Liberalismo y libertad.
El error común de los liberales consiste en erigir la libertad en potencia autónoma que se constituye a sí propia sus derechos y sus deberes, con completa independencia de toda ley superior a la naturaleza humana. ¿Qué es, pues, la libertad?
La libertad física es el poder de determinarse en ausencia de toda coacción física, interna o externa. Y la libertad moral, la verdadera libertad moral, consiste en obrar conforme a la razón, en ejercitar sin trabas sus derechos. De ahí esta conclusión manifiesta: todo acto de la voluntad contrario a la razón y al derecho, opuesto a la ley moral, es rechazado fuera de las fronteras de la libertad moral a la región de los abusos y de la licencia. ¿Tiene libertad moral el anarquista al suprimir con la bomba y la dinamita al burgués o al capitalista? Ningún hombre sensato sostendrá semejante enormidad.
Establecidas estas nociones, preguntemos al liberalismo cómo entiende la libertad moral.
La libertad moral en la teoría liberal, es el poder de hacer lo que no está prohibido por la ley. Esta fórmula en sí es exacta; pero lo peor es que, para los mismos teóricos, la ley no es más que la expresión de la voluntad nacional representada por una mayoría de circunstancias que no tienen otro defecto que el de imponer la coacción física. Por consiguiente, es permitido todo la que escapa a la coacción física y desde ese momento cae en el dominio de la libertad moral. Como hace notar muy justamente el P. Liberatore, el principio de que el hombre es para si mismo su propia ley, aplicado a la economía política, acarrea necesariamente la colisión de los intereses privados y, en consecuencia, la victoria de los más fuertes. Y como, en economía política, los más fuertes son los más ricos, es preciso que todos los demás se plieguen bajo el yugo do aquéllos. Este es, a no dudarlo, el despotismo de la riqueza, la tiranía del dinero (1).»
La libertad y la armonía de los intereses.—Pretender que con la sola influencia de la libertad se han de armonizar entre sí los intereses opuestos, sostener que el bien particular de cada uno conduce, por una pendiente irresistible, al bien de todos, es mecerse en candorosa ilusión (2). Dirigid vuestras miradas al mundo económico y decid si la libertad mantiene la balanza en su fiel entre las exigencias del productor y las del consumidor, las del usurero y las del prestatario, las del agricultor y las del industrial. El self-interest de los landlors de Irlanda, ¿ha acarreado la prosperidad o la miseria de los arrendatarios? ¿Se ha tomado en serio a los silvermen de los Estados Unidos, que fuerzan, en nombre de los intereses nacionales, al Tesoro a que les compre cantidades inmensas de plata, de día en día depreciada?
Esto equivaldría a decir que el desorden trae espontáneamente el orden por yo no sé qué ley misteriosa de la naturaleza. En verdad, la escuela individualista se encuentra en una alternativa sin salida. De una parte, los hechos la obligan a reconocer que el libre juego de las fuerzas individuales engendra antagonismos sociales; de la otra. afirma solemnemente que el dejad hacer debe ser la única regla económica que acarreará infaliblemente la armonía social (3).
La libertad no es una solución.—Por otra parte, como dicen Roscher e Ingram: Freiheit is Keine Lösaug la libertad no puede ser una solución de la cuestión social, porque es un elemento puramente negativo lo mismo para el individuo que para la sociedad. La libertad, es la condición necesaria que precede a la solución de los problemas que dependen de la actividad humana; permite desarrollarse a las fuerzas naturales; facilita sus tendencias espontáneas o adquiridas; pero, en sí misma, no contiene ningún principio de organización o de dirección, ninguna solución de la cuestión social (4).
No hay que equivocarse sobre mi pensamiento. No digo en modo alguno que la libertad sea mala y que haya que suprimirla. Destruir la libertad, sería romper el noble motor de la actividad humana, anonadar las viriles iniciativas, borrar el rasgo divino que realza y embellece las acciones del hombre, la independencia y la personalidad, rebajar el ciudadano a la condición de esclavo. Lo que digo es que la libertad individual escueta, abandonada a sí propia, sin dirección y sin freno, no basta, en modo alguno, para conducir la sociedad a su fin natural. Si es capaz de producir grandes acciones y de conseguir grandes bienes, la libertad puede también causar el mal, y mucho mal. ¿Es destruir la libertad, fortificarla, enderezarla y dirigirla por la ley? ¿Es amenguar la libertad, ampliar su campo de acción por la asociación y la organización social? Lo que al individuo pierde por la coacción, lo encuentra centuplicado como ciudadano y como asociado. Seamos claros. El verdadero liberal, suprimiendo el doble escollo de la anarquía y da la esclavitud, quiere la libertad del individuo, grande, fuerte y poderoso; pero la quiere protegida contra el abuso, agrandada por la asociación, fortificada por la ley. He ahí porqué se pone en guardia contra los excesos del liberalismo.
De cualquier modo, tal cual lo entiende la ortodoxia liberal, el principio de la libertad introduce en la sociedad un germen de destrucción. El interés privado de los individuos, ¿es, aun en el orden económico, la única ley directriz de la actividad humana? La cohesión social se relaja, la sociedad se disuelve y se resuelve en sus elementos primitivos: ciudadanos aislados iguales ante la ley. No; la fuerza antagonista que ordinariamente separa a los hombres, esto es, el interés personal, no será nunca el lazo que los una en un cuerpo social. ¿Y por qué? Porque la sociedad no está fundada en la lucha por la existencia, sino más bien en la unión para la vida. Es lo que hace muy bien notar el P. H. Pesch: «Para A. Smith, escribe, la sociedad es una colección de individuos iguales, unidos por relaciones de cambio (Tauschiverhältnisse), esa es la sociedad. La benevolencia mutua viene a añadirse a esta sociedad como un adorno de lujo; permanece extraña a su constitución íntima; y, sin embargo, ¿cómo concebir la armonía de los intereses sin la subordinación de los intereses personales y del egoísmo? (5).»
Tales son los efectos del principio de la libertad absoluta en la sociedad. Ya se sabe los productos amargos que ha dado de sí en el orden religioso y en el orden político.
El mismo falso dogma de la libertad absoluta es el que, después de haber comenzado su obra de destrucción social en el dominio religioso y después de haber continuado sus estragos en el orden político, debía completar su acción disolvente en el dominio económico. Si se considera y compara atentamente el individualismo religioso (protestantismo o racionalismo), el individualismo político fundado en la igualdad de los derechos individuales y el individualismo económico que refiere el orden social a un sistema mecánico de intereses individuales sin lazo interno, se reconocerá sin esfuerzo un íntimo parentesco, una especie de evolución necesaria entre esas tres formas de individualismo. En la teoría de la libertad absoluta, la religión recibe su forma del libre examen, el Estado debe su origen a un libre contrato (explícito o implícito); toda la vida económica tiene por principio la libertad de los cambios. Como se ve, en todas partes es el dominio soberano absoluto e independiente del libre arbitrio del individuo.
Objeciones.—La escuela clásica, ¿a qué negarlo? defiende contra estos ataques sus posiciones con valor y habilidad.
Uno de los argumentos más especiosos aducidos por los defensores de la ortodoxia liberal, consiste en mostrar la magnífica expansión de la industria y del comercio con que se señala el principio, y sobre todo la segunda mitad del siglo XIX, como un efecto de la libertad económica y de las teorías de Adam Smith.
Es el sofisma non causa pro causa. El incontestable progreso material debido a la invención del vapor, a la división del trabajo y a la multiplicación de las vías de comunicación, es resultado de una serie de circunstancias, sin duda alguna providenciales, pero absolutamente extrañas a las doctrinas del dejad hacer, dejad pasar.
En Inglaterra, donde la organización gremial ha sido más fuerte y ha estado más desarrollada que en ninguna otra parte, el triunfo del sistema capitalista (Geldwirtschaft) sobre la economía natural (Naturwirtschaft) era un hecho completo en el momento en que los economistas entraban en escena (6). La libertad del trabajo no es, pues, obra suya, como tampoco lo es el vuelo de la industria.
Admitamos que el liberalismo económico haya favorecido el adelanto de la industria y del comercio; en compensación, es su gran crimen, ha impedido que el progreso material, bueno en sí, no sirva a los verdaderos intereses de la masa de los miembros de la sociedad política.
Otra táctica de la escuela liberal consiste en oponer la libertad absoluta al despotismo completo del Estado, el liberalismo de A. Smith al colectivicismo de K. Marx, como si entre estos dos extremos no pudiera colocarse una libertad sabia y justamente reglamentada y dirigida por la ley. ¿Qué debe ser en hipótesis, esto es, de hecho y en la práctica, la realidad económica? Reservamos esta cuestión para el capítulo que trate de la legislación del trabajo y pasemos al tercer principio de la escuela clásica.
(1) Principios de economía política.
(2) A. Millet, Sophisme de l'identité des interets individuels et de l'interet général (Revue d'econ. polit., 1889, p. 412 y sig.)
(3) Cauwés, Précis, t. II, p. 650.
(4) Ingram, Historia de la economía política.
(5) Die theorestischen Voraussetzungen Stimmen, t. XLII, 1892, p. 394. --Liberalismus, Socialismus und christliche Gesetlschaftsordnung.
(6) H. Pesch, Stimmen, t. XXXIX, 1890, p. 339.