1.° Elementos religiosos y mórales de la cuestión obrera. La irreligión causa en las masas obreras dolorosos estragos. Arrancado; desde la infancia de toda idea religiosa por la escuela laica, excitado por los manejos socialistas, revolucionarios y ateos, pervertido por la mala prensa y seducido por los sofismas y fábulas hueras que se le arrojan como pasto, el obrero abandona poco a poco la práctica de la religión, pierde la fe y aumenta el ejército de los librepensadores (1).
No hay para qué rehacer el cuadro, cien veces traza-do, de la incredulidad, de la mala conducta y del libertinaje del obrero de las ciudades.
Con demasiada frecuencia un inmundo concubinato reemplaza al matrimonio; los lazos de familia se han relajado o roto; el alcoholismo, ese azote del siglo XIX, acaba de embrutecer las almas y arruinar los cuerpos. ¿Qué se ha hecho de las fuertes y austeras virtudes de los trabajadores? ¿Qué queda de la templanza, de la fidelidad, del respeto, de la previsión, de la abnegación y de la probidad del mundo obrero? Interrogad a los sacerdotes, a los patronos, a los obreros cristianos y honrados, a los jueces de instrucción, y no obtendréis por respuesta más que una larga y dolorosa queja.
Mirad en vuestro derredor, en el comercio, la industria y la hacienda. ¿Qué se ha hecho de la justicia y de la honradez profesional, de la caridad y de los deberes de estado? Todo se encuentra sofisticado, hasta el lenguaje, porque a la injusticia y para llamar las cosas por su nombre, al robo se la llama con demasiada frecuencia: especulación hábil, golpe atrevido, transacción feliz. Como demostraba elocuentemente M. Glasson, en un discurso pronunciado en la Sociedad de Economía social, se han oscurecido, puesto en duda, y hasta se ignoran por completo, las nociones elementales de justicia y de moral (2).
2.° Elementos económicos. A. Separación del capital y del trabajo. La introducción de las máquinas, el papel preponderante de que gozan en la producción y la división del trabajo, han dado al capital una influencia decisiva. Así se ven desaparecer, gradualmente aplasta-das y devoradas por las grandes empresas industriales o comerciales, las pequeñas industrias independientes.
Tienden a extinguirse las relaciones personales entre el empresario y el obrero, así como también el sentimiento del deber y de la responsabilidad de una de las partes y el de la fidelidad y sumisión de la otra; a la solidaridad de la empresa sucede la solidaridad de la clase. La opresión de la pequeña industria por la grande y la creciente concentración de la producción y del capital en un pequeño número de manos, tienden naturalmente a estrechar la dependencia de los obreros, a acentuar el contraste de las clases, a desarrollar los conflictos entre patronos y obreros, y al aumento del número de los descontentos que atizan los desórdenes y alistan a las masas obreras en un inmenso ejército de defensa.
B. Aglomeración de los trabajadores en las ciudades. La división del trabajo y el gigantesco instrumental de las fábricas modernas, necesitan una producción ininterrumpida y muy extensa y, en consecuencia, un personal obrero considerable. En este respecto, las ciudades o los centros industriales presentan incontestables ventajas, desde el punto de vista de los medios de comunicación y de transporte, de la facilidad de encontrar empleados ú obreros especiales, etc.
En los centros industriales se encuentran una multitud de comodidades y de tradiciones que habría que crear lenta y penosamente si se quisiera establecer una fábrica a campo raso. Además, la ciudad ofrece al patrono diversiones, y a los obreros, seducciones que les deciden con mucha facilidad a abandonar la campiña (3).
La aglomeración de los trabajadores en los arrabales y en los barrios de obreros de las ciudades y la comunidad de intereses y de sufrimientos, desarrollan en ellos el espíritu de clase y la solidaridad y despiertan la conciencia del poder del número y de la organización. Los directores del socialismo encuentran el terreno perfectamente preparado para sus gestiones; los malos periódicos, las novelas, los teatros y los bailes, acaban de preparar a los revolucionarios de mañana.
Pauperismo y socialismo; tal es el resultado de la despoblación de los campos y de la inmigración en las ciudades.
En 1846 la población total de Francia era de 35.400.000 habitantes; la población urbana de 8.646.000, o sea el 24 por 100; la población rural de 26.7 54.000, o sea el 76 por 100.
En 1866 la población rural no es más que el 69,54 por 100 y en 1886 baja al 64 por 100. En 1886 se contaban 58 departamentos cuya población progresa y 28 en que disminuye. En 1891 la proporción se encuentra punto menos que invertida: en 55 departamentos, disminuyen 399.000 habitantes y en 32 aumentan 523.000, cargando este aumento en las ciudades (4). Si continúa el mismo movimiento, antes de medio siglo se igualarán las dos poblaciones rural y urbana; se habrán despoblado los campos y las tierras quedarán en gran parte sin cultivo por falta de brazos que las labren.
La despoblación de los campos no es un hecho peculiar de Francia, pues existe, en proporciones variables, en los demás países.
Con la cuestión de la aglomeración de las masas obreras en las ciudades o centros industriales se relaciona la del alojamiento del obrero (5). «Si tuviera necesidad de demostrar cuán reales y numerosos son los sufrimientos en París, escribe M. León Lefebure, no tendríais mas que llamar la atención un momento sobre el estado de las habitaciones en que se refugian los pobres y decir que hay 27.385 alojamientos habitados por indigentes, o sea el 57 por 100 que no se componen más que de una sola pieza; que hay 3.192 alojamientos, o sea el 7 por 100, que no tienen luz más que a la escalera o a un corredor. A decir verdad, apenas conozco en la capital indigentes que gocen de luz y de ventilación, a no ser los 659 hogares recogidos y cuidados por las Hermanitas de los pobres (6). Una memoria, hace poco presentada al Consejo municipal de París, habla del chiribitil en que están escondidos las mujeres y los niños.
Un profesor de la Facultad de Medicina de París, en una Memoria sobre el alojamiento de los obreros, en algunos barrios de la capital, decía: «No es virtud, es heroísmo lo que hace falta a todo el mundo para no contraer en esos chiribitiles el odio a la sociedad que los tolera (7).»
Afirman publicaciones autorizadas, que en Bélgica algunos barrios están invadidos por la miseria y la desnudez. En Inglaterra ha arrancado a la opinión pública gritos de indignación, la situación verdaderamente deplorable en que viven millones de hombres, en medio de los esplendores de la riqueza y del prodigioso vuelo de la industria.
C. Régimen de las máquinas y de las fábricas (8). Los progresos del mecanismo reemplazan al trabajo del hombre por el de la máquina, de tal manera que aquél llega a ser, por decirlo así, el servidor y el apéndice de la máquina. Este trabajo uniforme, completamente material, embrutece la inteligencia y fatiga con exceso al cuerpo. La estancia prolongada en una atmósfera carga-da de polvos y del olor nauseabundo de la hulla y de la grasa, el calor intenso, en verano como en invierno, a consecuencia del alumbrado de gas; el ruido de las máquinas y la con frecuencia exagerada prolongación del trabajo; todo esto hace insoportable la estancia en la fábrica, favorece el alcoholismo, la inmoralidad y el libertinaje.
En general, el trabajo de las máquinas exige más atención y agilidad, que fuerza muscular o aprendizaje. Así es, que las mujeres, las muchachas y los niños pueden, en muchos oficios, reemplazar con ventaja a los hombres y, en todo caso, su trabajo es menos costoso. Así, el trabajo de las mujeres y de los niños, ha adquirido una mayor extensión en detrimento de la familia. ¿Qué sucede, en efecto? Que desciende el salario de los hombres empleados en los oficios ocupados por las mujeres (9) y que la obrera casada no pueda cumplir con sus deberes de esposa y de madre. Los hijos, emancipados por el contacto de la fábrica, y llegando a ser independientes por el salario que perciben, se sustraen de la autoridad de sus padres y de la austera disciplina del hogar y de la familia. Las jóvenes, en fin, se hallan expuestas, por parte de los contramaestres o de los obreros, a peligros de seducción fáciles de comprender. ¿Qué llegará a ser el organismo social, encontrándose tan gravemente atacado su elemento fundamental, la familia obrera?
¿Es exagerado el cuadro que acabamos de representar? No, porque así lo han trazado plumas de escritores pertenecientes a escuelas diferentes como M. Julio Simón (10), M. Lefebure (11), M. de Mun (12), M. Bagshawe (13), el P. Monsabré (14), el P. Lehmkuhl (15), M. Lujo Brentano (16) y el P. Vincent (17).
D. Sobre producción y crisis. En otros tiempos, antes que las fábricas hubieran tomado tan prodigioso vuelo, el patrono trabajaba para la clientela de la ciudad o de un círculo restringido; en la generalidad de les casos producía para dar cumplimiento a los encargos y regulaba su producción en conformidad con los pedidos. El fabricante de hoy trabaja para el mercado nacional o para el mercado del mundo; no tiene, pues, ningún punto de contacto con el consumidor, del cual no recibe directamente los encargos sino por el intermedio del comercio. En la imposibilidad de prever las fluctuaciones de un mercado tan extenso, el industrial produce generalmente más de lo que puede vender. Esto es lo que se llama sobreproducción. Por otra parte, el exceso de producción llega a ser una consecuencia necesaria de la división del trabajo y de la fabricación en grande escala. Estas son otras tantas causas que acarrean la sobreproducción, aun en el caso de que no variara el número de fábricas y de obreros y no experimentara cambios notables la venta.
Muchas empresas funcionan con capitales tomados a préstamo; la mayor parte compran y venden a crédito.
En el momento en que el mercado está repleto, la oferta excede a la demanda, desciende el precio, disminuye el beneficio, la rentabilidad (die rentabilitat) del negocio y, en consecuencia, el crédito y la confianza en la solvencia de la empresa, por todo lo cual se reclama lo más pronto posible o se presta con más dificultad.
Por otra parte, si la industria quiere continuar produciendo sin salida, exige más capitales que antes. El pánico aumenta el mal; se vende a vil precio, y las empresas fundadas con un capital insuficiente, apretadas en el tornillo del crédito, se derrumban, en tanto que las que poseen fuertes capitales atraviesan la crisis económica, adquiriendo más extensión y desarrollo por la ruina de sus concurrentes.
La repercusión de estas crisis en los obreros son: la huelga forzosa, la falta de trabajo, el descenso de los salarios, la disminución de las horas de trabajo, causas todas de miserias y de sufrimientos.
Seguramente la crisis ataca también a los patronos y a los capitalistas, pero con efectos muy distintos. Es raro que una crisis industrial o comercial reduzca a gran número de los que dan trabajo a la indigencia; lo más frecuente es que no produzca otro resultado que forzarle a restringir su género de vida o que apele al crédito. Para el obrero que no gana más de lo necesario, la privación o la disminución del salario le arraiga en la miseria. No se trata de lo más conveniente, sino de lo indispensable; no es un pequeño número de personas que sienten un malestar, sino una multitud que lucha con el hambre.
En 1890 los curas de las parroquias del barrio de la Cruz roja de Lyon, en una Memoria documentada, presentaban a ese barrio inmenso pereciendo por los períodos de huelga forzosa y la disminución de los salarios correspondientes (18). El número de obreros sin trabajo de los unemployed crece sin cesar en América y en Inglaterra y toma proporciones amenazadoras (19).
E. La inseguridad de los obreros. El obrero nunca está
seguro del mañana; no se encuentra en estado de prepararse por el ahorro
para los días malos y para los años de la vejez, o cuando quedan
inútiles para el trabajo. Con mucha frecuencia insuficiente para un
hogar con varios hijos, el salario, en gran número de casos, no permite
que de lo estrictamente necesario se aparte nada para el ahorro.
M. Lujo Brentano, en un discurso pronunciado en la Universidad de
Leipzig, atribuye a esta inseguridad llena de angustias el papel
principal entre las causas de la cuestión social, probando que si en
Inglaterra las asociaciones de oficios han podido en lo pasado pagar
los seguros contra la huelga forzosa, llegan a ser impotentes cuando se
trata de crisis y de estancamientos del trabajo de una extensión y
duración tales como las que existen en el presente.
Las estadísticas del profesor Lujo Brentano se refieren a las antiguas
y florecientes Unions; pero se sabe que, después de los dos últimos
Congresos de Liverpool y de Newcastle, se ha formado una nueva unión de
los obreros unskilled. Los miembros de la New Trade Unions, que cuenta
con más de la mitad de los obreros, no pueden pagar la suma anual de 65
a 120 francos exigida por las antiguas Unions, para las instituciones
de previsión. Y, sin embargo, se cita con frecuencia a Inglaterra como
un país en que el obrero, gracias a la asociación, se encuentra al
abrigo de las incertidumbres del porvenir (20).
No es mejor la situación en Francia. «El pauperismo, escribe M. Turinaz
esto es, la pobreza en estado permanente y como llaga social, tiende a establecerse en todos los pueblos.
Cuando el salario es insuficiente y hasta cuando es superior a las
necesidades de cada día, ya no basta para el tiempo de huelga forzosa, o
cuando los padecimientos, las enfermedades o la vejez invaden el hogar
de la familia,.. Asimismo, en ocasiones, el trabajo es excesivo, de
doce, de quince y de diez y seis horas diarias. En esta misma región
(los Vosgos) hay industrias en que los obreros trabajan por escuadras
durante doce horas; doce de día y doce de noche, y cada doce días la
escuadra que ha trabajado por el día trabaja también por la noche,
soportando veinticuatro horas consecutivas de trabajo» (21).
El representante más ilustre del liberalismo económico contemporáneo,
M. de Molineri, confiesa resueltamente que la actual condición de los
obreros no responde al desarrollo prodigioso de la industria y de la
riqueza nacional desde el principio de este siglo (22). Otro escritor,
defensor ardiente de los principios de 1789, el senador M. Bernard-Lavergne, ha hecho, después de una información personal, una
confesión semejante (23).
3.° Elementos políticos de la cuestión social. Como hace notar muy bien
M. Carlos Périn, la cuestión social comprende dos problemas: el problema
del gobierno de la sociedad y el problema del trabajo. Separar uno de
otro, es exponerse a falsear las soluciones de los dos aspectos
(24). ¿No
es evidente que el trabajo se ejerce en un medio político que puede
favorecer o contrariar su desarrollo y su prosperidad, que la fuerza
inmensa de que dispone el poder público puede constituir, para la clase
obrera, un instrumento de salud o de opresión?
Sin duda el trabajador es jurídicamente libre y se encuentra bajo un pie
de igualdad con los demás ciudadanos; pero ¿tiene el poder verdadero y
completo de ejercer sus derechos individuales o sociales? ¿Puede
constituir asociaciones de defensa y de previsión, guardar el descanso
del domingo, cumplir sus deberes de esposo o de padre, ponerse al abrigo
de los accidentes y de los riesgos de la industria?
Es, pues, procedente la investigación de si deben, y en qué medida,
restringirse los derechos del obrero y del patrono, del capital y del
trabajo; si los débiles se hallan suficientemente protegidos por la ley;
si, en fin, la legislación no es en muchos puntos, en materia de
impuestos, por ejemplo, un tardo más pesado para el trabajador que para
el capitalista.
He ahí el elemento político de la cuestión social.
La cuestión política, en efecto, comprende el conjunto de relaciones que
deben reinar entre el poder y los súbditos; la cuestión social contiene
las relaciones de los súbditos entre sí, en el orden del bien temporal.
De donde se sigue que esas dos cuestiones, aunque distintas de su
noción, su objeto y su extensión, están muy distantes de ser extrañas
la una para la otra y en la práctica se encuentran íntimamente ligadas
entre sí.
(1) V. el discurso de Jaurés en la Cámara de Diputados (Revue socialiste, Diciembre de 1893, p. 789).-Le crime et l'ecole, por Bonzon. Au sortir de l'école, por Max-Turmann.
(2) Réforme sociale, 1.° de Julio de 1893, p. 5 y sig.
(3) L' Ouvrier libre, por M. Keller.
(4) Luis Choisy, Réforme sociale, 1.° de Mayo de 1892, p. 686.
(5) Entre las obras conocidas citemos: Mullet t Cacheuz, les habitations ouvrieres en tous pays. Bertheau, l'Ouvrier. G. Picot Un devoir social. --Cheisson, Habitations ouvriéres. Games et Weber, l'Ouvrier stable y l'habitation ouvriére.
(6) Le Devoir social, págs. 53 y 54. D'Hanssonville, Misères et remèdes.
(7) Carta pastoral de M. Turinaz sobre la Question ouvriere, 2 de Febrero de 1891. Congrés des ouvriers sociales á Liege, 1890, p. 111. Férret, la Question ouvriere, p. 136 y sig. Des Cilleules, Reforme socíale, 16 de Abril de 1895. p. 629.
(8) Staatslexikon, v. «Arbeisterfrage», p. 265.
(9) De Molinari, les Bourses du travail, p. 54,
(10) L'ouvriere, págs. 98 y 100.
(11) Les Questions vitales, p. 58.
(12) Discours aux etudiants de Louvain.
(13) Mercy una Justice to time Poor.
(14) Discurso pronunciado, en Lyon, citado en l'Ouvrier del Febrero de 1892.
(15) Ass. cath., Noviembre de 1890, p. 491.
(16) Ueber die Ursachen der heutigen sociales. Noth, p. 20.
(17) Socialismo y Anarquismo p. 3.
(18) L' Univers, 15 de Noviembre de 1890.-En lo que hace a América, v. card. Gibbons. Our christian Iberitage, p. 448 y sig.
(19) En una conversación con el representante de un periódico de Liverpool, M. Tom Mann decía que en Londres había un obrero por cada ocho, o sea 12.000 sin trabajo. En cuanto a los obreros de los docks es más exacto decir, añadía, que un obrero por cada dos se encuentra sin empleo, y en los distritos metropolitanos, dos por cada tres. Ass. cath. t. XXIII, 1892, p. 552.
(20) Reforme sociale, 1.° de Junio de 1894, p. 832.-Conflicts of capital
and labour.--Decrais, les clases pauvres en Anglaterre (Revue des Deux
Mondes, 15 de Junio de 1891); un Parlement ouvrier (Ibid, 15 de
Noviembre de 1890).-Enrique George, Progreso y pobreza.
(21) Carta pastoral, 1891, págs. 5 y 8.
(22) Les bourses du travail, ch. I.
(23) L'evolution sociale, ch. I.
(24) Doctrines economiques, págs. 175 y 227.