La mercadería se produce para el mercado y su productor sólo puede aprovecharla como objeto de cambio. Por eso la oferta es igual a la existencia de mercancías; es una cosa, una substancia, en todo caso una acción involuntaria cumplida por medio de las mercancías. Sin mercancías no es posible realizar la acción contenida en la oferta; con mercancías hay que cumplirla. Al propio tiempo, empero, es la oferta la única forma de utilizar provechosamente la mercancía. Resumiendo: la acción que radica en la oferta y la materia a la que refiere esa acción deben identificarse de manera tal que materia y acción se confundan en un todo.
La oferta (es decir, la demanda de dinero) equivale, pues, a la existencia de las mercancías.
Pero a su vez la existencia de mercancías depende:
1) del abastecimiento por la división del trabajo, o sea de la producción;
2) de la colocación de los productos.
Si fueran siempre iguales la producción y la colocación, también lo sería la oferta, es decir la demanda de dinero.
Y es sabido que, en general, tal cosa no sucede.
La provisión ya aumenta por el crecimiento incesante de la población. Cien obreros lanzan al mercado más mercancías que noventa.
Pero la provisión crece, asimismo, por el constante incremento de la división del trabajo.
El campesino que se dedica exclusivamente a la ganadería, en vez de distraer sus energías en producir para sus propias necesidades, como lo hacía en otros tiempos, tiene que concurrir al mercado con mucha más frecuencia que antes. Muy poco compraba y vendía antaño, ahora vende toda su produccion: él acrecienta su oferta, es decir, la demanda de dinero por todo lo que produce.
En la campaña, en las aldeas, los artesanos trabajaban en su oficio, a menudo temporariamente; se dedicaban, además, a la agricultura, a la huerta, hacían sus utensilios y sus herramientas, cosían sus ropas y su calzado y hasta educaban a sus hijos. Ahora ya no tiene ningún artesano tiempo para tales menesteres. Su oficio le insume todo el tiempo y le rinde más. El producto íntegro de su trabajo se ha convertido en mercancía y va al mercado donde origina demanda de dinero, de medios de cambio. De ahí que la demanda de medios de cambio haya crecido enormemente en los últimos decenios.
Pero más aún que por las circunstancias mencionadas, la oferta de mercancías, la demanda de medios de cambio aumenta por el perfeccionamiento de los métodos de producción. Un tejedor producía antes, por ejemplo, a mano, 10 metros de género, y lanzaba esa cantidad al mercado: la demanda de dinero correspondía, pues, también a 10 metros. Hoy, con sus herramientas modernas, el mismo tejedor produce 500 metros de género; lanza, pues, 50 veces más mercancías al mercado y origina, desde luego, una demanda de dinero 50 veces mayor (1). Lo mismo ocurre con todas las artes y con todos los oficios. Para publicar los libros de una sola editorial moderna sería necesario que todos los hijos de la Gran China pasaran los años escribiendo de la mañana a la noche. Lo mismo sucede con la impresión en colores.
Treinta hombres en la Argentina producen con sus arados a vapor y sus trilladoras tanto cereal como 3000 labradores alemanes con el mismo trabajo. Estos colonos argentinos originan, así, una oferta de mercancías 100 veces mayor; una centuplicada demanda por medios de cambio.
Pero la magnitud de la oferta no ha de medirse exclusivamente por la cantidad, sino también por la calidad de las mercancías. Una tonelada de trigo de buena calidad significa una mayor demanda de dinero que la misma cantidad de trigo inferior.
La calidad de mercancías se mejora hoy continuamente. El ganado, la semilla se seleccionan, la fabricación mecánica se perfecciona, la química lanza diariamente productos más puros y de mayor aplicación al mercado; con cinceles eléctricos y modelos magníficos que suministra el proletariado enflaquecido, producen los artistas con poco esfuerzo obras maravillosas y la demanda de dinero, de medios de cambio, crece por la diferencia total entre el valor del arte moderno y el antiguo.
Se acrecienta también el aporte de las mercancías por la aplicación en la industria de ciertas materias anteriormente inútiles. Así, las minas de hierro en Alemania proporcionan más de un millón de vagones con superfosfato para abonos de campos. Anteriormente, no eran más que residuos molestos; ahora, esos fosfatos motivan una demanda de numerario por muchos millones de marcos, (lo que no quiere decir, sin embargo, que se precisan otros tantos millones más). Lo mismo ocurre con las sales de potasa y otras muchas substancias. Se necesitaría menos dinero, menos medios de cambio, si no se hubiera descubierto la utilidad del superfosfato y de las sales de potasa.
Pero la demanda de numerario (medios de cambio) depende, además, de otros factores que no se relacionan directamente con la producción. Me refiero a la división de la propiedad que convierte en mercancía mucho de lo que era antes objeto de uso.
Así, la tierra es ahora negociable, en tanto que antes pertenecía a la comuna y no era enajenable. Enormes sumas de dinero se requieren ahora anualmente para el negocio de inmuebles. La demanda de dinero ha crecido desde que el suelo de la patria fué degradado a la condición de mercancía. Los intereses de las hipotecas y el precio de los arrendamientos de la tierra también absorben mucho dinero. No habría menester tanto dinero, si los chacareros no tuvieran que destinar una parte de lo obtenido por su cosecha para el pago de los arrendamientos e intereses hipotecarios, vale decir, si la tierra hubiera permanecido bien común.
Lo mismo pasa con los alquileres de la vivienda. Antes, la mayoría de los ciudadanos habitaban en cuevas, ranchos o casitas propias, pagando excepcionalmente un alquiler. Ahora sucede lo contrario, y de todo salario semanal y mensual, se deduce una parte para el pago del alquiler. ¡Cuántos millones se retienen de esa manera durante días, semanas y meses! (2)
El suministro de agua, luz, fuerza motriz etc. por el municipio transforma asimismo en mercancías una porción de cosas importantes que eran antes objetos de uso. De ahí también un incremento considerable en la demanda de dinero.
Para que un objeto pueda convertirse en mercancia ha de ser posible hacerlo llegar al comprador. ¡Cuántos objetos, empero, permanecen hoy abandonados, por impedir su transporte la falta de caminos, canales y ferrocarriles! Un ferrocarril nuevo, un túnel, un puente, una expedición exploradora, etc., proporcionan a los mercados cantidades enormes de minerales, madera, ganado, etc. y aumentan la demanda de numerario en proporción a estos bienes.
En general, la oferta de mercancías, quiere decir la demanda de dinero, crece continuamente. Pero tal crecimiento es susceptible de convertirse a veces en retroceso, por ejemplo como consecuencia de la reducción general de las horas de trabajo, guerras, malas cosechas, epidemias, lo mismo que por una huelga y en general por la política actual del salario.
Los ejemplos mencionados bastarían para demostrar de cuantas circunstancias depende la provisión de mercancías. Pero la oferta de ellas depende también, como ya lo dijimos, de la salida. Hasta tanto la mercancía no encuentre consumidor, sigue siendo ofrecida y significará demanda por dinero. Toda mercancía que desaparece del mercado importa una contracción en la demanda de numerario.
La oferta de mercancías, la demanda de dinero, de medios de cambio, depende, pues, también de la rapidez con que las mercancías llegan al consumidor, perdiendo, entonces, sus propiedades de tales. La comparación con los medios de transporte nos facilitará, otra vez, el alcance del concepto. Supongamos una cantidad determinada de un producto para transportar; por ejemplo, mil toneladas de ladrillos a despachar diariamente desde los hornos hasta la ciudad. El camino se halla en malas condiciones, faltan puentes, y en algunos sitios hay que aligerar la carga para poder cruzar los pantanos. Consecuencia: Los carros se mueven lentamente y cargan poco; se necesitan muchos carreros para cumplir la tarea. Pero el camino ha mejorado, los pantanos desaparecieron, se han construído puentes. Estas mejoras permiten a los carreros cargar más y realizar dos viajes por día en lugar de uno; la tarea se cumple con la mitad del personal; las mil toneladas de ladrillos sólo representan ahora la mitad de la demanda anterior de conductores. Si en lugar de una carretera se tiende una línea férrea, la demanda por conductores podría reducirse a la centésima parte, quizás menos aún.
Es así como hemos de imaginarnos la demanda de los medios de cambio, representada por el "stock" de mercancías.
Para conducir las mercancías por vía de cambio, desde el productor hasta el consumidor, es necesaria una serie de entidades comerciales, de cuyo funcionamiento y eficacia depende el grado de rapidez con que desaparecen las mercancías del mercado. Imaginemos una bolsa de café brasileño que por vía de trueque tenga que canjearse por agua de Colonia. ¡Cuántas veces debería canjearse, ofrecerse, cuánto tiempo tendría que permanecer en su estado de mercancía y rodar por los mercados! Hoy, con la intervención del dinero, tal bolsa ya arriba al consumidor después de haber cambiado de dueño tres o cuatro veces.
Las instituciones comerciales han alcanzado hoy un grado relativamente alto de perfeccionamiento (3). Con cada adelanto se acelera la metamorfosis de la mercancía en objeto de uso. Basta recordar las facilidades que proporcionan al comerciante el actual sistema bancario, el régimen de la letra de cambio, el servicio de correos y telégrafos, los servicios consulares, los medios modernos de propaganda, la imprenta, las escuelas comerciales, el sistema uniforme de pesas y medidas, el teléfono, las máquinas de escribir, etc. ¡Y las cooperativas de consumo, y los grandes almacenes de ramos generales! Una moderna casa de comercio puede realizar, en periodos iguales, 10, 20, 30, veces más negocios que antes. La capacidad comercial de un hombre de negocios es actualmente 100 veces mayor que la de su abuelo.
La división del trabajo provee incesantemente al mercado con una enorme corriente de mercancías que los comerciantes mediante sus organizaciones distribuyen continuamente entre los consumidores, eliminándolas del mercado.
Si los comerciantes no dispusieran de tales organizaciones, ¿de qué dimensiones deberían ser los mercados, los depósitos, los almacenes, etc., para contener todas esas enormes masas de mercancías que se evacuarían con mucha lentitud? El río, que es un torrente veloz y estrecho cuando baja de la montaña, aumenta su caudal de agua al correr lentamente por la llanura. Lo mismo sucedería con las mercancías. Sin nuestras modernas instituciones comerciales, sería mucho mayor el "stock" de mercaderías, incomparablemente superior la demanda de medios de cambio. Con frecuencia presenciamos hoy interrupciones en la actividad de algunas de esas instituciones, como por ejemplo en las de crédito, teniendo entonces la oportunidad de observar cómo, a consecuencia de ello, se demora la colocación de mercancías, crecen los "stocks" hasta inundar los mercados (la llamada superproducción), y cómo bajo la presión de esa creciente demanda de numerario ceden los precios y tras el derrumbe sobreviene la crisis.
Cuando se repara un camino por que el exceso de curvas o su mal pavimento ya no permite un tráfico regular y se le pavimenta en línea recta para tráfico ligero, ya no parecerá tan transitado a pesar de haber aumentado el número de vehículos que circulan por él. Sin embargo, si volvemos de súbito al estado anterior, el tráfico quizás se estanque por completo por ser excesivo. Análogamente sucede con las instituciones comerciales. Ellas procuran al intercambio vías rectas y condicionadas para el curso rápido de las mercancías. Si una de estas entidades falla, de inmediato se agrandan los "stocks", vale decir, crece la demanda de numerario.
La enorme influencia que las instituciones de crédito ejercen así sobre la demanda de dinero nos obliga a tratar este punto con mayor detención.
Decíamos que la mercancía representa una demanda de medios de cambio exactamente concordante con su cantidad y calidad. Si hubiera alguna posibilidad de intercambiar las mercancías sin la intervención del numerario, la demanda de este último disminuiría por el volumen de las mercaderías cambiadas.
Esto es lógico y evidente si consideramos la demanda de dinero desde el punto de vista de nuestro concepto de la materia. Aquí sucede lo mismo que en el caso del ferrocarril. La demanda de vagones es exactamente tan grande como lo es la cantidad de la carga. Pero si a lo largo de la vía trazamos un canal navegable, la demanda de vagones desciende en proporción a lo transportado por agua.
Y las instituciones de crédito hacen las veces de canal que se extiende al igual que el dinero para facilitar el intercambio de mercancías. Cuando "A" en Berlín remite a "B" en Colonia una partida de manteca, y este último paga la cuenta con una remesa de vinos, no se necesita un céntimo en efectivo para la operación. Si "B" no tuviera crédito en la casa de "A", ni "A" lo tuviera en la de "B", la manteca no se entregaría sino contra dinero; lo mismo que el vino. La demanda de numerario que hubieran originado el vino y la manteca ha sido evitada con el auxilio del crédito.
La demanda de dinero decrece, pues, en relación igual al volumen de mercancías cambiadas por vía de crédito. Si el total de las operaciones de crédito aumenta, disminuye la demanda de dinero, y viceversa, si mengua el crédito crece la demanda de dinero, en la misma relación. Esta influencia de las operaciones de crédito sobre la demanda de dinero no varía, aunque las partidas de vino y de manteca se saldaran en dinero, que estuviera representado por letras, cheques u otros documentos de crédito. Se trata siempre de orillar la demanda de dinero. Esos instrumentos de crédito, aunque se invocan como dinero, hacen que éste sea innecesario en todas las transacciones en que intervienen. Cierto es que sólo son instrumentos que surgen con el crédito y sucumben con él. El dinero se ve aliviado por ellos en tanto dure el crédito.
Aquí sucede lo mismo que con el ferrocarril aliviado por el canal navegable. Si éste se hiela o la sequía del verano termina con las aguas, los productos cuyo transporte se hacía por el canal vuelven al ferrocarril. Pero cuando se derrite el hielo y el canal se torna navegable decrece también la demanda de vagones. Un canal semejante, que ora obstruye el hielo, ora la arena, es más bien una traba para el ferrocarril que un alivio. Y así ocurre también con las operaciones de crédito y su repercusión sobre la demanda de numerario.
Vamos a hacer un breve resumen de lo dicho en este capítulo sobre la demanda de dinero.
La demanda de dinero está representada por las mercancías que la división del trabajo incesantemente lanza al mercado. Evoluciona, pues, en concordancia con el volumen de mercancías que procura la división del trabajo. La demanda de dinero, entonces, no sólo se cubre con la existencia de mercancías, sino que es ya de por sí esa misma existencia. No se concibe otra demanda de dinero fuera de las existencias de mercancías. Y cuando hablamos aquí de mercancías no hemos de prescindir de ninguna de sus cualidades corporales. Cuando hablamos de mercancías hemos de tener a la vista quesos, barriles de cerveza, bolsas de cereales, etc. Un queso real y palpable, no imaginario: un queso del cual podemos afirmar y jurar, después de un análisis detenido, que se trata de un "gruyére" legítimo. Al tratar de demanda de dinero, o de mercancías, no hablamos de trabajo cristalizado, momificado, ni de "substancia social", ni de sangre, sudor y jornadas de labor, ni de jamones en que se ha hecho abstracción completa de sus propiedades materiales: tocino, huesos, cuero. La demanda de dinero, de medios de cambio, surge de cosas palpables, visibles, que en el mercado podemos adquirir por metros, litros, kilos, para alimentarnos y vestirnos. Y no sólo el peso y la medida, sino también la calidad de la mercancía va implícita en esa demanda de dinero.
La demanda de dinero depende de la afluencia de mercancías que procuran la división del trabajo y de la propiedad, y la magnitud de esta afluencia depende, a su vez, del número de obreros, de su diligencia, habilidad y dedicación, así como de la eficiencia de los instrumentos de trabajo. Un tejedor inglés lanza al mercado 5 veces más cretona que uno de la India. Origina, pues, una demanda cinco veces mayor de medios de cambio, de dinero.
La demanda de dinero depende de la rapidez con que el comercio remite las mercancías al consumidor, y esa rapidez aumenta con cada perfeccionamiento de las instituciones comerciales. Si la capacidad (4) en este sentido, de un joven egresado de la Escuela Superior de Comercio es mayor que la de un mercader común, la demanda de numerario habrá de bajar también con la fundación de cada nuevo Instituto Comercial. Pero si la capacidad no fuera mayor, tampoco habría razón para la existencia de tales escuelas.
La demanda de dinero se halla en relación inversa a la velocidad con que los productos de la división del trabajo y de la propiedad se desprenden de su carácter de mercancía.
La demanda de dinero depende, también, de la expansión o de la contracción del crédito, es decir, de la cantidad siempre variable de mercancías que se substraen al mercado y a la demanda de numerario por la acción de esa continua expansión o contracción del crédito.
La demanda diaria de dinero es igual, pues, a las mercancías afluídas diariamente al mercado, deducida la parte que se realiza por vía de crédito (o quizás también por trueque).
En una palabra: La oferta de las mercancías, la oferta propiamente dicha, la oferta en el sentido que "la oferta y la demanda determinan los precios", eso es la demanda de dinero. En la oferta de mercancías está comprendida la demanda de dinero, y viceversa. Y la oferta se identifica con las existencias de mercancías.
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(1) Los investigadores del valor, que con su fraseología convertieron todos los fenómenos económicos en un complejo impenetrable, harán este reparo sofístico: el perfeccionamiento de los medios de producción ha rebajado el valor de los 500 metros al de los 10 metros de antes; en consecuencia, originarán los 500 metros una demanda de dinero idéntica a la de los 10 de antes. Replicamos: ¿Por qué el adelanto de los instrumentos de trabajo debe detenerse ante el dinero? Con el mismo derecho podríamos sostener: el perfeccionamiento de los medios de producción de los 500 metros bajaron el válor del papel-moneda al de los 10 metros. Con el "valor" de las mercancías se ha precipitado también el "valor" de la moneda en 500 metros, quedando así en pie de igualdad con las mercancías.
(2) La demanda de dinero depende, pues, también de si los alquileres, los arrendamientos u otros pagos periódicos se perciben semanal, mensual o trimestralmente. Si el obrero retiene en las primeras semanas del trimestre la parte correspondiente de su salario, este dinero permanece improductivo durante ese tiempo. Si paga, como en Inglaterra, semanalmente, este dinero es devuelto de inmediato a la circulación por el dueño de la casa. Por eso Inglaterra se arregla con mucho menos dinero que cualquier otro país.
(3) Sólo el poder canjeable del dinero por bienes experimenta retrocesos continuos, como lo demostraremos oportunamente.
(4) Por capacidad mercantil entendemos el poder, la habilidad, para mover los productos entre la fábrica y el consumidor.