Después de haber establecido en lo que precede las diferencias que en las doctrinas y en su aplicación separan a las dos grandes escuelas de ciencia social católica, nos resta señalar, en algunas palabras, las divergencias secundarias que se manifiestan en estos dos grupos.
1.° Los partidarios de M. de Mun hacen una crítica viva y penetrante del régimen económico actual fundado en el individualismo y en la libertad absoluta. A los numerosísimos males que padece la sociedad actual asignan una causa radical, un vicio de organización social. En esto, y no lo ocultan, están al lado de los socialistas. «No tengo que saber por nadie, decía M. de Mun en la Cámara de diputados, que estoy de acuerdo con los socialistas, con el que ahora mismo estaba en la tribuna (M. Lafargue), sobre la crítica del orden económico, así como también sobre un gran número de reformas sociales diariamente reclamadas por los trabajadores (1).» Pero donde los colectivistas ponen revolución contra la Iglesia, la moral y el orden social, los reformistas católicos, piden una evolución en el orden social y moral con la Iglesia.
Aunque reconocen con sinceridad la miseria de la clase obrera, los discípulos de Le Play ven a una luz favorable el orden económico presente. Atribuyen el estado de sufrimiento del mundo del trabajo a causas morales. El mal, dicen, proviene, no de la libertad económica, sino de las condiciones en que de hecho se ejerce; así, varios miembros de este grupo han reprochado a sus adversarios esta posición frente a los socialistas: «Es preciso ser muy ilusos, dicen, para proseguir en una campaña con los dueños del Estado-Dios de nuestro tiempo.»
2.° Los remedios propuestos por la escuela de Angers son remedios particulares a larga fecha. Los que propone la escuela de Lieja son de una eficacia general y a corto plazo. Los primeros deben reformar casi individualmente a patronos y obreros por pequeños grupos, o a lo sumo por fábricas; los segundos obran directamente sobre el mundo del trabajo.
3.° La escuela de la libertad se apoya más en la caridad que en la justicia; la otra, más en la justicia que en la caridad. A los proletarios que reclaman justicia, la primera promete la caridad y la limosna; a la segunda, responde con la justicia social y una legislación social.
4.° Los discípulos de M. Le Play están de acuerdo en multitud de puntos con los economistas de la escuela liberal, de la cual reciben elogios y excitaciones. Los partidarios de M. de Mun rechazan o ponen en duda la mayor parte de los aforismos de la escuela clásica, uniéndose más bien con la escuela nueva, la ecléctica. «Al lado de la escuela ortodoxa, escribe M. H. Saint-Marc, encontramos en Francia dos escuelas cristianas: la escuela de Le Play y la de M. de Mun. Ambas se inspiran en la moral evangélica más pura; ambas deploran los males que padece la clase obrera, critican la organización actual y buscan los remedios procedentes. Así, pues, debieran ser igualmente antipáticas a la escuela ortodoxa. Pues nada de esto; todas las cóleras se reservan para M. de Mun. Por el contrario, la escuela de Le Play, aunque practica el método histórico, tan elogiado entre los alemanes, es objeto de consideraciones, de amabilidades, casi de ternuras. ¿De qué proceden? De que M. de Mun no cree en las beneficencias del capital. No le juzga capaz de curar por sí mismo los males de la sociedad y quiere constreñirle a ello mediante la intervención del Estado (2).
Tales son las doctrinas de los reformistas católicos (3). Sin duda de ningún género pueden y deben discutirse libremente con imparcialidad, guiados por el deseo de encontrar la verdad. La importancia y la dificultad de la cuestión social, y esto sin hablar de otras causas, bastarían para excitar y sostener discusiones leales. También es preciso conservar en el ardor de la pelea un justo comedimiento. Precisemos nuestro pensamiento señalando la incorrección de algunos procedimientos de discusión.
A las veces se han rechazado con desdén, calificándolas de alemanas, teutónicas o protestantes las doctrinas católicas que hemos agrupado bajo el nombre de partido social cristiano. Hay en esta manera de discutir un equívoco lamentable para que quede en los límites del eufemismo.
La verdad no es alemana, italiana, ni francesa; es la
verdad, y, venga de donde quiera, exige respeto. ¿Pierden valor porque
procedan de más allá del Rhin los teoremas de Weirstrass, las teorías
de Claussius, las experiencias de Röntgen o las sabias investigaciones
de Mommsen? Por otra parte, llamar sistema protestante
a doctrinas admitidas por el mayor número de católicos y cuando menos en
su conjunto aprobadas por el Papa, es cometer una extraña equivocación. Otro procedimiento de discusión consiste en rechazar en montón las
teorías y las reformas de los reformistas católicos como contaminadas de
socialismo. Para M. Carlos Périn, «socialismo de Estado, socialismo
caritativo, socialismo caridad justicia y Estado providencia son una
misma cosa (4).» M. Hubert-Vaileroux denuncia las teorías sociales de
M. de Mun «como una falsa ruta que lleva al socialismo, como un escollo
que hay que evitar (5).» M. Claudio Jannet ve en estas doctrinas el
peligro socialista (6). M. M. d'Haussonville (7), Théry (8) y José Rambaud (9), expresan en términos distintos el mismo parecer. M. Joly
demuestra que las tesis del partido social cristiano pertenecen al
socialismo sin epíteto; pero para ello se apoya en dos definiciones, la
una del socialismo (10) y la otra del socialismo obrero (11), que en
manera alguna son aplicables a los reformistas católicos.
En fin, un joven economista de talento, más familiarizado con la
economía política que con los principios del catolicismo y de la
Iglesia, Nitti, termina su libro el Socialismo católico con esta
conclusión: «El socialismo católico de M. de Mun no es menos peligroso
que el socialismo democrático.» M. de Mun y los reformistas católicos han refutado cien veces estas
acusaciones, cien veces han protestado contra estas calificaciones, que
no por eso dejan de ser menos persistentes. A las explicaciones que
hemos dado sobre el asunto en los capítulos precedentes, no añadiremos
más que unas palabras. El soberano Pontífice ha aprobado la vía y animado la empresa (12),
proseguida por los jefes del movimiento social cristiano. Después de las
cartas de León XIII a M. Decurtins (13), al conde de Mun (14), a M. Verhaegen, director del Het Volk (15), Monseñor Doutreloux (16), después
de la carta del cardenal Rampolla, en la que éste declara al conde de
Mun de parte del Papa «la certidumbre de que el camino que seguís es
aprobada por el Padre Santo, debe naturalmente aumentar vuestro valor y
excitaros a perseverar de día en día en la misma línea de conducta (17),
después de la aprobación concedida a las resoluciones del Congreso
católico de los italianos de Roma (18), ya no es posible la duda sobre el
alto favor
concedido por la Santa Sede al partido social cristiano. Por eso es
sorprendente oír las acusaciones de socialismo, de peligro socialista y
de peligro social lanzadas contra unas doctrinas y una conducta animadas
y aprobadas por el Jefe supremo de la Iglesia.
(1) Sesión del 9 de Diciembre de 1891.
(2) Etude sur l'enseignement de l'economie politique dans les Universites
d'Allemagne et d'Autriche, p. 121.
(3) Entre los programas particulares citaremos: 1.º, el de la Asociation
catholique; 2.°, el del abate M. Naudet (Notre Œuvre sociales; 3.°, el del
abate M. Lemire; 4.°, el de la Democratie chrétienne, 5.°, el nuevo programa de
los católicos de Alemania. Se les encontrará en los números 2 y 3 de La
Democratie chretienne, 1894.
(4) Revue cath. des Inst., 1890, t. II, p. 466.
(5) Ibid, 1893 p . 33 y sig.; 144 y sig.
(6) Correspondant, 10 de Diciembre de 1893.
(7) Reviue des Deux Mondes, t. XCIX, 1890, p. 839 y sig.
(8) Exploiteurs et salariés.
(9) Elements d'economie politique, p. 104 y sig.
(10) «Es socialista quienquiera que encargue a los poderes
sociales organizar directamente la producción, la circulación, la
distribución y el consumo de las riquezas.»—Le Socialisme chrétien, p.
239. (11) Ibid, p. 286.
(12) Decimos a propósito la vía y la empresa, porque estamos lejos de
pretender que todas y cada una de las opiniones o de las medidas
prácticas propuestas por el partido social cristiano hayan recibido la
aprobación de León XIII.
(13) Carta del 6 de Agosto de 1893.
(14)
Carta del 7 de Enero de 1893.
(15) Ass. cath , 1893, t. 1, p. 711.
(16) Carta del 26 de Febrero de 1894.
(17) Carta del 9 de Mayo de 1894.
(18) Rivista internazionale, Marzo de 1894.