Gracias a la división del trabajo, producimos más de lo que consumimos y es así como emancipados de las exigencias inmediatas de la vida, podemos dedicar más tiempo, más provisiones y más trabajo, al incremento o perfeccionamiento de nuestros medios de producción. Sin la división del trabajo no hubiéramos alcanzado nunca el nivel actual de riqueza en medios de trabajo, y sin esos medios, el trabajo no hubiera rendido ni la décima, ni la centésima, ni aun la milésima parte de nuestra producción actual. La mayoría de la población debe, pues, su existencia inmediatamente a la división del trabajo. Esta procura los medios de sustento a 60 de la totalidad de los 65 millones de habitantes de Alemania.
Los productos de la división del trabajo no son bienes de consumo, no son cosas que el productor utiliza para su satisfacción inmediata, sino mercancías, cosas que su productor puede utilizar sólo como medio de intercambio. El zapatero, el carpintero, el militar, el maestro, el jornalero, ninguno de ellos puede hacer uso inmediato del producto de su trabajo; ni el propio campesino puede utilizarlos sino de modo limitado. Todos necesitan vender lo que producen. El zapatero, el carpintero, ete. venden sus productos a la clientela, el militar, el maestro prestan sus servicios al Estado, así como el jornalero al empresario.
Para la gran mayoría de los productos de trabajo, la necesidad de enajenarlos es incondicional. Esta obligación se convierte en regla sin excepción para los productos industriales. Por eso el trabajo se paraliza de inmediato cuando la venta de los productos se ve obstaculizada. ¿Habrá algún sastre que haga trajes sabiendo que no los ha de vender?
Es que la venta, el intercambio recíproco de los productos del trabajo, se facilita mediante el dinero. Sin la intervención de la moneda, ninguna mercancía puede llegar al consumidor.
Ciertamente no sería excluída la posibilidad de conseguir la salida de los productos de la división del trabajo por medio del trueque, pero es un arbitrio tan complicado y presupone tantas innovaciones imposibles de improvisarse repentinamente que se prefiere generalmente renunciar al procedimiento y suspender el trabajo.
El Banco de Mercancías que proponía Proudhon era un ensayo tendiente a restablecer el trueque. Al igual que tales bancos las grandes tiendas modernas podrían llenar idéntica finalidad, pues para el trueque sólo se requiere encontrar a uno que pueda adquirir lo que yo produzco, y que, a su vez, pueda entregarme lo que yo necesito. En la tienda, donde hay de todo, se compra naturalmente todo. La única condición preliminar para el trueque estaría en consecuencia cumplida por las mismas tiendas: y por eso es que unas estampillas (1) propias utilizadas en el servicio interno del negocio bien podrían reemplazar al dinero, suponiendo siempre que todos los compradores serían también proveedores de la tienda y viceversa.
En consecuencia, la mercadería debe venderse por dinero, y ello quiere decir que existe una demanda forzosa de dinero, la que es tan grande como el “stock” de mercancías, y el uso del dinero es, por consiguiente, para todos tan indispensable como lo es, para todos, provechosa la division del trabajo. Cuanto más ventajosa sea esta última, tanto más indispensable es el dinero. Excepto el pequeño cultivador de la tierra que consume casi todo lo que produce los demás productores están sujetos incondicionalmente a esa obligación económica de vender los frutos de su trabajo a cambio de dinero. El dinero es la condición fundamental de la división del trabajo desde el momento en que la amplitud que ha experimentado excluye el comercio de trueque.
¿A qué se debe, pues, esta obligación? ¿Será menester que quienes desean participar en la división del trabajo deban vender sus productos por oro, (plata, etc.), o por dinero? Antes, el dinero se fabricaba de plata, y todas las mercancías debían venderse por táleros. Posteriormente el sistema monetario del patrón plata fué derogado y, no obstante, la división del trabajo y el intercambio de los productos continuó prácticándose. Luego no era plata lo que requería la división del trabajo. La demanda de medios de intercambio, provocada por las mercancías, no se refirió al material del medio de cambio, a la plata. El dinero no había de ser precisamente de plata. Esto ya está comprobado por la experiencia.
Pero, ¿es, por ventura, necesario que el medio de cambio sea de oro? ¿Necesita oro el cultivador de papas si quiere venderlas para pagar con su producto al dentista? ¿No le será, al contrario, indiferente completamente de qué substancia se haga el dinero, dado el breve plazo que ha de tenerlo entre manos? ¿Le quedará acaso tiempo para contemplarlo? ¿Y no se podrá aprovechar esta circunstancia para hacer dinero de papel? ¿No seguiría existiendo la obligación de ofrecer en venta los productos de la división del trabajo, o sean las mercancías, por dinero, si substituímos el oro, al fabricar dinero, por celulosa? Se destruiría tal vez la división del trabajo ante esta variante? Es decir, ¿preferirían los ciudadanos morir de hambre antes de reconocer al dinero de celulosa como medio de pago?
La teoría del patrón oro afirma que el dinero para poder servir de medio de pago ha de tener "valor intrínseco" cambiándose el dinero solamente por tanto “valor” como el que encierra en si, a manera de las pesas que pueden levantar un contrapeso igual. Como ahora la celulosa no tiene ningún valor "intrínseco", quedaría descartada la posibilidad de servir de medio de cambio para mercancías que ostentan valor. El cero no puede ser comparado con el uno. Al dinero de celulosa le faltaría toda relación con respecto a la mercancía, le faltaría el "valor" y, por ende, sería inservible.
Y con esta argumentación se conformaron quienes han explicado el patrón oro, en tanto que, silenciosamente, el dinero de celulosa va conquistando el mundo. Ciertamente niégase todavía este hecho y se sigue hablando de "fuerzas transmitidas". Se dice que el papel moneda de hoy, que ya no falta en ningún país, subsiste sólo porque arraiga en el oro. Que si en el mundo no existiera metal moneda, el papel moneda tampoco podría existir y caería de inmediato, como cae el nido de gorriones al demolerse el castillo. Al poseedor de papel-moneda se le habría prometido oro y esa promesa infundió el alma al papel. El "valor" del oro se transfiere al papel por el hecho o por la esperanza de ser convertido en oro. El papel-moneda, propiamente, podría considerarse como una carta de porte que también es negociable. Pero desaparecido el cargamento, la carta de porte queda nula; quitándose el oro a la promesa de canje, el papel moneda se transforma en papel sin valor. Luego, sólo es un "valor transferido" el que sostiene el papel-moneda.
Esto es, más o menos, cuanto se puede argumentar en contra del dinero papel. Y todo lo dicho en tal sentido se considera tan decisivo que quien se siente capaz de juzgar, niega rotundamente la posibilidad del dinero papel.
(No corresponde a este capítulo la cuestión de si el papel moneda ofrece ventajas o inconvenientes frente al metal-moneda en el tráfico diario. En primer lugar ha de dilucidarse si de determinado papel puede fabricarse dinero que, sin respaldarse en una mercancía, especialmente oro o plata, tenga existencia propia, es decir, llene las funciones de un medio de cambio.)
¡El dinero ha de poder, pues, redimir o cambiar sólo el valor que en sí mismo posee!
Pero, ¿en qué consiste ese supuesto valor que nos impide comprender el papel-moneda, presentándonoslo como fantasma? El papel-moneda existe, sin embargo; existe en muchos países, en algunos hasta sin garantía de reserva metálica, y en todas partes donde se halla, revela su existencia en forma de millones y millones que aporta al Estado. Ahora bien, si desde el punto de vista de la teoría del valor, el papel moneda resultara verdaderamente un fantasma, entonces también sus productos deberían considerarse quiméricos. ¿Luego todos estos millones que el Reich percibe por la emisión de billetes, así como los 7% de dividendo que los accionistas del Reichsbank obtienen, serán también una ilusión? ¿O es, acaso, que se han trocado los papeles? ¿No será, tal vez, la propia teoría del valor lo quimérico?
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(1) Del hecho de que dentro del mecanismo interno de una tienda el dinero puede ser reemplazado perfectamente bien por estampillas deducen los economistas que el dinero efectivo no es sino estampillas comerciales; con esta conclusión errónea dan motivo a muchas confusiones. El dinero es una mercancía absolutamente independiente cuyo precio debe ser, caso por caso, determinado nuevamente por la transacción cada vez que cambia de poseedor. Al vender una mercancía el perceptor del dinero no sabe qué recibirá a su vez por él. Esto se revela recién cuando haga otra transacción, lo que generalmente ocurre en otro lugar, en otro momento y con otras personas. Utilizándose las estampillas comerciales el equivalente debe fijarse, con anticipación con toda exactitud, en cuanto a cantidad y calidad. Aquí se trata de un verdadero trueque, en el cual la estampilla cumple tan solo la función contable, y no la de un medio de cambio. Para el carpintero, por ejemplo, que a la tienda ofrece sillas en venta y a quien se pretende pagar allí con mercancías le será por eso absolutamente indiferente si el sombrero que se ha propuesto adquirir está marcado con el precio de 5 o de 10 estampillas comerciales. Pues a base de esas cifras fijará también las pretensiones por sus sillas. Y todos los precios de la tienda los relacionará, entonces, con sus sillas.
En el Estado socialista donde las autoridades fijan los precios bastan evidentemente semejantes estampillas. Quejas por escrito, comisiones de apelación reemplazarán allí el regateo. Se recibe aquí por el producto una estampilla comercial y un libro de quejas. En la economía a base de dinero, el regateo por el precio reemplaza al libro de quejas y a las comisiones de apelación. Todas las divergencias se arreglarán directamente entre los mismos interesados, sin que haya necesidad de recurrir a los tribunales. 0 el negocio no se realiza o es válido legalmente sin posibilidad alguna de apelación. Aquí radica la diferencia entre la estampilla y el dinero.
La circunstancia de que el dinero puede ser fabricado de una materia cualquiera igual a las estampillas comerciales y que la materia del dinero como lo de las estampillas no ejerce influencia sobre los precios (en tanto que el material con que se elabora el dinero no influya sobre la cantidad del mismo) ha llevado la confusión a los cerebros y ha contribuido poderosamente a producir el sofismo que estamos tratando. Particularmente en estos últimos tiempos, este sofisma dejó de nuevo un tendal de víctimas. Bendixen, Liefmann y numerosos discípulos de Knapp se hallan entre ellos. Invulnerables frente a esta ilusión son sólo aquellos investigadores a quienes se reveló la existencia del dinero. (Véase el capítulo anterior).