¿Hay una cuestión social? Públicamente negada por un tribuno tristemente célebre (1), tímidamente puesta en duda por la burguesía liberal, la cuestión social no por eso deja de ser la realidad terrible de nuestro siglo.
Existe el estado de guerra entre los capitalistas y los proletarios, los patronos y los obreros; este es un hecho que provoca la atención de los legisladores de todas las naciones de Europa, apasiona a la prensa de ambos mundos y determina la aparición de un número casi infinito de libros. Las manifestaciones agudas de este hecho son las explosiones de dinamita, las huelgas, los lock-out, los incendios, y algunas veces el homicidio. No; un hecho semejante no es, en modo alguno, una quimera; está fuera de duda que hay una cuestión social (2).
«Nos encontramos, dice M. Anatolio Leroy-Beaulieu, en presencia de un movimiento social que hay que encauzar por las vías legales, pero al cual sería en vano que le cerráramos el paso... El sentimiento nacional, tan fuerte todavía ayer, lo mismo entre nosotros los franceses que entre nuestros vecinos los alemanes y los italianos, empieza en todas partes a corroerse merced al aire ácido del socialismo y el lento corrosivo de la envidia. El siglo XIX, siglo de las nacionalidades, como le llamará la historia, no ha llegado todavía a su término cuando ya vemos las nacionalidades en lucha con el socialismo. Y ¿de cuál de los dos podremos decir: esto mátará a aquello (3)?»
Hay, pues, una cuestión social, todo el mundo conviene en ello; pero ¿en qué consiste? Aquí comienza el desacuerdo. ¿Se sabe siquiera qué idea despiertan las palabras cuestión social?
Naturaleza de la cuestión social.--Una cuestión es un problema, un conjunto de datos y de incógnitas, cuya solución se busca. La cuestión social es, pues, un problema social.
En el orden político, jurídico o social, se acostumbra indicar con la palabra cuestión un mal, un desorden del cual se estudia el origen y el desarrollo y se buscan los remedios. Así, en política, se habla de la cuestión romana, de la cuestión de Oriente, etc.; en derecho, de la cuestión de la reforma testamentaria, del contrato de trabajo, etc.
División de la cuestión social. Considerada en toda su amplitud, la cuestión social tiene por objeto los males innumerables que produce la sociedad en nuestro siglo, así como los remedios que pueden y deben aportarse a ellos.
Vasto e importante estudio si los hay, pero que traspasa el plan que nos hemos trazado.
En un sentido más restringido y más usado, la cuestión social se concentra en el mundo del trabajo, sobre el estado de crisis en el cual se agitan febrilmente el capital y el trabajo. Así entendida, la cuestión social es, pues, el conjunto de los males que sufre la sociedad en el orden del trabajo y de los medios propios para curarlos a dulcificarlos.
Dos clases de trabajadores se distribuyen el inundo económico, la de los agrícolas y la de los industriales. Aunque tienen intereses, necesidades y males comunes, no por eso dejan de ser menos diferentes los sufrimientos, las necesidades y las operaciones de estos dos cuerpos del ejército del trabajo. He ahí por qué la misma cuestión social se subdivide en cuestión agraria, cuestión industrial, etc.
Siendo en Francia por lo menos la situación de los obreros o proletarios de la industria, más aguda, más triste y más amenazadora que la de los trabajadores del campo, la cuestión social se estudia ordinariamente de una manera más inmediata y más particular en el trabajo industrial. En el trabajo de los campes, es, a causa de las exigencias de las estaciones y de las intemperies del cielo, menos larga la duración media de la jornada de trabajo. El trabajo al aire libre es incomparablemente más sano que el que se efectúa en la viciada atmósfera de las ciudades y de las fábricas. El salario nominal o real ha experimentado un alza más fuerte en la agricultura que en la industria.
En los campos hay, si no menos pobres, menos miserables que en la ciudad; el indigente encuentra en aquéllos más compasión y asistencia. En las poblaciones rurales se encuentran mejor conservadas la religión y la moralidad, la vida de familia más desarrollada, la influencia revolucionaria menos activa. Estas y otras muchas razones explican el por qué se ocupa de una manera menos apremiante de los obreros de los campos. Conviene, sin embargo, agregar que las interesantes poblaciones de los campos no se hallan excluidas del dominio de la ciencia social y que gran número de reformas, estudiadas o propuestas, se refieren a sus necesidades.
Así definida, la cuestión social obrera presenta tres fases distintas: los males, las causas y los remedios, tres fases cuyo conocimiento razonado y tan completo como sea posible, debe ser el resultado de este curso y del que en este momento no podemos más que trazar los contornos. Por de pronto. ¿cuál es el mal de que está atacado el mundo del trabajo?
Los males de la clase obrera según la Encíclica. Desde las primeras líneas de su admirable Encíclica De Rerum novarum., León XIII describe en los siguientes interesantes términos la condición de los obreros:
«La sed de innovaciones, dice, que desde hace tanto tiempo se ha apoderado de las sociedades y mantiene en ellas una agitación febril, debía, tarde o temprano, pasar, de las regiones de la política, a la cercana esfera de la. economía social.»
»Y, en efecto, esos progresos incesantes de la industria, esos nuevos caminos que las artes se han abierto, la alteración de las relaciones entre patronos y obreros, la afluencia de las riquezas en manos de un pequeño número al lado de la indigencia de la multitud, la opinión, en fin, mayor que los obreros han concebido de sí mismos y su unión más compacta; todo esto, sin hablar de la corrupción de costumbres, ha tenido por resultado final, un temeroso conflicto... Esta situación preocupa y ejercita a la vez el genio de los doctos, la prudencia de los sabios, las deliberaciones de las reuniones populares, la perspicacia de los legisladores y los consejos de los gobernantes, y no hay, en estos momentos, causa que se apodere del espíritu humano con tanta vehemencia...» '
«Estamos persuadidos, y todo el mundo conviene en ello, que es preciso, por medidas prontas y eficaces, venir en ayuda de los hombres de las clases inferiores, supuesto que, en su mayoría, se hallan en una situación de infortunio y de miseria inmerecidas. El último siglo ha destruido, sin sustituirlos con nada, los antiguos gremios que eran para ellos una protección; han desaparecido de las leyes y de las instituciones políticas todo principio y todo sentimiento religioso; y así, poco a poco, los trabajadores, aislados y sin defensa, se han visto con el tiempo a merced de amos inhumanos y a la concupiscencia de una competencia desenfrenada. También ha venido a agregarse al mal una usura devoradora. Condenada en varias ocasiones por el juicio de la Iglesia, no ha dejado de practicarse en otra forma por hombres ávidos de ganancia y de una insaciable concupiscencia. A todo esto hay que añadir el monopolio del trabajo y de los efectos de comercio, convertido en patrimonio de un pequeño número de ricos y de opulentos que, de este modo, imponen un yugo casi servil a la infinita multitud de proletarios.»
Se ha tachado por algunos economistas de declamación revolucionaria a esta descripción de la miseria y de los sufrimientos de la clase obrera; otros, más moderados, han visto en ella exageración oratoria. En estas acusaciones vehementes «contra los abusos de nuestra régimen industrial», M. A. Leroy-Beaulieu reconoce «el lenguaje tradicional de la Iglesia». Esos, dice, son los lugares comunes de la elocuencia eclesiástica. De boca de Crisóstomo y de Bourdalue salieron otros muchos dirigidos a los mundanos de Bizancio o a los cortesanos de Versalles» (4).
Lejos de nosotros el conceder a estas líneas de la Encíclica el valor de una enseñanza infalible; pero no por eso es menos cierto que se hallan revestidas de una alta autoridad, ya se considere el carácter del documento pontificio, ya se reflexione en la competencia especial de León XIII en materias sociales y económicas, competencia lealmente reconocida por M. A. Leroy-Beaulieu y otros economistas de nota.
Desde el principio hasta el fin, la Encíclica De Rerum novarum es un monumento didáctico, de una sólida estructura dialéctica, donde el razonamiento compacto domina al desarrollo oratorio. Así, parece imposible sostener que el exordio en que se encuentran expuestas la naturaleza y la importancia de la cuestión que se ha de tratar, se reduzca a un bosquejo fantástico de los contrastes sociales.
Análisis de esta descripción. De las palabras de León XIII, brotan varias conclusiones inmediatas que conviene señalar:
1.° La cuestión obrera es urgente, exige medidas prontas y eficaces y, por consecuencia, no hay que con-tentarse con medidas a largo plazo. Ha pasado el tiempo de los paliativos, de los calmantes y de los anestésicos. La limosna y la conversión individual de patronos y obreros son medios dignos de fomentarse; pero ¿bastan? ¿Se hallan dotados de esa rápida eficacia que reclama la Encíclica?
2.° Considerada en general, la triste situación de los obreros no debe imputarse únicamente a su culpa, supuesto que, en su inmensa mayoría, se encuentran en una situación de infortunio y de miseria inmerecidos. ¿Qué es esto sino decir que la cuestión obrera no es solamente una cuestión moral, y que no es justo hacer pesar sobre la clase obrera toda la responsabilidad de su triste situación?
3.° En la dolorosa crisis por que atraviesa el mundo de los trabajadores, los patronos, los propietarios y los ricos, tienen una gran responsabilidad. Pesad estas expresiones enérgicas del gran Papa: «La afluencia de la riqueza en manos de una minoría, al lado de la indigencia de la multitud» «los trabajadores entregados a merced de señores inhumanos y a la concupiscencia de una competencia desenfrenada» «el monopolio del trabajo y de los efectos de comercio convertido en patrimonio de un pequeño número de ricos y de opulentos que, de este modo, imponen un yugo casi servil a la infinita multitud de los proletarios (5)."
4.° La cuestión social tiene profundas raíces en el orden económico; es el fruto de un régimen económico viciado. ¿No es ese el pensamiento de León XIII cuando, entre las casas del mal social, indica un defectuoso reparto de las riquezas, la competencia desenfrenada, el monopolio del trabajo y de los efectos del comercio, la usura voraz, la destrucción de los bienes de las corporaciones?
De este análisis se desprende la siguiente conclusión:
Los elementos del mal social y las causas de la cuestión obrera, pertenecen al orden moral religioso, al orden económico y al orden político. Asimismo, para darse una cuenta exacta del estado del mundo obrero e investigar con imparcialidad las causas y los remedios de estos sufrimientos, conviene hacer el balance, por lo menos aproximativo, de las quejas y de los agravios de la población de las fábricas, en el orden religioso-moral económico y político, sin olvidar, sin embargo, que clasificamos hechos cuyo análisis y crítica se expondrán en la segunda parte de este Curso.
(2) Luis Blanc, L'Organisation du Travail, introduction.
(3) Revue de Deux Mondes, t. CX, 1892, p. 106.
(4) La Papauté, le Socialisme el la Democratie, p. 87.
(5) Esta responsabilidad, por lo menos parcial, de los patronos en conjunto, la han confesado frecuentemente algunos de ellos. Véanse: Congrés des œuvres sociales á Liége, 3.8 sesión, 1890.- Conferences d'etudes sociales de Notre-Damedu-Haut-Mont, 1893 y 1894. Jorge Michel, Histoire d'un centre ouvrier, p. 276 y sig. De Chambrun, Mes nouvelles, conclusions sociologiques. H. Leyret, En plein faubourg.