Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedrático de la Universidad de Madrid
Alojado en "Textos selectos de Economía"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/
PARTE SEGUNDA. - De la circulación de la riqueza.
CAPÍTULO XI. - De las cajas de ahorros y montes de piedad.
Llámanse cajas de ahorros ciertas instituciones de crédito que tienen por objeto recoger y capitalizar las pequeñas economías, ofreciendo al labrador y al artesano un lugar seguro donde puedan depositarlas, y convidándoles á ello con el estímulo de percibir un interés moderado.
Las cajas de ahorros amonestan al hombre que vive de su trabajo con el ejemplo de los bienes temporales que la virtud de la templanza reserva á quien la practica. Recomiendan, no con vanas palabras, sino con sus obras, abstenerse de cualesquiera gastos supérfluos ó nocivos, prepararse en los dias de prosperidad á luchar contra el infortunio, gozar de la salud pensando en la enfermedad y guardar en la juventud algo para la vejez.
Todo lo que contribuye á mejorar las costumbres, cede en aumento de la riqueza de los pueblos. Las cajas de ahorros convierten en capital una multitud de economías que se habrian disipado improductivamente, y proporcionan trabajo que supone salarios repartidos entre un número considerable de obreros.
Así como los bancos agrícolas se recomiendan por su eficacia para emancipar la tierra y constituir la fortuna de los particulares por medio de la propiedad inmueble, así las cajas de ahorros emancipan el trabajo manual y permiten aliviar la condicion precaria de las clases menesterosas, dándoles participación en la riqueza mueble. Son las cajas de ahorros una puerta que la caridad y el crédito franquean al obrero deseoso de establecerse por su cuenta, una legítima esperanza de fundar el patrimonio de sus hijos, un vínculo de amor entre el pobre y el rico, ambos apegados á la posesion de lo poco ó lo mucho, una prenda de amistad y concordia del capital y del trabajo, y en fin, con justa razon se las ha llamado la bolsa del pueblo.
Supuesto que las cajas de ahorros deben pagar intereses, es llano que están obligadas por su instituto á procurar un empleo lucrativo á los capitales que les confian los deponentes. Los negocios son propios de los bancos, y las cajas de ahorros no pueden tomar sobre sí la responsabilidad de las especulaciones. La seguridad de la ganancia y la facilidad de retirar los depósitos mantienen el crédito, condicion esencial de su existencia.
Dos sistemas se practican en Europa: el uno consiste en ofrecer al gobierno los capitales acumulados en las cajas de ahorros, obligándose á devolverlos cuando le fueren pedidos y á pagar los intereses corrientes; y el otro en alejarse de toda intervencion oficial, y reservarse las cajas de ahorros el manejo de sus fondos con entera libertad.
El primer sistema prevalece en Inglaterra y en Francia, pero no sin graves inconvenientes. No hay tesoro público bien administrado que se resigne á soportar el peso de una deuda crecida, siempre exigible y casi sagrada. De aquí la necesidad de contener y limitar los depósitos, de reducir los intereses y de convertirlos en pensiones vitalicias.
En Alemania, Prusia, Italia, España y otras partes las cajas de ahorros son independientes del gobierno, y así dan colocación á sus capitales segun mejor les place. Lo comun es prestar á los montes de piedad, de modo que el dinero de los pobres se emplea en el socorro de los pobres. La extension del crédito facilitará con el tiempo nuevas salidas á esta riqueza que no puede ni debe conservarse estancada, y tal vez llegue el dia en que veamos sólidamente cimentada la estrecha alianza de las cajas de ahorros y los bancos agrícolas.
Los montes de piedad son el reverso de las cajas de ahorros: éstas recogen las economías y no hacen préstamos, y aquéllos hacen préstamos y no recogen economías. Ambas instituciones participan del crédito y la caridad.
El hombre que por su desgracia se vé reducido al doloroso extremo de pedir prestado ó perecer al rigor de la miseria, ó se rinde al infortunio, ó busca su salvacion en el crédito. Mas ¿quién fia su caudal á este desdichado, cuya pobreza al mismo tiempo que agrava el mal, dificulta el remedio? Acaso no faltan usureros de profesion que abultando el riesgo vengan en auxilio del necesitado bajo condiciones muy onerosas; pero pasar por ellas (¿y cómo evitarlo?) equivale á subir más alto para despeñarse en un abismo más, hondo.
Con el buen deseo de impedir ó minorar semejantes miserias, se inventaron los montes de piedad, instituciones de crédito que tienen por objeto prestar dinero sobre prendas. Decimos instituciones de crédito y no establecimientos de caridad, porque si bien es mixta su naturaleza, el primer carácter encubre el segundo, salvo aquellos montes de piedad que hacen préstamos gratuitos, á lo ménos de sumas exíguas.
En efecto, los montes de piedad no admiten diferencia entre el pobre que pide dinero para comprar pan dejando en prenda su vestido, y el mercader que lo solicita para proseguir sus negocios depositando en seguridad las joyas de la familia. Los montes de piedad exigen intereses, y el interés excluye la limosna. Así dice un escritor de grande experiencia en la administracion de los montes de piedad, que sus operaciones están en razon directa del movimiento de los negocios é inversa de la miseria; es decir, que en los años buenos la industria y el comercio en pequeño acuden á ellos por dinero para alimentar el trabajo y la especulacion, y en los malos acuden los obreros para procurarse el pan que no les proporciona el salario. De todos modos nos toca considerarlos aquí como instituciones de crédito.
Quéjanse algunos de que los montes de piedad prestan á un interés crecido, como el 8, 9 ó 10 por ciento, y aun los motejan trocando su nombre en el de montes de impiedad, sin reparar que el interés es mucho mayor abandonado á la libre concurrencia. Por otra parte los montes de piedad, generalmente hablando, carecen de capital propio, y así necesitan valerse del ajeno mediante un 3 ó 4 por 100, á lo cual se añaden los gastos de administracion y las quiebras posibles. Si todos tuviesen el mismo orígen que muchos de nuestros pósitos y hospitales, á saber, la caridad de los particulares que los fundaron y dotaron liberalmente, podrian prestar al 4 ó 5 por 100.
Ponemos siempre un interés, porque el préstamo gratuito, además de agotar tarde ó temprano el caudal de los pobres, disipa todo escrúpulo de pedir prestado, fomenta el libertinaje y agrava la miseria de los pueblos. La limosna sin necesidad hace á los hombres descuidados, perezosos é indolentes.
Arguyen otros á los montes de piedad que comprometen la moralidad pública facilitando el préstamo sobre prenda, que excitan á la satisfaccion de las malas pasiones y que sirven de receptáculo los objetos robados. El préstamo sobre prenda es un contrato lícito y útil. Si no existiesen los montes de piedad, se usaria de igual modo, pero con más desventaja para el deudor. No se puede excusar que algunos de estos préstamos, á pesar del interés que los limita, paren en daño de las costumbres, bien que sean muy pocos; y por último, harto más fácil es comprobar la procedencia de los objetos depositados en los montes de piedad, que la de los esparcidos y derramados por cien ó mil casas de préstamos, cuyos dueños suelen ser los verdaderos encubridores de los hurtos, pues así conviene á su negocio.
Los montes de piedad están situados en las fronteras del crédito. Un paso más allá nos pone en el territorio de la caridad y nos lleva por el camino de la beneficencia.