Táctica de los socialistas.
Los oradores y los jefes del partido socialista ejercen en las masas incontestable influencia, lo que, por otra parte, no tiene nada de sorprendente.
Trazar un cuadro conmovedor de las miserias del obrero, poner de relieve los contrastes de la sociedad actual, mostrar a oyentes crédulos horizontes encantadores, he ahí más de lo que hace falta para excitar el odio y atizar la concupiscencia. ¿No ha demostrado Lafargue a los obreros de Fourmies que, bajo el régimen del socialismo, el obrero, trabajando tres horas, ganará diez francos diarios? ¿No afirmaba otro, con justificantes y todo, que la nacionalización de la riqueza reportaría 2.000 francos de renta por cabeza?
Tomemos como ejemplo de esta táctica un discurso pronunciado por Julio Guesde. He aquí su análisis:
1.° Existe una separación cada vez más profunda entre el trabajo que incumbe por completo a una clase y el capital que es exclusivamente retenido por otra. De ese divorcio entre los dos factores de la producción derivan todos los males de la sociedad;
2.° Hay una tendencia universal a disminuir los gas-tos de producción, a reducir al mínimum el salario de los obreros. Esta ley fundamental, tendencial, basta para quebrantar las buenas intenciones o voluntades de los que dan trabajo, prisioneros del orden social de que se benefician;
3.° La oferta del trabajo tiende cada vez más a sobrepujar a la demanda; de donde nace la competencia desenfrenada, el trabajo de las mujeres y de los niños y el trabajo de noche;
4.° Consecuencias sociales de la ruptura entre el capital y el trabajo: la guerra de todos contra todos, guerra entre proletarios y capitalistas por la distribución del producto, guerra entre los proletarios unos con otros por la distribución de los salarios, guerra entre los capitalistas entre sí por los provechos y la inseguridad general convertida en condición normal de la sociedad;
5.° Comprobada la existencia del mal de los males, surge por sí mismo y se impone con toda evidencia el remedio, que consiste en la reunión en las mismas manos de los dos factores de la producción, hoy separados. La única forma posible de esta reunión es la forma colectiva, no ya comunal o gremial, sino social. Esta expropiación se hace cada vez más fácil por el colectivismo de arriba;
6.° Consecuencia de esta transformación social; a) cuanto más clases, más lucha de clases es la gran paz; b) en lugar del explotémonos unos a otros, el ayudémonos unos a otros. Horno homini Deux (el hombre es un Dios para el hombre); e) la libertad se encuentra creada por completo, porque la libertad es el medio de cumplir su voluntad, y, en consecuencia, de satisfacer sus necesidades; d) al mismo tiempo que se reduzca al mínimum el esfuerzo de cada uno, se reducirá inmensamente el tiempo del trabajo social que tiene que suministrar cada uno de los miembros válidos de la colectividad (1).
Estrategia de la defensa.—Sería pueril negar a bulto todos los hechos aportados por los doctores del socialismo. Los numerosos documentos que figuran en el Capital de Carlos Marx, se han tomado de fuentes oficiales. Engels es un estadístico de alto valor y no pueden ponerse en duda ni la ciencia ni la lealtad de Schäffle y Enrique George.
Cerrar los ojos a los males provenientes del orden económico actual, es cosa de optimistas. Mejor es que dejemos esa ilusión a los médicos, digámoslo así, de la escuela clásica. Cuando se les muestran estadísticas complacientes que presentan a la clase de trabajadores privilegiada entre todas, los colectivistas responden con un encogimiento de hombros y exponen la situación real del proletario viviente.
Confesémoslo, no todos los remedios propuestos por la escuela socialista se hallan contaminados de injusticia o de utopía (2). Cuando pide la descentralización, la protección de las mujeres y de los niños, la reglamentación del trabajo de noche, de la especulación, de los monopolios y acaparamientos, la legislación del trabajo, etc., no podemos menos de aprobar estas medidas.
Si es peligroso rechazar todas las reivindicaciones socialistas, es imprudente concederle demasiado. Entre estos dos extremos debe trazarse la línea de demarcación en conformidad a los principios de la ciencia social, de los datos exactos de la economía política y de las prescripciones de la justicia.
Para combatir de un modo eficaz al socialismo, es preciso tener en cuenta un hecho importante: la existencia de un movimiento democrático universal. Discútase lo que se quiera, la etimología, el valor, la conveniencia y la oportunidad de la palabra democracia, no por eso deja de ser menos cierto el hecho de ese movimiento democrático universal; se ha afirmado en estos mismos términos por el Padre Santo a Monseñor Doutreloux (3). Ahora bien; una opinión errónea que, arrojada a la circulación por políticos hábiles, se ha visto aceptada con mucha rapidez, hace que se confunda el movimiento socialista con el movimiento democrático y obrero.
Gracias a esta confusión, obreros honrados y buenos, que en manera alguna participan de las doctrinas colectivistas, se unen, sin embargo, al partido socialista obrero, para hacer que triunfen las reivindicaciones obreras que consideran justas (4). El movimiento obrero es la consecuencia de la evolución social y de la transformación económica del mundo moderno. El Jefe de la Iglesia nos lo señala y nos lo dice: «Apresuraos, unid a los obreros en asociaciones, en corporaciones cristianas; ayudadles a conseguir pacíficamente la mejora de su suerte». Por el contrario, el movimiento socialista es la empresa de algunos agitadores que hacen del pueblo un trampolín político. Sus procedimientos arrancaron este juicio de un escritor que había podido seguirle de cerca. «El socialismo no es un fin, no es más que un instrumento.»
He ahí por qué no debe emprenderse la lucha contra el socialismo con un programa puramente negativo; no puede ser eficaz más que mostrando a las masas obreras que el catolicismo tiene un programa positivo para la mejora de su suerte. No basta poner en ridículo el pro-grama de los socialistas; es preciso oponer a sus utopías las reformas prácticas que derivan de los principios cristianos; no es necesario dejar creer a los obreros que los católicos se interesan por su suerte porque quieren arrancarlos a otros teóricos que, igualmente, pretenden interesarse por ellos. El movimiento social cristiano debería existir, aun en el caso de que no existiera el socialismo (5).
Catolicismo y socialismo —Espíritus pusilánimes tienen miedo y se preguntan con espanto si el movimiento social cristiano no será una forma disfrazada del socialismo, o por lo menos del socialismo de Estado. A esto respondemos que no puede haber ni socialismo católico, ni socialismo cristiano. Es verdad que algunos escritores colocan el pretendido socialismo católico entre las diferentes formas del socialismo. Esta clasificación descansa en un error. El socialismo es una doctrina formalmente condenada por la Iglesia. (V. el Syllabus, § 4, las Encíclicas de León XIII, Quod apostolice, de 28 de Diciembre de 1878 y De Rerum novarum.) El socialismo se basa en dos fundamentos: la destrucción de la propiedad estable privada y la confiscación de los derechos privados en provecho del Estado. Ningún católico puede suscribir semejante doctrina. Además, el colectivismo predica la guerra de clases, la lucha del proletario contra el patrono, del trabajo contra el capital, y el catolicismo quiere restablecer la paz, la unión y la armonía entre las clases sociales. Y verdaderamente, ¿cómo asimilar dos reformas sociales radicalmente opuestas por los principios de que parten, por los medios que ponen en acción, por el objeto que se proponen? Hacer eso equivaldría a identificar la luz con las tinieblas.
Así, pues, nadie se admirará de que contra la calificación de socialismo católico, protesten unánimemente los católicos; obispos, sacerdotes y laicos, el cardenal Langenieux, Monseñor de Cabriéres, M. de Mun y Ch. Périn, el Congreso de Lieja y el de Angers, el P. de Boylesve y el P. Cathrein, los católicos de Francia y los de Bélgica, los de Alemania y los de Inglaterra. Sólo dos o tres escritores católicos parecen haber prestado buena acogida al epíteto de socialista católico.
Católicos y socialistas de Estado.—No es menos incompatible con los principios católicos el socialismo de Estado. Los elementos esenciales de éste son: atribuir al Estado la reforma social, concediéndole un derecho de intervención ilegítima en el orden económico privado o en el régimen del trabajo. Pero ningún católico puede conceder al Estado la misión de promover o de proteger al orden social, con exclusión de la Iglesia y de las libres iniciativas, privadas o colectivas; ningún católico puede autorizar al Estado a inmiscuirse en los asuntos de orden privado (como la familia, el régimen de la propiedad, el contrato de trabajo), so pretexto de que su intervención es simplemente útil al bien general.
Por otra parte, se incurre en un equívoco manifiesto al confundir el socialismo de Estado con toda intervención del Estado en el orden económico (6). No; no hay sombra de socialismo en la pretensión de reclamar del Estado una intervención en el orden económico, cuando ésta es conforme al derecho natural y moralmente necesaria para el bien común de la sociedad. «El Estado, dice Monseñor Cabrióres, no es ya el dueño universal de las fábricas y los talleres, como no es el maestro de escuela general. Pero si, como cristiano y como ciudadano, se debe rechazar su intervención socialista, su dominación destructora de toda autonomía del trabajo y de la individualidad humana; si se debe repudiar al Estado regulador oficial de los salarios, que sustituye a la iniciativa del patrono y de los obreros y si se debe combatir el socialismo de Estado, no se puede menos de suscribir a la declaración formulada por un ilustre prelado de Inglaterra, el señor obispo de Nettingham, que es preciso que el Estado intervenga allí donde, sin acción pública o legislativa, no podría conseguirse el socorro necesario ni reparar la injusticia. Para todo hombre imparcial, cuyo juicio se encuentre dirigido por los principios de derecho natural, esto no es ni será nunca socialismo de Estado (7).
(1) Discurso reproducido por la Societé liberale pour l'etude des sciences et des ceuvres sociales (Bulletin, n. 3.)
(2) Véase, por ejemplo, las resoluciones del Congreso socialista de Marsella en Septiembre de 1892.
(3) Mons. Doutreloux obispo de Lieja, Lettre pastorale, 11 de Enero de 1894, p. 21.
(4) Este hecho ha sido indicado, entre otros escritores, por Mons. Doutreloux y M. A. da Maroussem, Ch. Grad y d'Eichthal.
(5) Mons. Doutreloux Lettre Pastorale, 14 de Enero de 1894, p. 20.
(6) Costa-Rossetti, Philosophia moralis , p.24, nota .
(7) Congreso de Lieja, 3.a sesión. P. De Boylesve, la Question sociale, p. 27.