Conocidas la naturaleza y el papel de la sociedad civil, podemos, de esta noción general, descender a los detalles de nuestro estudio, esto es, a las partes principales que componen la sociedad. Entre los elementos constitutivos del cuerpo social el que, sin discusión, ocupa el primer rango, es el poder público, el Estado. ¿Qué es, pues, el Estado? Tal es la primera pregunta a que intentaremos contestar. ¿Es necesario el poder supremo a la sociedad? En fin, después de haber considerado al Estado en sí mismo, estudiaremos, de una manera general, la misión que debe llenar en y para la sociedad, y, a fin de dar a esta verdad más relieve, expondremos las diversas teorías del Estado que le son opuestas.
Diferentes sentidos de la palabra Estado.
La palabra Estado ha recibido significaciones muy diferentes, de lo que proceden frecuentes equívocos. «Para los unos, escribe M. Block, Estado es sinónimo de Gobierno; para otros, está compuesto del Gobierno y de los ciudadanos, y los de más allá, sobrentienden con esa palabra la sociedad y hasta un organismo abstracto dotado de toda clase de virtudes (1).» ¿Qué es, pues, el Estado?
Por Estado se debe entender, bien la sociedad política que comprende al pueblo unido en una acción común por la autoridad suprema, o bien la autoridad y el Gobierno (2). Por lo dicho, en ningún caso debe confundirse el pueblo con el Estado, puesto que es, ya una parte del Estado-sociedad, ya el elemento dirigido, unificado por el Estado-poder.
En el segundo sentido se dirá: el Estado debe asegurar la ejecución de las leyes; en el primero: en determinadas circunstancias, el hombre debe sacrificar al Estado su vida.
En esta última acepción investigamos en el capítulo precedente, la naturaleza y las funciones del Estado; se trataba entonces del Estado-sociedad y en este momento, consideramos al Estado en conformidad con la otra significación, la de Estado poder.
A nadie se le ocultará la importancia de esta distinción en la tan delicada investigación de los derechos, de los deberes y de las atribuciones del poder supremo. La célebre fórmula: «el Estado soy yo», sea el grito de una democracia delirante, sea la regla fríamente expresada de un César, siempre representará el despotismo de arriba y la esclavitud de abajo. Además, trastorna el orden que debe existir entre el poder y la sociedad. Nada es más manifiesto. En el verdadero sentido, el Estado, considerado como sociedad, es para sí mismo su propio fin. ¿No es, en efecto, para sí mismo por lo que busca la felicidad temporal? La prosperidad que persigue ¿está ordenada a otra sociedad, a otros individuos, que sus miembros? De ninguna manera. El fin de la sociedad política es el de los ciudadanos: no está sujeto más que al fin último; término supremo de toda la creación.
¿Sucede lo mismo con el poder político, y se puede sostener, sin que con ello se defienda el reinado de la tiranía y de lo arbitrario, que la autoridad suprema es para sí propia su propio fin, sacrificando a la grandeza de su desarrollo a los individuos y a la misma sociedad? El orden de las cosas y la sana razón protestan altamente de que el poder político exista únicamente para la sociedad política, para ayudar a los ciudadanos a llevar sobre esta tierra una vida tranquila y honrada y desarrollar sus facultades en un progreso sabio y prudente. Así la autoridad del padre de familia no existe para sí nunca, sino para conservar, proteger y perfeccionar a la familia (3).
1. M. Block. Les Progres, p. 407.
2. Cathrein, Die aufgaben der Staatsgewal p. 53; Cepeda, Elementos.
3.Taparelli, Ensayo núm. 485. Pesch. Staatslehre, p. 54