El valor de la moneda es un poder adquisitivo. Este poder aumenta cuando una misma suma de moneda, la unidad monetaria, por ejemplo, puede adquirir una mayor cantidad de objetos útiles; disminuye en el caso contrario.
Los precios de los objetos varían en sentido inverso del poder adquisitivo de la moneda.
La moneda tiene más valor en Bruselas que en Nueva York, porque en la primera ciudad se compran más objetos por un franco que en la segunda, y también porque, en igual peso, los géneros alimenticios tienen en Bruselas un precio menos elevado.
Que el valor propio de la moneda adoptada bate el 10, el 20, el 30 por 100 y, en iguales circunstancias, los precios de las mercancías deberán, para restablecer el equilibrio, subir 1/9, 2/8, 5/7. Los precios doblarán si la moneda baja a la mitad.
El hecho de la baja de los precios puede provenir de dos causas: o bien del aumento de valor de la unidad monetaria o de la disminución de valor de cambio de los objetos. Hay épocas en que el valor propio de esta unidad se altera visiblemente; son aquéllas en que se manifiesta la abundancia o la rareza de los metales preciosos, hecho que eleva o baja el valor intrínseco de estos metales y, por consiguiente, de la moneda.
Desde hace algunos años, la baja está a la orden del día; el precio de la mayor parte de las mercancías cede y sigue cediendo. Para darse cuenta de este hecho los sabios franceses se han satisfecho, en general, con la creencia en una simple crisis de sobreproducción. Pero la escuela inglesa explica todo por el alza del oro, apreciation of gold. Este proceso nunca será sentenciado de una manera definitiva; pero es sumamente probable que estas dos causas obren simultáneamente. Marshall evalúa, partiendo do una baja hipotética de la plata, de 30 por 100 a 12 por 100 la parte que hay que atribuir a la depreciación de la plata o del aprecio correspondiente del oro, y en 18 por 100 la parte que hay que atribuir a los gastos pertenecientes a la over-production de las mercancías (1).
Efecto de la baja de los precios.
Con frecuencia se considera la baja de los precios como un beneficio social, porque se ve en ella una reducción del coste de las subsistencias, una mejora de la suerte de las clases trabajadoras, en una palabra, la ventaja de los consumidores (2). Esta opinión es demasiado absoluta; una baja general de los precios se halla muy distante de desempeñar este benéfico papel. Es desventajosa para los vendedores y ventajosa para los compradores; desventajosa también para los deudores, y ventajosa para los acreedores; porque, para pagar una deuda, hay que entregar el equivalente en más trabajo o en más géneros. Un propietario rural debe 20 francos anuales de contribución territorial al Estado y otros 20 francos a un acreedor hipotecario; si el candeal vale 20 francos cada 100 kilogramos, extinguirá, estas dos obligaciones mediante 200 kilogramos de candeal, mientras que tendría que entregar 400 si el precio de dicho grano descendiese a 10 francos (3). En realidad, todo ciudadano, que no es solamente consumidor sino también productor o que depende de la producción, sufrirá con una baja general de los precios. ¿Es usted agricultor, industrial, empresario o deudor? Pues sus productos o sus servicios valdrán menos. ¿Es usted acreedor? ¿Es usted rentista? El dinero que percibáis tendrá, es verdad, un mayor poder adquisitivo; tiene usted probabilidad de obtener un provecho en tanto no se arruine vuestro deudor, mientras vuestra prenda hipotecaria no disminuya de valor hasta reducirse a la suma prestada, mientras los títulos de renta de que soy tenedor no sean convertidos. Así es que todos se hallan expuestos a sufrir con una depresión general de los precios (4).
Después de estas nociones generales sobre los precios, nos resta exponer la división de los mismos.
(1) Resumé de l'enquête anglaise (documentos anejos al Compte rendu du Congrés monetaire de 1889, p. 324).
(2) Van der Smissen, la Question monetaire (Revire des questions scientifiques, 1894, p. 186).
(3) De Laveleye, Revue des Deux Mondes, 15 de Marzo de 1891, p. 313.
(4) Marshall, The Economics of industry, lib. III, cap. I