TEXTOS SELECTOS

CURSO DE ECONOM�A SOCIAL

 

R. P. Ch. Antoine

 


 

 

 

ARTICULO III: EXAMEN DEL PRINCIPIO DE LA LIBERTAD

Liberalismo y libertad.

El error com�n de los liberales consiste en erigir la libertad en potencia aut�noma que se constituye a s� propia sus derechos y sus deberes, con completa independencia de toda ley superior a la naturaleza humana. �Qu� es, pues, la libertad?

La libertad f�sica es el poder de determinarse en ausencia de toda coacci�n f�sica, interna o externa. Y la libertad moral, la verdadera libertad moral, consiste en obrar conforme a la raz�n, en ejercitar sin trabas sus derechos. De ah� esta conclusi�n manifiesta: todo acto de la voluntad contrario a la raz�n y al derecho, opuesto a la ley moral, es rechazado fuera de las fronteras de la libertad moral a la regi�n de los abusos y de la licencia. �Tiene libertad moral el anarquista al suprimir con la bomba y la dinamita al burgu�s o al capitalista? Ning�n hombre sensato sostendr� semejante enormidad.

Establecidas estas nociones, preguntemos al liberalismo c�mo entiende la libertad moral.

La libertad moral en la teor�a liberal, es el poder de hacer lo que no est� prohibido por la ley. Esta f�rmula en s� es exacta; pero lo peor es que, para los mismos te�ricos, la ley no es m�s que la expresi�n de la voluntad nacional representada por una mayor�a de circunstancias que no tienen otro defecto que el de imponer la coacci�n f�sica. Por consiguiente, es permitido todo la que escapa a la coacci�n f�sica y desde ese momento cae en el dominio de la libertad moral. Como hace notar muy justamente el P. Liberatore, el principio de que el hombre es para si mismo su propia ley, aplicado a la econom�a pol�tica, acarrea necesariamente la colisi�n de los intereses privados y, en consecuencia, la victoria de los m�s fuertes. Y como, en econom�a pol�tica, los m�s fuertes son los m�s ricos, es preciso que todos los dem�s se plieguen bajo el yugo do aqu�llos. Este es, a no dudarlo, el despotismo de la riqueza, la tiran�a del dinero (1).�

La libertad y la armon�a de los intereses.�Pretender que con la sola influencia de la libertad se han de armonizar entre s� los intereses opuestos, sostener que el bien particular de cada uno conduce, por una pendiente irresistible, al bien de todos, es mecerse en candorosa ilusi�n (2). Dirigid vuestras miradas al mundo econ�mico y decid si la libertad mantiene la balanza en su fiel entre las exigencias del productor y las del consumidor, las del usurero y las del prestatario, las del agricultor y las del industrial. El self-interest de los landlors de Irlanda, �ha acarreado la prosperidad o la miseria de los arrendatarios? �Se ha tomado en serio a los silvermen de los Estados Unidos, que fuerzan, en nombre de los intereses nacionales, al Tesoro a que les compre cantidades inmensas de plata, de d�a en d�a depreciada?

Esto equivaldr�a a decir que el desorden trae espont�neamente el orden por yo no s� qu� ley misteriosa de la naturaleza. En verdad, la escuela individualista se encuentra en una alternativa sin salida. De una parte, los hechos la obligan a reconocer que el libre juego de las fuerzas individuales engendra antagonismos sociales; de la otra. afirma solemnemente que el dejad hacer debe ser la �nica regla econ�mica que acarrear� infaliblemente la armon�a social (3).

La libertad no es una soluci�n.�Por otra parte, como dicen Roscher e Ingram: Freiheit is Keine L�saug la libertad no puede ser una soluci�n de la cuesti�n social, porque es un elemento puramente negativo lo mismo para el individuo que para la sociedad. La libertad, es la condici�n necesaria que precede a la soluci�n de los problemas que dependen de la actividad humana; permite desarrollarse a las fuerzas naturales; facilita sus tendencias espont�neas o adquiridas; pero, en s� misma, no contiene ning�n principio de organizaci�n o de direcci�n, ninguna soluci�n de la cuesti�n social (4).

No hay que equivocarse sobre mi pensamiento. No digo en modo alguno que la libertad sea mala y que haya que suprimirla. Destruir la libertad, ser�a romper el noble motor de la actividad humana, anonadar las viriles iniciativas, borrar el rasgo divino que realza y embellece las acciones del hombre, la independencia y la personalidad, rebajar el ciudadano a la condici�n de esclavo. Lo que digo es que la libertad individual escueta, abandonada a s� propia, sin direcci�n y sin freno, no basta, en modo alguno, para conducir la sociedad a su fin natural. Si es capaz de producir grandes acciones y de conseguir grandes bienes, la libertad puede tambi�n causar el mal, y mucho mal. �Es destruir la libertad, fortificarla, enderezarla y dirigirla por la ley? �Es amenguar la libertad, ampliar su campo de acci�n por la asociaci�n y la organizaci�n social? Lo que al individuo pierde por la coacci�n, lo encuentra centuplicado como ciudadano y como asociado. Seamos claros. El verdadero liberal, suprimiendo el doble escollo de la anarqu�a y da la esclavitud, quiere la libertad del individuo, grande, fuerte y poderoso; pero la quiere protegida contra el abuso, agrandada por la asociaci�n, fortificada por la ley. He ah� porqu� se pone en guardia contra los excesos del liberalismo.

De cualquier modo, tal cual lo entiende la ortodoxia liberal, el principio de la libertad introduce en la sociedad un germen de destrucci�n. El inter�s privado de los individuos, �es, aun en el orden econ�mico, la �nica ley directriz de la actividad humana? La cohesi�n social se relaja, la sociedad se disuelve y se resuelve en sus elementos primitivos: ciudadanos aislados iguales ante la ley. No; la fuerza antagonista que ordinariamente separa a los hombres, esto es, el inter�s personal, no ser� nunca el lazo que los una en un cuerpo social. �Y por qu�? Porque la sociedad no est� fundada en la lucha por la existencia, sino m�s bien en la uni�n para la vida. Es lo que hace muy bien notar el P. H. Pesch: �Para A. Smith, escribe, la sociedad es una colecci�n de individuos iguales, unidos por relaciones de cambio (Tauschiverh�ltnisse), esa es la sociedad. La benevolencia mutua viene a a�adirse a esta sociedad como un adorno de lujo; permanece extra�a a su constituci�n �ntima; y, sin embargo, �c�mo concebir la armon�a de los intereses sin la subordinaci�n de los intereses personales y del ego�smo? (5).�

Tales son los efectos del principio de la libertad absoluta en la sociedad. Ya se sabe los productos amargos que ha dado de s� en el orden religioso y en el orden pol�tico.

El mismo falso dogma de la libertad absoluta es el que, despu�s de haber comenzado su obra de destrucci�n social en el dominio religioso y despu�s de haber continuado sus estragos en el orden pol�tico, deb�a completar su acci�n disolvente en el dominio econ�mico. Si se considera y compara atentamente el individualismo religioso (protestantismo o racionalismo), el individualismo pol�tico fundado en la igualdad de los derechos individuales y el individualismo econ�mico que refiere el orden social a un sistema mec�nico de intereses individuales sin lazo interno, se reconocer� sin esfuerzo un �ntimo parentesco, una especie de evoluci�n necesaria entre esas tres formas de individualismo. En la teor�a de la libertad absoluta, la religi�n recibe su forma del libre examen, el Estado debe su origen a un libre contrato (expl�cito o impl�cito); toda la vida econ�mica tiene por principio la libertad de los cambios. Como se ve, en todas partes es el dominio soberano absoluto e independiente del libre arbitrio del individuo.

Objeciones.�La escuela cl�sica, �a qu� negarlo? defiende contra estos ataques sus posiciones con valor y habilidad.

Uno de los argumentos m�s especiosos aducidos por los defensores de la ortodoxia liberal, consiste en mostrar la magn�fica expansi�n de la industria y del comercio con que se se�ala el principio, y sobre todo la segunda mitad del siglo XIX, como un efecto de la libertad econ�mica y de las teor�as de Adam Smith.

Es el sofisma non causa pro causa. El incontestable progreso material debido a la invenci�n del vapor, a la divisi�n del trabajo y a la multiplicaci�n de las v�as de comunicaci�n, es resultado de una serie de circunstancias, sin duda alguna providenciales, pero absolutamente extra�as a las doctrinas del dejad hacer, dejad pasar.

En Inglaterra, donde la organizaci�n gremial ha sido m�s fuerte y ha estado m�s desarrollada que en ninguna otra parte, el triunfo del sistema capitalista (Geldwirtschaft) sobre la econom�a natural (Naturwirtschaft) era un hecho completo en el momento en que los economistas entraban en escena (6). La libertad del trabajo no es, pues, obra suya, como tampoco lo es el vuelo de la industria.

Admitamos que el liberalismo econ�mico haya favorecido el adelanto de la industria y del comercio; en compensaci�n, es su gran crimen, ha impedido que el progreso material, bueno en s�, no sirva a los verdaderos intereses de la masa de los miembros de la sociedad pol�tica.

Otra t�ctica de la escuela liberal consiste en oponer la libertad absoluta al despotismo completo del Estado, el liberalismo de A. Smith al colectivicismo de K. Marx, como si entre estos dos extremos no pudiera colocarse una libertad sabia y justamente reglamentada y dirigida por la ley. �Qu� debe ser en hip�tesis, esto es, de hecho y en la pr�ctica, la realidad econ�mica? Reservamos esta cuesti�n para el cap�tulo que trate de la legislaci�n del trabajo y pasemos al tercer principio de la escuela cl�sica.


(1) Principios de econom�a pol�tica.

(2) A. Millet, Sophisme de l'identit� des interets individuels et de l'interet g�n�ral (Revue d'econ. polit., 1889, p. 412 y sig.)

(3) Cauw�s, Pr�cis, t. II, p. 650.

(4) Ingram, Historia de la econom�a pol�tica.

(5) Die theorestischen Voraussetzungen Stimmen, t. XLII, 1892, p. 394. --Liberalismus, Socialismus und christliche Gesetlschaftsordnung.

(6) H. Pesch, Stimmen, t. XXXIX, 1890, p. 339.


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