La escuela clásica se divide en tres períodos: el de los fisiócratas, el de la escuela anglo-francesa de Smith y J.-B. Say y el de la escuela liberal contemporánea.
Los fisiócratas (1)
Los fisiócratas son los economistas del siglo XVIII, discípulos de Quesnay, médico de Mad. Pompadour. La palabra fisiocracia se encuentra empleada por vez primera a la cabeza de una colección de obras de Quesnay, publicada por Dupont; de Nemours en 1765. Esta expresión se explicaba así: «Fisiocracia o constitución natural del gobierno más ventajoso para el género humano.»
La escuela de los fisiócratas es hija legítima de la filosofía de su siglo; el pensamiento filosófico rechaza toda influencia dogmática; se aplica a, todas las ciencias el método cartesiano; cada cual, con observaciones incompletas, y hasta sin observaciones, se crea un ideal, de donde deduce, por vía de necesaria consecuencia, un sistema social completo. El aforismo de Rousseau «el hombre es esencialmente bueno y no tiene más que seguir las tendencias de la naturaleza», llegó a ser la base de una nueva moral (2). He aquí las consecuencias de esta filosofía; para los fisiócratas las leyes fundamentales de la vida social fluyen de las necesidades físicas del hombre; el sensualismo llega a ser la base de la sociedad y de la moral; la ciencia de las riquezas, tal es la ciencia social universal.
Interroguemos a los pontífices de este nuevo evangelio, discípulos todos, declarados o no, de Voltaire y de Rousseau. Quesnay asigna como origen y fin de la sociedad política el goce de los sentidos (3). Dupont de Nemours desarrolla la enseñanza del maestro Mercier de la Riviere (4) y describe, en términos precisos, el nuevo orden social. «Es —dice--el orden de los deberes y de los derechos recíprocos, cuyo establecimiento es absolutamente necesario para la mayor posible multiplicación de los productos, a fin de procurar al género humano la mayor suma posible de dicha y la mayor multiplicación posible... Así se deben excitar las necesidades y desarrollar la producción; entonces el mundo marcha por sí solo (5). Morellet, el marqués de Mirabeau, «el amigo de los hombres», Le Trosne, Saint-Peravy y Turgot exponen y proponen ese nuevo fin natural, del que uno de los artículos es la célebre fórmula: laisser faire, laisser passer.
Las leyes, dicen los fisiócratas, no tienen otro objeto que asegurar las condiciones necesarias para la expansión de la vida social. Por otra parte, el objeto de la vida social, es el goce fundado en la propiedad, y en consecuencia, no hay más relaciones entre los hombres que las que nacen de la propiedad en forma de comercio o de industria. Síguese de aquí que las leyes y la acción del gobierno deben únicamente tender a asegurar la libertad de las convenciones, por las cuales los hombres disponen de su propiedad. En otros términos, no pidáis a la ley más que una cosa: el que permita a los hombres que tomen como único guía su interés personal. En toda lo que no perjudique a la libertad de otro, dejad hacer, dejad pasar.
Tal es, a grandes rasgos, el sistema de la fisiocracia. ¿Qué juicio merece? Mediante el conjunto de su doctrina, los fisiócratas han impreso a la ciencia de la riqueza una falsa y peligrosa dirección. Con sus principios sobre el destino humano, han hecho descender la ciencia social, a las fangosas aguas del sensualismo y del utilitarismo. Con su hipótesis del orden natural, que conduce infaliblemente la sociedad a la dicha, han descarriada a esta ciencia en los engañosos senderos de un optimismo sentimental. Con la teoría absoluta del dejad hacer, dejad pasar, la han metido en un liberalismo cuyas consecuencias han sido tan desastrosas para el bienestar material como para los intereses morales de la sociedad (6).
La escuela anglo-francesa. Adam Smith, el jefe de la escuela inglesa, se ha inspirado, como él mismo confiesa en sus escritos, en los trabajos y en las ideas de los fisiócratas para construir un sistema de economía política según un orden de libertad natural, en el cual todo se mueve bajo la ley de interés (7). Sin embargo, la concepción que desarrolla del orden económico, difiere, por más de un título, de la de los fisiócratas; ya no se trata de un código general de la vida social y del derecho natural; no se trata más que de la riqueza producida por el individuo y el trabajo. En 1776, A. Smith publicó su célebre tratado Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. Se considera esta publicación como el acta de nacimiento de la economía política a título de ciencia distinta. El economista inglés establece como único móvil de la actividad económica!, el interés. ¿Qué interés es este? Se ha discutido mucho sobre si hay que Ilamarle amor de sí, interés personal, egomanía, egoismo, self-love, self-interest, self-ishness. Cuestión de palabras y diccionario (8). Lo seguro es que el padre de la Economía política en otra obra (9), defiende y desarrolla la tesis de la moral utilitaria, fundada en el interés, basada en la investigación del bienestar temporal y de la riqueza. Eso en lo que se refiere al orden moral. En cuanto al orden económico, resulta espontáneamente de la libertad natural, de la no intervención del Estado en el régimen del trabajo, del libre juego de las leyes económicas y de la concurrencia completamente emancipada de toda barrera artificial. «Apartando, dice, todos los sistemas de preferencias y de trabas relativamente al empleo de las fuerzas productivas, el sistema fácil y sencillo de la libertad natural, se presenta por sí mismo y se encuentra completamente establecido; todo hombre, en cuanto no infrinja la ley de justicia, queda en plena libertad de seguir el camino que le muestre su interés (10).»
En la fórmula que da del papel del Estado no se concede ningún amparo a los intereses superiores de la moral pública ni protección a los débiles (11).
En lugar de considerar la riqueza, como un medio de mejorar la condición de los miembros del cuerpo social y de ayudarles a cumplir su fin en el orden moral, Adam Smith se contenta con determinar las leyes según las cuales aumenta la riqueza colectiva de los pueblos y pone todo su cuidado en el estudio de la producción y del cambio. Como hace notar M. Gide, el problema de la distribución se resuelve por sí mismo en la tesis liberal. «No procede investigar cómo se debe repartir la riqueza, sino simplemente observar cómo se reparte. La riqueza se distribuye naturalmente por canales secretos que se hace a sí misma como un agua que sigue su pendiente. Aquí, como en cualquiera otra parte, no hay más que dejar hacer.—Pero es preciso responder que, aunque el agua siga su pendiente, eso no impide que el jardinero o el ingeniero la distribuyan donde les plazca por canales artificiales, si, por otra parte, sabe disponerlos hábilmente y en conformidad con las reglas de la hidráulica. El legislador puede tener el mismo poder en lo que concierne a la distribución de las riquezas (12) Malthus (13) y Ricardo (14) han sido los continuadores de A. Smith; Stuart Mill (15) no difiere de sus predecesores, ni sobre el principio del goce, ni sobre el determinismo de las leyes económicas. Sin embargo, en bastantes puntos se relaciona con las doctrinas socialistas. Talento potente y original, tenía ideas de todas las escuelas, y todas ellas reivindican su apoyo.
La escuela ortodoxa en Francia.
Aunque rechaza algunas teorías demasiado apriorísticas de los economistas ingleses, la escuela francesa ha permanecido fiel a los principios fundamentales del liberalismo clásico.justify"> Según J.-B. Say, toda la sociedad se reduce a producir y consumir. Por la cifra del consumo se mide el grado de civilización de un pueblo: el principio de todos los progresos se encuentra en el desarrollo de todas las necesidades (16).
Rossi (17) y Cherbuliez (18) se expresan en un lenguaje semejante.
Bastiat, el escritor más popular y más brillante de la escuela liberal de Francia, puede referirse más bien al grupo de los fisiócratas que al de A. Smith. Para aquél, el fin supremo del hombre es él goce, principio de toda civilización. Se complace en comparar la mecánica social con la mecánica celeste; ambas a dos, por una ley natural, son llamadas a producir el orden y la armonía en su esfera respectiva (19). Bajo otra forma, reproduce la célebre fórmula de los fisiócratas: el mundo marcha por sí solo. Dejemos a los hombres—dice—trabajar, cambiar, aprender, asociarse, obrar y reobrar los unos sobre los otros, una vez que, según los decretos providenciales, no puede brotar de su espontaneidad inteligente más que orden, armonía, progreso, el bien hasta lo infinito (20). Al citar estas palabras, Périn agrega, con razón (21): «En ellas se halla perfectamente expresada la fórmula rigurosa de todo liberalismo; la fórmula del dejad hacer, dejad pasar; la grande, la perniciosa ilusión de la libertad en todo, a la cual muchos economistas dan en su sistema un tan gran lugar, y del que los economistas radicales sacan hoy las últimas consecuencias a propósito del crédito y de los bancos, de la libertad de comercio, del trabajo de las mujeres y de los niños, y de muchas otras cuestiones (22).»
A pesar del vicio radical de su principio, el liberalismo económico apaciguó los espíritus. En 1844 triunfó en la gran lucha del libre cambio bajo la dirección de Ricardo Cobden y de John Bright, gracias al apoyo de Roberto Peel.
En ocasiones se da a la escuela liberal entera el nombre de escuela de Manchester, de Manchesterthum, como dicen los alemanes. Esta apelación carece de exactitud. La liga de Manchester, en efecto, no es más que una sección de la escuela liberal; defendía, no solamente la libertad comercial absoluta y el libre cambio sin restricción, sino también la reforma electoral, el arbitraje internacional y la supresión de las guerras.
Escuela liberal contemporánea (23).-Los principios de la escuela clásica habían producido dolorosos resultados en el mundo de los trabajadores, y la teoría de la armonía de los intereses se defendía mal del argumento irresistible de los hechos. Por otra parte, la tesis del utilitarismo económico tenía que determinar reacciones: reacciones socialistas en nombre del derecho al goce, a ese goce que se presenta como fin de la ciencia y de la vida, y reacciones conservadoras en nombre de las doctrinas morales, espiritualistas y gubernamentales (24). Esta presión produjo una ruptura en la escuela clásica, que se dividió en liberal intransigente y liberal moderada. La primera conserva integrante los principios, el método y las conclusiones de la escuela anglo-francesa, y la segunda hace concesiones en teoría y admite temperamentos en la práctica. Algunas citas servirán de apoyo a nuestra afirmación.
Liberalismo intransigente.—Escuchemos al jefe del ala izquierda del liberalismo: «La armonía escribe José Garnier—, el orden y el concurso de los intereses, se producen espontáneamente cuando se abandonan al orden natural (25).»—Decir que la civilización marcha, es decir que las necesidades van aumentando sin cesar con los medios de satisfacerlas (26).—La justicia en materia económica resulta de la libre acción de la oferta y de la demanda (27).
M. de Molinari hace su profesión de fe en estos términos: «Nuestro evangelio se resume en estas cuatro palabras: laisser faire, laisser passer (28).—El hombre, los vegetales y los animales obedecen a las leyes de la economía de las fuerzas y de la competencia (29).» Por lo demás, el sabio redactor del Journal des Economistes está lleno de confianza en el porvenir y en los beneficios de la libertad: «Gracias a la potente machinery de la gran industria, podría producirse con la suficiente abundancia la riqueza para que baste a todas las necesidades del consumo, mientras que el orden en la producción y la justicia en la distribución de la riqueza se establecerán por sí mismas mediante la acción de la ley de equilibrio de los valores, bajo el régimen de la competencia universalizada (30).» M. Federico Passy no es menos optimista. «El medio más seguro de resolver la cuestión social es—dice dejar el campo libre a la libertad y a la responsabilidad, que es, repito con Bastiat, nuestro motor, nuestro propulsor, nuestro remunerador y nuestro vengador (31).» León Say, Mauricio Block, Ives Guyot y Courcelle Seneuil pueden ser incluidos entre los liberales intransigentes.
Liberalismo moderado.—Aunque conservan los dogmas fundamentales de la doctrina clásica, algunos economistas rechazan el aforismo exagerado de Smith y J.-B. Say. Dan, en su enseñanza y en sus investigaciones, un más amplio lugar a la observación de los hechos y a los datos de la historia; rechazan algunas de las teorías más comprometedoras de sus predecesores, y abren, en fin, la puerta, muy discretamente sin duda, a la intervención del Estado, corrigiendo, mediante una ligera dosis de protección, los males agudos del librecambio (32). En estos rasgos reconoceréis la moderación y el oportunismo en economía política (33).
¿No denuncia M. Cairnes, como un sofisma pretencioso, sin ninguna autoridad científica, la proposición de que, abandonados a sí mismos los fenómenos económicos, se disponen de la manera más favorable para el bien común? ¿No ha declarado M. Thorold Rogers una verdadera utopía la completa emancipación del trabajo? (34). ¿No se ha burlado M. Leroy-Beaulieu de las medidas establecidas en Inglaterra para la protección del trabajo de las mujeres y de los niños? (35). En tesis, en derecho y en principio, los economistas modernos admiten cierta restricción a la libertad de trabajo en los casos en que la higiene y la moral públicas se hallan gravemente comprometidas. De hecho, y en hipótesis, rechazan en multitud de casos esta intervención del Estado (por ejemplo, trabajo de los adultos, trabajo de noche, etc.).
Levasseur, Baudrilhirt, Arnauit, dourdan, Beauregard, De Foville y Julio Bambaud hacen concesiones semejantes. Todos, por otra parte, permanecen fieles al culto de la libertad. «No impunemente, escribe M. Arturo Desjardins, se comienza a desviar el curso natural de las cosas; lo más sencillo y lo mas prudente dejar a la libertad que corrija los males de la libertad (36).» M. Leroy-Beaulieu afirma que la libertad y el tiempo bastan para resolver todas las dificultades sociales que sean humanamente, solubles (37). El señor vizconde de Avenel declara que la ley natural de la cuestión social es que el obrero trate de conseguir el más alto salario sin ocuparse de los intereses de los patronos y que el patrono dé el mínimum de salario sin ocuparse de los obreros (38).
Durante mucho tiempo la economía clásica dominó sin resistencia en el Instituto, en el Colegio de Francia, en la escuela de Derecho, en la enseñanza y en la literatura. En la actualidad, este dominio es atacado por diversos puntos y se encuentra seriamente comprometido.
Escuela nueva (39).-Se ha formado una nueva escuela de economía política que rechaza los planes de renovación de los socialistas, pero que también se mantiene a distancia de los economistas alistados en la bandera del laissez faire, laissez passer, escuela sabiamente ecléctica que se declara por una acción más extensa del Estado en el orden económico (40). Esta escuela tiene dos jefes de gran valor: Cauwés y Gide (41), y como órgano, la Revue d'Economie politique, que cuenta entre sus colaboradores a Villey, Saint-Marc, Duguet, Fournier de Flaix, Francois, Du Maroussern, Julio Simón, Jay, etc. La economía política ortodoxa ha prestado mala acogida a la recién llegada; como ha probado M. Cauwés, «la coalición del silencio ha sucedido a la violenta explosión de la primera hora (42)». Por lo demás, no es este el primer ejemplo de intolerancia que da la ciencia oficial.
¿Hemos agotado todas las formas y descrito todas las variedades del liberalismo económico? No, porque falta en nuestra colección una especie, por lo demás bastante común, híbrida de filosofía y política: el liberalismo burgués.
Liberalismo burgués (43).—El liberalismo burgués es el liberalismo de los hijos de la Revolución y de los nietos de la Restauración volteriana del siglo XVIII. Después de haber destruido y espoleado a la nobleza y al clero en nombre de la libertad política, después de haberse enriquecido a costa del pueblo, gracias a la libertad económica, los herederos del tercer estado intentan ahora apaciguar las reclamaciones y calmar las concupiscencias de las masas con promesas de libertad, siempre renovadas y nunca cumplidas. «El liberalismo burgués, escribe Julio Lemaitre, es lo que hoy se llama radicalismo (y también oportunismo). En el fondo, a lo que tiende la burguesía incrédula es a una concepción completamente materialista de la sociedad. Pero esta concepción está preñada de consecuencias. Para servir sus ambiciones, la burguesía ha quitado a Dios del corazón de los que padecen, y luego se admira de que un día los desgraciados se subleven contra ella. Y, sin embargo, los revolucionarios furiosos son precisamente los hijos de los revolucionarios satisfechos, que se han hecho conservadores de su situación adquirida y defensores del orden en todo lo que de él se benefician. La última palabra de la política sin Dios es el desencadenamiento de la bestia que tiene hambre, que quiere gozar y nada más. En vano el burgués opondrá «las leyes universales impuestas a la humanidad, la moral que la naturaleza ha puesto en el corazón, el buen sentido, la necesidad de la resignación provisional, la patria, etc.» ¿Qué pesan estas palabras para quien no cree más que en las necesidades de su vientre y en los placeres de su odio? (44).
Tales son las principales escuelas parciales de la ortodoxia liberal. El molde clásico, en el cual se ha vaciado su doctrina, se halla muy bien descrito por Senior: «La economía política, dice, reposa en un pequeño número de proposiciones generales, cuyo fundamento es el axioma de que todo hombre desea aumentar su riqueza con los menos sacrificios que le sea posible.—Este deseo, agrega M. de Laveyele, allí donde hay seguridad y libertad, conduce al trabajo, la creación y a la acumulación del capital, a la división del trabajo, al uso de la moneda, a la apropiación del suelo; de donde resulta un aumento constante de productos, que se distribuyen en salarios, provechos, intereses y rentas en proporción del trabajo, del capital y de la tierra, suministrados por cada cual a la obra de la producción, y el todo regulado por la ley suprema de la oferta y la demanda (45).» En este fiel resumen de la tesis liberal, volveréis a encontrar sin esfuerzo los tres artículos fundamentales de la escuela clásica: el principio económico, el principio de la libertad y el principio de las leyes naturales, artículos que vamos a examinar sucesivamente.
(1) Nouveau dict., t. II, p. 473. - Périn, les Doctrines economiques, ch. II. —Ingram Historia de la economía política (*) Schönberg, Handbusch, t. I, págs. 175 y 184. -- Roscher, Geschichte der Nationalökomie en Deutschland, 109. Cohn, System der Nationalökonomie, I, págs. 101 y 107
(2) Brants, Lois et methodes, p. 86.
(3) Le droit natural, ch. I y III.
(4) De l'origine et le progrés d'un science nouvelle, § 1.
(5) L'ordre natural, ch. XVIII, p. 617.
(6) Périn, op. cit., 34. -- Sobre la fisiocracia consúltense: H. Denis, Histoire des sistémes economiques et socialistes.—Espinas, Histoire des doctrines economiques.—Ingram, Historia de la economía política.—León Say., Turgot. Schell, Dupont de Nemours et l'ecole physiocratique; Vincent de Gournay. -- L. de Lavergne, les Economistes francais du XVIIIe siecle.
(7) Weis O. P., Sociale Fruye, p. 77 y sig. 237. - Dr. A. Wagner, Lehr-und Handbusch, t. 1, ch. I §§ 1 y 2.—Dr. Emilio Sax, Grundlegung der theoretischen Staatswirthschaft„ p. 418.
(8) H. Pesch, Die theoretischen Voraussetzungen der Klas, sischen Nationalökonomie Stimmem, 1892, t. XLII, p. 379 y sig.
(9) Théorie des sentiments moraux, t. I. págs. 354 y 372.
(10) Riqueza de las naciones. lib. IV, cap. VI, ¿Es preciso decir que la ley de justicia se encuentra singularmente restringida por A. Smith y que no se ocupa más que de la competencia de la justicia conmutativa?
(11) Ibid.—Périn, les Doctrines economiques depuis un siécle, p. 44 y sig.
(12) Principes de l'economie politique, p. 438.
(13) Essai sur le príncipe de population, liv. IV, ch. I y II.
(14) Principes de l'econornie politique, ch. V.
(15) System of logic. t. II, lib. VI, ch. IX, § 3. Utilitarianism
(16) Cours complet, 4.e partíe, ch. I.
(17) Cours d'economie politique, liv. I y II.
(18) Précis de la science economique, p. 7.
(19) Armonías.
(20) Ibid.
(21) Doctrines economiques, p. 131.
(22) Las doctrinas y el papel de Bastiat se hallan muy bien estudiados en las Doctrines economiques de M. Périn, ch. IX; en el Staats Lexikon, art. «Bastiat» . Desde el punto de vista liberal, v. Nouveau dictionnaire d'economie politique y la introducción a la Œuvres choisies de Bastiat, por M. de Foville, petite ediction Guillaumin.
(23) Cossa, Introducción el estudio de la economía política.—Ingram, Historia de la economía política.—Staatslexickon, articulo «Liberalismus».--Espinas, Histoire des doctrines economiques, p. 267.
(24) Brants, Lois et méthodes, p. 91.
(25) Traité d'economie politique, n. 346.—Conf., números 368, 620 y 767.
(26) Ibid, p. 5.
(27) Ibid, p. 665.
(28) Les Lois naturelles, p. 278 y sig.
(29) L'Evolution economique au XIXe siécle, p. 234.
(30) L'Evolution economique au XIX siécle, p. 101.
(31) Quatre ecoles d'economie politique, p. 232.- Verités et paradoxes.
(32) Citemos a Leroy-Beaulieu, Baudrillart, Jordán y Beauregard.
(33) En Austria, la escuela clásica está representada por el profesor Karl Menger y sus discípulos: Wieser, Zukerland, ven Komorzynski, Böhm-Bawerk, Mataja, etc.
(34) Citado por Ingram, Discurso de la Asociación británica para el progreso de las ciencias, 1378.-Discurso de la Asociación británica, 1883.
(35) Essai sur la Répartition des richesses, págs. 468 y 471.
(36) Revue des Deux Mondes, t. CXXI, 1894, p. 57.
(37) Essai sur le Répartition des richesses, p. 564.
(38) Revue des Deux Mondes, t. CIV. 1891, págs. 564, 568 y 569.
(39) Cauwés, Précis, t. I, p. 30 y t. II, p. 652. Devas, Groundworks of economies, págs. 40 y 46.—Ingram, Historia de economía política cap. VI.
(40) Quatre ecoles d'économie sociale, discurso de M. Gide.
(41) Entre los autores, que por sus tendencias generales se incluyen en esta escuela, citaremos en Francia, a Funck-Brentano, Espinas, Pablo Pie, Taller, Laborde; en Inglaterra, a Devas, Cliffe-Leslie, Stanley Jevons: en Bélgica, a Mahaim y De Laveyele; en Suiza, a Secretán; en Italia, a Cossa, Loria y Luzzatti, y en España a Sanz Escartin, Posada y Olózaga.
(42) Introducción de las obras Précis y Cours d'économie politique.
(43) Staatslexikon, art. «Liberalismo» .—H. Pesch., S. J., Liberalismus, socialismus und christliche Gesells schaftstordnung, p. 12 y sig.
(44) Luis Veuillot (Revue Bleue, 1894).
(45) Revue des Deux Mondes, t. XXV. 1878, p. 899.