Principios de Econom�a Pol�tica

Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedr�tico de la Universidad de Madrid


Alojado en "Textos selectos de Econom�a"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/

 

PARTE SEGUNDA. - De la circulaci�n de la riqueza.

CAP�TULO IV. - De la alteracion de la moneda.

Queda advertido en su lugar que la moneda tiene valor propio y natural independiente de la voluntad del pr�ncipe que la manda labrar, la pone en curso y la designa con cierto nombre.

Por m�s llana y sencilla que hoy nos parezca esta doctrina, hubo un tiempo y no muy remoto, en que los escritores pol�ticos, corriendo con el vulgo, sustentaban y defendian que la plata y oro no valen m�s que la real institucion los estima y aprecia; que el pr�ncipe puede hacer la moneda de la materia que se le antojare � escogiere y estimarla en lo que quisiere; que la moneda solamente vale segun nuestra voluntad; que el s�r, oficio y dignidad del dinero, no valiendo de suyo nada, es representar el valor y servir de medida de todas las cosas vendibles, y en fin, no falt� quien llevase el error comun � tan singular extremo, que dijese: �As� como Dios sac� el mundo de la nada con un fiat, as� con otro fiat puede el rey crear la moneda para llenar la ambicion, de los hombres�.

Toda la argumentacion descansa en un vicioso fundamento, � saber, que la moneda no es riqueza verdadera y s�lida, sino signo de las riquezas: extra�a contradiccion, pues � la sazon misma que se asentaba esta falsa teor�a de la moneda, se proclamaba y acreditaba el absurdo principio que el oro y plata encerraban todos los bienes temporales de la vida, cimentando en el aire, � sea en una ficcion, la grandeza y prosperidad de los estados.

No hay error de la especulativa que en la pr�ctica hubiese originado mayores calamidades que la negacion del valor intr�nseco de la moneda conforme � la cantidad y utilidad � al peso y ley de los metales de que se compone. Pocas veces pueden los economistas mostrarse tan ufanos y gozosos del triunfo de sus doctrinas como al comparar los siglos pasados con el presente en cuanto � la moneda, pues al antiguo des�rden sucedi� el �rden moderno.

Y en efecto, si es la voluntad del pr�ncipe la fuente de donde se deriva el valor de la moneda, est� claro que debemos reconocerle el derecho de alterarla, y que semejante derecho es un atributo de la soberan�a; de modo que ya no basta con acatar en el soberano la prerogativa de acu�arla, sino que es fuerza pasar por el arbitrio de crecer y menguar su peso y ley, fijar su valor sin respeto � su bondad y en suma falsearla y corromperla.

Por desgracia la l�gica del mal no se p�ra en la mitad del camino, y as� es que ap�nas los reyes m�s sabios, humanos y sol�citos por el bien de sus pueblos llegaron � persuadirse de su autoridad absoluta sobre la moneda, cuando sin escr�pulo de conciencia dieron en alterarla, � por mejor decir, adulterarla reduciendo el peso � la ley hasta el punto de reemplazar casi por completo con metales viles y bajos los nobles y preciosos.

Llam�base esta oneracion bajar � subir la moneda, expresiones contradictorias, y sin embargo ambas propias y exactas. Dec�ase bien bajar la moneda, porque en efecto se bajaba su peso y ley que constituyen la bondad intr�nseca, conservando su antiguo nombre y valor por decreto de la autoridad; y asimismo se decia bien subir la moneda, porque tanto monta crecer el valor de la moneda manteniendo el peso y ley acostumbrada, como mantener su valor legal menguando el peso y ley que es lo que se hacia en tales mudanzas.

La raiz del da�o estaba en que al valor natural de la moneda se sustituia un valor artificial al antojo del pr�ncipe, providencia funesta y de ejecucion imposible.

Acudieron los reyes al expediente de alterar la moneda en sus grandes apuros, creyendo sacar mucho partido de pagar en mala moneda las deudas que habian contraido cuando corria la buena, � imaginando que de esta manera podrian hacer rostro con m�s facilidad � los gastos p�blicos en adelante.

En realidad estas mudanzas de moneda disimulaban la verg�enza de una bancarota universal, pues si el rey mandaba labrar moneda con doble cantidad de liga y pagaba con ella � sus acreedores, los defraudaba en la mitad de su derecho.

Como arbitrio para salir de aprietos era ruinoso, porque la ganancia del fisco se limitaba � una vez sola, cuando el pr�ncipe expendia la moneda, y la perdida se repetia tantas cuantas volvia al tesoro en forma de tributos, de rentas y contratos.

Padecen los particulares con la mudanza, porque se autoriza la paga con la moneda adulterada de que nacen dudas, resultan perjuicios, se originan pleitos y por conclusion nadie se atreve � comerciar. Los mercaderes echan la cuenta de lo que m�nos vale la nueva moneda comparada con la vieja, y para sanear la quiebra, suben el precio de las mercader�as acaso m�s de lo justo, con lo cual el pr�ncipe se v� obligado � usar de tasas y penas. Ent�nces se retiran de la plaza los mantenimientos y las dem�s cosas necesarias � la vida, desmaya la produccion, cesa la abundancia nace el descontento, cunde la murmuracion y suceden el clamor y la queja que suelen tomar cuerpo hasta romper en asonadas y motines. Siempre se tuvieron por siglos calamitosos aquellos en que hubo mudanzas de moneda, y siempre fueron turbados por funestas discordias y guerras intestinas.

A�adense � estos inconvenientes otros no menores. Toda la buena moneda nacional huye � reinos extra�os � se esconde, y en cambio entra � suplirla toda la mala moneda de los pueblos vecinos. Cuando los particulares pueden escoger entre dos monedas, la una fiel y leg�tima, y la otra falta � falsa, guardan la primera y procuran deshacerse de la segunda con tal prisa, que no parece sino que les abrasa la mano; y cuando observan que en un estado cualquiera corre moneda de baja ley, gastada � sospechosa con un valor superior � su bondad intr�nsica, empujan h�cia aquella parte toda la ruin y cercenada que anda por el mundo.

Los metales preciosos tambien huyen � se esconden, siguiendo los pasos de la moneda, porque est�n agraviados del valor excesivo que la ley atribuye � los viles y bajos, y as� se van � donde quiera que gozan de mayor estimacion.

Noparan aqu� las consecuencias de la alteracion de la moneda. Como su valor legal no se ajusta al natural, no s�lo se despierta y enciende el deseo criminal de obtener ganancias considerables por medio de la acu�acion fraudulenta, pero tambien toman ejemplo los s�bditos del pr�ncipe monedero falso, y carecen las leyes de autoridad para perseguir y castigar � los corruptores de la f� p�blica, ya corrompida por quien la tienen debajo de su custodia.

La historia acredita de saludables los consejos de la ciencia. D. Alonso el Sabio, para remediar la falta que tenia de dinero, hizo labrar moneda de baja ley, arbitrio que sin procurarle ningun desahogo, introdujo el desorden en el comercio, encareciendo todas las cosas tanto, que � fin de restablecer la baratura y acallar las quejas del pueblo, pregon� la tasa sin fruto: doble yerro que fu� la causa principal de que el rey hubiese llegado � ser muy mal quisto y odioso � sus vasallos, y acabasen por negarle la obediencia. Enrique II, Juan I y Enrique IV alteraron asimismo las monedas y atormentaron sus reinos con aflicciones y miserias, rebeliones cont�nuas y discordias civiles.

En tiempos m�s cercanos Felipe III, Felipe IV y C�rlos II contribuyeron � precipitar la ruina de la grande monarqu�a espa�ola con sus frecuentes alteraciones de la moneda, y sobre todo con labrar la baja de vellon, piedra del esc�ndalo y peste de la rep�blica en el siglo XVII. Llegaron � perder los particulares el cambio de vellon por oro � plata 50, 60 y hasta 74 por ciento, y el rey mismo en todos los pagamentos que hacia � los hombres de negocios y en cuanto compraba para el servicio de la corona, perdia m�s de 60.

Con la moneda vil y despreciable de vellon vino la carest�a de todas las cosas, murmuraron los pueblos y levant�ronse clamores y quejas. Acudi�se al sabido arbitrio de las tasas y posturas, no se remedi� la carest�a, pero se aniquilaron la agricultura, las f�bricas y el comercio. La leccion fu� dura y terrible el escarmiento.

La moneda debe ser clara, cierta, constante. Quien altera ahora la moneda, altera la riqueza. La moneda es la verdad. Cons�rvese pura como la religion, dice el pol�tico Saavedra Fajardo, y a�ade que las monedas ni�as de los ojos de la rep�blica que se ofenden si las toca la mano.

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