Textos selectos de Econom�a y Sociedad

 

Brev�sima relaci�n de la destruici�n de las Indias, colegida por el obispo don fray Bartolom� de Las Casas o Casaus, de la orden de Santo Domingo, a�o 1552

DEL R�O DE LA PLATA

Desde el a�o de mil e quinientos y veinte y dos o veinte y tres han ido al R�o de la Plata, donde hay grandes reinos e provincias, y de gentes muy dispuestas e razonables, tres o cuatro veces capitanes. En general, sabemos que han hecho muertes e da�os; en particular, como est� muy a trasmano de lo que m�s se tracta de las Indias, no sabemos cosas que decir se�aladas. Ninguna duda empero tenemos que no hayan hecho y hagan hoy las mesmas obras que en las otras partes se han hecho y hacen. Porque son los mesmos espa�oles y entre ellos hay de los que se han hallado en las otras, y porque van a ser ricos e grandes se�ores como los otros, y esto es imposible que pueda ser, sino con perdici�n e matanzas y robos e diminuci�n de los indios, seg�n la orden e v�a perversa que aqu�llos como los otros llevaron.

Despu�s que lo dicho se escribi�, supimos muy con verdad que han destru�do y despoblado grandes provincias y reinos de aquella tierra, haciendo extra�as matanzas y crueldades en aquellas desventuradas gentes, con las cuales se han se�alado como los otros y m�s que otros, porque han tenido m�s lugar por estar m�s lejos de Espa�a, y han vivido m�s sin orden e justicia, aunque en todas las Indias no la hubo, como parece por todo lo arriba relatado.

Entre otras infinitas se han le�do en el Consejo de las Indias las que se dir�n abajo. Un tirano gobernador di� mandamiento a cierta gente suya que fuese a ciertos pueblos de indios e que si no les diesen de comer los matasen a todos. Fueron con esta auctoridad, y porque los indios como a enemigos suyos no se lo quisieron dar, m�s por miedo de verlos y por hu�rlos que por falta de liberalidad, metieron a espada sobre cinco mil �nimas.

�tem, vini�ronse a poner en sus manos y a ofrecerse a su servicio cierto n�mero de gentes de paz, que por ventura ellos enviaron a llamar, y porque o no vinieron tan presto o porque como suelen y es costumbre dellos vulgada, quisieron en ellos su horrible miedo y espanto arraigar, mand� el gobernador que los entregasen a todos en manos de otros indios que aqu�llos ten�an por sus enemigos. Los cuales, llorando y clamando rogaban que los matasen ellos e no los diesen a sus enemigos; y no queriendo salir de la casa donde estaban, los hicieron pedazos, clamando y diciendo: �Venimos a serviros de paz e mat�isnos; nuestra sangre quede por estas paredes en testimonio de nuestra injusta muerte y vuestra crueldad.� Obra fu� �sta, cierto, se�alada e digna de considerar e mucho m�s de lamentar.


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