(La demanda de mercancías o simplemente la demanda)
La característica de los productos de la división del trabajo y de la propiedad consiste en la necesidad de enajenarlos, necesidad que gravita, o mejor dicho, es inherente a ellos. Las mercancías se producen para la venta, y en ningún producto se cristaliza tan puramente la cualidad mercantil como en el dinero. Lo hemos demostrado en uno de los capítulos anteriores.
La mercancía abandona tarde o temprano el mercado para convertirse en objeto de uso; empero, el dinero sólo se canjea siempre para ser enajenado de nuevo.
Tal como las mercancías no pueden venderse más que a cambio de dinero, así el dinero no puede enajenarse sino a cambio de mercancías.
Del mismo modo que la mercancía representa la demanda materializada de dinero, éste es la representación corporizada de aquélla. Donde aumentan las existencias monetarias crece la demanda de mercancías. El que no tiene dinero tampoco puede provocar demanda de mercancías. El dinero guardado por el Banco en sus arcas puede ser lanzado al mercado en cualquier momento, promoviendo así una enorme demanda de mercancías, mientras los millares de famélicos desocupados que contemplan tanta abundancia en los mercados no ocasionan demanda alguna.
La demanda de mercancía dependerá asi, en primer lugar, de la provisión monetaria: no siempre concordará con ella, como lo veremos oportunamente, pero el carácter de mercancía que tiene el dinero obliga a sus poseedores a ofrecerlo, tarde o temprano.
Se podrá ofrecer menos dinero del que se posee, pero no más. Las existencias monetarias propias forman siempre un límite máximo infranqueable para la oferta del dinero. El carácter mercantil bien pronunciado del dinero siempre determinará, empero, que en el promedio general se ofrezca más dinero a cambio de mercancías ahí donde son mayores las existencias monetarias.
Los 180 millones que estuvieron depositados durante 40 años en la torre de Julio (Spandau) demuestran con claridad que dinero y oferta de dinero no son cosas tan substancialmente iguales como papas y oferta de papas, pero su finalidad fué, no obstante, la de ofrecerlos en determinadas circunstancias.
Así como un automóvil sólo es útil al dueño por su movilidad, el dinero le es útil sólo por el cambio de dueño, por su uso como medio de canje, por la circulación monetaria. El dinero está dotado de la propiedad que lo hace retornar siempre a la circulación. Se puede, hasta cierto punto, hablar de una obligación, aunque condicionada, de circular, que también es inherente a la moneda actual. (En la libremoneda tal obligación es absoluta).
De las mercaderías dijimos que su existencia está en relación inversa a la velocidad con que las instituciones comerciales las transportan desde el mercado al consumidor. Ahora bien; como el dinero se utiliza pero no se consume, ya que conserva la propiedad de mercancía, ya que sólo se le compra para venderlo de nuevo, (podemos descartar aquí a los joyeros), resulta que la velocidad con que facilitan las entidades comerciales el cambio de posesión del dinero no actúa ahora como en el caso de las mercancías, sino a la inversa. Cuanto más rápidamente pasa el dinero de mano a mano, tanto más pronto vuelve a su punto de partida, al mercado, para iniciar de nuevo su recorrido. Y con cada cambio de dueño llega una mercancía más a la casa del consumidor. Así como un vagón del ferrocarríl, en un tiempo determinado, recorre más kilómetros toneladas cuanto más rápidamente giran sus ruedas, así también una moneda sembrará más mercancías en su camino cuanto más se acelere su circulación. Un tálero flamante, un tálero indiscutiblemente legítimo, cambiará de dueño quizá no más de 10 veces por mes, porque habrá quien se goce en su contemplación y en reflexionar antes de desprenderse de él. Tratándose de un tálero desgastado, esas reticencias se atenúan; pero cuando se duda de su legitimidad, desaparece todo escrúpulo. Para recorrer el mismo circuito, un tálero flamante empleará 3 semanas; uno desgastado por el uso, 2 semanas, y uno dudoso, 1 semana. Para desenvolver el mismo volumen de negocios requiérense, pues, 3 tálero nuevos, 2 usados y 1 de legitimidad dudosa. La capacidad circulatoria, las propiedades mercantiles o técnico-mercantiles del dinero están, pues, en relación inversa a sus cualidades técnico-bancarias. Económicamente considerado, un tálero dudoso es de mayor eficacia que uno flamante. Adviértase bien esta particularidad.
La oferta es una corriente que brota de la división del trabajo y termina en casa de los consumidores. La demanda no es una corriente sino un fenómeno en circulación que al moverse rápidamente se nos presenta sin solución de continuidad, como un anillo. La oferta comprende mercancías siempre nuevas que hacen su recorrido una vez y desaparecen para siempre.
La demanda consiste, empero, en una cantidad de piezas monetarias que ya recorrieron millares de veces el camino y que otras tantas veces más lo habrán de recorrer.
Vemos por esta comparación que la demanda obedece a otras leyes que la oferta. La circunstancia de que la mercancía en su recorrido hacia el comprador tome incremento, se abulte, vale decir, se encarezca, en tanto que la moneda, aun después de cambiar mil veces de dueño, conserve intacto su precio originario, ya nos demuestra claramente que, bajo ese aspecto, el dinero no puede ser comparable con las mercancías.
Esto no quiere decir que el dinero promueva acaso el intercambio a "título gratuito".
En efecto, todos los factores que determinan la importancia de las ofertas de mercancías y que consignamos en el capítulo anterior, quedan descartadas en el caso de la demanda (oferta de dinero), y uno de aquellos factores, la racionalización de las instituciones comerciales, hasta repercute sobre el dinero en opuesta forma que sobre las mercancías. Las instituciones perfeccionadas abrevian y allanan a la mercancía el camino hacia el comprador, disminuyendo así los "stocks" y la oferta. Un adelanto en la circulación monetaria, una reducción de su período circulatorio, en cambio, conduce a que la misma pieza monetaria vuelva más pronto a su punto de partida, para reanudar su tarea. Quiere decir que cada mejora en la circulación monetaria aumenta la oferta de dinero. De ahí que con la libremoneda bastaría quizas una tercera parte de las actuales existencias monetarias para afrontar la misma demanda.
En lo que atañe a las mercancías, a la oferta, interesan ante todo las condiciones de producción, la fertilidad del suelo, la habilidad de los obreros, la perfección de las herramientas. Para la demanda, todo esto es indiferente. El oro no se fabrica, sino que se encuentra, y la única existencia que debe tomarse en cuenta por la humanidad de hoy, consta del legado de los antepasados, o, cuando de papel moneda se trata, de "emisiones" arbitrarias. Poco influye sobre la oferta la extracción de oro del año anterior. En la demanda, en cambio, hasta el oro recibido por Salomón de Ofir ha de desempeñar posiblemente hoy su rol como partícula de las monedas acuñadas. La oferta es producida por nosotros cada año; la demanda, en cambio, la vamos heredando sin cesar, y bajo tal aspecto las acumulaciones de Salomón, las campanas de despojo de los españoles en Méjico y en Perú, los hallazgos de oro en California y Transval últimamente, juegan un papel importante. La magnitud de la oferta la determinan los productores que viven hoy; la magnitud de la demanda se determina en parte por hombres cuyos huesos, hace siglos, se han convertido en polvo. Millones de hombres se dedican a satisfacer la oferta; la demanda, en cambio, se sostiene por un puñado de aventureros de las minas de oro de Alaska y Africa.
En la consideración de la demanda influye también la rapidez de la circulación monetaria y en este punto verán muchos una dificultad para delimitar la velocidad circulatoria. Se inclinarán, pues, a creer que la demanda (que junto con la oferta desempeña el importante rol de árbitro general de los precios) es algo indeterminable.
En efecto, apenas se concibe una velocidad de la circulación que no pueda ser aumentada por una institución cualquiera.
Supóngase que se haya concebido un límite posible para la velocidad del circulante; si alguien propusiera impregnar el dinero con una substancia pestilente, que obligara a cada uno a desprenderse de él, se vería que tal límite aun es susceptible de ser extendido.
Pero para la vida cotidiana, para la demanda de hoy, nada importa la posibilidad de acelerar mañana más la velocidad de la circulación monetaria. El "hoy" domina en el mercado; el "mañana" se considera cuando es claramente previsible. Tampoco podemos imaginar para el ferrocarril límites de velocidad imposibles de franquear mediante ciertos adelantos; pero, hoy por hoy, esa velocidad está dentro de los límites que las locomotoras, las vías, los puentes y las curvas prescriben estrictamente. Actualmente nos parece lo más natural el hecho de no poder viajar con la rapidez que se nos ocurra. Reflexionando llegaremos a la conclusión de que tampoco el dinero está en condiciónes de circular hoy con una velocidad cualquiera y que las instituciones de comercio imponen al medio circulante un máximum de velocidad, por el momento insuperable.
Pero esto no impide que hasta las instituciones de comercio se perfeccionen, lo que de hecho sucede casi diariamente. Con la reforma del sistema monetario alemán que substituyó la heterogeneidad anterior por una moneda unitaria que sin examen puede libremente pasar de mano a mano, se ha dado, sin duda, la posibilidad de una circulación más acelerada. (1)
Mediante las bolsas de comercio, cámaras compensadoras, letras, cheques, se imprime al dinero una mayor movilidad. (2)
Pero el ahorro, especialmente, sufrió modificaciones. Antes se guardaba el dinero ahorrado en una olla bajo tierra, en el colchón, etc.; hoy es llevado a los Bancos o a la Caja de Ahorro Postal, que lo destinan nuevamente a la circulación. Enormes sumas refuerzan asi la demanda.
Las grandes tiendas modernas pueden también considerarse como una aceleración del medio circulante, puesto que permiten que el comprador se libre en una de ellas y en un solo día de una suma de dinero que en negocios dispersos le insumiría unos cuantos días.
En resumen; no es posible negar la eventualidad de una continua ampliación para los límites de la velocidad del medio circulante, pero tal eventualidad ya no va a desvirtuar ni oscurecer el cuadro que ahora nos hemos formado de la demanda.
La demanda depende, pues, de la magnitud de las existencias monetarias y de la velocidad del medio circulante. La demanda crece en relación exacta con el incremento de las existencias monetarias y con la rapidez de la circulación monetaria.
Esto es lo que debemos saber, por de pronto, de la demanda para formarnos una idea general de la fijación del precio por la oferta y demanda. Cierto que no es mucho lo que sabemos, pero esos vocablos tienen ahora un contenido; ya podemos palpar, mensurar la oferta y la demanda. Ya no son más ilusiones. Cuando hablamos de oferta, ya no la concebimos como maniobras especulativas y otras tonteras, sino que distinguimos frente a nosotros trenes cargados con madera, paja, cal, verdura, lana, arena, etc. Todo esto lo vemos claramente con nuestros propios ojos, y los demás sentidos demuestran que no dormimos, que no soñamos.
Y cuando hablamos de demanda tampoco vemos mendigos, déficits, intereses, etc., sino dinero, papel o metal moneda, dinero que es palpable y contable.
Vemos que el dinero por una fuerza intrínseca se pone en movimiento circulatorio, en un movimiento que se fomenta, se acelera por medio de las instituciones de comercio. Observando el dinero vemos como en cada ciclo que describe, una cantidad de mercancías es lanzada del mercado a las casas de los consumidores. Lo comprendemos ahora porque seguimos el proceso con nuestros propios ojos y sabemos que la demanda depende, en parte, de la velocidad con que el dinero, después de cada lanzamiento de mercancía, se posesiona de otra, y ya no hablamos por boca de ganso, sino que con la conciencia de estar apoyados sobre los fundamentos de la economía política, sostenemos: los precios se determinan autocráticamente por la oferta y la demanda.
He aquí presentada en el cuadro las partes integrantes del precio, hasta ahora analizadas:
Tone- Tone-
O F E R T A ladas D E M A N D A ladas
La división del trabajo y de La moneda acuñada o
la propiedad suministra al impresa por el Estado
mercado, funcionando sin origina de acuerdo a la
perturbaciones las institu- actual velocidad circu-
ciones comerciales, una lante y a los precios de
masa diaria de mercancías de 1000 ayer una demanda igual a 1000
Esta oferta aumenta por Esta demanda aumenta cuando:
1) El incremento de la 1) crece la cantidad de
producción a raíz del dinero sea mediante el
crecimiento de la po- descubrimiento de minas
lación, en 10% 100 de oro o emisiones de
papel moneda, en 10% 100
2) La expansión de la
división del trabajo a 2) crece la velocidad del
expensas de la econo- circulante a consecuencia
mía primitiva, en 5% 50 del perfeccionamiento de
costumbres e instituciones,
3) El perfeccionamiento en 20% 200
de los medios y procedi-
mientos de producción, 3) las cajas de Ahorro
en 20% 200 Postal y los Bancos de-
vuelven de nuevo al co-
4) La mejor preparación mercio el dinero de los
de los obreros eleva la pequeños depositantes,
calidad de las mercancías en 10% 100
producidas, en 30% 300
1650 1400
En cambio, se reduce Esta demanda empero
la oferta cuando: no permanece siempre
estacionaria; no aparece
1) adelantan las insti- regularmente en el mer-
tuciones mercantiles cado, como lo veremos
y se limita el comer- enseguida.
cio intermediario,
acelerando el curso
de las mercancías
del mercado hacia los
lugares de consumo 100
2) se simplifica el ré-
gimen de letras de
cambio y otras con-
diciones del mercado
de crédito, contri-
buyendo a suplantar
el dinero efectivo 300
1250
Aclaración: Bajo tonelada puede tomarse, naturalmente, cualquier mercadería, p. ej.: carbón. En este caso se pregunta: ¿Qué cantidad de trigo, carne, lana, etc. se podría obtener a cambio de una tonelada de carbón con los precios vigentes? Así, cada 50 kg. de carne de primera calidad, cada 100 kg. de trigo, cada 25 kg. de lana, etc. equivalen a 1 tonelada de la oferta.
Con la demanda ocurre lo siguiente: Se preguntará ¿cuánto dinero puede ofrecerse hoy, conocida la masa de numerario y su velocidad actual, y cuántas toneladas de mercancías se adquieren por él a los precios del día? Se responderá: 1.000 toneladas. Como los precios en que se basan estas 1.000 toneladas se determinan por la oferta y la demanda, esta última expresada en dinero disponible, tendrá que ajustarse, necesariamente, a la oferta expresada en toneladas. De no ser así, sino como en el cuadro precedente, donde a una oferta de 1.250 toneladas se opone una demanda de 1.400, sobrevendrá tarde o temprano el equilibrio mediante el ajuste de precios. En nuestro ejemplo, el equilibrio se produciría por el aumento de los precios en un 10% aproximadamente.
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(1) Se podría llegar también a una conclusión contraria. En efecto, la mayor seguridad contra pérdidas de cambio y falsificaciones que ofrece la nueva moneda ha de haber ejercido sobre los que ahorran una atracción mayor que los táleros desgastados. Ahorrar dinero, empero, significa interrumpir la circulación. Ciertamente, ello entraña un freno.
(2) Como todavía lo hacen acopiadores de hacienda, los comerciantes llevaban en sus viajes el dinero para sus compras en efectivo; también se afirma que la ruta marítima a la India está cubierta por una capa monetaria formada poco a poco por los naufragios.