Definición del principio económico.
A la pregunta ¿qué es el principio económico?, contesta Courcelle-Seneuil: «La economía política tiene sus axiomas, como la geometría elemental tiene los suyos; el hombre se esfuerza por obtener la mayor riqueza posible a costa del menor trabajo posible» (1). El principio económico puede también formularse de otra manera: producir con los menos gastos posibles. ¿Cómo explicar el principio económico? Por el principio del menor esfuerzo que se halla fundado en estas particularidades de la naturaleza humana: 1.º, ser muy sensible al dolor y al placer; 2.°, emplear la inteligencia para evitar el primero y procurarse el segundo. Tal es la explicación que da Mauricio Block (2).
¿Cuál es el valor científico de este axioma de la economía política? (3) Antes de toda discusión conviene precisar los términos del debate. Es un hecho de experiencia, una perogrullada psicológica el que casi siempre el hombre obra por interés personal y que busca el placer sensible y huye el esfuerzo y el dolor. La cuestión es de si el principio «cada cual para sí» debe ser el axioma fundamental de la ciencia, de la verdadera ciencia de la economía política. Ahora bien; el axioma económico es a la vez falso en su origen, contrario a la observación de los hechos y opuesto a la dignidad del hombre. Desarrollemos estas consideraciones.
El principio económico y su punto de partida.
¿Cómo procede el economista ortodoxo? En lugar de tomar como punto de partida la sociedad y el hombre social y de servirse de este hecho primordial como base de sus razonamientos, comienza por arrancar al hombre de su medio natural para volverle a sumir en él en el momento crítico. El hombre aislado, el hombre abstracto, el hombre impulsado por el deseo de goces y de riquezas, es el individuo tipo de la economía clásica; pero ese no es el hombre verdadero, concreto y real. Así, a pesar de toda la sinceridad de los apóstoles del liberalismo, las ideas están falseadas desde el principio, el ser abstracto que consideran tiene forzosamente todos los derechos y ningún deber; debe perseguir su interés sin preocuparse de una colectividad que se ha hecho desaparecer para las necesidades de la defensa. Así que, cuando más tarde, se le vuelve a colocar en el seno de la sociedad, ya no será la parte del todo, será un todo contra un todo; ya no tendrá coordinación ni armonía; desde el primer contacto se producirá el choque y el conflicto (4). Pero, por lo menos, ¿no se halla comprobado por los hechos el axioma económico? Pues bien, preguntemos a los hechos.
El principio económico y la observación de los hechos.
Suponéis que el único móvil de la actividad económica sea siempre, y en todas partes, el interés personal, la necesidad de riqueza para si, pero la experiencia cotidiana protesta contra esa pretendida ley social. Suponéis que el homo economicus no obra más que apremiado por una necesidad actual, urgente, y, sin embargo, los príncipes de los negocios, cuyas necesidades están plenamente satisfechas, ponen en la adquisición de la riqueza una actividad insaciable. Y luego, la ambición, la envidia y el odio ¿no entran en combato en la lucha salvaje por el dinero? Hay, pues, otros móviles económicos que la necesidad de la riqueza para sí mismo. La ciencia económica no descansa, en su totalidad, en este único axioma. Tener las más riquezas posibles con el menor trabajo posible para satisfacer el mayor número posible de necesidades sensibles (5).
Cliffe-Leslie, con la delicadeza de análisis y la claridad que distinguen sus escritos, prueba que es imposible construir una ciencia exacta sobre esta base del deseo universal de la riqueza, cuando el deseo adquiere las formas más diversas en cada pueblo y en cada individuo. Da de ello esta razón: «La cualidad de la riqueza es incesantemente variable; es, pues, vana la tentativa de querer establecer leyes constantes en un fundamento que cambia tanto.
El principio económico y la dignidad humana.
El principio económico no puede apoyarse en la observación de los hechos ni está confirmado por la consideración de la naturaleza humana a href="#(6)">(6). Un ser sediento de goces, un productor y consumidor de riquezas; tal es el hombre clásico de la ortodoxia liberal. En este extracto de humanidad queda del hombre lo que tiene de menos humano, lo que le acerca más a los animales: la necesidad de goces materiales.
Nadie duda de que el hombre tenga necesidades materiales; pero también tiene necesidades intelectuales, morales y religiosas; el orden exige que las primeras se sometan a las segundas. El hombre está solicitado por bienes reales, pero frecuentemente también le atraen bienes aparentes, facticios e imaginarios; su dicha y su. dignidad consisten en abandonar éstos y buscar aquéllos. ¿Es cierto lo que dice J. Garnier que el progreso de la civilización consiste en el incremento indefinido de las necesidades y de los medios de satisfacerlas? (7) ¿Es posible este aumento indefinido? No; porque las necesidades-corporales, como el mismo cuerpo, están limitadas por fronteras infranqueables. El deseo indefinido de gozar no se encuentra más que en nuestra potencia de amar y de conocer; potencia que no se aplaca más que mediante el conocimiento de la verdad suprema y el amor al bien infinito, a Dios. La necesidad indefinida de goce y de riquezas que el hombre experimenta con demasiada frecuencia no es la necesidad normal esencialmente limitada, es la necesidad facticia y desordenada que proviene del alma descaminada por la pasión. El alma, así seducida, pide para su cuerpo un progreso indefinido que no debe pedir más que para sí misma y sus facultades superiores indefinidamente progresivas (8). He ahí por qué el sostener que la humanidad en masa posee una capacidad indefinida de consumo es ponerse en flagrante contradicción con la filosofía, la experiencia y el buen sentido.
Objecciones.
¿Qué responden a esto los economistas de la escuela?p align="justify"> Lejos de nosotros, dicen, el pensamiento de excluir los nobles sentimientos de generosidad, de gratitud y de abnegación. Nos contentamos con hacer abstracción de ellos para considerar el móvil más general y más potente de todos ellos: el interés personal.
Pero la abstracción no se halla sometida al capricho del sabio, sino que se encuentra limitada por la misma naturaleza del objeto que se estudia. ¿Qué decir de un filósofo que compusiera un tratado sobre la naturaleza del hombre haciendo abstracción del alma? El economista debe considerar al hombre tal cual es, o por lo menos los elementos esenciales de la actividad humana en la esfera de los intereses materiales; puede y debe hacer abstracción de los elementos accidentales y variables; pero la justicia, la moral, el derecho, el interés social, etc., no son en la actividad económica del hombre, factores accidentales, accesorios o arbitrarios, de los que se pueda prescindir a capricho. En realidad, la abstracción, tal como la entiende la escuela liberal, no es más que una ficción anticientífica.
La economía clásica exalta los beneficios del interés personal; es, dice, la palanca más poderosa de la civilización.
Que el self-help y el self-interest sean un móvil de la actividad humana, siempre útil y algunas veces necesario, es cosa que yo en manera alguna contradigo; pero falta probar que el orden económico no obedezca a otra ley fundamental que la del interés personal. En tanto no se aduzca, en buena y debida forma, esta prueba, los ditirambos de los economistas liberales se limitarán a repetir una perogrullada. Como hace notar con mucha precisión Monseñor de Ketteler (9), en el fondo, el self-help no es más que la gran ley del trabajo dictada por el mismo Dios y proclamada por la razón. «Ayúdate y el cielo te ayudará», decían nuestros padres, expresando sin aparato científico, el verdadero sentido del self-help.
Pero implica una afirmación inexacta y peligrosa, la pretensión de que, la iniciativa individual, el interés privado legítimo se opongan a la asistencia corporativa o a una sabia y prudente intervención del poder público en el orden económico. «El individualismo, observa M. Brunetiére, ese es, en nuestros días, el enemigo de la educación, como lo es del orden social... No lo será siempre, pero lo es. Y sin trabajar en destruirlo—lo que sería caer de un exceso en otro -he ahí porqué todavía, durante largos años, todo lo que se quiera hacer por la familia, por la sociedad, por la educación como por la patria, es contra el individualismo contra lo que habrá de proceder (10).»
Véanse las bellas consecuencias de esas grandes leyes económicas. Como se temiera el hambre en el imperio de la India, en 1885 se invitó al gobierno británico a que hiciera llegar provisiones de arroz para prevenir esta calamidad amenazadora; pero él se negó enérgicamente declarando que tal intervención would be contrary to the principles of political economy. Un poco más tarde, cuando el hambre arrebataba 4.000 habitantes por semana, se renovaron las instancias cerca de la comisión gubernamental, la cual respondió: On general grounds they (the Board) had a very strong objection to interfere with the course of trade. ¡Pobres gentes! ¿No tenían a su disposición el self-help y las leyes económicas? (11).
Consideremos el segundo fundamento de la tesis liberal: el principio de la libertad.
(1) Nouv. Dict. d'econ. polit. t. I, e. 768.
(2) Les Progrés t. I, p. 275.
(3) Cohn, System der Nationalökonomie, t. I, §§ 138 y 139. —Philippovich, Grundriss der politischen oekonomie, t, 1, páginas 2, 16 y 68. — Schönberg, Handbuch, p. 4, 10 y sig.
(4) Bussoul, Ass. cath., Diciembre de 1893, p. 698.
(5) Les Economistes clasiques y leurs adversaires, por Ricardo Schüller.
(6) H. Pesch, .Eire Bankrotterklärung vonseiten des liberalen oekonomismus (Stimmen, Septiembre de 1892, p. 239 y sig.)
(7) Traité d'economie pol., p. 5.
(8) R. P. Félix, l'Economie sociale devant le christianisme, 1.a conferencia. Périn, la Richesse dans las Societés chrétiennes, ch. I. Kolb, Conferenzen über die sociale Frage, 3.0 Vortrags. § 50.
(9) Die Arbeiterfrage.
(10) Revue des Deux Mondes, t. CXXVII, 1895, p. 934.
(11) En un libro que ha hecho mucho ruido, ¿En que consiste la superioridad de los Anglosajones? M. Desmoulins hace un entusiasta panegírico del self-help anglo-sajón, el cual opone al espíritu comunista de las razas latinas.