María Teresa Sanz Garcia,
Universidad Autónoma de Madrid
Tanto los profesores como los alumnos deben reflexionar sobre el aprendizaje,
para conocer, mutuamente, sus dificultades, sus posibilidades y las estrategias
que pueden seguir para optimizar sus respectivos trabajos. La reflexión incluye,
y en este caso empieza, por aclarar los objetivos de ambos protagonistas, que
obviamente, están interrelacionados.
El objetivo de los estudiantes es aprender, en el sentido de hacerse con unos
conocimientos que pueda interiorizar, asumir e integrar y que le sirvan para
adquirir otros, en una cadena que no tiene fin. La extensión de este objetivo es
aprender a aprender, dado que van a necesitar hacerse con otros conocimientos a
lo largo de su vida, es decir, que su objetivo va a prolongar más allá de su
estancia en las aulas.
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El profesor pretende que, al final de la instrucción, de la carrera, sus alumnos
adquieran determinados conocimientos en una materia, con un programa y tiempo
finitos. Como sabe que, más allá del aula, el alumno debe seguir estudiando
muchas cosas que ignora, pretende una instrucción que les permita ser autónomos
y controlar y ser protagonistas de su aprendizaje. Que les capacite para
construir nuevos conocimientos por si mismos, investigar, deducir, explorar y
crear.
Es posible que todos estemos de acuerdo con la verdad y sensatez de este
planteamiento, como ocurre con buena parte de los enunciados generales, pero
que, uno a uno, no hayamos reflexionado sobre si nuestra docencia los contempla
de forma expresa. Es posible que desconozcamos la forma de medir si nuestra
docencia está cerca o lejos de conseguir esos objetivos. Es posible que tengamos
claro que nuestras clases magistrales y tutorías, clases de prácticas, de
problemas, incluso de dudas o de repesca, difícilmente pueden lograrlos. Incluso
es posible que pensemos que sea imposible conseguirlos. ¿Por qué si no estamos
tranquilos y convencidos de lo que hacemos? ¿Por qué se sigue funcionando así
desde la edad media? Y además ¿Se puede conseguir que los estudiantes vayan más
allá de ser capaces de superar las preguntas de un examen y trasciendan de la
repetición como forma de adquirir conocimientos? ¿Se puede conseguir qué no
olviden lo aprendido con una celeridad que nos lleva a dudar si alguna vez lo
supieron?
El caso es que los estudiantes deben responsabilizarse de su aprendizaje pero su
protagonismo en el aula está anulado por el nuestro: allí se hace lo que dice el
profesor, cuando lo dice el profesor y como lo dice el profesor. Los alumnos
intervienen esporádicamente para pedir aclaraciones puntuales, exponer un
trabajo o responder a alguna pregunta. Para ceder protagonismo el profesor debe
auto relegarse a un papel de actor secundario en la película del aprendizaje y
conformarse con apariciones fugaces que, sean decisivas y marquen de forma
indeleble el resultado final pero de forma imperceptible. La cesión de
protagonismo es todo un problema que no se sabe como resolver y supone un cambio
en el procedimiento docente que, más que un paso de ballet, es un salto triple
mortal con tirabuzón.
Si los alumnos y los profesores no logran sus objetivos, ¿cómo es posible que el
aprendizaje funcione? Ángel Riviere ya se planteaba esta pregunta en 1983 y en
su análisis partía de la premisa de que los humanos son seres nacidos para
aprender y por ello, capaces de afrontar con éxito los contextos escolares mas
adversos. Es tan probable que tenga razón, que podemos adoptarla quienes,
preocupados por los cambios que nos va a deparar la adhesión a Bolonia, nos
hacemos esa pregunta al iniciar la reflexión sobre la docencia universitaria
actual. Tranquiliza saber que no es imposible que, a pesar de nuestro sistema
docente, los alumnos aprendan, pues, a partir de ahí, podemos trabajar en la
forma de mejorarlos, con la seguridad de que si nuestro acierto no es total,
tampoco vamos a ser capaces de empeorar de forma notable el resultado de la
educación. Nuestros alumnos difícilmente pueden fracasar más en su aprendizaje.
El sistema de enseñanza en nuestra universidad se apoya, básicamente, en
profesores que no saben lo que deberían saber para evitar que el aprendizaje sea
tan difícil. No saben como ayudar a los estudiantes a superar las trampas
ocultas en la actividad de aprendizaje. En palabras de Calxton: si los
profesores no saben en qué consiste el aprendizaje y cómo se produce, tienen las
mismas posibilidades de favorecerlo que de obstaculizarlo.
Riviere y Calxton refieren, en forma de mandamientos, lo que consideran
imprescindibles para que se produzca el aprendizaje. Pueden servirnos para
visualizar la distancia existente entre lo que hacemos y lo que podríamos hacer.
I. Partir del interés y motivación del alumno
Ii. Partir de conocimientos previos
Iii. Dosificar la cantidad de información nueva
Iv. Condensar y automatizar los conocimientos básicos
V. Diversificar las tareas y aprendizajes
Vi. Diseñar situaciones de aprendizaje para su recuperación
Vii. Organizar y conectar unos aprendizajes con otros
Viii. Promover la reflexión sobre su conocimiento
Ix. Plantear tareas abiertas y fomentar la cooperación
X. Instruir en la planificación y organización del propio aprendizaje
Los estudiantes tienen diferentes niveles de motivación e incluso no tienen
ninguna, especialmente si la materia no les interesa, es obligatoria o ya la han
cursado sin éxito. No se puede, pues, suponer que están predispuestos a aprender
lo que el profesor cree conveniente enseñarles, ni tampoco que el profesor deba
motivarles. La tarea es complicada porque es preciso compatibilizar, ordenar y
conseguir objetivos, que a veces resultan contradictorios a corto plazo, que es
el único de que dispone el profesor para contar su asignatura. Cuanto mas
heterogéneo y numeroso sea el grupo de alumnos más difícil es la tarea que se
acerca a la imposibilidad siguiendo una progresión geométrica. Nuestros grupos
de 90-100 alumnos están cerca de ese límite.
La motivación con que los alumnos abordan el estudio de una materia, depende del
aprendizaje previo que hayan realizado, de su fracaso y sobre todo del
aprendizaje que se vaya produciendo día a día, de su propio aprendizaje. El
problema no es tanto el nivel inicial, como la progresión de su aprendizaje. Si
admitimos este punto de partida, parece lógico que admitamos que, para tener
alumnos motivados, es imprescindible que la información que les proporcionamos
sea precisa y útil y les permita detectar y rectificar los errores que pudieran
cometer en el proceso. Es la forma de que se sientan eficaces y competentes.
Todos tenemos un bagaje de conocimientos, implícitos o no, que deben ser
modificados, cambiados con el nuevo aprendizaje, pero esto solo ocurrirá si lo
adquirido tiene sentido y se refiere a dominios que son relevantes para uno
mismo. Además, reflexionar sobre los conocimientos anteriores e integrar los
recién adquiridos no es algo que se realice de forma instantánea, requiere
tiempo. Transitar de lo más simple a lo más complejo es un cambio que supone una
reestructuración conceptual progresiva, no es una simple adición de
conocimientos y precisa de la transferencia y conexión con los conocimiento
cotidianos y los contextos vitales de la persona y la sociedad. En condiciones
normales no se puede realizar de forma individual, precisa de una actividad
cooperativa, de un grupo que escuche y participe del proceso de cambio.
En atención a este proceso, el profesor no puede limitarse a presentar, sea en
forma oral o escrita, lo que hay que aprender, sino que debe partir de lo
conocido y establecer secuencias de progresión o complicación que permitan
acceder al siguiente escalón de conocimiento más complejo y comprensivo y
relacionado con lo cotidiano y con ese nuevo contexto.
La información nueva debe ser seleccionada y secuenciada de forma que no supere
la capacidad del alumno y que destaque lo nuevo y lo relevante y lo que debe ser
consolidado de lo ya sabido. En consecuencia, los materiales de aprendizaje
deben ser seleccionados de forma secuencial e identificando su grado de
funcionalidad respecto al proceso de adquisición de conocimientos. Hay que tener
en cuenta que este proceso debe ser considerado un recurso, nunca un fin en si
mismo y que los conocimientos poco funcionales, tenderán a olvidarse.
La información seleccionada, secuenciada y funcional es la forma de atraer y
mantener la atención del alumno y de proporcionarle la posibilidad de aplicación
de lo aprendido a nuevos contextos. Siempre que no se trate de un conocimiento
especial, que se recupere siempre de la misma manera, hay que presentar los
contenidos a través de distintas rutas y realizando diversas tareas, para
facilitar su conexión con otros aprendizajes y su recuperación y transferencia a
nuevos contextos y situaciones.
El que los estudiantes resuelvan problemas les ayuda a mantener y fomentar la
atención y motivación y les permite recuperar y transferir lo aprendido. Pero no
cualquier tipo de problemas: no deben ser repetitivos, sino cada vez más
abiertos, pues más que dominar una tarea, hay que saber tomar decisiones sobre
los objetivos de la misma, la estrategia más eficaz para alcanzarla y el grado
de consecución de los objetivos propuestos. Los problemas deben plantear
situaciones futuras en que habrá que recuperar ese conocimiento y situaciones de
la vida cotidiana para las que ese conocimiento sea funcional y que justifiquen
el aprendizaje. La cooperación es un buen método de solución de los problemas,
pues fomenta la aparición de alternativas y de conflictos de conocimientos, la
ayuda mutua, la mejora de los aprendizajes sociales y la motivación por el
aprendizaje propio.
En resumen:
El conocimiento no es una simple adición de conocimientos. Modificar cualquier
conocimiento precisa referirlo a un dominio que sea relevante para el aprendiz y
conectarlo con lo cotidiano, con el contexto vital.
La comprensión y el aprendizaje dependen del grado en que el estudiante pueda
relacionar unos conocimientos con otros y de las estrategias de organización de
los conocimientos.
El aprendizaje es una tarea reflexiva, no solo repetitiva, por lo que es
necesario buscar respuestas propias en vez de recibir los conocimientos
elaborados desde fuera.
El conocimiento es la respuesta a una pregunta previamente formulada por el
aprendiz y requiere de la contrastacion de lo aprendido en un contexto
cooperativo, que permita la visualización del conflicto y su solución con los
instrumentos conceptuales (modelos, teorías, etc.). Es preferible esta
contrastacion de alternativas conceptuales y teóricas al saber cósmico en que
todo se relaciona con todo.
El protagonismo es del estudiante, el profesor organiza y controla el proceso.
Reflexionar sobre conocimientos anteriores e integrar los recién adquiridos
requiere tiempo, no se hace de forma instantánea, por lo que no es suficiente
con, en forma oral o escrita, lo que hay que aprender.
El profesor tiene que establecer, no un programa en relación a un horario
disponible y una cierta velocidad de transmisión, sino las secuencias de
progresión o complicación que permitan acceder al siguiente escalón de
conocimiento más complejo y comprensivo y la relación de lo cotidiano con ese
nuevo contexto.
Si no se trata de un conocimiento especial, que se recupere siempre de la misma
manera, hay que presentar los contenidos a través de distintas rutas y tareas
para facilitar su conexión con otros aprendizajes y su recuperación y
transferencia a nuevos contextos y situaciones y potenciar el trabajo en grupo,
que facilita y amplia los contextos, las rutas, conexiones y las recuperaciones
de mayor cantidad de conocimientos.
El conocimiento se produce en respuesta a una pregunta formulada por el aprendiz
y requiere la contratación de lo aprendido. Si hay un grupo, una actividad
cooperativa que permita la visualización del conflicto y su solución con los
instrumentos conceptuales (modelos, teorías, etc.) se agiliza el proceso
respecto a si se realiza de forma individual. La cooperación es un buen método
de solución de los problemas pues fomenta la aparición de alternativas y de
conflictos de conocimientos, la ayuda mutua, la mejora de los aprendizajes
sociales y la motivación por el aprendizaje propio.
Estos cambios propuestos y los principios en que se apoyan no son
revolucionarios. Especialistas en educación y profesores a pie de aula vienen
defendiéndolos y aplicándolos desde hace décadas y las leyes los incluyen y
reconocen, en sus preámbulos, una tras otra. La docencia no se cambia con normas
ministeriales, autonómicas o institucionales, la cambian con su conducta los
profesores y los estudiantes .
Menos mal, porque ni los responsables políticos ni los responsables de las
universidades hacen nada practico para cambiar la docencia. Los primeros atentos
como siempre a sus votos, no tienen interés en financiar nada que no tenga una
repercusión en el corto plazo y la educación, en todas sus facetas, no la tiene.
Los segundos, funcionarizados, anquilosados y pendientes de unos presupuestos
siempre escasos, justifican su falta de interés en la masificacion, la
preponderancia (y en casos casi exclusividad) de la investigación para la
promoción profesional y la falta de formación pedagógica especifica. Con este
lastre, los intentos de planificación curricular y pedagógica renovadores y en
línea con la calidad educativa no pueden despegar. Incluso últimamente tienen
que afrontar otra dificultad: la apropiación del lenguaje. Los términos como
calidad educativa, motivación o psicopedagogía se manejan, bajo pretexto de la
adaptación a Bolonia, con imprecisión y frivolidad, de modo que ya no se sabe
cuando significan algo y cuando son palabras huecas.
El proceso de Bolonia pretende que se diseñen las enseñanzas y se organice la
docencia en función del aprendizaje de los estudiantes de competencias
profesionales concretas, que permitan armonizar los estudios de los distintos
sistemas educativos nacionales. Este será pues el referente de la calidad
docente y el mecanismo de comparación y movilidad entre sistemas europeos. Pero
nuestra cultura pedagógica no es adecuada para conseguir este objetivo, la
didáctica utilizada consiste en que los estudiantes y los profesores planifican
y trabajan individualizadamente, por disciplinas y con el referente de los
contenidos. Para conseguir esas competencias profesionales habría que cambiar la
individualidad por trabajo en equipo y la exclusividad de los contenidos por
conocimientos trasversales, flexibles y diversificados.
¿Y esto tienen que hacerlo los actuales docentes? ¿Con los conocimientos
didácticos que dominan? ¿Van a recibir entrenamiento en otras técnicas docentes?
¿Va a disminuir el número de alumnos por clase para poder atenderles de forma
individualizada? ¿Van los propios profesores a trabajar en equipo?
El trabajo en equipo requiere el conocimiento y dominio de una técnica que no
tiene nada que ver con la clase magistral y si lo que se va a enseñar tiene un
componente trasversal, hay que renovar los actuales contenidos por una
información seleccionada, secuenciada y funcional. La colaboración con los
estudiantes requiere un cambio de actitud nada fácil para los consagrados
profesores de universidad, volcados en la investigación, aunque tengan buena
disposición. No se les puede dejar solos. No van a poder hacerlo con los
recursos de que disponen.
¿Dónde están los planes del Ministerio, Comunidades Autónomas y Universidades
para atacar este asunto crítico? No hay planes de suficiente calado para
realizar este cambio de cultura pedagógica del profesorado que es decisivo para
abordar con razonables expectativas de éxito el proceso de Bolonia. ¿De verdad
se creen que la transformación de los actuales créditos a los ECTS es todo lo
que hay que hacer? ¿Que el proceso de convergencia europea cambiará nuestra
cultura pedagógica universitaria? Si no cambian simultáneamente las actitudes y
aptitudes de los profesores y alumnos, si no se reflexiona en profundidad sobre
los contenidos, si no se disminuye el número de alumnos en el aula, todo quedará
en un cambio formal, similar al que sufrimos hace poco con la implantación del
sistema de créditos. Bolonia será otra reforma fallida. Mas ruido y… cambiar lo
accesorio para que nada cambie.
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