Robert L. Heilbroner (1919-2005)
Capítulo del libro "La Formación de la Sociedad Económica" (The Making of Economic Society). Primera edición en inglés de 1962. Tomado de la tercera edición (1974) del Fondo de Cultura Económica.
CON ESTA ojeada sombría que acabamos de dar a las regiones subdesarrolladas, toca a su fin nuestro repaso a la historia económica general.
A lo largo de las páginas que han quedado atrás hemos tratado el grandioso tema del desarrollo económico del Occidente en el siglo xx, un proceso igualmente prolongado está a punto de comenzar en el Oriente y en el Sur. Así, desde nuestro elevado punto de observación, podemos contemplar la iniciación del desarrollo económico en escala mundial como una genuina culminación de la historia de la Humanidad. Una forma de vida económica, activa y dinámica, que hasta hace poco era la característica que distinguía al Occidente industrial, está a punto de generalizarse por toda la faz del planeta. El proceso de la difusión tomará varias generaciones -tal vez incluso varios siglos-, pero señala una verdadera alteración histórica, profunda e irreversible, en la condición económica del hombre.
No obstante, si el proceso del crecimiento económico ha de llevarse a cabo de ahora en adelante en una escala mundial, también resulta evidente que habrá un cambio significativo en los auspicios bajo los cuales se desenvolverá probablemente este proceso. Como hemos visto, es el sistema del mando -y no el del mercado- el que constituye la fuerza motriz ascendente en las regiones subdesarrolladas. Y cuando sumamos la extensión geográfica de estas regiones con la de aquella en donde el comunismo se ha atrincherado firmemente, parece que el mando tiene ahora buenas probabilidades de convertirse en el sistema predominante de organización de la actividad económica en este planeta, igual que lo era la tradición no hace mucho.
Pero de nuevo existe una diferencia. Durante los siglos en los que la tradición rigió sobre la mayoría del mundo, las economías basadas en el sistema de mercado eran el foco del progreso y del movimiento. En nuestros días y para el futuro, no se puede decir lo mismo con certeza. Porque uno de los móviles preeminentes de las ascendentes economías de mando es el de desplazar a las sociedades de mercado como fuente de la vitalidad económica mundial.
¿Significa esto que la historia económica pone fin ahora al sistema de mercado? ¿Quiere decir que el mercado, como medio para resolver el problema económico, está a punto de ser relegado al museo de antigüedades económicas o de verse limitado, cuando mucho, a los confines de la América del Norte y Europa Occidental? Estas preguntas nos llevan a enfocar nuestra continua preocupación por el sistema de mercado a través de las etapas de la historia. Intentaremos en estas últimas páginas evaluar sus perspectivas.
Etapas del desarrollo económico
Podríamos muy bien comenzar esa evaluación repasando por último la alineación de sistemas económicos que imprime un sello distintivo a nuestros tiempos. A primera vista, presenta una extraordinaria variedad: encontramos a mediados del siglo xx una verdadera gama de matices de organización económica, en la que están representadas prácticamente todas las etapas de la historia económica desde la primera y más primitiva.
Pero si observamos más detenidamente podremos ver un patrón significativo dentro de este conjunto aparentemente desordenado. Las pocas economías verdaderamente tradicionales que perduran, tales como las del Cercano Oriente y las de las tribus africanas, no han empezado todavía a movilizarse hacia la corriente principal del desarrollo económico. Un grupo mucho más grande de naciones subdesarrolladas en las cuales están surgiendo instituciones de mando económico en medio de un ambiente todavía tradicional, ha iniciado apenas sus esfuerzos por desarrollarse y actualmente se enfrenta a los problemas iniciales de preparación para una industrialización general a su debido tiempo. Yendo más lejos aún, encontramos las economías de mando férreo, tales como la de China y en menor proporción; la de Rusia; aquí hallamos comunidades nacionales que están (o estuvieron hace poco) luchando con la tarea gigantesca de realizar una rápida industrialización en gran escala. Finalmente pasamos a las economías de mercado occidentales para encontrar sociedades que ya han dejado atrás los días de su desarrollo y están ahora ocupadas con el manejo de sistemas económicos de alto consumo. '*'
Esta clasificación por categorías sugiere una conclusión general muy importante. Las estructuras económicas de las naciones actuales mantienen una relación integral con su grado de desarrollo económico. Dejando a un lada los actas de intervención extranjera, la elección entre un sistema de mando y otro de mercado no es únicamente el resultado de consideraciones políticas, de ideologías y preferencias. También es y tal vez primordialmente, el resultada de las requisitas funcionales que san muy diferentes en los diversos niveles de la realización económica.
Comienzo del desarrollo
Ya habíamos señalado esta relación al tratar el tema de las regiones subdesarrolladas. No obstante, ahora nos es posible colocar la que hemos aprendido dentro de un marco de referencia más amplia. Parque si comparamos el curso de los acontecimientos en las economías subdesarrolladas con su etapa "equivalente" dentro del desarrollo de la historia occidental, vemos un importante punta de semejanza entre las dos. La aparición del sistema de mando en los países que actualmente están orientados hacia el desarrollo, guarda un paralelo con la era mercantil, cuan da también las naciones accidentales recibieron un poderoso ímpetu hacia la industrialización bajo la influencia organizadora de las gobiernos "orientadas hacia la industria" de aquel periodo.
A partir de ese punto, cesa todo parecido. En el Occidente, después del primer empuje del mercantilismo, fue el mecanismo de mercado el que se encargó de proporcionar la fuerza directriz principal para el crecimiento; como hemos visto, en las tierras subdesarrolladas este papel tiende a apropiárselo el mando político y económico.
Detrás de esta divergencia de caminos hay tres razones principales. La primera es que las zonas subdesarrolladas en la actualidad comienzan desde un nivel más bajo de preparación que el que poseía el Occidente en los siglos XVII Y XVIII. No sólo no han aparecido en muchas de las regiones atrasadas las instituciones efectivas de mercado, si no que el proceso total de civilización tampoco ha lograda duplicar el del Occidente. En muchos sentidos -no todos ellas económicos- el Occidente estaba "listo" para el desarrolla económico, coma tratamos de evidenciar en el capítulo IV. Pero en la mayoría de las regiones atrasadas de hoy en día no se pone en evidencia un estada similar de preparación, lo cual trae como consecuencia que el desarrollo, lejos de manifestarse cama un procesa espontáneo llega cama resultada de un cambio 'Obligado e impuesto.
La segunda es que el Occidente pudo llevar a cabo los preparativos para su desarrollo a un ritmo pausado. Esto no quiere decir que su grado comparativo de crecimiento fuese lento o que no pasaran sobre muchos países occidentales fuertes presiones que despertaban en el interior de dichos países sentimientos de descontento con el grada de progreso alcanzado. No obstante, la situación era diferente de aquella en que se encuentran actualmente las zonas atrasadas. En ellas, inmensas presiones, tanta de crecimiento demográfico coma de inquietud política, crean una agobiante necesidad y un deseo de apresurarse. Como resultado, no se permite que el proceso del desarrollo madure tranquilamente en el fonda de la historia, como sucedió en gran parte del Occidente, sino que se le ha colocada en el centro misma de la atención política y social.
Finalmente, los países subdesarrollados que sufren los efectos de tantas desventajas en comparación con las que tenía el Occidente en sus días de desarrollo, disfrutan de una sola ventaja cuya importancia no es poca. Debido a que están en la retaguardia de la historia, en lugar de estar en la vanguardia, ellos saben hacia dónde se dirigen. En forma que no le estuvo permitida al Occidente) ellos pueden ver delante de sus ojos la meta que tratan de alcanzar. Sin embargo, no desean lograr esta meta recorriendo de nuevo el sendera doloroso y esforzado que señaló el Occidente. Antes bien, intentan abreviado movilizándose directamente hasta su lugar de destina y utilizando los mecanismos del manda para provocar las grandes alteraciones que es necesaria realizar.
¿Puede el manda económico comprimir y acelerar significativamente el proceso de crecimiento? ¿El notable desempeño de la Unión Soviética sugiere que sí puede? En 1920 Rusia no era más que una segunda figura en el concierto económico del mundo. En la actualidad ocupa el segundo lugar después -aunque todavía muy lejos- de los Estados Unidos. Si la producción soviética continúa superando a la producción norteamericana a la tasa de los diez últimos años, un poco más de otra generación, su producción industrial (aunque no así su producción per capita) será mayor que la de los Estados Unidos. Lo que es no menos importante, el crecimiento chino, hasta el gran desastre de inacción de 1959-1960, fue dos o tres veces más rápido que el de la India; y pese a la agitación política, la ventaja económica de China sobre la India todavía parece considerable 1.
Sin duda es conveniente no exagerar las ventajas del sistema de mando. Si bien tiene la ventaja potencial de poder acabar con el retraso, también contiene las posibilidades de un fracaso catastrófico, como en la muy mal planeada economía cubana.2 La mera existencia de un deseo de planificar no garantiza que los planes sean bien formulados, o bien llevados a cabo, o razonablemente bien obedecidos. Sin embargo, estas advertencias se deben comparar con el oscuro récord de economías que continúan estancadas en los pantanos de la tradición, o que emprenden la ardua transición a la vida moderna bajo el inadecuado estímulo de regímenes tibios y sistemas de mercado formados sólo a la mitad. En esta comparación de alternativas, la ventaja parece estar definitivamente del lado de aquellas sociedades atrasadas que son capaces de reunir una fuerte autoridad económica central.
Las economías en mitad del desarrollo
Sin embargo, una vez que el proceso de desarrollo se halla bien encaminado, los méritos relativos de los mecanismos del mercado y del mando en el terreno funcional comienzan a cambiar. Después de que la planeación ha cumplido sus tareas más urgentes: reforzar el cambio económico y social, crear un sector industrial y racionalizar la agricultura, otro problema empieza a adquirir cada vez mayor importancia. Éste es el problema de la eficiencia, de ensamblar los innumerables esfuerzos productivos de la sociedad dentro de un todo único, coherente y de funcionamiento uniforme.
Durante el periodo de afluencia que tiene lugar a mediados del desarrollo, el mecanismo del mercado aventaja fácilmente a la máquina del mando como medio para llevar a cabo esta compleja tarea de coordinación. Cada empresario interesado en obtener beneficios, cada vendedor industrial y cada agente de compras consciente de los costos, se convierte efectivamente en parte de un sistema de planeación gigantesco y continuamente alerta, dentro de la economía de mercado. Los sistemas de mando no duplican fácilmente sus esfuerzos. Los embotellamientos, la producción inservible, el déficit, los desperdicios y una tediosa jerarquía de fórmulas y funcionarios burocráticos interfieren típicamente con la eficiencia máxima de la economía planeada durante la etapa media de su desarrollo.
Plan Vs. mercado
Lo que vemos aquí no es sólo un problema pasajero, fácil de eliminar. Una de las lecciones críticas del siglo xx es que la palabra planeación es exageradamente fácil de pronunciar y sumamente difícil de llevar a cabo. Cuando las metas todavía son relativamente sencillas y las prioridades de acción no están en discusión -como en el caso de una nación que forcejea para salir del estancamiento de un régimen ineficiente- la planeación puede producir milagros. Pero cuando la economía llega a cierto nivel de complejidad en que la coordinación de diez actividades da paso a la coordinación de diez mil, nacen problemas incontables porque las economías planeadas no gozan de una correspondencia "natural" entre acción privada y necesidad pública.
Aquí es donde el mercado sale a relucir. Como sabemos por nuestro estudio de la microteoría, toda firma debe combinar sus factores de producción atendiendo a sus costos relativos y sin perder de vista al mismo tiempo las respectivas productividades produciendo finalmente una mezcla en la cual cada factor se use lo más eficientemente que sea posible, según sus costos. Así, al buscar solamente llevar al máximo sus utilidades, las unidades en un sistema de mercado sin darse cuenta tienden también a llevar al máximo la eficiencia del sistema total.
Incluso más notable es que una sola regla de operación es suficiente para lograr esta extraordinaria conjunción de metas privadas y objetivos públicos. Esa sola regla es llevar al máximo las utilidades. Mediante la concentración en ese solo criterio de éxito y no mediante el intento de llevar al máximo la producción en término de unidades físicas ni de vivir según un complicado código de normas, es como los empresarios en un ambiente de competencia en realidad llevan el sistema al máximo de operación eficiente. En otras palabras, las utilidades no sólo son una fuente de ingreso privilegiado) sino también un "índice de éxito" enormemente versátil y útil para un sistema que está tratando de exprimir la mayor producción posible de sus determinados insumos.
Más aún, el mecanismo del mercado resuelve el problema económico con un mínimo de controles sociales y políticos. Movilizado por los impulsos inherentes a una sociedad de mercado, el comerciante individual ha cumplido su función económica pública sin la atención constante de las autoridades. A diferencia del equivalente de ese comerciante en una sociedad centralizada de mando, que a menudo se siente fustigado, adulado y aun amenazado para que actúe de una manera que no conviene a sus propios intereses, el comerciante clásico ha obedecido las demandas perentorias de un mercado, ejerciendo voluntariamente su propia "libertad" económica.
De esta manera, no es sorprendente encontrar que muchos de los principios estimulantes del mercado comiencen a introducirse dentro de las sociedades de mando. Porque, a medida que estas sociedades se asientan dentro de rutinas más o menos establecidas, también pueden utilizar la presión de la necesidad y la fuerza impulsora del deseo pecuniario para facilitar el cumplimiento de sus planes básicos.
La libertad económica, tal como la conocemos en el Occidente, no es todavía una realidad y ni siquiera una meta oficial en la Rusia soviética. Por ejemplo, el derecho a la huelga no se reconoce y no se permite que nada parecido a una fluidez en la respuesta de los consumidores, típica de una economía de mercado, ejerza su influencia sobre la dirección general del desarrollo económico. Pero la introducción de un extenso sistema de incentivos demuestra a las claras que algunos de los principios de una sociedad de mercado pueden encontrar cabida en las sociedades planeadas cuando llegan a la etapa apropiada del desarrollo económico.
Economías de alto consumo
De esta manera, nuestra revisión de las etapas sucesivas del desarrollo nos lleva a enfocar el conjunto de las sociedades económicas occidentales, es decir, a las economías avanzadas que han progresado más allá de la necesidad de industrializarse por la fuerza y que entran ahora en la etapa del consumo elevado.
De nuestra exposición anterior se deduce claramente que el mecanismo de mercado encuentra su aplicación más natural durante este afortunado periodo de la evolución económica. Esto no significa que dejemos de lado los graves problemas que presenta el mercado, los cuales hemos ya investigado en capítulos anteriores. Sin embargo, a medida que las sociedades occidentales avanzan han alcanzado una etapa en la que al consumidor no sólo se le permite, sino que además se le estimula para que imponga sus deseos sobre la dirección de la actividad económica, hay pocas dudas de que el mecanismo de mercado cumpla los propósitos sociales predominantes con mayor efectividad que ningún otro.
No obstante, deberíamos aclarar que, ni aun en este punto, puede afirmarse que el mecanismo del mercado sea superior a la planeación en todos los sentidos. Para comenzar, es un instrumento ineficaz para proveer a las sociedades -aunque sean sociedades ricas- de aquellos bienes y servicios para los cuales no existe ninguna "etiqueta de precio") tales como educación o servicios gubernamentales locales o facilidades de salud pública.
La sociedad de mercado "compra" esos servicios públicos destinando una cierta cantidad de impuestos a dichos fines. No obstante, sus ciudadanos tienden a considerar que esos impuestos son una exacción, en contraste con los artículos que ellos compran voluntariamente. En consecuencia, una sociedad de mercado asigna generalmente menos recursos de los que debería a la educación, al gobierno municipal, a la salud pública y a los esparcimientos, puesto que no tiene recursos para "ordenar" que se apliquen fondos a esas zonas, en competencia con los poderosos recursos que se ponen en juego para hacer que esos fondos se dediquen a comprar automóviles o ropa o pólizas de seguros personales.
Una segunda falla del sistema de mercado tal vez la más profundamente arraigada} es el hecho de que aplica un cálculo estrictamente económico a la satisfacción de los deseos y necesidades humanos. El mercado es un diligente servidor del consumidor rico, pero es un servidor apático del pobre. De este modo, nos brinda la anomalía que representa un exceso de viviendas lujosas frente a una escasez de viviendas baratas, aunque la necesidad social de estas últimas es incontestablemente mayor que la de las primeras. O gasta pródigamente la energía y los recursos en multiplicar los bienes de lujo para los cuales hay un mercado constituido por las clases más ricas, mientras se dejan sin atender y sin resolver las necesidades más elementales del pobre.
Finalmente estas dificultades se ven agravadas por la incapacidad del sistema de mercado para acabar con ciertos costos sociales que el sector privado arroja sobre el público. La contaminación} la congestión del tránsito y las fugas de petróleo son ejemplos conocidos de tales "superficialidades". De una o de otra forma, todas indican una deficiencia medular del mecanismo de mercado: su incapacidad para formular estímulos efectivos o restricciones efectivas diferentes de las que se originan en el mercado mismo.
Mientras la necesidad pública coincida más o menos con la suma de los intereses privados, a los que el mercado atiende automáticamente, esta falla del sistema de mercado es leve. Pero en una sociedad económica avanzada tiende a volverse cada vez más importante. Una vez que han sido satisfechas las necesidades primordiales, las aspiraciones públicas se dirigen hacia la estabilidad y seguridad, objetivos que no pueden alcanzarse sin un cierto grado de control público. A medida que la organización tecnológica se torna más compleja y sólida, otra vez surge una necesidad pública nueva para absorber las nuevas acumulaciones de poder económico. De modo similar, en la medida en que aumenta la riqueza, pasa a un primer plano la presión que ésta ejerce para incrementar la educación, las mejoras urbanas, el bienestar, etc., no sólo como una indicación de la conciencia pública, sino como un requisito para el funcionamiento de una sociedad madura. Y finalmente, el estímulo público y la dirección del crecimiento continuo adquieren una mayor urgencia política en la medida en que los problemas ecológicos de las sociedades industriales se multiplican.
Ya hemos prestado considerable atención al nacimiento de la planeación en las sociedades avanzadas de mercado, como fuerza correctiva para tratar justamente con esos problemas.
Ahora podemos llegar incluso a formular una generalización acerca del significado económico de esta tendencia. La planeación surge) en las sociedades avanzadas de mercado} para compensar sus debilidades inherentes en el aspecto de la fijación de metas} igual que el mecanismo de mercado surge en las sociedades avanzadas de mando para compensar sus debilidades inherentes en el terreno de las motivaciones. En otras palabras, los mecanismos de planeación y de mercado, no son mutuamente incompatibles en aquellas sociedades que han comenzado a entrar en la etapa del consumo elevado. Por el contrario, se complementan y se apoyan vigorosamente el uno en el otro.
Convergencia de sistemas
Lo que parece inminente en el momento actual es una convergencia de mecanismos económicos en las sociedades más avanzadas. En las economías planeadas, el mercado está siendo introducido para facilitar la realización de sus objetivos establecidos con una mayor uniformidad, mientras que cada vez se demuestra más claramente la eficacia de un cierto grado de planeación dentro de las economías de mercado para proporcionar orden, estabilidad y dirección social a los resultados de la actividad privada.
Esto no implica que los dos sistemas predominantes de la actualidad estén a punto de volverse indistinguibles. La convergencia de los mecanismos económicos puede atenuar las diferencias básicas entre ellos, pero no es probable que las borre. En sí, esta convergencia de mecanismos tampoco es un pronóstico de cambios profundos en las estructuras sociales más amplias del socialismo y el capitalismo. Un acercamiento gradual de los mecanismos económicos no debe conducirnos a sacar conclusiones apresuradas acerca del renacimiento del "capitalismo" en la Unión Soviética o del advenimiento del "socialismo" en los Estados Unidos. De esto trataremos más profundamente en nuestro último capítulo.
Problemas comunes
Hay aún otra manera como el fenómeno de convergencia se muestra a sí mismo además de la de una reunión de mecanismos económicos: Es la aparición de problemas similares en las sociedades industriales avanzadas. Cuando examinemos el capitalismo y el socialismo prestaremos especial atención a los problemas que separan y distinguen estas dos clases de sociedades. Aquí sólo es importante damos cuenta de que ellas también están ligadas entre sí por ciertas dificultades comunes.
¿Cuál es la naturaleza de esos problemas que unen a las dos? Como es de esperarse, ellos nacen de la misma capacidad técnica y de la organización social que hacen existir a mecanismos económicos similares. En especial hay tres problemas que parecen ser los más importantes:
1. El control sobre la tecnología
Uno de los atributos más importantes de la historia moderna descansa en una notable diferencia entre dos clases de saber: el conocimiento que adquirimos en física, química, ingeniería y otras ciencias, y el que obtenemos en la esfera de actividades sociales, políticas o morales. La diferencia es que el conocimiento en ciertas ciencias es acumulativa y se hace un todo en sí mismo, mientras que el conocimiento en la esfera social no. El principiante desconocedor que empieza biología pronto sabrá más que los más grandes biólogos de hace un siglo. En cambio, el estudiante avezado (o practicante) de las ciencias del gobierno, de relaciones sociales, de filosofía moral está consciente de su modesta estatura en comparación con los grandes filósofos sociales y morales de la antigüedad.
El resultado es que todas las sociedades modernas tienden a descubrir que sus capacidades técnicas están aumentando constantemente, mientras que las instituciones sociales, políticas y morales que controlan esas capacidades no pueden hacer frente a los retos que les salen al paso. Por ejemplo, la televisión es una fuerza inmensa de homogeneización cultural; la técnica médica cambia la composición de la sociedad al cambiar los grupos de edad y las probabilidades de vida; el transporte rápido aumenta grandemente la movilidad y los horizontes sociales y el aniquilante poder de las armas nucleares inyecta una ansiedad generalizada en toda la vida. Todos estos adelantos con raíces en la tecnología alteran las condiciones y los problemas de la vida, pero no sabemos cuáles serán las respuestas sociales, políticas y morales que puedan dárseles. Como resultado de eso) todas las sociedades modernas -las socialistas y las capitalistas experimentan el sentimiento de estar a merced de un ímpetu tecnológico y científico que modela las vidas de sus ciudadanos de manera que no pueden ser dirigidas adecuadamente ni previstas con precisión.
2. El problema de la participación
El segundo problema se deriva del primero. Como las sociedades avanzadas se caracterizan por altos niveles de tecnología, están necesariamente marcadas por un alto grado de organización. La tecnología de nuestra época depende de la colaboración de grandes conjuntos de hombres, algunos a nivel de producción otros a niveles administrativos. El engranaje común de todas las sociedades industriales o "postindustriales" avanzadas descansan no sólo en sus gigantescos medios de producción sino en sus recursos de administración igualmente esenciales y vastos, ya sea que se llamen corporaciones, ministerios de producción o dependencias gubernamentales.
El problema es entonces cómo va a encontrar el ciudadano un lugar para su individualidad en medio de tanta organización; cómo va a expresar su opinión en la dirección de los asuntos cuando no se puede escapar de tanta administración burocrática; cómo va a "participar" en un mundo cuya estructura tecnológica exige para siempre mayor orden y coordinación. Éste es un asunto que, como el imperativo general de la tecnología, afecta tanto al capitalismo como al socialismo. En ambas clases de sociedades los individuos se sienten abrumados por la impersonalidad del proceso del trabajo, impotentes ante el poderío de las grandes empresas -sobre todas, el Estado mismo- y frustrado por su incapacidad de participar en decisiones que parecen cada vez más lejanas de toda posibilidad de influencia personal.
No hay duda de que puede hacerse mucho para aumentar la sensación de la participación individual en la creación del futuro, especialmente en las naciones que todavía niegan libertades políticas elementales. Pero ahí está todavía un constante problema respecto a la manera como la búsqueda de una mayor actividad y participación en la toma de decisiones individuales puede reconciliarse con las exigencias de la organización impuestas por la tecnología de la cual dependen las sociedades avanzadas. Éste es un problema que probablemente causa dificultades a las sociedades -capitalistas o socialistas- en vista de que la tecnología misma descansa sobre procesos integrados de producción y requiere órganos centralizados de administración y control.
3. El problema del trabajo
Finalmente debemos plantear un problema que acaba, apenas de aparecer en los países desarrollados de Occidente pero que parece, casi seguro, que pronto hará su aparición en las naciones socialistas avanzadas también. Es el problema del trabajo o más bien la necesidad del trabajo en constante disminución y la consiguiente interrogante respecto a lo que habrá de tomar el lugar del trabajo como el gran objetivo de la energía humana.
El trabajo siempre ha sido considerado como la maldición del hombre y en la mayoría de las sociedades, donde el trabajo es prolongado y pesado, aburrido y monótono, merece totalmente su mala reputación. De allí que para la mayoría de la gente la visión de una sociedad en la cual la necesidad de trabajar cada vez se reduce más -en realidad, en la cual el ocio y no el trabajo es el rasgo central de todos los días- parece más bien un paraíso que un problema.
Para la gran mayoría de la humanidad que ha nacido en sociedades de la que no habrá escapatoria del trabajo durante decenios, esa visión puede quedar como un sueño seguro. Pero para una serie de sociedades avanzadas, tanto socialistas como capitalistas, el sueño debe ponerse en tela de juicio más seriamente. Bajo las influencias combinadas del potencial de automatización que ahorra trabajadores, de la fuerza frenante ejercida por el medio ambiente y quizás de un cambio en el estilo de vida de hondas raíces "antimaterialistas", las sociedades ricas del mundo pueden muy bien estar en el dintel de una importante reducción en el número de horas de trabajo que se esperan de un ciudadano promedio.
En los Estados Unidos se están presenciado los comienzos de la semana de cuatro días en ciertas industrias. Si la tendencia del siglo pasado sigue adelante, una semana de tres días, posiblemente incluso de dos días, será la cuota que se espere de nuestros nietos. ¿Será esta expansión del ocio recibida como
oportunidad para una floración de la creatividad o será solamente un aburrimiento entorpecedor? La historia no nos da un norte preciso al respecto porque si vemos la manera como las clases ociosas de la antigüedad hacían uso de su falta de trabajo, encontramos extremos tales como la exquisita cultura de los mandarines de China y los guerreros señores feudales de Europa; la indolente nobleza de Roma o los científicos aficionados de la aristocracia británica del siglo XVIII.
Todo lo que podemos decir es que el ocio es una condición que puede conducir a actividades constructivas, pero también a las destructivas y que su prolongación, en escala que ahora no podemos imaginar, presentará a todas las sociedades ricas tanto una promesa como un problema de grandes proporciones. Junto con el problema de controlar el desenfreno de la tecnología o de lograr una participación democrática en una sociedad tecnocrática, el reto de dominar el vacío dejado por la cada vez menor necesidad de trabajar tiene probabilidades de constituir otro punto de convergencia entre las sociedades ricas, socialistas o capitalistas.
Convergencia e historia
Entonces, en un sentido lato, "convergencia" nos lleva más allá de la economía hacia la común aventura humana en la cual los sistemas económicos son solamente caminos alternas que conducen a la humanidad hacia prácticamente la misma dirección o el mismo destino generales. Quizás esté bien que terminemos nuestra revisión de la historia económica con el reconocimiento de que la larga trayectoria del sistema de mercado no nos lleva al final de la historia social sino solamente hacia un estado en el cual ciertas clases de problemas -los tristemente sencillos problemas de la producción y distribución de artículos- comienzan a resolverse sólo para dejar vislumbrar otros problemas mucho más complejos justamente en la tecnología y en la organización que prepararon los medios para resolverlos.
Pero ésos son problemas para el futuro. Mientras tanto es el presente lo que nos absorbe, porque en el presente tenemos nuestro encuentro personal con la historia. Por eso no podemos finalizar nuestro estudio de economía sino hasta que hayamos considerado un problema que planteamos hace muchos cientos de páginas pero que ha estado esperando hasta este momento para un análisis completo. Éste es el asunto de los Estados Unidos en la actualidad, de sus posibilidades y de su problemática. Muchos de los problemas ya los hemos tratado en nuestro texto pero queda una cuestión medular. ¿Cómo está el capitalismo actual? Finalmente estamos listos para dedicarnos a esta última etapa de nuestra investigación.
1 Ver de Alexander Eckstein, Communist China's Economic Growth and Foreign Trade (Nueva York: McGraw-HilI, 1966), pp. 45 ss. En lo relativo a problemas de interpretación de estadísticas rusas, véase la obra de AIec Nove, Communist Economic Strategy (Washington, D. C.: National Planning Asociation, 1959) pp. 38-42'.
2 Para una relación notable de los problemas cubanos en la planeación, Ver el discurso de Fidel Castro en el New York Review of Books, septiembre 24 de 1970.