Son el nombre mismo de la democracia y ciertos atrevimientos de lenguaje o de pensamiento de algunos demócratas cristianos.
Sin duda la palabra democracia sigue siendo mal sonante para una multitud de oídos. Para gran número de personas es poco menos espantoso que el de socialismo, y varios persisten en ver en ella el sinónimo de anarquía, por la idea que para ellos despierta de un completo trastorno del orden social, cuyo efecto sería invertir el asiento de toda organización. Por otra parte, los filósofos hacen notar, con razón, que la palabra democracia tiene un sentido tradicional de que no puede apartársela sin peligro. Siendo la democracia el gobierno del pueblo soberano, hablar de democracia cristiana, sería afirmar que la forma de gobierno republicana, se halla ligada de un modo necesario con el cristianismo. ¡Pero este es un enorme y peligroso error! A decir verdad, yo lamento el uso y el abuso de la expresión democracia cristiana (1). «Pero, en fin, puesto que esta significación es completamente convencional, puesto que la cosa que representa es buena, justa, verdadera, perfectamente ortodoxa y católica, ¿para qué perder el tiempo en cuestión de palabras, a qué detenerse en disputar sobre una etiqueta y una fórmula? ¡Dejemos esa estéril discusión a los filólogos y a los dilettanti! (2).
El segundo obstáculo es más serio, porque se refiere, no ya a la palabra, sino a la idea. ¿A qué negarlo? Es cierto que algunos irregulares de la democracia cristiana el abate Daens en Bélgica y el abate Stolajeski en Galitzia han caído en lamentables errores doctrinales; pero han sido desautorizados por el partido y censurados por la autoridad suprema de la Iglesia. En Francia algunos demócratas cristianos se han dejado llevar de errores de lenguaje, y también, por una asimilación que no está justificada, identifican la idea de democracia con la idea de república. Este error fundamental tiene repercusiones profundas. He aquí las principales opiniones que, a nuestro parecer, no derivan en manera alguna de la idea de democracia cristiana, y que a muchos pensadores católicos parecen atrevidas y hasta inexactas:
1.a Desde el punto de vista político.
La democracia, no solamente asocia al pueblo entero al acto de formación y al ejercicio del poder, sino que también se distingue de los otros sistemas en que considera la soberanía popular como la base y la fuente del derecho público. En realidad, su esencia, sin estar única y estrictamente ligada al régimen republicano, se adapta infinitamente mejor a éste que a ningún otro, considerándolo como un accidente al que lógicamente tiene que abocar a href="#(3)">(3).
2.a Desde el punto de vista económico.
El ideal es el gobierno de todos por todos, la administración de la industria por los mismos cooperadores, la supresión del patrono como patrono y la supresión del régimen del salario.
3.a Desde el punto de vista social.
Sin caer en el igualitarismo absoluto, los demócratas cristianos de que hablamos disminuyen, en proporciones excesivas, el número, la importancia y el papel de las clases sociales. Algunos de ellos niegan los derechos de nacimiento y de la herencia; admiten, en principio, de un modo ostensible, la necesidad de que cada cual corresponda, ic et nunc, y siempre por sus capacidades personales, a las ventajas del puesto que ocupa en la sociedad.
Dejo a sus autores la paternidad y la responsabilidad de estas proposiciones; pero lo que importa declarar altamente es que, en modo alguno, son exigencias o consecuencias de la democracia o de la democracia cristiana. Pero, como observa muy bien el abate M. Pastoret: «Aunque se lamente la división operada en la defensa de los intereses católicos por este movimiento inesperado, no se puede negar a católicos, porque lo son, el derecho de profesar sobre la crisis que atraviesa nuestra época, de la que un próximo porvenir verá el desenlace, opiniones que ha dejado libres la Iglesia, cualquiera que sea su situación, y que les parecen más aptas para procurar el restablecimiento del orden social.
»Los demócratas cristianos no están condenados por la Iglesia; durante larga tiempo se ha esperado, aunque en vano, una condenación, condena que no podía venir, porque ninguna de sus doctrinas se aparta de las regias establecidas por el dogma. Todo lo más podría esperarse, por alguna razón, una discreta reprimenda por la falta de oportunidad de tal o cual procedimiento práctico; ahora bien, ni aun esto ha llegado. Es manifiesto que cuando los demócratas cristianos no se entregan a extravagancias demasiado ruidosas, ayudan a la idea social que ha querido volver a poner en vigor el Papado. Así, pues, nadie se arrogue el poder de excomulgar a aquellos que la suprema vigilancia no piensa por ahora castigar. Se puede no seguirlos; hay derecho absoluto para ello, como igualmente existe el mismo derecho y en el mismo grado para combatirles, lo mismo doctrinalmente, que desde el punto de vista táctico.
»Pero en definitiva, es preciso reconocerles su puesto natural en la familia católica, y no es justo negar que lo ocupan con algún honor y no sin méritos efectivos (4).»
(1) R. P. Chiaudano, Democrazia cristiana e movimiento cattolico.
(2) La palabra democracia, decía M. Helleputte en el Congreso católico de Malinas, no se halla todavía, como las de liberalismo y socialismo, confiscada; y como expresa una idea muy conforme con el Evangelio, la tomamos por miedo de que se nos tome y sabremos justificarla. (Revue des Deux Mondes, 1891, t. CVIII, p. 753.)
(3) En el Congreso democrático de Lyon en 1898, dos de los directores más eminentes del movimiento democrático cristiano--los dos diputados han proclamado que la república es el término racional del irresistible y universal movimiento de los pueblos hacia la emancipación, el único régimen apropiado a las condiciones sociales que sueñan establecer con el concurso del espíritu cristiano triunfante.
(4) La Democratie chrétienne, (Le XXe Siécle, 1898, p. 234). En el momento de entrar en prensa esta obra, recibimos el texto del discurso que el Papa acaba de dirigir a los peregrinos obreros franceses. Refiriéndose a la democracia cristiana, León XIII se expresa en estos términos: «Si la democracia se inspira en la enseñanza de la razón inspirada por la fe, si precaviéndose de teorías falaces y subversivas, acepta con religiosa resignación la necesaria diversidad de clases y condiciones, si en la investigación de las soluciones posibles de los problemas sociales, no pierde nunca de vista las reglas de la caridad sobrehumana que Cristo declara nota característica de los suyos, en una palabra, si la democracia quiere ser cristiana, dará a vuestra patria paz, prosperidad y dicha.» (Alocución del 8 de Octubre 1898.)