Esta obra no es un tratado, sino, como lo indica su título, un curso dado hace algunos años a estudiantes y hombres deseosos de iniciarse en los problemas sociales. Por eso se presenta con toda sencillez, en forma de lecciones, y conserva el aspecto de una enseñanza didáctica.
Las principales cuestiones suscitadas en nuestros días bajo el nombre genérico de cuestión social, interesan al mundo moral y religioso, al mismo tiempo que al orden económico; así que este libro se inspira en tres ciencias distintas, que llamaremos a atestiguar cuando les corresponda su vez: el derecho natural, la teología y la economía política. Esta triple luz alumbrará nuestra marcha. Creemos que todas ellas se necesitan para encontrar y mostrar el camino en una materia en que las dudas son múltiples, dudas con las que, en ocasiones, se mezclan dolorosas angustias por no haber recurrido a una u otra de dichas ciencias directrices.
Es frecuente echar en cara a los eclesiásticos que hablan de la cuestión social, su ignorancia de los datos de la economía política, diciéndose de ellos que no disertan más que en nombre de la teología. Aquí encontrarán elementos para suplir este vacío. Por su parte, los economistas están expuestos a la tentación de razonar sobre los hombres como si no fueran más que cifras y de no ver otra cosa que los resultados materiales de su ciencia, sin ilustrarlos ni fecundarlos con principios superiores. Nosotros quisiéramos probarles lo que ganaría su obra si se completara con la filosofía cristiana. En fin, aquellos a quienes el estudio de las ciencias jurídicas no ha suministrado, para resolver los problemas sociales, más que fórmulas de derecho romano o derecho francés, deben recordar que la letra mata y el espíritu vivifica, y que para completar sus estudios les es necesaria la ayuda del derecho natural y de la teología moral. Confiamos darles algunos ejemplos de esta nuestra afirmación.
Por lo dicho, esperamos no se exija de este Curso un tratado completo de economía política ni un curso entero de derecho natural. De propósito será muy sobrio de informaciones sobre varias materias de interés menos cercano a la ciencia de la sociedad o a las preocupaciones contemporáneas (1). Nos dirigimos a todos aquellos a quienes inquieta el deber social, más bien que para evitar la labor siempre penosa de adquirir una ciencia, para dirigir sus investigaciones. Nos consideraríamos dichosos si este ensayo, por defectuoso que sea, pudiera darles una orientación. Tal es nuestro propósito. En un tiempo y en una materia en que algunos estiman más difícil conocer su deber que seguirlo, nosotros deseamos ayudar a los investigadores sinceros, contribuir a abrirles el camino, poner de manifiesto puntos demasiado olvidados, deshacer quizá algunos equívocos y, como resultado de ello, afirmar las convicciones y dar a la abnegación un impulso más recto y más consciente de su rectitud, y, por tanto, más potente.
La cuestión es a la vez especulativa y práctica; depende lo mismo del dominio de las ideas que del dominio de los hechos. De la propia manera, se ha procurado dar lugar muy amplio a la una y a la otra, ilustrar tal silogismo con la estadística y tal grupo de hechos por el razonamiento. En lo que concierne a soluciones, se halla muy lejos de nosotros la pretensión de ofrecer una colección de recetas prácticas para curar infaliblemente las enfermedades del cuerpo social. Sin duda, Dios ha hecho a las naciones curables; pero no ha creado panacea para las sociedades ni para los individuos. Si existiera tal panacea se encontraría en el retorno a los verdaderos principios directrices; por eso hemos insistido tanto en ello; porque ante todo, queremos hacer obra de ciencia. Pero, por rígidos que sean en el orden abstracto, los principios deben, no digo ceder, pero sí dulcificarse cuando descienden a la vida. Hay problemas sociales, como hay casos complejos de moral; intervienen en ellos tantos elementos concretos que nadie debe resolverlos prácticamente sin una prudencia soberana, maduras deliberaciones, y aun sin la intervención frecuente de la experiencia. Así, pues, nos guardaremos muy bien de juzgar en última instancia de la oportunidad de todas las medidas propuestas, ni aun prevaleciéndonos de los mejores principios; las expondremos lealmente, señalando el fuerte y el débil, indicando nuestras preferencias y dejando al tiempo el cuidado de madurar la cuestión y de decir su última palabra.
Por lo demás, si este libro tuviera alguna pretensión, más bien que la de innovar o trastornar a ciegas el orden de cosas existente, tendría la de volver nuestra sociedad a su tipo normal, y reavivar en ella los rasgos que todavía conserva de un pasado menos avanzado en la industria, en las ciencias y en el comercio, pero más ilustrado sobre los verdaderos derechos y los verdaderos deberes. Ciertamente creemos tener en cuenta progresos legítimos y cambios necesarios; pero entendemos, con León XIII, que la reforma social consiste «en devolver a la sociedad su forma natural, volviéndola a los principios que le han dado la vida». Cuando eso suceda, el mundo verá las maravillas para el observador y los beneficios para el hombre, que contiene este edificio, que, como todas las cosas grandes, es admirablemente simple en su complejidad, el orden social cristiano fundado en el derecho natural, perfeccionados por el Evangelio. «Hubo un tiempo, dice el Padre Santo, en que los Estados se hallaban gobernados por la filosofía del Evangelio. En aquella época el poder de la sabiduría cristiana y su divina virtud, penetraban en las leyes, en las instituciones, en las costumbres de los pueblos, en todos los rangos de la sociedad civil... La sociedad civil, organizada de esta manera, dio resultados muy superiores a todo lo que se puede imaginar. Su recuerdo todavía subsiste y quedará consignado en innumerables monumentos de la historia que ninguna habilidad de los adversarios podrá nunca corromper ni oscurecer (2).»
No es este el ideal de todos los economistas. Muchas de las tesis que aquí se sostienen no se hallan de acuerdo con la enseñanza oficial de la economía política en Francia. Pero no por eso hay que precipitarse a considerarlas como opiniones aisladas o paradojas sin autoridad. Están defendidas por la nueva escuela que representan entre nosotros M. M. Gide, Cauwés, Funk Brentano y más que pudieran citarse; por numerosos extranjeros, economistas de nota, como Schónberg, L. Brentano, Lehr y Devas; por sabios católicos, como los PP. Liberatore, Steccanella, H. Pesch, Lehmkuhl, Cathrein, Vicent, etc. A fin de que el lector pueda darse cuenta de ello y dirigir por sí mismo sus estudios personales, hemos multiplicado las referencias, las citas y las notas, y enriquecido considerablemente la parte bibliográfica.
Confiamos en que, quien tenga a bien seguirnos, verá que entre el socialismo y la escuela liberal hay espacio para un camino muy amplio, muy alumbrado, muy seguro y, en nuestra opinión, el único seguro, aquel de donde la Revolución francesa nos ha desviado. «El error fundamental de la Revolución francesa, ha dicho excelentemente Mons. Freppel, es el de no concebir ni admitir ningún organismo intermediario entre el individuo y el Estado (3).» Desde entonces ya no resta a cada cual más que preconizar en conformidad con sus prejuicios, de sus intereses o de sus pasiones, bien el individualismo más extremado, bien la universal providencia del Estado. Se puede decir que lo mismo el liberalismo que el sistema socialista, que hoy se tratan con odio fraternal, son hijos del 1789. ¡Pluguiese al cielo que el símbolo económico y social de la Revolución, no hubiera. nunca oscurecido nociones después de todo fundamentales, aun en aquellos mismos que se encontraban animados de las mejores intenciones! No debemos, pues, admirarnos de que estemos ligados a una escuela más nueva y a la par más antigua que el siglo XVIII; se ha roto un anillo de la cadena y es preciso a toda costa reanudar los trozos esparcidos, pues en ello, y solamente en ello, está la salud. Obra delicada, difícil, de grandes alientos que exige prudencia social y todo el arte del Gobierno; obra de tacto tanto como de lógica, en que los principios mejor establecidos no siempre encontrarán su aplicación directa; pero, no por aplazar la aplicación, condenemos el principio. Guardémosle, yo diría afirmémosle, con tanta más resolución cuanto mayor sea el riesgo de que caiga en el olvido.
Alí ha procedido en sus inmortales Encíclicas aquel a quien invocamos como la primera de nuestras autoridades, el oráculo infalible, el pensador de genio, el gran Pontífice a quien la Providencia reservaba el papel de rehacer en nuestro siglo la educación social de los católicos. ¡Qué sabiduría tan prudente y, al propio tiempo, qué vigor tan magistral en la exposición de la filosofía cristiana, en el llamamiento a las enseñanzas sobre la sociedad de Santo Tomás de Aquino, en la afirmación categórica de las derechos y de los deberes, de los males y de los remedios! León XIII, bajo diversas formas, nos ha comentado con frecuencia las máximas católicas en materia social. Por lo dicho, se comprenderá que este libro no es un comentario de la Encíclica De conditione opi ficum. En ella se inspira cada una de sus páginas; pero, por notable que sea, el Papa no ha puesto en ella por entero todo su pensamiento; hay que buscar éste en el conjunto de sus enseñanzas. Citemos, por ejemplo, la Encíclica Quod apostolici muneris sobre los fundamentos del orden social, la Encíclica Arcanum, código del matrimonio y de la familia, las Encíclicas Humanum genes e Immortale Dei sobre la constitución civil de los Estados y sus relaciones con la sociedad espiritual, la Encíclica Diuturnum que estudia el poder civil y, en fin, la Encíclica Libertas que trata de la libertad frente al derecho moderno.
¡Ojala podamos sacar limpias sus tantas lecciones que constituyen para la sociedad la salud y la vida! Todas ellas se resumen en esta enseñanza del inmortal Pontífice; la reforma social depende de la iniciativa individual y colectiva ayudada por el Estado, dirigida y fecundada por la Iglesia. Nosotros no tenemos otro programa.
Jersey, 25 de Marzo de 1896.
1. Tales son, por ejemplo, en economía política, el mecanismo de los impuestos, la teoría de la moneda, la del cambio, la industria de transporte, etc , en derecho natural, los principios de la moralidad, la conciencia, los derechos individuales y el. derecho internacional.
2. Encíclica Immortale Dei.
3. La Révolution francaise, p. 101.