Cuando se tiene contacto por primera vez con la filosofía de Calidad Total vienen a la mente dos sentimientos: el primero es una especie de atracción hacia un conjunto de ideas que se consideran sugerentes, sobre todo si adicionalmente este interés provino del contacto con un caso real, lo cual pudo haber reforzado una actitud positiva hacia ellos. El segundo es la ansiedad de cómo hacer que dichos conceptos cobren vida y se conviertan a la brevedad en una realidad concreta y cotidiana de la organización.
Implementar cualquier enfoque administrativo es uno de los aspectos más difíciles, pues aunque haya claridad y convencimiento respecto a sus conceptos fundamentales, el problema surge al momento de aplicarlos a organizaciones concretas, que al estar constituidas por seres humanos, se convierten en estructuras induplicables y únicas.
Por ende, es decisivo que antes de proceder a ejecutar la estrategia empecemos por planear cómo hacerlo. Para lo cual hay que entender de dónde venimos, hacia dónde vamos, qué somos ahora y qué deseamos ser mañana. Las dos primeras interrogantes se refieren a la organización como un conjunto que abarca una serie de elementos como: tecnología, equipos, mercados, recursos materiales, personal, recursos financieros, etc. Las segundas se relacionan con mayor detalle a los valores de individuos que la integran, cuyo dinamismo la mueve, y que sumados conforman lo que se denomina cultura organizacional.
Es interesante observar cuando se conversa con directivos de empresas su reacción y la forma como contestan a la siguiente pregunta: ¿Cuál es la misión de tu empresa?
A algunos el término les parece chocante y, quizá por asociación de ideas, les sugiere algo místico, incluso religioso y por ende consideran que definir la misión de su empresa no va más allá que la expresión de un buen propósito, que debidamente enmarcado adornará sus oficinas sin tener en la práctica mayor trascendencia que ser una colección de frases bonitas.
En otras ocasiones la pregunta se responde con base en el producto que se elabora o en el servicio que se presta, por ejemplo: "la misión de mi empresa es proveer servicios alimenticios o manufacturar partes de automóviles". Esta respuesta resulta tan absurda como si una persona nos dijera que su misión personal es acudir todos los días hábiles a su lugar de trabajo.
Para una empresa, como para un individuo en lo particular, tener clara su misión es conocer la forma como espera trascender en la sociedad de que forma parte, lo que denota una actitud proactiva orientada a forjarse un espacio a partir de un escenario previsto, en lugar de ser un pasajero de los acontecimientos.
Así, establecer una misión no debe ser el resultado de un ejercicio aislado que se limite a redactar un enunciado elocuente. Por el contrario, es recomendable que sea el inicio y forme parte de las sesiones anuales de planeación estratégica y que al término de ellas se ratifique su validez.
Un guión que puede ayudar en el desarrollo de dicha definición podría hacerse a partir de cuatro cuestionamientos: ¿qué somos?, ¿qué hacemos?, ¿cómo lo hacemos? y, sobre todo, ¿para quién lo hacemos?
A manera de ejemplo, tomemos el caso de una empresa constructora que pudo expresar su misión de la forma siguiente:
Nuestra misión es contribuir al desarrollo del país mediante la construcción de inmuebles confiables, seguros y funcionales, utilizando la tecnología más avanzada, para satisfacer las necesidades de nuestros clientes y las expectativas de la sociedad en su conjunto respecto a la armonía urbana y preservación del ambiente. Ello implica asegurar la existencia de un clima laboral que permita el desarrollo humano y profesional de todo el personal.
En la planeación de una empresa, una misión clara desempeña un papel similar al de la piedra de toque de un arco, pues es ella la que permite sostener el esfuerzo y transmitirlo hacia las columnas, es decir, juega un rol de integrador y a la vez actúa como punto de referencia a partir del cual se ordenan desde las acciones estratégicas hasta las cotidianas.
Ello implica que está claro lo que se busca y la forma como pretende lograrse. En contraste, cuando se carece de ese punto de partida es factible que la organización se dedique a una mera subsistencia cortoplacista o a realizar esfuerzos dispersos que se traducirán en desperdicio de recursos y que al final del día se manifestarán en resultados que no guardan relación entre sí. Cuántas empresas no han experimentado un proceso de diversificación, que no ha sido el resultado de decisiones estratégicas, sino de acciones Oportunistas que han terminado por involucrarías en todo y en nada.
Para una empresa, como para un individuo en lo particular, tener clara su misión es conocer la forma como esperar trascender en la sociedad de que forma parte, lo que denota una actitud productiva orientada a forjarse un espacio a partir de un escenario previsto, en lugar de ser un pasajero de los acontecimientos.
Un guión que puede ayudar en el desarrollo de dicha definición podría hacerse a partir de cuatro cuestionamientos: ¿qué somos?, ¿qué hacemos?, ¿cómo lo hacemos? Y,, sobre todo ¿para quién lo hacemos?
En la planeación de una empresa, una misión clara desempeña un papel similar al de la piedra de toque de un arco, pues es ella la que permite sostener el esfuerzo y transmitirlo hacia las columnas, es decir, juega un rol de integrador y a la vez actúa como punto de referencia al partir del cual se ordenan desde las acciones estratégicas hasta las cotidianas.
Ello implica que está claro lo que se busca y la forma como pretende lograrse. En contraste, cuando se carece de ese punto de partida es factible que la organización se dedique a una mera subsistencia a corto plazo o a realizar esfuerzos dispersos que se traducirán en desperdicio o recursos y que al final del día se manifestarán en resultados que no guardan relación entre sí. Cuántas empresas no han experimentado un proceso de diversificación, que no ha sido el resultado de decisiones estratégicas, sino de acciones oportunistas que han terminado por involucrarlas en todo y en nada.
¿Cómo hacer que los aspectos conceptuales contenidos en la misión puedan tener una expresión práctica?
Pero definir la misión es sólo un primer paso; el siguiente es vincularla al quehacer cotidiano de la Organización. De otra suerte será sólo un elemento de ornato que se cubrirá de polvo con el tiempo. Por tanto, es importante establecer sus lineamientos estratégicos y vincularlos de manera práctica a sus principales funciones.
Así, de un enunciado general que podría en principio parecer abstracto, se pueden sustraer aspectos específicos como, por ejemplo: calidad; actitud de servicio; preservación del medio ambiente; clima laboral; incorporación de valor útil al cliente; desarrollo humano, etc., para posteriormente cruzar en forma matricial estos imperativos con las principales funciones de la empresa y estar en posibilidad de establecer la forma de darles un expresión que pueda utilizarse como punto de referencia y, por ende, de medición.
Tomemos, por ejemplo, el caso de la calidad de diseño. Destaca que se trata de un concepto que involucra horizontalmente a casi todas las áreas funcionales, lo cual refleja la forma de asegurar que las expectativas del cliente sean satisfechas, por lo que cada una podría expresar lo que implican para ellas. Por ejemplo:
Construcción |
Asegurar que los trabajos sean desarrollados en estricto apego a los planos y especificaciones. |
Ingeniería |
Considerar desde el diseño y de manera sistemática y periódica los requerimientos del cliente y la opinión de las áreas de Compras y Construcción. |
Recursos Humanos |
Reclutar y asegurar la retención de personal técnicamente capacitado y con una actitud orientada al servicio del cliente. |
Compras |
Asegurar que las adquisiciones de materiales y equipos estén ajustadas a los diseños y sean conformes con las especificaciones técnicas y de calidad establecidas para ellos. |
Comercial |
Asegurar que son considerados los requerimientos del cliente mediante una periódica y sistemática coordinación entre éste y la áreas de Ingeniería y Construcción |
Así, una vez definido el qué se deberá establecer el cómo, con lo cual se habrá pasado de un nivel conceptual a otro de carácter práctico.
Quizá la incapacidad para crear un eslabón que vincule los grandes propósitos de la empresa con su quehacer diario, ha sido una de las razones por las que algunos directivos consideran inútil establecer una misión. Por ende, lo difícil no es definirla, sino saber hacerla realidad.
El concepto de visión tiene un perspectiva hacia el largo plazo pues implica expresar lo que se desea ser, aunque su definición es por lo regular más concreta. En efecto, lo que se establece con ella es una especie de ideal de lo que se aspira lograr en el futuro. Para ello se requiere un entendimiento claro de lo que está ocurriendo en los escenarios donde se desenvuelve la Organización, en especial del ámbito tecnológico y también de lo que está sucediendo en su interior.
Siguiendo con el ejemplo de la empresa constructora, podemos apreciar que su misión se concentra en el deber ser. Pero poco nos dice de lo que pretendemos lograr en los días por venir. Por ende, misión y visión son dos aspectos que se complementan acotando el camino y señalando a la vez el destino. Así, la visión de esa hipotética empresa constructora la podríamos expresar de la forma siguiente:
Convertirse en la inmobiliaria más importante del mercado, dedicada a la construcción, comercialización y Operación de centros comerciales con el objetivo de concentrarse en los eslabones más rentables de la cadena de valor agregado de dicha rama industrial.
Como en el caso de la misión, la visión también se podría descomponer en elementos estratégicos para posteriormente referirlos a las áreas funcionales y determinar la manera como deben participar para lograr alcanzarla.
A manera de ejercicio, visiten los lugares que dicen que implementan la calidad total y estudien sus declaraciones de misión y visión, de acuerdo con lo visto hasta ahora.
Existe un amplio número de metodologías para la planeación de empresas, las cuales tienen diferentes grados de sofisticación. No es nuestra intención ni describirías ni hacer análisis comparativos, aunque el lector podrá encontrar en la sección bibliográfica algunas recomendaciones al respecto. Sin embargo, de manera sucinta describimos un enfoque de implementación que al autor le ha dado buenos resultados.
A partir del establecimiento de la misión y de la visión, cualquier plan estratégico debe comenzar por una revisión de los escenarios previsibles tanto a niveles macro - lo que incluiría una revisión de lo que acontece en el mundo y en el país, que puede ser relevante para la empresa, por lo que hay que abarcar cuestiones de diversas índole como la económica, política, social - como a nivel micro - que cubrirían aspectos más cercanos a la rama industrial o comercial a la que se pertenece, lo que desde luego debe considerar una evaluación detallada de sus mercados y competidores. De esta manera, se podrán determinar las amenazas y oportunidades que ambos tipos de escenarios representan para la organización.
Los análisis de los escenarios tienen que ser complementados con un diagnóstico de la Organización que la abarque en todos sus aspectos y señale sus fuerzas y debilidades, aspecto en el cual puede ser útil el uso de metodologías, como el benchmarking (más adelante nos referimos a él in extenso).
Es importante mencionar que en los tres tipos de análisis habrá que incluir elementos de orden cuantitativo y cualitativo, lo que implica desarrollar cierta capacidad de discernimiento para aislar, de un cúmulo de información disponible, lo que es verdaderamente importante para la empresa y a partir de los cuales se pueden señalar los objetivos estratégicos
Muchos directivos sienten que estos ejercicios son una pérdida de tiempo, lo cual revela una mentalidad poco visionaria y una capacidad analítica limitada por la flojera de pensar. En otras palabras, no tienen dos elementos clave en un directivo que se mencionaron en el capítulo anterior: conciencia de cambio y comprensión de lo vital. El primero se refiere a tener claras las características del sendero que se quiere recorrer, reconociendo que en éstas el cambio continuo es su constante, por lo que es preciso mantenerse en estado de alerta. El segundo es la capacidad de analizar, y sintetizar para no perderse en lo adjetivo y poder concentrarse en lo sustantivo.
Adicionalmente, hay un tercer elemento que explica esa resistencia: no se sabe cómo convertir los planes en hechos concretos y menos aún la forma de distribuir dentro de la organización la responsabilidad de lograr los objetivos estratégicos. Por ende, para cada uno de ellos será menester señalar los problemas para lograrlos, las acciones para resolver éstos, la asignación de responsables, la forma y periodicidad para medir los avances y los recursos que se destinarían para alcanzarlos.
Desarrollar este ejercicio cuya realización debe ser en cualquier empresa una práctica anual a nivel de la alta dirección, implica pasar de la planeación a la administración estratégica y tiene como su ventaja principal disponer de una herramienta - el plan estratégico - que contiene de manera ordenada desde la razón de los objetivos estratégicos hasta las acciones concretas que, para lograrlos, tienen que realizarse como parte de las tareas cotidianas de la alta y media dirección.
En esencia, este proceso de planeación periódico desarrollado de manera participativa por la alta dirección de la empresa tiene cuatro ventajas:
Convertir una estrategia en realidad es uno de los retos más grandes que puede tener cualquier directivo. Son numerosos los casos donde excelentes planteamientos estratégicos sólo generaron ondas que en la medida que descendían en el organigrama decrecieron en intensidad hasta convertirse en nada.
Muchas son las razones que pueden explicar estos fracasos: falta de comunicación, carencia de mecanismos de seguimiento, nula participación en el diseño de la estrategia de los niveles que tenían que ponerla en práctica, políticas de recursos humanos desvinculadas del logro de los objetivos y, en especial, la ausencia de un diagnóstico que permitiera conocer las debilidades que hubiera sido necesario corregir para asegurar el éxito. Lo que en esencia se refleja en el siguiente diagrama es que, en primer término, se llegó en forma parcial hasta el nivel del señalamiento de objetivos y, en segundo, que no se logró traducir éstos en acciones concretas, medibles y asignables.
Sin embargo, otro motivo se refiere a que en muchas ocasiones si se toma conocimiento de una nueva herramienta y de manera aislada se procede a incorporarla a la empresa, pensando que ella será la llave que resolverá todos los problemas.
Por ello cuando leemos libros o artículos sobre nuevos enfoques administrativos, los cuales en principio nos entusiasman e incitan a implantarlos en nuestra empresa, es útil pensar que en esos textos hay un capítulo ausente que sólo el lector puede escribir y que se refiere a considerar si en su organización existen las condiciones mínimas para asegurar una implantación exitosa.
De esta forma, si está bien establecido el plan estratégico de la empresa, podemos insertar con confianza en el plan maestro la implantación de Calidad Total, es decir que tenemos la base para proceder de la planeación a la ejecución. Sin embargo, las cosas no son tan fáciles como nos gustaría que fueran.
Se dice que querer es poder. Es cierto, pero el paso entre una y otra palabra no es automático, ni el camino que vincula a ambas es fácil de recorrer; es más, incluso a veces ni existe. Por ende, lo importante es conocer con antelación los principales obstáculos que se confrontarán al momento de iniciar el recorrido.
Al principio de este manual se mencionó que uno de los factores que afectan la implantación de Calidad Total es el desconocimiento de las implicaciones que tienen sus principios, de ahí que al pretender ponerlos en práctica surja una serie de barreras que reducen la efectividad del esfuerzo. En pocas palabras, se está de acuerdo con ellos en el plano conceptual. Pero se les ve con reserva cuando hay que llevarlos a la práctica.
En resumen, para que los cambios ocurran y en la dirección planeada es preciso combinar seis factores:
Cuando uno o varios de estos factores están ausentes, el cambio no sucede y, al contrario, se originan otros fenómenos que desafortunadamente dejan huella, como se aprecia en la siguiente gráfica.
La ausencia de una misión claramente definida y de una idea específica de lo que se aspira ser conduce a la dispersión de esfuerzos, lo que implica desperdicio de energía y recursos.
La falta de habilidades, entre las cuales se comprende desde el liderazgo hasta las cuestiones de capacitación y adiestramiento, crean ansiedad en el personal; unos se sentirán confusos ante los vaivenes del líder, otros caerán en la desesperación al enfrentarse a problemas sin instrumentos intelectuales para diagnosticarlos y resolverlos.
La carencia de incentivos es desestimulante, pues sustrae de las acciones que se emprendan la posibilidad de un beneficio compartido y con ellos no es posible a mediano plazo satisfacer al ser humano de una manera plena, aun cuando las necesidades sicológicas estén resueltas. Si no se dispone de recursos físicos todo queda en el archivo de los buenos propósitos. Es mejor no empezar.
La desorganización no permite asignar responsabilidades, en cambio éstas se dispersan de una manera desordenada haciendo imposible acreditar méritos o detectar responsables.
Y cuando no hay un plan que integre y ordene en el tiempo todo lo que tenemos que hacer, estaremos condenados a ser como ese personaje de la mitología griega - Sísifo - cuya pena era subir una piedra hasta la cima de una montaña para dejarla rodar y entonces empezar de nuevo.
Por tanto, si los factores descritos logran ser conjuntados armónicamente en un plan maestro de implantación se estará en posibilidad de asegurar que las cosas pasen, es decir, que la Calidad Total se implante.
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