Principios de Econom�a Pol�tica

Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedr�tico de la Universidad de Madrid


Alojado en "Textos selectos de Econom�a"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/

 

PARTE PRIMERA. - De la producci�n de la riqueza.
 

CAPITULO IV. De la oferta y la demanda.

Hemos dicho que la utilidad combinada con la limitaci�n es causa del valor; y quien dice cantidad limitada, dice dificultad de adquisici�n. Cuando una persona acude al mercado por una cosa, puede haber escasez � abundancia de ella, y pueden ser muchos � pocos los que tambi�n la soliciten. Son circunstancias en extremo variables que los economistas estudian y distinguen con el nombre de ley de la oferta y la de manda, seg�n la cual se fija y determina el valor de todos los objetos de un cambio.

Oferta de una mercader�a significa la cantidad que se halla de venta en tiempo y lugar determinados. Si es relativamente al n�mero de compradores grande esta cantidad, reina la abundancia y el mercado est� bien surtido � abastecido; si por el contrario es peque�a, hay escasez � falta de provisi�n conveniente.

Demanda denota el deseo de poseer una cosa junto con los medios de adquirirla. El deseo por s� solo no forma la demanda, porque no aumenta el pedido de las cosas puestas en venta. Muchos aficionados � la pintura desear�n poseer un cuadro de Murillo; pero pocas ser�n las personas de gusto y bastante ricas para comprarlo. Esta demanda, � diferencia del deseo sin medios, es la �nica eficaz, y por eso los economistas la llaman efectiva. As�, pues, la demanda no expresa, solamente la suma de las necesidades del mercado, sino la resta de dichas necesidades comparadas con los medios de satisfacerlas; es decir, que la demanda no comprende las necesidades pasivas que se sienten y callan, sino las activas que piden y ofrecen en cambio.

El valor de todos los g�neros frutos existentes en el mercado se regula por la proporci�n de la oferta y la demanda. Si hay igualdad entre una y otra, el valor de las mercader�as subsiste inalterable; mas si sobre viene desigualdad, entonces se perturba.

Cuando la demanda excede � la oferta, el valor sube, y baja cuando la oferta excede � la demanda; de modo, que el valor est� en raz�n directa de la demanda � inversa de la oferta de un articulo de comercio en el mercado. Cuando la demanda y la oferta suben � bajan igualmente, como la proporci�n no var�a, el valor no crece ni mengua.

La oferta es siempre limitada en el caso de existir un monopolio natural � artificial. El tabaco de la Habana no se puede multiplicar m�s all� de lo que permite la extensi�n de las tierras privilegiadas donde se cultiva; y por m�s abundante que fuese la sal en Espa�a, tampoco se podr�a aumentar su provisi�n en el mercado, si el gobierno se reservase la facultad exclusiva de fabricarla y venderla. El valor de las cosas sujetas � monopolio raya en su mayor altura, pero sin pasar nunca de cierto limite puesto por la voluntad y posibilidad de adquirirlas. Si se fuerza el monopolio, acabara por ser est�ril reduciendo la demanda � muy poco � nada.

La oferta es temporalmente limitada, cuando las mercader�as vienen en per�odos fijos, como los granos cuya cantidad no se aumenta hasta la cosecha inmediata. El valor entonces se sostiene, aunque oscilando seg�n que hay esperanza de que el a�o ser� bueno, � temor de que ser� malo.

La oferta no puede disminuir de repente, cuando las mercader�as son muy duraderas y existen en cantidad proporcionada � las necesidades ordinarias, como los metales preciosos convertidos en objetos de arte � en moneda. El uso los gasta con lentitud, y as� no es necesario renovar la provisi�n de oro y plata en mucho tiempo.

En fin, la oferta es libre, cuando puede aumentar � disminuir indefinidamente, como el trabajo del hombre, la m�s movible de todas las mercader�as; de modo que la oferta se combina con la facilidad � dificultad de la producci�n. La demanda tambi�n var�a seg�n los tiempos y lugares, principalmente en raz�n del valor, porque si baja, la demanda aumenta, y disminuye, si sube. No por eso hemos de imaginar que bajando el valor � la mitad, por ejemplo, � subiendo al doble, la demanda siga la ley contraria en la misma proporci�n. Si el articulo es de primera necesidad, podr� pasar mucho de este limite; pero si fuese un objeto de lujo, probable mente no llegar�a � �l.

La energ�a y extensi�n de las necesidades, combinadas con los medios de cambio que posee cada uno, determinan la fuerza de la demanda.

Sucede con frecuencia que, sin variar poco ni mucho la oferta y la demanda, los valores suban � bajen por el solo influjo de ciertas esperanzas � temores. Una lluvia ben�fica abarata los granos, como una sequ�a prolongada los encarece, aunque la abundancia � la escasez no aumenten ni disminuyan.

La concurrencia � competencia de compradores y vendedores es la fuerza que tiende � mantener el equilibrio de la oferta y la demanda, estado normal de los mercados, porque produciendo m�s cuando las ganancias convidan � ello, � produciendo menos, si las p�rdidas obligan � moderar � torcer el curso del trabajo, se consigue restablecer la igualdad apetecida.

Nada ayuda � conservar este equilibrio tanto como el desarrollo de la riqueza general, supuesto un r�gimen asentado en la libertad de concurrencia. Lo primero suministra medios de adquirir multiplicando los objetos de cambio; y as� el progreso de la agricultura favorece la demanda de los artefactos y viceversa, por que los frutos facilitan la salida de los g�neros, y los g�neros la de los frutos. Lo segundo proporciona la comodidad de aplicarse � la fabricaci�n de un art�culo muy demandado, � abandonarla, si es muy ofrecido, por la de otro diferente.

De esta suerte ni la abundancia excesiva de tal � cual mercader�a abate de un modo constante su valor m�s de lo justo, ni su escasez demasiada lo ensalza hasta lo sumo. Ambos extremos son peligrosos, pues si lo uno perturba la vida industrial, lo otro impide satisfacer las necesidades de los pueblos.

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