Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedrático de la Universidad de Madrid
Alojado en "Textos selectos de Economía"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/
PARTE PRIMERA. - De la producción de la riqueza.
CAPÍTULO XVIII. - De las diversas clases de cultivadores y arrendamientos.
Para mejor demostrar la influencia de las diversas clases de cultivadores en la producción agrícola, juzgamos conveniente consultar la historia, y tomar de ella varias noticias acerca de la condición de las personas y de las tierras, y de los cambios y mudanzas que sobrevinieron en el curso de los siglos.
La regla en este punto es combinar el mayor grado posible de libertad del cultivador con el pleno dominio del campo, de modo que lleguen a confundirse los intereses del labrador y los derechos del propietario. Cuanto más nos alejemos de este sistema, tanto menos fecundo será el trabajo aplicado a la agricultura, porque ó falta del todo, ó se debilita en parte el interés individual.
Siguese de aquí que el peor de los cultivos será siempre el de los esclavos, segura era costumbre en la antigüedad, y todavía fue conocido y practicado en toda Europa durante la edad media. En España, corriendo los primeros años de la reconquista, los cristianos reducían a cautiverio a los moros prisioneros de guerra (mancipia), y los aplicaban al servicio personal ó al cultivo de la tierra. Había también siervos cristianos que lo eran de nacimiento ó por vía de pena, y daban origen a las familias de criazon ó servitus glebœ de los romanos. Esta clase de siervos estaban afectos a la tierra que cultivaban para sus señores con vinculo tan poderoso, que se enajenaban juntamente homines et hœreditates.
La agricultura no prosperó ni podía prosperar con tales condiciones, pues el siervo sólo trabaja movido del temor al castigo. Cuando la esperanza de coger el fruto de sus afanes alienta el corazón del hombre y el deseo de mejorar de suerte le estimula, no se deja con facilidad vencer de la fatiga. Por otra parte el trabajo servil es poco inteligente, porque la abyección y miseria del esclavo le envilecen y degradan hasta ponerle casi al nivel del bruto.
Por eso dicen con razón los economistas que el trabajo arrancado con violencia es improductivo, ó mucho menos productivo que el voluntario y bien retribuido. Los grandes propietarios y señores de siervos pasan por los verdaderos cultivadores, y sin embargo, viven en estéril ociosidad, desdeñando la vigilancia y dirección de unas labores tan humildes. Allí no existe la clase intermedia de especuladores que emplean su capital y su industria en beneficiar la tierra ajena, tomándola en arrendamiento por cierto número de años y dejándola cumplido el plazo muy mejorada, después de haber hecho su fortuna y aumentado la renta del propietario.
Sin duda la esclavitud es incompatible con una mediana prosperidad, porque ahoga el germen de todas las artes y oficios necesarios a la vida. Así, conforme se van aligerando las cadenas del esclavo, la industria agrícola despierta de su letargo. De este modo la servidumbre territorial fue un verdadero progreso, porque favorecía el sentimiento de la propiedad y la familia, pues la posesión de un campo continuada en una serie de generaciones excitaba el ardor del cultivo, acabando el labrador por mirar como suya la tierra regada con el sudor de sus padres y abuelos. Era el tránsito natural de un titulo precario a la posesión perpetua, y de ésta a la propiedad plena y absoluta.
Próximo a la condición del siervo viene el vasallo solariego de cuya persona y propiedad podía disponer el señor, sin que el oprimido hallase amparo en la justicia. Con el tiempo leyes más sabias y humanas declararon a los solariegos en libertad de salir, si quisiesen, de la heredad, pero negándoles el derecho de venderla y de pedir el importe de las mejoras. En los lugares de señorío era muy común el fuero de no ser expulsados de los solares ni aun por causa de delito. Estos labradores cultivaban las tierras del señor como verdaderos colonos ó enfitéutas, y en ellos empieza la separación del dominio directo y útil. Vivian sujetos a prestaciones onerosas; mas era un gran paso hacia la constitución de la propiedad territorial.
Aunque el solariego distaba mucho de ser propietario, al fin era hombre libre que cultivaba la tierra con la carga de permanecer en la casa y en el campo, hasta que el progreso de la libertad civil trocó su condición de vasallo natural en colono voluntario, y las prestaciones feudales fueron convertidas en un canon moderado. La enfiteusis operó una revolución en la agricultura, apoderándose de multitud de terrenos fértiles y descansados, rompiéndolos y descuajándolos y haciendo sementeras allí donde antes sólo se tornaban algunos miserables esquilmos. Con el tiempo esta muchedumbre de labradores pobres y mercenarios se transformó en una clase poderosa por su número y riqueza.
La comunidad de derechos entre el señor y el colono no satisface los deseos del economista. El primer vicio del sistema consiste en no permitir la consolidación del dominio redimiendo las cargas que pesan sobre la propiedad territorial, para que el labrador pueda reputarse dueño absoluto de la tierra y aplicar sus ahorros a la mejora de la hacienda que constituye el patrimonio de una familia. Y aunque las leyes no toleran el despojo arbitrario, se ponen trabas a la circulación de los bienes raíces de mil modos, haciendo depender de dos distintas y acaso encontradas voluntades el empleo de todos los elementos productivos de riqueza.
Entretanto el concejo repartía la propiedad comunal en suertes ó lotes individuales, dejando pro indiviso la porción necesaria al uso general de los vecinos, y otra parte para constituir la dotación del pueblo y acudir con sus productos y rentas a los gastos de la comunidad.
Por estos pasos y términos llegaron a emanciparse simultáneamente el hombre y la tierra, que es uno de los mayores beneficios de la civilización cristiana, y una de las causas más eficaces de los adelantamientos de la moderna agricultura.
Tenemos ahora una propiedad territorial bien ordenada, porque la tierra no está sujeta a otras cargas forzosas que las fiscales; tenemos además labradores que gozan de toda la plenitud del dominio, y por ultimo leyes protectoras de la libertad del cultivo y la cosecha.
Mas como no todos los hombres pueden ser propietarios, ni todos los propietarios labradores, hay necesidad de modificar el sistema de cultivo patriarcal en virtud de los contratos. La producción agrícola requiere el concurso de la tierra, el capital y el trabajo. Si, como suele acontecer, el propietario no posee todos los elementos de la creación de la riqueza, será forzoso solicitar el auxilio del capitalista y jornalero para emprender las labores, ó ceder los servicios productivos del terreno a una tercera persona mediante ciertos pactos y condiciones según la voluntad libre de los interesados. Lo primero es un concierto común a la industria en general: lo segundo es propio de la agricultura, y da origen al arrendamiento de las tierras, cuyas formas son más ó menos favorables a la producción agrícola, y por lo mismo merecen particular examen.
Hemos dicho que de todos los sistemas del cultivo merece la preferencia a los ojos del economista el que corre a cargo del propietario, porque nadie pone tanta diligencia y cuidado en labrar la tierra, mejorarla y aumentar su fertilidad, como el hombre que tiene el derecho exclusivo de recoger sus frutos. Síguese de aquí que entre todas las formas de arrendamiento debemos preferir aquella que más aproxima la condición del cultivador a la del propietario.
Es muy frecuente en Europa el contrato llamado de aparcería, el cual consiste en labrar la tierra ajena pagando el cultivador ó casero al dueño de la heredad, no una renta fija en dinero ó en especie, sino una cuota parte del producto, sea una mitad (cultivo a medias), sea un tercio ó dos tercios. Unas veces el propietario da la tierra solamente, otras añade una porción del capital, como las semillas ó la yunta de labor, según la costumbre del país.
Este contrato ofrece algunas ventajas en cambio de no leves inconvenientes. Sin duda el aparcero carece del poderoso estímulo del propietario que hace suyos todos los frutos; pero tiene grande interés en aumentar la producción agrícola, porque al fin es socio en la empresa y partícipe en las ganancias. Cuando el uso consagra la perpetuidad del arrendamiento suben de punto los beneficios de la aparcería, pues el labrador se reputa dueño, ó por lo menos condueño de la tierra.
Sin embargo, quedan graves obstáculos a la prosperidad de la agricultura. El aparcero suele ser un labrador pobre que acepta el partido que le ofrece el propietario, más bien con ánimo de ganar la vida y proveer al sustento de su familia, que con el deseo de hacer fortuna multiplicando las cosechas a fuerza de mejoras. Sin capital suficiente rinde poco el trabajo. Cuando el propietario se lo suministra, procura no añadirle sus ahorros por temor de que incorporados a la hacienda, pasen a otras manos.
Sucede asimismo que la aparcería conduce a una extremada división de la propiedad territorial, ocasión, sino causa, de un cultivo demasiadamente pequeño é inferior. Si la población agrícola es numerosa y no se descarga por falta de industria, los pegujaleros se disputan las tierras con encarnizamiento, y pujan la parte del propietario hasta un límite que envuelve su ruina.
El contrato de arrendamiento mediante una pensión ó canon anual constituye el colonato. Por regla general es mejor la condición del colono que la del aparcero, principalmente allí donde hay capitales en abundancia y personas cuya profesión consiste en beneficiar la tierra, como otras toman sobre si una empresa industrial ó mercantil.
La renta puede ser fija ó variable: la primera, ó sea la inmovilidad del precio originario del arrendamiento, aviva la actividad ó inteligencia del cultivador, porque sabe que el exceso de la producción es su recompensa: la segunda ó la progresiva a cada renovación del contrato, entibia su ardor al ver cómo cede en provecho del señor de la tierra una parte de las ganancias logradas con su capital y trabajo.
Una renta muy alta infunde el desaliento en el ánimo del colono que acaba por resignarse a su miseria y le priva de los medios de mejorar la hacienda, aunque no llegue a producir el desmayo de la industria agrícola. Una renta muy baja suele ser causa de abandono y negligencia.
Los arrendamientos de larga duración favorecen más el progreso de la agricultura que los celebrados por tiempo breve. Nadie invierte un capital en mejorar la tierra que cultiva, ni se afana y suda, no estando seguro del premio. El interés individual tan solícito y emprendedor en el propietario, desfallece en el arrendatario que pasa pronto; pero un plazo de diez, veinte ó treinta años permite alimentar la esperanza de gozar el fruto de nuestra laboriosidad, inteligencia y economía.
La enfiteusis es un contrato ventajoso bajo el punto de vista económico, porque el canon se estipula en consideración al valor actual de la finca, no padece alteración y crea derechos perpetuos. Los foros de Asturias y Galicia son una degeneración de la enfiteusis cuya utilidad, en cuanto promovieron la reducción de los eriales, está fuera de controversia; pero hoy perjudican a la agricultura agobiada con pensiones irremediables, empobrecida con un cultivo diminuto, y en fin muerta por la inmensa confusión de los derechos de dominio.