países
como Perú, Bolivia.
Sin embargo, a pesar de la postura clásica surge una postura en el S XX tratada
por economistas como Phillip Mc Michael (1995) que afirma: “En un mundo en el
que rápidamente se hacen evidentes los límites de los paradigmas industriales
estamos redescubriendo el hecho histórico de que el control de la tierra y de
los alimentos ha sido un elemento fundamental de la ecuación política, tanto
dentro y entre estados, por una parte, como mediante la construcción y
reconstrucción de las dietas alimenticias, por la otra. El pasaje a lo largo de
este siglo de la cuestión de la tenencia de la tierra (cuestión agraria clásica
y neoclásica) a las cuestiones alimentarias y verdes (cuestión agraria global )
aparece recurrente. O sea, que los movimientos globales que resisten el ideal
autorregulado del mercado impulsado por las corporaciones, procuran reintegrar
estas dos cuestiones que históricamente fueron separadas entre sí” (McMichael,
1995).
Los procesos de globalización sobre la cuestión agraria global (definida como la
interacción del control de la tierra y de los alimentos), determinan una nueva
ruralidad latinoamericana que afecta también a Chile. Esta cuestión agraria
juega un nuevo papel donde en el marco del proceso de globalización, mucho de
los fenómenos que se manifiestan en la actualidad en el medio rural están
caracterizados por exclusión social, intensificación del dominio del capital
sobre el agro en el marco de un proceso capitalista crecientemente globalizado (McMichael,
1995). También se generan fuertes cadenas de difusión creciente del trabajo
asalariado, precarización del empleo rural, la multiocupación, la expulsión de
pequeños productores del sector, las continuas migraciones campo-ciudad, la
creciente orientación de la producción agropecuaria hacia los mercados, la
articulación de los productores agrarios a complejos agroindustriales en los que
predominan las decisiones de núcleos de poder vinculados a grandes empresas
transnacionales. Todos estos procesos pueden ser relacionados con procesos de
globalización, y con procesos tecnológicos asociados a ellos.
Los desafíos que enfrentan los campesinos, en general, asalariados o pequeños
productores agrarios ( y sus familias) son consecuencia de los cambios ocurridos
en el cambio de las reglas del juego y de los cambios experimentados por los
sistemas agroalimentarios en particular, todo lo cual los obliga a actuar en un
contexto de marcada polarización, creciente heterogeneidad y de marcada
bipolaridad de los mercados rurales (Como por ejemplo el de crédito, tecnología,
inversión y tierra entre otros). (Schetjman y Parada, 2003). Sin embargo, más
allá de su significado mercantil el estudio de los procesos de producción y
distribución de alimentos tiene un papel central para entender las
transformaciones sufridas por las relaciones socioeconómicas en los últimos
tiempos.
Todos los análisis que se han hecho de la globalización económica apelan a la
dualidad entre lo global y lo local: el primero acrecienta su poder a expensas
del segundo. Aquí entonces surge el concepto de Glocalización, que es un enfoque
teórico de desarrollo local en el contexto de la integración económica y
globalización. Fundamentalmente, el concepto surge de la interrelación de lo
“Local” entendiéndolo como todo ámbito donde los agentes territoriales tienen
capacidad de fijar el rumbo. Básicamente, remite a una direccionalidad
“abajo-arriba”, a las capacidades emergentes de un sistema territorial, que
serán más reconocibles cuanto más acotada sea la extensión del sistema en
cuestión. (Boisier, 2000). El pensamiento económico imperante escindió la
economía del territorio, al considerar la macroeconomía como la única dimensión
relevante. También desenganchó la política del territorio, al colocar sólo al
mercado como regulador de las relaciones sociales. Así, el triunfo de lo global,
fue presentado como la derrota de los territorios, el fin de la geografía a
partir de la constitución de un espacio planetario de tiempo presente. En varios
aspectos la globalización confiere nuevos significados a individuos y sociedad,
modos de vida y formas de cultura, a ciudades y regiones. Todo puede ganar otra
luz cuando se ve desde la perspectiva abierta de la globalización. Estamos ante
la génesis de un nuevo mundo. Castells (1996) nos recuerda que estamos hoy en la
sociedad red, donde los cimientos materiales de la sociedad (espacio y tiempo),
se están transformando y organizando en torno al espacio de los flujos y el
tiempo atemporal. La globalización reconstituye los aspectos productivos,
geográficos, políticos y socio-culturales en una dimensión que transforma la
geografía, esto se explica porque somos espectadores de un proceso inacabado de
reestructuración del modelo de acumulación capitalista, inducido por la adopción
y difusión de nuevas tecnologías que en el campo de la producción posibilitan el
aumento de las capacidades de flexibilización, productividad y competitividad de
la actividad productiva.
Lo global no puede prescindir de lo local, ni lo local puede expandirse, o aún
sobrevivir, desconectado de los movimientos globalizadores. Pero el realismo de
lo local no puede resultar una visión miope dentro del escenario global. Lo
fragmentario es uno de sus rasgos estructurales. La globalización no sólo
homogeneiza y nos vuelve más próximos, sino que multiplica las diferencias y
engendra nuevas desigualdades. Entender la relación global/local requiere de
enfoques holísticos, sistémicos y recursivos. Un paradigma propio de la
complejidad.” (Boisier, 1998) Si situamos el análisis en la construcción social
de la Región de Los Lagos en el contexto de la relación global-local, se hace
menester referenciar la necesidad de enlazar los procesos de modernización y
globalización, dominio tradicional de la economía y sociología, con los procesos
culturales, vinculando lo rural a lo industrial y a lo urbano, buscando un mejor
entendimiento de la localidad refractada en la globalidad. (Salas, 2002).
La liberalización de los mercados aunque permite acceder a productos y servicios
más baratos, también desprotege los mercados locales que tradicionalmente han
estado cautivos. (Constance y Hederían, 1994). Por esto adquieren importancia,
además de los incentivos para su creación y la eliminación de los sesgos
agrícolas de las políticas de desarrollo rural, la capacitación de los
integrantes de los hogares, especialmente de la mujer, la inversión en educación
y en infraestructura de transporte y comunicaciones. (Kobrich, Villanueva y
Dirven, 2004). Si continuamos considerando la dialéctica global/local, el Estado
no desaparece, sino que la dimensión mínima de un gobierno se ha reducido, por
los cambios tecnológicos y organizativos y los cambios políticos han hecho
posible la reivindicación de los gobiernos locales. Como muy bien lo advierte
Coraggio (1999), a los fines de un desarrollo integral e integrado, existe la
necesidad de recuperar las dimensiones nacional y regional del desarrollo, para
superar la tensión global/local. La atención puesta en las políticas de
desarrollo territorial no sólo refleja el reconocimiento que las regiones y
localidades deben ser dinámicas y flexibles para alcanzar su potencial.
Fundamentalmente, el rol más importante del Estado y, tal vez por ello, el más
difícil de llevar a cabo, es establecer y reforzar la institucionalidad, es
decir, las reglas de juego que incentiven a la participación económica y
creativa por parte de todos los ciudadanos. Porque en definitiva, el Estado no
es un orden espontáneo que se desarrolla como consecuencia natural de los
ajustes económicos y la eliminación de intervenciones, como suele ser entendido
desde el paradigma neoliberal, sino un conjunto de roles, órdenes,
instituciones, que están en un permanente estado de evolución . El Estado debe
asegurar la provisión de bienes colectivos que los mercados no proveen, pero sin
los cuales el orden social no sobreviviría. Por tanto, la reforma del Estado no
implica su reducción a su mínima expresión posible, sino su reconstrucción en
sus diferentes niveles, del central al local, para que pueda desempeñar
completamente sus funciones en relación a la sociedad y el mercado. Esto nos
dará la pauta de sus características funcionales, institucionales y
territoriales.
La política agrícola de liberalización del comercio tiene efectos dispares según
los agentes económicos y sociales y de acuerdo a las diferencias regionales:
viabilidad para aquellos sectores con mayor potencial comercial y que tienen
ventajas comparativas y competitivas en el mercado mundial y transformación
productiva o desaparición para aquellos sectores que no lo tienen. Este es un
aspecto central de la crisis actual en la agricultura chilena, situación que es
compartida por un amplio número de países en los que la fuerza de trabajo
ocupada en agricultura es aún muy importante. El peligro para el sector
agropecuario Chileno estriba en la rapidez del ritmo de la globalización. La
preocupación que existe al respecto responde a tres hechos: i) el control del
comercio de productos alimenticios por unas pocas empresas multinacionales; ii)
las enormes diferencias tecnológicas que existen entre los países ricos y los
países pobres; y iii) el papel de la agricultura como sector que da empleo a la
mayor parte de la fuerza de trabajo en los países más pobres.
Uno de los círculos virtuosos que caracteriza a la mayoría de los procesos
exitosos de transformación productiva es el estrechamiento de los vínculos entre
el desarrollo del sector agropecuario y el de la industria. La fuerza
determinante del mantenimiento del aumento de la productividad es el flujo de
los progresos logrados en el campo de la tecnología aplicada. (Johnston y Kilby,
1987). Estas relaciones resultan exitosas cuando se gestan en un marco de
estructuras agrarias relativamente homogéneas o cuando contribuyen a crearlas.
La liberalización agrícola aumenta el conflicto entre los productores y los
comercializadores de productos agrícolas. En el caso de la leche en Chile, los
pequeños productores no tienen movilidad y su estructura social se debilita; los
comercializadores operan a nivel global y la globalización les permite acceso
garantizado a fuentes globales de abastecimiento, lo que entrega una ventaja
comparativa muy importante para las transnacionales que le permite liberar su
capital industrial de la estacionalidad de la producción agrícola de diferentes
áreas geográficas. La globalización está transformando la agricultura hacia un
modelo de producción continua que es característico de empresas no biológicas.
Bajo el modelo transnacional la importancia política de los agricultores se
reduce en forma dramática, ocupando una posición estructural subordinada a los
intereses agroalimentarios. Las formas tradicionales de organización agrícola
como las cooperativas pierden importancia económica y política. Los productores
van a ser confrontados por una presión constante y creciente de perseguir
estrategias de sobrevivencia y competitividad en vez de una estrategia coherente
como grupo social.
Conclusión
Los mercados globalizados son exclusivos. Sólo algunos productores cumplen los
requisitos para acceder a ellos y para los pequeños productores puede ser
difícil conocer bien dichos requisitos y realizar las inversiones necesarias.
Las cadenas integradas verticalmente controladas por grandes minoristas tienden
a orientarse hacia sistemas de compra centralizada. incluida la utilización de
mayoristas especializados en una categoría de productos y/o que operen
exclusivamente con dicha cadena de comercialización. Las grandes cadenas de
supermercados pueden utilizar sistemas de suministro preferente para seleccionar
a los productores que cumplan las normas de calidad e inocuidad y reducir los
costos de transacción. Los productos adquiridos pueden proceder de una vasta
área geográfica y la compra se coordina entre distintas áreas geográficas de
actividad.
Los requisitos de inocuidad y calidad se pueden convertir en obstáculos no
arancelarios. tan onerosos de superar como los anteriores aranceles. Los
requisitos se actualizan frecuentemente y la velocidad a la que cambian puede
resultar tan problemática como el valor de la variación. Los grandes productores
y elaboradores invierten por encima de los requisitos actuales para reducir el
número de cambios necesarios. pero para los pequeños productores resulta más
difícil hacerlo. o prever qué requisitos adicionales se pedirán posteriormente.
El Comité de Agricultura delibera sobre las repercusiones de la globalización.
Los mercados pecuarios globalizados pueden contribuir a incrementar los ingresos
de los países y a mejorar la nutrición en los mismos, pero también plantean
posibles riesgos para los medios de subsistencia, la salud humana y el medio
ambiente.
El sector pecuario, tradicionalmente basado en la producción y el consumo local,
proporciona medios de subsistencia a unos 600 millones de personas pobres del
medio rural, declara la FAO en un informe presentado a su Comité de Agricultura,
que se reúne en Roma entre el 13 y el 16 de abril de 2005.
En los países en desarrollo, la producción de carne ha aumentado un 230 %, y la
producción de leche un 200% desde principios de los años 80. El crecimiento
demográfico y la subida de los ingresos han contribuido al aumento de la
demanda. La FAO estima que para 2030 el mundo en desarrollo consumirá cerca de
dos terceras partes del suministro mundial de leche y de carne, respecto a la
tercera parte que consumía hace 25 años, por esto el tema es sumamente relevante
tanto para la agenda política de los países como para la ciudadanía en general.
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