ENRIQUE UJALDÓN
1. ADAM SMITH Y EL MÉTODO NEWTONIANO.
El comienzo de TSM , en un siglo marcado por el espíritu de Newton, ha
determinado la interpretación de la obra. Afirma Adam Smith que: «Por más
egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza
algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que
la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más
que el placer de contemplarla» (TSM, I, i, 1 § 1, pág. 49). La expresión
«algunos principios» ha conducido a muchos intérpretes de TSM a leerla con las
claves de la revolución científica newtoniana. El objetivo de Smith sería el de
encontrar los principios que gobiernan la naturaleza humana para deducir de
ellos las leyes que rigen la conducta de los hombres, del mismo modo que Newton
calculaba la trayectoria de los planetas gracias a las leyes del movimiento. Esa
sería la línea de argumentación de Adam Smith cuando escribe: «La sociedad
humana, cuando la contemplamos desde una perspectiva abstracta y filosófica,
parece una gran máquina, una inmensa máquina cuyos movimientos ordenados y
armoniosos dan lugar a numerosas consecuencias agradables» (TSM, VII, iii, 1 §
2, pág. 552).
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No faltan tampoco referencias elogiosas a Newton en los textos de Adam
Smith: «El genio superior y la sagacidad de Sir Isaac Newton, pues, lograron el
más feliz y ahora podemos proclamar que el más grande y más admirable adelanto
nunca conseguido en la filosofía» En sus Lectures on Rhetoric and Belles Lettres,
afirma que el modo de teorizar de Newton es más satisfactorio que el de
Aristóteles . Además se puede aportar como prueba del respeto smithiano por el
método newtoniano evidencias textuales como la siguiente: «Las máximas generales
de la moral se forman, como todas las demás máximas generales, a partir de la
experiencia y la inducción. Observamos en una amplia variedad de casos concretos
lo que place o disgusta a nuestras facultades morales, lo que aprueban y
reprueban, y por inducción de esa experiencia estipulamos dichas normas
generales», en donde se acentúa la importancia de la clasificación, la
observación, la generalización a través de la inducción (TSM, VII, iii, 2. § 6,
pág. 558) . Las menciones explícitas de Hume al mismo tema reforzarían esta
lectura y situarían el nacimiento de las ciencias sociales en la órbita de la
revolución científica . Todo ello parece sostener la idea de que Adam Smith
quería desarrollar en su trabajo una metodología newtoniana. Y, en esa línea, se
ha intentado reconstruir algunos argumentos de TSM para hacerlos compatibles con
una concepción newtoniana de la ciencia.
Sin embargo, él nunca afirmó en sus trabajos publicados que siguiese el método
newtoniano. Sólo cita en una ocasión a Newton en TSM, una cita circunstancial y
sin ninguna carga metodológica . Además, Adam Smith no utiliza apenas aparato
matemático y declara en RN que no tiene «gran fe en la aritmética política» (IV,
v, b 30). Su método no es matemático, a pesar de su presunto newtonianismo, sino
que es más exacto calificarlo como histórico–literario. De lo que se trata es de
conjugar los sucesos reales con ciertas hipótesis psicológicas para configurar
una narrativa plausible de cómo los seres humanos juzgan, producen bienes y los
intercambian. Quizás quien utilizó un método más parecido de los pensadores
posteriores a Adam Smith es Alexis de Tocqueville .
Las personas que aparecen en TSM y en RN son siempre individuos, no números que
formen parte de una estadística. Individuos que quieren diferentes cosas y cuyas
vidas difieren ampliamente en sus detalles. Smith no usa el concepto de
“naturaleza” para referirse a lo que sucede de modo uniforme y necesario, sino
para referirse a lo que sucede normalmente, de acuerdo con alguna explicación
que nos permita dar sentido al acontecimiento y hacerlo predecible, en la medida
de lo posible. En este sentido, Smith se nos muestra como un buen humeano,
porque la naturaleza de una cosa no necesita ser inamovible.
Hierran, por consiguiente, quienes intentan aplicar los presuntos métodos
newtonianos a la filosofía de Adam Smith. Así, por ejemplo, A. S. Skinner, quien
afirma que considera evidente que una de las tres proposiciones que da forma al
trabajo de Smith es: «the view that the science of man can only be properly
developed by usind the “experimental” method as evolved by Newton» . Un buen
ejemplo de este modo equivocado de juzgar el pensamiento smithiano es el libro
de Raquel Lázaro Cantero, La sociedad comercial en Adam Smith . La piedra de
toque de la interpretación de Raquel Lázaro es el un ensayo de juventud de Adam
Smith titulado «Historia de la astronomía» , al que su autor mostraba un gran
aprecio. En él, Smith defiende una concepción de la ciencia natural que no
abandonará en su madurez, la idea de que ésta pretende poner orden y coherencia
en el mundo natural ofreciendo una explicación de los fenómenos que nos
satisfaga y calme la inquietud de nuestra imaginación. Ése sería precisamente el
mérito del sistema newtoniano. Ahora bien, es discutible que ésa sea la
percepción de Newton de su propio trabajo. Y es más que discutible el afirmar
que: «El sistema newtoniano es la filosofía experimental, es decir, la ciencia
que parte de los fenómenos, los analiza y establece a partir de inducción
general unos pocos principios que bajo la forma de leyes explican los fenómenos
observados» . Pero no nos interesa aquí la discusión sobre el método newtoniano
. ¿Cuál sería, en resumen, la influencia de Newton en el método de Adam Smith?
Cremaschi lo resume en tres rasgos: la universalidad, el antirracionalismo y lo
experimental . Caracterización con la que está de acuerdo Lázaro Cantero , pero
de la que debo disentir. Primero porque las apelaciones a la naturaleza en
general y a la naturaleza humana en particular que podemos encontrar en los
libros de Adam Smith insisten en muchas ocasiones en lo que hay en todo ello de
general. Pero ello no excluye que, en lo que concierne a los hombres cada caso
exija un análisis particularizado que no puede ser sometido a reglas generales.
En segundo lugar porque hablar de antirracionalismo en Adam Smith, como en casi
cualquier otro autor, es algo prácticamente vacío si no se especifica muy bien a
qué se está refiriendo uno. Inmediatamente después del fragmento de TSM citado
más arriba, Adam Smith añade: «Mas la inducción siempre ha sido considerada una
de las operaciones de la razón. Por consiguiente, es propio decir que derivamos
de la razón todas esas máximas e ideas generales». (TSM, VII, iii, 2. § 6, pág.
558). Si el antirracionalismo se reduce al rechazo a las ideas innatas y a
insistir en la importancia de la experiencia, entonces parece que por
antirracionalismo queremos decir anticartesianismo, lo que en el momento en que
escribía Newton era importante, pero en absoluto lo era cuando escribe Adam
Smith. Después de las críticas lockeanas a las ideas innatas, tales concepciones
desaparecerán del pensamiento anglosajón hasta la obra de Chomsky, mediados los
años 50 del s. XX. Y, por último, porque la apelación a la experiencia no es
algo que Newton aportase a los escoceses. La tradición empirista británica hunde
sus raíces en la obra de Aristóteles a través del pensamiento nominalista
medieval.
Las apelaciones al newtonianismo smithiano se vuelven entonces puramente
retóricas y, cuando no son simplemente vacías, suelen introducir elementos
distorsionadores de la correcta interpretación de los textos. Así, por ejemplo,
Rodríguez Lluesma como cree que las explicaciones de Adam Smith deben
conformarse al molde de lo que, según él, debe ser una explicación newtoniana,
subraya las explicaciones más mecanicistas en Adam Smith y, o bien desprecia
otras que no se adaptan bien a ese esquema, o bien acusa a Smith de
incoherencia, por no utilizar el tipo de explicaciones que Rodríguez Lluesma
cree que Smith debería utilizar . Todo ello para que el símil mecanicista
resulte más persuasivo .
2. LAS EXPLICACIONES TELEOLÓGICAS.
Si no podemos salvar el expediente apelando al método experimental de raíz
newtoniana, ¿cuál es la entonces una buena explicación en la teoría de la
ciencia de Adam Smith? La respuesta es compleja porque Smith no escribió ninguna
obra de epistemología. Es cierto que en la «Historia de la astronomía»
anteriormente citada, defendió que el avance del conocimiento se debía a una
mezcla de prueba empírica junto con la elaboración de modelos teóricos, pero
ello, como hemos argumentado, es demasiado genérico para constituir metodología
alguna. Una influencia más clara, pero más oculta, debía de ser la de Hobbes que
suponía que hay una naturaleza humana común y que se puede elaborar un estudio
científico de los fenómenos sociales sobre la base de tal naturaleza común del
hombre. Pero los intérpretes, ante la vaguedad metodológica de la apelación al
método experimental, han oscilado, en la práctica, entre asimilar la obra de
Adam Smith a una especie de precursor del funcionalismo o argumentar que toda su
retórica explicativa está subvertida por una teleología metafísica que deja el
orden del universo en las manos de un Dios providente. Veamos cada una
separadamente.
1. La lectura funcionalista. La interpretación funcionalista del pensamiento de
nuestro autor se apoya en citas como la siguiente: «En general, puede decirse
normalmente que el tipo de modales que prevalece en cualquier nación es en
conjunto el más adecuado a sus condiciones» (TSM, V, 2 § 13, pág. 372). El texto
parece justificar la existencia de las normas sociales de una comunidad dada
como el resultado de la adaptación de los hombres a las circunstancias
concretas. Si ciertas normas o costumbres son las usuales en un pueblo y un
momento dado, entonces es que son adecuadas, esto es, funcionan. El razonamiento
procedería del siguiente modo: si puedes demostrar por qué una determinada
institución o conducta tiene efectos beneficiosos, aunque inintencionales y no
reconocidos, entonces ya has explicado por qué existe y persiste tal conducta o
institución. Es el tipo de interpretación que realiza Carlos Rodríguez Lluesma,
quien afirma: «Smith está proponiendo algo parecido a una de las tesis de
Malinowski en Una teoría científica de la cultura , a saber, que las
instituciones culturales encuentran su explicación cuando se las ve como medios
por las que se cubren las necesidades humanas» . El autor es consciente de que
el funcionalismo ha sido acusado de vacuidad, y así lo señala en una nota a pie
de página, pero rehusa discutir la cuestión. El comentario de Rodríguez Lluesma
surge de los textos de Adam Smith sobre el origen de las artes, como forma de
satisfacción las necesidades humanas . Sin embargo, que genéticamente se afirme
que las artes surgieron debido a las necesidades humanas no quiere decir que a
cada una de las artes se le deba buscar una necesidad. Eso se llama falacia de
composición. Smith no la comete. Esto es, no es lo mismo afirmar que las normas
de una comunidad son el resultado de la adaptación del grupo a sus
circunstancias históricas y sociales que pretender explicar con las mismas
razones cada una de las normas objeto de análisis. El que una determinada
costumbre o institución social funcione, no nos explica por qué lo hace ni
cuáles son los mecanismos que conducen a los sujetos a la realización de tales
acciones. Algo puede ser bueno para una sociedad, «funcionar», pero si no
encontramos el mecanismo que hace que eso mismo sea bueno para un sujeto
particular, entonces no habremos explicado la presencia de esa costumbre o
institución en una sociedad dada . Las únicas explicaciones que podemos aceptar
que funcionan son aquellas que no sólo son compatibles con la acción humana
individual, sino que parten de ella. Al final del presente artículo volveremos
más adelante sobre esta cuestión.
2. La lectura metafísica. Las múltiples apelaciones en la obra de Smith a la
providencia divina, así como su muy famosa de la «mano invisible» que regula los
procesos económicos, han impulsado a muchos lectores a ver su filosofía como
pura metafísica especulativa, semioculta por la retórica de la explicación
científica. Los procesos teleológicos son ubicuos en los libros de Smith y
reducirían su presunta ciencia a mera teleología, no mejor que la aristotélica.
Las explicaciones teleológicas han sido parte fundamental de nuestra visión del
mundo desde la Antigua Grecia, pero ahora gozan de una mala fama tan
generalizada que difícilmente se apela a ellas directamente y si aparecen, y lo
hacen con más frecuencia de lo que pueda parecer, lo hacen bajo algún que otro
disfraz. En el s. XVIII podemos encontrar algunas de las mejores críticas a tal
tipo de explicación, así como algunos de sus usos tradicionales. Las
explicaciones teleológicas están relacionadas con la percepción de un orden en
el universo al que todos los seres parecen estar dirigidos. La explicación de
ese orden es puramente metafísica cuando se asume el orden como dado y se
subordina la explicación del funcionamiento de cada una de las partes que
configuran el sistema del mundo a su colaboración con el presunto orden
finalista. Otra cosa bien diferente es distinguir entre las causas eficientes de
los fenómenos y sus causas finales particulares. No tenemos narices para
soportar las gafas, pero su diseño tiene en cuenta el hecho de que deben reposar
sobre la nariz. Los seres vivos necesitan regular su temperatura y para eso
sirven los muy diferentes sistemas de control de la temperatura corporal que
podemos encontrar en la naturaleza. El dispositivo en sí mismo es independiente
de para qué sirve, pero ello no puede ocultar el hecho de que no podríamos
comprender verdaderamente su funcionamiento si no podemos ponerlo en relación
con aquello para lo que sirve . Pero si la cuestión ha resultado controvertida
en filosofía natural, en nuestra moderna biología, qué decir de la filosofía
moral. La alusión a la mano providente de Dios que gobierna el mundo buscando el
mejor orden posible, como en Leibniz, es algo que no podemos por menos que
rechazar desde el punto de vista de la argumentación filosófica. Y ello se ha
esgrimido una y otra vez en contra de la argumentación smithiana.
Así, a modo de ejemplo, Gustavo Bueno en El sentido de la vida califica al
concepto de persona de Adam Smith como «suprematista», personas soberanas, pero
«armónicamente codeterminadas por la mano oculta del mercado... tan próxima al
monadismo leibniciano» . Obviamente, Adam Smith no habla nunca de «mano oculta».
La expresión que Adam Smith utiliza tres veces a lo largo de su obra es «mano
invisible» . Algunos piensan que el que la filosofía de Adam Smith haya quedado
reducida a esta fórmula se debe a que se trata de «una imagen afortunada» , pero
otros intérpretes pensamos que tal metáfora es una fuente de continuos
malentendidos. Y si lo es la fórmula de la «mano invisible», ¡qué decir de una
«mano oculta»! . En realidad, la interpretación correcta sobre el libre mercado
en Adam Smith es que no hay nada ni nadie que regule sus posibles equilibrios
más que la confluencia de los intereses en disputa que se dan en él. No hay
ninguna armonía preestablecida, puesto que, de hecho, la realidad del mercado es
justamente no armónica, ni tampoco los individuos que operan en él son mónadas,
pues el mercado es un marco abstracto de intercambio , mientras que las mónadas,
como todos sabemos, no tienen ventanas. La equiparación de las tesis de Adam
Smith con las de Leibniz oscurece más que aclara las posiciones de ambos
filósofos.
Pero la argumentación de Adam Smith no depende de la existencia de un orden del
mundo que surja de la mano providente de Dios, sino que el peso de su
argumentación reposa en mostrar cómo podemos ofrecer explicaciones detalladas de
cómo se genera el orden social. Las apelaciones a Dios son numerosas, pero
puramente genéricas. La argumentación no depende de ello. Justamente podríamos
afirmar que la argumentación procede de modo inverso. Es nuestra naturaleza
misma la que nos impulsa a buscar los medios de nuestra supervivencia que no
están garantizados de ningún modo. No podemos confiar en la providencia divina
como los pájaros del campo.
El ejemplo que pone Smith de la reproducción es revelador. Afirma Smith: «Así,
la conservación y la propagación de la especie son los grandes fines que la
naturaleza parece haberse propuesto en la formación de todos los animales. Los
seres humanos están dotados de un deseo de tales objetivos y una aversión por
los opuestos, un amor a la vida y un temor a la muerte, un deseo de continuar y
perpetuar la especie y una aversión ante la idea de su total extinción. Pero
aunque estemos así dotados de un deseo muy intenso de dichos fines, no se ha
confiado a la lenta e incierta determinación de nuestra razón el descubrir los
medios adecuados para conseguirlos. La naturaleza nos ha dirigido hacia la mayor
parte de ellos mediante instintos originales e inmediatos. El hambre, la sed, la
pasión que atrae a los sexos, el gusto por el placer, el rechazo al dolor, nos
impulsan a aplicar esos medios por ellos mismos, sin ninguna consideración a su
tendencia a los benéficos fines que el gran Director de la naturaleza intentó
realizar a través de ellos». (TSM, II, i, 5 § 10n. pág. 168). Así como tenemos
hijos sin pensar en la propagación de la especie humana, aunque el resultado sea
su propagación, así también realizamos ciertas acciones que no tienen en cuenta
cómo pueden contribuir al sostenimiento del orden social, si bien muchas de
ellas finalmente contribuyen a su sostenimiento.
Las explicaciones teoleológicas pueden ser perfectamente legítimas si explicamos
el mecanismo que les subyace . Y Smith proporciona la causa eficiente de la
adecuación entre las costumbres y el orden social: aquella conducta que no se
adecua tenderá a ser excluida por medio de la antipatía que surge a través del
mecanismo de la mutua simpatía, mientras que aquella conducta que es adecuada,
tenderá a ser aprobada del mismo modo. Pero profundizaremos en esta cuestión más
adelante. Ahora nos interesa subrayar que la unidad elemental de la vida social
es la acción humana individual. Para Adam Smith, como para muchos científicos
sociales de nuestros días, explicar las instituciones y el cambio social es
demostrar de qué manera surgen como el resultado de la acción y la interacción
de los individuos.
3. EL MÉTODO HISTÓRICO-LITERARIO.
Stuart Gordon resume del siguiente modo las tesis de las que parte Adam Smith:
«Los seres humanos difieren como individuos, y las sociedades difieren en sus
culturas, pero de todos modos es posible elaborar proposiciones sobre la
conducta que sean universalmente válidas si los seres humanos son similares
entre sí en sus naturalezas básicas. Smith adoptó las ideas que Hobbes había
expuesto un siglo antes: que hay una naturaleza humana común; que se puede
investigar mediante la introspección; y que se puede elaborar un estudio
científico de los fenómenos sociales sobre esta base empírica.» Pero Smith no
afirma que el método adecuado sea la introspección. No se trata de partir del
propio caso y examinar las propias pasiones. De lo que se trata es justamente de
lo contrario, de observar el comportamiento de los agentes morales, políticos y
económicos, dependiendo de la esfera en que nos estemos moviendo. Y el resultado
no puede ser ciencia newtoniana, porque los seres humanos no se comportan como
los graves, que pueden ser sometidos a leyes generales sin excepciones. Muy al
contrario, podemos encontrar principios generales de conducta, pero que estarán
tan sumergidos en una red de relaciones que sólo el análisis minucioso del caso
particular nos permitirá una comprensión adecuada. Para ello los instrumentos
más precisos son, por un lado, el estudio de las variedades de la experiencia
humana, bien por observación, bien mediante el examen de las obras de la
literatura y los clásicos de la antigüedad, pues recogen todas las variaciones
de las pasiones humanas y, por el otro, el estudio de la historia. La
comprensión de las sociedades humanas parte de una reconstrucción racional de la
situación de los hombres y sus motivaciones en un momento anterior que ha
conducido al estado presente, la mayor parte de las veces por medio de acciones
que tenían fines muy diferentes a los que resultaron finalmente de la
interacción de las acciones humanas.
Martha Nussbaum ha hablado de “imaginación literaria” para referirse a los usos
argumentativos de Adam Smith, entre otros filósofos y escritores . Para Martha
Nussbaum el uso de la literatura en la formación del carácter moral es
fundamental: «el género mismo, dados los rasgos generales de sus estructura,
alienta una empatía y una compasión que son sumamente relevantes para la
ciudadanía.» Y por ello: «Adam Smith tenía razón cuando encontraba en la
experiencia de la lectura un modelo de las actitudes y emociones del espectador
juicioso» . Resumamos la argumentación de Nussbaum: la racionalidad no es, en
modo alguno, un proceso de cálculo de ingresos y gastos, sino que el desarrollo
y control de las emociones forma una parte esencial de la racionalidad pública.
No nos detendremos aquí a analizar la figura del espectador imparcial , pero sí
nos interesa señalar aquí, en relación con el problema del método smithiano, el
que el cultivo de ciertas emociones es fundamental para la constitución de un
sujeto moral digno de tal nombre. Es evidente que no todas las emociones son
iguales, ni tampoco bastan las emociones las emociones para construir una
identidad moral, ni siquiera aquellas que pudiesen ser más pertinentes, como la
compasión o la alegría, frente a la cólera o la envidia. Hace falta poseer la
información precisa de la situación, no es por ello extraño que Adam Smith
recurra una y otra vez a ejemplos literarios en su argumentación. De lo que se
trata de mostrar es que la comprensión de la acción humana sólo puede partir de
la comprensión empática de la acción de un sujeto humano particular,
singularizado por una situación determinada. En este sentido, la elaboración
moral no puede eludir nunca los procedimientos de la imaginación y la fantasía
que nos permita ponernos en lugar de otros cuando somos espectadores de sus
acciones .
Así, tenemos que Adam Smith juzga que las teorías que pretenden ofrecer
conocimiento sobre el mundo deben ser juzgadas en términos de coherencia
sistémica. Pero este tipo de conocimiento es diferente de un conocimiento
“contextual” que es el que corresponde a la comprensión de la conducta humana a
través de la simpatía mutua y la intelección de las circunstancias particulares
en las que transcurre cada acción individual. Y ello porque para Smith la
explicación de la conducta humana es mucho más difícil que la explicación del
sistema del mundo, porque aquélla no sólo tiene que satisfacer los estándares de
coherencia explicativa, sino que también deberá ser capaz de explicar el
conocimiento contextual que la gente tiene de ellos mismos y de otros. Así, dice
Smith: «Un sistema de filosofía natural puede parecer muy razonable y ser
ampliamente acogido en el mundo, y sin embargo no tener base alguna en la
naturaleza ni semejanza alguna con la verdad» (TSM, VII, ii, 4 § 14, pág. 544).
En último término, los requisitos de un sistema de ciencia natural sólo pueden
ser la coherencia explicativa de modo que satisfaga los datos observacionales
que pudiesen ser obtenidos. Cuál sea la verdad en sí misma es siempre algo que
parece escapársenos. Pero esto no es algo que pueda ocurrir con los sistemas de
filosofía moral, pues por muy perfecta que pueda ser la teoría, ésta siempre
trata con hombres y situaciones de las que tenemos experiencia común, por lo que
sólo podremos aceptarla si tiene alguna apariencia de verdad. No tenemos
experiencia de cómo nacen y mueren las estrellas, así que tenemos que confiar en
las explicaciones de los astrónomos, por muy increíbles que nos parezcan. Pero
difícilmente puedo aceptar una explicación de la conducta de mi vecino que me la
haga ininteligible.
Por ello los métodos usados por Adam Smith no son los del análisis exhaustivo de
datos y la demostración more geometrico, sino la persuasión literaria, en muchas
ocasiones indirecta, que se manifiesta en el frecuente recurso a la ironía ; un
recurso que va más allá de lo literario para convertirse en filosófico, pues su
aproximación a la naturaleza humana es fuertemente naturalista y carece de
sentido tanto una condena radical de sus defectos como esperar una revolución
completa en sus comportamientos.
La reflexión moral adopta entonces la forma de una crítica de la moral: «En esta
forma de tratamiento de las reglas morales estriba la ciencia que con propiedad
se llama ética, una ciencia que aunque, al igual que la interpretación de
textos, no admite la precisión más exacta, es empero sumamente útil y
agradable.» (TSM, VII, iv, § 6, pág. 576). La forma de la crítica es la crítica
literaria, fundamentalmente la teatral y no en vano una y otra vez Adam Smith
compara la vida humana con la vida simulada que se desarrolla en los escenarios.
No es extraño, entonces, que la dicotomía actor/espectador articule todo su
discurso moral . La metáfora del mundo como un teatro tiene una gran tradición y
fue usada por los pensadores estoicos, que Adam Smith conocía bien . También
Hume había dicho que: «Somos colocados en este mundo como en un teatro en el que
los verdaderos orígenes y causas de cada cosa que sucede están completamente
ocultos a nuestra vista.»
La metáfora teatral, con ser iluminadora, puede ser desorientadora en el
discurso moral, pues hay un paso muy pequeño entre concebir la vida como teatro
y concebirla como obra de arte, desdibujando así las fronteras entre categorías
morales y estéticas. Pero, mientras que el crítico teatral no forma parte del
escenario, el crítico moral es también e irremediablemente, agente moral. El
reto de Adam Smith no era concebir un sistema moral de carácter deductivo y con
poder predictivo; nunca se propuso tal cosa. Su verdadero reto era cómo sostener
que es posible distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, lo moralmente
valioso de lo moralmente despreciable, sin hacer depender las normas de la
voluntad trascendente de Dios y sin confiar en la capacidad de la razón para
intuir las normas de la acción moral. Una filosofía moral que no se limitase a
justificar cínicamente el nuevo orden emergente, como Mandeville, sino que se
propusiese genuinas formas de vida buena capaces de generar sociedades en las
que todos los hombres pudiesen llevar vidas más decentes . Pero ese estudio debe
ser objeto de futuros trabajos.
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