Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedrático de la Universidad de Madrid
Alojado en "Textos selectos de Economía"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/
PARTE PRIMERA. - De la producción de la riqueza.
CAPÍTULO XVI. De la industria agrícola.
Aunque los antiguos filósofos llamaron á la tierra madre comun, y era general opinion que cereri.sunt omnia munus, como si adivinasen el sistema de los fisiocratas ó economistas franceses del penúltimo siglo, nosotros con mejor discurso asentaremos que la agricultura produce lo mismo que producen las artes y comercio, mediante el trabajo del hombre, el capital y la naturaleza.
Con el cultivo de la tierra empieza la vida civil, abandonando las gentes sus costumbres primitivas pescar, cazar y apacentar el ganado, sin alternar estos ejercicios con otras ocupaciones sedentarias. En vez de recoger los dones espontáneos del cielo y mudar cada dia sus tiendas, la tribu construye cabañas cerca del terreno al cual confia las semillas destinadas á renacer con usura en la próxima cosecha. Surte del trabajo la propiedad, empieza la prevision, se practica economía, fórmanse los capitales, mejóranse los campos, edifícanse los pueblos y asoman al horizonte del mundo los albores de una poderosa civilizacion.
Es la industria agrícola en extremo importante, ya se considere como el copioso manantial de los frutos necesarios á nuestro sustento, ya se atienda á su liberalidad en cuanto suministra multitud de materias laborables que alimentan las artes y los oficios, ó ya se repare en el número de personas que ocupa y en su apego al terrirorjo nacional.
En efecto, la agricultura por sí sola, donde quiera que las circunstancias le son propicias, emplea más brazos y rinde más productos que todos los demás ramos de la industria juntos. Por otra parte perpetúa la riqueza en su poseedor, pues los vaivenes de la fortuna que arrebatan sus fondos al capitalista ó aniquilan las esperanzas del fabricante, no hacen mella profunda en el labrador. Puede el enemigo talar sus campos é incendiar sus mieses y con esto quebrantarle; pero no le arruina, pues siempre queda dueño de la tierra viva y perenne, que con su fertilidad inagotable repara los estragos de la guerra. Hé aquí explicada la pasion de los hombres cansados de los negocios, cuando al cabo de sus dias prefieren constituir un seguro patrimonio á sus familias en la propiedad territorial, á lejarlos correr los riesgos de la especulacion mercantil, posponiendo las mayores ganancias dudosas á las ciertas y menores con que convida la posesion de la hacienda raiz.
En cambio de estas verdaderas excelencias de la agricultura, hay causas que determinan su progreso lento y su inferioridad relativa.
La tierra no es de una extension ilimitada ni de igual fertilidad. Luégo que el cultivo se apoderó de todas las mejores, si la demanda de frutos se sostiene, desciende á las inmediatas; de donde resulta que doblando el trabajo y el capital empleados en la agricultura, no llegara á doblarse la produccion, á diferencia de lo que pasa en las fabricas y el comercio. Asi, pues, para conseguir el aumento sucesivo de la produccion agrícola, debe avivarse la energía del trabajo y aplicarse un capital cada vez mayor.
La consecuencia natural de esta ley económica es la creciente carestía de los frutos, la cual, sino en todo, en mucha parte, puede ser reprimida con un cultivo más hábil y perfecto. Dos clases de mejoras hay eficaces: las que conducen al aumento de la produccion sin aumentar otro tanto el trabajo, y las que mantienen produccion antigua disminuyendo las labores y los gastos de labranza.
Las máquinas útiles á la agricultura favorecen desarrollo del segundo modo; y no solamente hemos de reputar por útiles las de inmediata aplicacion á las faenas del campo, pero tambien las que proporcionan la baratura de los instrumentos del cultivo, ó facilitan la salida de los frutos, ó de otra manera auxilian labrador.
Poco disfruta la agricultura de los beneficios de la division del trabajo, porque, aun siendo diversas las
labores que pide la tierra, no se prestan á la simultaneidad de los esfuerzos como la industria fabril, y ciertamente es una desventaja.
Dos son las condiciones esencia1es del progreso de la agricultura en todos los pueblos, á saber, la propiedad y la libertad, las cuales pueden reducirse á una sola máxima de gobierno, que es abandonar el camino trillado de la protección y el privilegio, y fiar de la actividad é inteligencia del interés individual.
Sin propiedad no existe agricultura, porque sin la seguridad de poseer, gozar y transmitir nadie cultiva los campos, ni los mejora, ni los defiende, ni se afana arrostrando las inclemencias del cielo y el rigor de las estaciones, cuando teme que el ocioso y el advenedizo vendrán á tomarle la cosecha. La historia de todos los tiempos nos enseña que allí donde el derecho de propiedad se halla más respetado, prospera más la agricultura y se acrecienta la abundancia de frutos, y se colma la medida de la riqueza general. Los bienes que no tienen dueño conocido, ó pertenecen á una comunidad, ó son cultivados por mano ajena, se distinguen por su produccion escasa ó su viciosa administracion. Fáltales el propietario activo y diligente que fecunda la tierra con su mirada.
Todas las leyes, prácticas y costumbres contrarias al derecho de propiedad son funestas á la agricultura. La antigua prohibicion de roturar los montes, de cercar las tierras y hacer plantíos; la derrota de las mieses, ó sea la obligacion de abrir las heredades, alzados los frutos, para convertirlas en pasto comun y libre; las servidumbres pecuarias y los privilegios exorbitantes de la ganadería amparados con la jurisdiccion privativa del Concejo de la Mesta, eran graves yerros que causaban la ruina de nuestros labradores. Nada contribuyó tanto á la prosperidad de la agricultura en Inglaterra como sus instituciones políticas que afirmaron y robustecieron el derecho de propiedad, hasta el punto de inspirar plena confianza al habitante de la cabaña más humilde y remota.
La libertad de cultivo y cosecha no es ménos necesaria, y tampoco alcanzó entre nosotros mejor fortuna. El espíritu reglamentario penetró en la agricultura, y la escasa libertad que dejaban al labrador las leyes comunes, se la arrebataban las ordenanzas municipales. El dueño de una tierra no podia reducirla de pasto á labor, porque no faltasen las yerbas á los ganados. No era licito plantar moreras en vez de morales, porque estos (decian) daban mejor seda. Necesitábase licencia del rey para plantar viñas y sembrar cáñamo ó lino en algunas partes, y del concejo para vendimiar, y en otras no podian los vecinos recoger el grano de las eras y encerrarlo en las trojes hasta que tocasen en la iglesia la campana á cobrar el diezmo.
Nadie mejor que cada uno en particular conoce la disposicion y fuerza del terreno, ni juzga con más acierto de los sistemas de cultivo y métodos de labranza, ni estudia con más ahinco las necesidades presentes y futuras del mercado para variar con tiempo la cantidad y calidad de los frutos y cosechas. Sin este grado de libertad no obtiene el labrador la merecida recompensa de tantos afanes como le cercan y de los riesgos á que se expone, fluctuando cada año y cada dia entre la esperanza y el temor, segun vienen suaves ó recias las estaciones.
Debe el gobierno en verdad proteger la agricultura, pero removiendo los estorbos que embarazan y dificultan su adelantamiento. Funde escuelas ó institutos agronómicos, cuando el interés individual no sea bastante ilustrado y vigilante para sustituir con buenas prácticas la ciega rutina: desconfíe de las haciendas modelos, si por acaso no dan ejemplo de una administracion vigilante y cuidadosa: arbitre medios de extinguir ó minorar la deuda hipotecaria, azote y plaga de los campos, porque agota los recursos del propietario, cuando no es contraida para mejorar la finca: reforme, si fuere preciso, el órden de sucesion: alce las trabas que impiden la libre circulacion de la propiedad territorial: construya caminos y abra canales que faciliten el riego y la salida de los frutos, y con esto sólo no faltará alimento á la intervencion del estado.
Dijimos salida, y en efecto, nada influye tan eficaz y poderosamente en el progreso de la agricultura como el pronto y buen despacho de los frutos de la tierra. La industria agrícola debe ser una verdadera industria, esto es, una profesion particular y una especulacion lucrativa. Nadie puede medrar en su oficio si no compra y vende á su voluntad, y en vano se otorga la libertad de comprar y vender, si no hay compradores y vendedores en número suficiente.
La agricultura sin industria que la haga compañía, arrastrará una vida lánguida, faltando la diversidad de productos que despierta el deseo y proporciona los medios de satisfacer nuestras necesidades á favor del cambio. Así se observa que florece en los alrededores de las ciudades industriosas y mercantiles, y en las provincias y reinos donde fomenta el consumo de los frutos la grande variedad del trabajo. Un pueblo todo ó casi todo compuesto de labradores, siempre será pobre y miserable. Privado de aquellos modos de vivir que constituyen la ocupacion habitual de los artesanos y mercaderes, la gente laboriosa se pega al terron como la lepra al cuerpo, y el terron no puede con tanta carga. Cada uno procura bastarse á sí mismo, y limita la produccion al ordinario sustento de su persona y familia. Allí perpetúa la rutina, porque el aislamientlo cierra la puerta á las invenciones y mejoras que se propagan por el mundo industrial.
Mucho importa al adelantamiento de la agricultura la general aficion á la vida del campo, porque residiendo el propietario en medio de las tierras que cultiva, las ama con pasion, las cuida con esmero y las enriquece con nuevos capitales. Cuando los dueños afortunados de extensas y pingües haciendas encomiendan su cultivo y administracion á manos mercenarias y consumen sus rentas en la ociosidad y lujo de la corte, desfallece la agricultura. Entónces no hay reglas ni preceptos de economía rural, porque nada bueno puede esperarse de la gente rústica y menesterosa.
La residencia del propietario cerca de sus tierras debe ser un acto espontáneo determinado por una educacion bien dirigida, el amor del trabajo, la conveniencia propia y la completa seguridad de los campos. Miéntras haya motivo para temer el asalto de los malhechores, ó los árboles, los frutos y cosechas carezcan de la eficaz proteccion que les dispense una buena policía rural, será injusto condenar en el propietario un desvio ajeno á su voluntad, y vana toda providencia encaminada á convertirlo en labrador. En esto, como en tantas otras cosas, más que las leyes pueden las costumbres.
Agitan los economistas la cuestion de si debe darse la preferencia al cultivo en grande ó en pequeño. Ambos sistemas tienen ardientes apologistas que con razones y ejemplos procuran inclinar la balanza á uno ú otro lado, y conviene oir el pro y el contra para emitir cada cual su voto con pleno conocimiento de causa.
Aunque de ordinario la constitucion agrícola ó sea la organizacion de la propiedad territorial influye en la adopcion del sistema de cultivo, sin embargo, la cuestion del cultivo en grande ó en pequeño es distinta de la cuestion de la grande ó pequeña propiedad, porque puede haber aglomeracion de tierras y dispersion de labranzas por efecto de los arriendos y subarriendos, y al contrario, dispersion de tierras y aglomeracion de labranzas en virtud de la asociacion. La grande ó pequeña propiedad no son causa necesaria del grande ó pequeño cultivo, como quiera que no siempre el propietario riega los campos con el sudor de su frente, ni hay leyes agrarias que limiten la hacienda del labrador, ni puede ni debe padecer menoscabo la justa libertad de los contratos.
Si tendemos la lista por el horizonte y observamos que las heredades están bien cerradas, las casas limpias y alegres rodeadas de huertos y jardines, los ganados gordos y crecidos, las servidumbres rústicas pocas y bien ordenadas, y en fin, el país risueño y gozando de la abundancia, allí todo acredita un cultivo en grande ó extenso. Si al contrario, vemos los campos cortados y revueltos, no separados por cercas ó muros, sino cuando más por setos vivos, los senderos muchos y sin concierto, algunas manadas de un ganado flaco y ruin y las cabañas tristes sin apariencias de aseo ni comodidad revelando al pasajero la miseria de sus habitadores, allí prevalece de seguro el cultivo en pequeño ó intenso. Comparamos los extremos para que resalten ambos sistemas con el contraste; pero no siempre las cosas llegan al término imaginado.
Militan en favor del cultivo en grande razones poderosas, tales como la mayor economía de la produccion corriendo las labores por junto, la abundancia de capitales que permite mejorar los campos, adquirir y emplear máquinas, adoptar nuevos procedimientos agrícolas, hacer ensayos y experiencias, comprar y vender á tiempo, dividir el trabajo hasta donde lo consienta la agricultura y la mayor inteligencia del cultivador, sea el mismo dueño de la tierra, sea un arrendatario consagrado á esta industria especial como á su verdadera profesion.
La desecacion de terrenos pantanosos, las obras riego, los plantíos y otras mejoras costosas y de tan reembolso no se emprenden sino á beneficio de una agricultura rica y vigorosa. Prevalece este sistema en Inglaterra, donde una parte de las ganancias obtenidas en la industria y el comercio viene en forma de capital á fecundar la tierra, con cuyo auxilio el trabajo hombre llega á triunfar de la parsimonia de la naturaleza.
Pondérase la excelencia del cultivo en pequeño diciendo que procura á multitud de personas bienes ecnómicos, morales y políticos superiores; que el trabajo es más minucioso y sostenido por el ardor y la paciencia infatigables del labrador propietario; que deseo de apurar las fuerzas del terreno introduce continua rotacion de las cosechas; que la angostura los campos obliga á sembrar y plantar en medio de las rocas; que permite añadir á las utilidades ordinarias del cultivo las extraordinarias de algun arte ú oficio y en fin, que la tierra recompensa con mano liberal 1os afanes de su señor, porque cuida el patrimonio de sus hijos como buen padre de familia.
Con todo eso, es fuerza confesar que el cultivo en grande convida con una mayor produccion, bien que agrade á ciertos economistas el cultivo en pequeño bajo el punto de vista de la mejor distribucion de la riqueza. Cuando el labrador posée una hacienda siquiera mediana, escoge y reparte las producciones segun la diversa calidad de los terrenos, y calcula las pérdidas y ganancias del pasto ó labor; mas si sólo dispone de alguna ó algunas cortas heredades, destina á huerto la tierra que pide cereales, ó planta de viña el monte bueno para pinar, porque las necesidades domésticas le obligan á poner de todo un poco, y así agota sus fuerzas, apura sus recursos, cultiva mal y vive agobiado con la deuda hipotecaria.
El mejor sistema será aquel que guarde una proporcion conveniente con la naturaleza del terreno, la especie de cultivo y las facultades del cultivador. Preferir el uno al otro de un modo absoluto, parece temeridad. Las áridas llanuras de Castilla, la Mancha y Andalucía reclaman grandes haciendas, porque la poblacion escasea, las aguas faltan y el cultivo es uniforme; así como los estrechos valles y los abundantes riegos de Asturias y Galicia, junto con una poblacion muy densa y una variedad infinita de producciones, empujan al país hácia las cortas labranzas.
Ciertamente, seria preferible á todo una mediana concentracion de labores, sin excluir ni un corto número de grandes haciendas para servir de ejemplo en el arte del cultivo, ni tampoco un número mayor de granjas ó caseríos que permitiese gozar á muchos de los beneficios de la propiedad territorial envidiada é insegura, si se reviste con las apariencias del monopolio ó cuando ménos del privilegio.
El movimiento favorable á la concentracion ó dispersion de las labranzas depende de la combinación de varias causas, y se determina por la resultante de las fuerzas contrarias. Las leyes de sucesion, facilitando ó dificultando la div ision y subdivision de las tierras influyen en la constitucion de la propiedad, que puede influir á su vez en el sistema de cultivo. La prosperidad de las fábricas y del comercio promueve la concentracion, porque afluyen á la agricultura capitales que se emplean en comprar heredades á los labradores pobres, y en redondear las haciendas improvisadas.
Opónense á la formacion de estos cotos redondos y de mediana cabida que darian extraordinario impulso a la agricultura multiplicando la poblacion rural, el apego del labrador al patrimonio de su familia, el sar del bien ajeno, la codicia que acecha la oca de hacer pagar muy caro su gusto al vecino, los derechos de hipoteca y los gastos que ocasiona la forma legal de los contratos.
Las sociedades agrícolas libres y voluntarias fomadas de propietarios ó cultivadores, de las cuales no faltan ejemplos dignos de alabanza é imitacion, pueden contribuir eficazmente al progreso de la industria rural. ¿Qué importaria al economista una ley de sucesion que desmenuzase la herencia, si por medio de un convenio entre los coherederos se conservase íntegra la propiedad y el cultivo se hiciese en comun, repartiendo despues los productos en proporcion del capital y del trabajo? De esta manera se concilian los extremos de la grande produccion y la equitativa distribucion de la riqueza; y sin privar á nadie de la casa y de la tierra que lleva su nombre, se habria conseguido, sino extirpar, á lo ménos disminuir la pobreza del labrador.
Mejorar por este camino la agricultura no es obra fácil ni breve. Los hábitos de independencia, la inveterada costumbre de aislar sus intereses y la falta de aquella actividad, iniciativa y energía que distinguen los pueblos dotados de vida propia é independiente del estado, son obstáculos poderosos al desarrollo del espiritu de comunidad; pero el fin es bueno, y los medios existen dentro de nosotros. En otro tiempo la religion, la ciencia, la industria y la agricultura misma se refugiaban en el seno de las corporaciones, y lo que entónces era posible, no puede ser imposible en nuestros dias.