“Naufragios” (Selecciones)
Álvar Núñez Cabeza de Vaca (1507-1559)
Nota del editor: Del libro "Naufragios" hemos seleccionado los textos en los que se describen las formas de vida, economía y relaciones sociales de las tribus de indios visitadas por Cabeza de Vaca. Desde 1527 hasta 1536 vivió como esclavo de indios, comerciante y curandero, recorriendo territorios de los actuales estados norteamericanos de Texas, Nuevo México, Arizona y Chihuahua y Sonora en el norte de México.
"Naufragios" es el título con que se conoce al informe oficial que preparó de su viaje. Fue impreso por primera vez en Zamora en 1542 con el título La relacion que dio Aluar nuñez cabeça de vaca de lo acaescido en las Indias en la armada donde yua por gouernador Panphilo de Narbaez desde el año de veynte y siete hasta el año de treynta y seys quo bolvio a Seuilla con tres de su compañia. Fue impreso por primera vez en Zamora en 1542. Está accesible a texto completo en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (http://www.cervantesvirtual.com/).
(..) La tierra, por la mayor parte, desde donde desembarcamos hasta este pueblo
y tierra de Apalache, es llana; el suelo, de arena y tierra firme; por toda ella
hay muy grandes árboles y montes claros, donde hay nogales y laureles, y otros
que se llaman liquidámbares, cedros, sabinas y encinas y pinos y robles,
palmitos bajos, de la manera de los de Castilla. Por toda ella hay muchas
lagunas grandes y pequeñas, algunas muy trabajosas de pasar, parte por la mucha
hondura, parte por tantos árboles como por ellas están caídos. El suelo de ellas
es de arena, y las que en la comarca de Apalache hallamos son muy mayores que
las de hasta allí. Hay en esta provincia muchos maizales, y las casas están tan
esparcidas por el campo, de la manera que están las de los Gelves. Los animales
que en ellas vimos son: venados de tres maneras, conejos y liebres, osos y
leones, y otras salvajinas, entre los cuales vimos un animal que trae los hijos
en una bolsa que en la barriga tiene; y todo el tiempo que son pequeños los trae
allí, hasta que saben buscar de comer; y si acaso están fuera buscando de comer,
y acude gente, la madre no huye hasta que los ha recogido en su bolsa. Por allí
la tierra en muy fría; tiene muy buenos pastos para ganados; hay aves de muchas
maneras, ánsares en gran cantidad, patos, ánades, patos reales, dorales y
garzotas y garzas, perdices; vimos muchos halcones, neblíes, gavilanes,
esmerejones y otras muchas aves. (..)
IX
(..) Salieron a nosotros muchas canoas, y los indios que en ellas venían nos hablaron, y sin querernos aguardar, se volvieron. Era gente grande y bien dispuesta, y no traían flechas ni arcos. Nosotros les fuimos siguiendo hasta sus casas, que estaban cerca de allí a la lengua del agua, y saltamos en tierra, y delante de las casas hallamos muchos cántaros de agua y mucha cantidad de pescado guisado, y el señor de aquellas tierras ofreció todo aquello al gobernador, y tomándolo consigo, lo llevó a su casa. Las casas de éstos eran de esteras, que a lo que pareció eran estantes; y después que entramos en casa del cacique, nos dio mucho pescado, y nosotros le dimos del maíz que traíamos, y lo comieron en nuestra presencia, y nos pidieron más, y se lo dimos, y el gobernador le dio muchos rescates; (..)
Hay diversas interpretaciones del viaje de Álvar Nuñez Cabeza de Vaca. En este mapa se muestran, en azul,verde y rojo, tres de sus posibles recorridos. En cualquier caso la mayoría de los estudiosos coinciden en que la isla que llamó "Mal Hado" es la actual Galveston, Texas. |
XIV
(..) A esta isla pusimos por nombre isla de Mal Hado. La gente que allí hallamos son grandes y bien dispuestos; no tienen otras armas sino flechas y arcos, en que son por extremo diestros. Tienen los hombres la una teta horadada de una parte a otra, y algunos hay que tienen ambas, y por el agujero que hacen, traen una caña atravesada, tan larga como dos palmos y medio, y tan gruesa como dos dedos; traen también horadado el labio de abajo, y puesto en él un pedazo de caña delgada como medio dedo. Las mujeres son para mucho trabajo. La habitación que en esta isla hacen es desde octubre hasta fin de febrero. El su mantenimiento son las raíces que he dicho sacadas de bajo el agua por noviembre y diciembre. Tienen cañales, y no tienen más peces de para este tiempo; de ahí adelante comen las raíces. En fin de febrero van a otras partes a buscar con qué mantenerse, porque entonces las raíces comienzan a nacer, y no son buenas. Es la gente del mundo que más aman a sus hijos y mejor tratamiento les hacen; y cuando acaece que a alguno se le muere el hijo, llóranle los padres y los parientes, y todo el pueblo, y el llanto dura un año cumplido, que cada día por la mañana antes que amanezca comienzan primero a llorar los padres, y tras esto todo el pueblo; y esto mismo hacen al mediodía y cuando anochece; y pasado un año que los han llorado, hácenle las honras del muerto, y lávanse y límpianse del tizne que traen. A todos los difuntos lloran de esta manera, salvo a los viejos, de quien no hacen caso, porque dicen que ya han pasado su tiempo y de ellos ningún provecho hay; antes ocupan la tierra y quitan el mantenimiento a los niños. Tienen por costumbre de enterrar los muertos, si no son los que entre ellos son físicos, que a éstos quémanlos; y mientras el fuego arde, todos están bailando y haciendo muy gran fiesta, y hacen polvo los huesos. Y pasado un año, cuando se hacen sus honras, todos se jasan en ellas; y a los parientes dan aquellos polvos a beber, de los huesos, en agua. Cada uno tiene una mujer, conocida. Los físicos son los hombres más libertados; pueden tener dos, y tres, y entre éstas hay muy gran amistad y conformidad. Cuando viene que alguno casa su hija, el que la toma por mujer, desde el día que con ella se casa, todo lo que matare cazando o pescando, todo lo trae la mujer a la casa de su padre, sin osar tomar ni comer alguna cosa de ello, y de casa del suegro le llevan a él de comer; y en todo este tiempo el suegro ni la suegra no entran no en su casa, ni él ha de entrar en casa de los suegros ni cuñados; y si acaso se toparen por alguna parte, se desvían un tiro de ballesta el uno del otro, y entretanto que así van apartándose, llevan la cabeza baja y los ojos en tierra puestos; porque tienen por cosa mala verse ni hablarse. Las mujeres tienen libertad para comunicar y conversar con los suegros y parientes, y esta costumbre se tiene desde la isla hasta más de cincuenta leguas por la tierra adentro. (..)
(..) Otra costumbre hay, y es que cuando algún hijo o hermano muere, en la casa donde muriese, tres meses no buscan de comer, antes se dejan morir de hambre, y los parientes y los vecinos les proveen de lo que han de comer. Y como en el tiempo que aquí estuvimos murió tanta gente de ellos, en las más casas había muy gran hambre, por guardar también su costumbre y ceremonia; y los que lo buscaban, por mucho que trabajaban, por ser el tiempo tan recio, no podían haber sino muy poco; y por esta causa los indios que a mí me tenían se salieron de la isla, y en unas canoas se pasaron a Tierra Firme, a unas bahías adonde tenían muchos ostiones, y tres meses del año no comen otra cosa, y beben muy mala agua. Tienen gran falta de leña, y de mosquitos muy grande abundancia. Sus casas son edificadas de esteras sobre muchas cáscaras de ostiones, y sobre ellos duermen en cueros, y no los tienen sino es acaso. Y así estuvimos hasta el fin de abril, que fuimos a la costa del mar, a donde comimos moras de zarzas todo el mes, en el cual no cesan de hacer sus areitos y fiestas. (..)
XV
(..) Toda la gente de esta tierra anda desnuda; solas las mujeres traen de sus
cuerpos algo cubierto con una lana que en los árboles se cría. Las mozas se
cubren con unos cueros de venados. Es gente muy partida de lo que tienen unos
con otros. No hay entre ellos señor. Todos los que son de un linaje andan
juntos. Habitan en ellas dos maneras de lenguas: a los unos llaman Capoques, y a
los otros de Han; tienen por costumbre cuando se conocen y de tiempo a tiempo se
ven, primero que se hablen, estar media hora llorando, y acabado esto, aquel que
es visitado se levanta primero y da al otro cuanto posee, y el otro lo recibe, y
de ahí a un poco se va con ello, y aun algunas veces, después de recibido, se
van sin que hablen palabra. (..)
XVI
(..) Yo hube de quedar con estos mismos indios de la isla más de un año, y por
el mucho trabajo que me daban y mal tratamiento que me hacían, determiné de huir
de ellos e irme a los que moran en los montes y Tierra Firme, que se llaman los
de Charruco, porque yo no podía sufrir la vida que con estos otros tenía;
porque, entre otros trabajos muchos, había de sacar las raíces para comer de
bajo del agua y entre las cañas donde estaban metidas en la tierra; y de esto
traía yo los dedos tan gastados, que una paja que me tocase me hacía sangre de
ellos, y las cañas me rompían por muchas partes, porque muchas de ellas estaban
quebradas y había de entrar por medio de ellas con la ropa que he dicho que
traía. Y por esto yo puse en obra de pasarme a los otros, y con ellos me sucedió
algo mejor; y porque yo me hice mercader, procuré de usar el oficio lo mejor que
supe, y por esto ellos me daban de comer y me hacían buen tratamiento y
rogábanme que me fuese de unas partes a otras por cosas que ellos habían
menester, porque por razón de la guerra que continuamente traen, la tierra no se
anda ni se contrata tanto. Y ya con mis tratos y mercaderías entraba en la
tierra adentro todo lo que quería, y por luengo de costa me alargaba cuarenta o
cincuenta leguas. Lo principal de mi trato era pedazos de caracoles de la mar y
corazones de ellos y conchas, con que ellos cortan una fruta que es como
frísoles, con que se curan y hacen sus bailes y fiestas, y ésta es la cosa de
mayor precio que entre ellos hay, y cuentas de la mar y otras cosas. Así, esto
era lo que yo llevaba tierra adentro, y en cambio y trueco de ello traía cueros
y almagra, con que ellos se untan y tiñen las caras y cabellos, pedernales para
puntas de flechas, engrudo y cañas duras para hacerlas, y unas borlas que se
hacen de pelo de venados, que las tiñen y paran coloradas; y este oficio me
estaba a mí bien, porque andando en él tenía libertad para ir donde quería y no
era obligado a cosa alguna, y no era esclavo, y dondequiera que iba me hacían
buen tratamiento y me daban de comer por respeto de mis mercaderías, y lo más
principal porque andando en ello yo buscaba por dónde me había de ir adelante, y
entre ellos era muy conocido; holgaban mucho cuando me veían y les traía lo que
habían menester, y los que no me conocían me procuraban y deseaban ver por mi
fama. Los trabajos que en esto pasé sería largo de contarlos, así de peligros y
hambres, como de tempestades y fríos, que muchos de ellos me tomaron en el campo
y solo, donde por gran misericordia de Dios nuestro Señor escapé. Y por esta
causa yo no trataba el oficio en invierno, por ser tiempo que ellos mismos en
sus chozas y ranchos metidos no podían valerse ni ampararse. Fueron casi seis
años el tiempo que yo estuve en esta tierra solo entre ellos y desnudo, como
todos andaban. (..)
XVII
(..) era tiempo en que aquellos indios iban a otra tierra a comer tunas. Esta es
una fruta que es del tamaño de huevos, y son bermejas y negras y de muy buen
gusto. Cómenlas tres meses del año, en los cuales no comen otra cosa alguna,
porque al tiempo que ellos las cogían venían a ellos otros indios de adelante,
que traían arcos para contratar y cambiar con ellos. (..)
XVIII
(..) Esto hacen éstos por una costumbre que tienen, y es que matan sus mismos
hijos por sueños, y a las hijas en naciendo las dejan comer a perros, y las
echan por ahí. La razón por que ellos lo hacen es, según ellos dicen, porque
todos los de la tierra son sus enemigos y con ellos tienen continua guerra; y
que si acaso casasen sus hijas, multiplicarían tanto sus enemigos, que los
sujetarían y tomarían por esclavos; y por esta causa querían más matarlas que no
que de ellas mismas naciese quien fuese su enemigo. Nosotros les dijimos que por
qué no las casaban con ellos mismos. Y también entre ellos dijeron que era fea
cosa casarlas a sus parientes ni a sus enemigos; y esta costumbre usan estos y
otros sus vecinos, que se llaman los iguaces, solamente, sin que ningunos otros
de la tierra la guarden. Y cuando éstos se han de casar, compran las mujeres a
sus enemigos, y el precio que cada uno da por la suya es un arco, el mejor que
puede haber, con dos flechas; y si acaso no tiene arco, una red hasta una braza
en ancho y otra en largo. Matan sus hijos, y mercan los ajenos; no dura el
casamiento más de cuanto están contentos, y con una higa deshacen el casamiento.
(..)
(..) Su mantenimiento principalmente es raíces de dos o tres maneras, y
búscanlas por toda la tierra; son muy malas, e hinchan los hombres que las
comen. Tardan dos días en asarse, y muchas de ellas son muy amargas, y con todo
esto se sacan con mucho trabajo. Es tanta la hambre que aquellas gentes tienen,
que no se pueden pasar sin ellas, y andan dos o tres leguas buscándolas. Algunas
veces matan algunos venados, y a tiempos toman algún pescado; mas esto es tan
poco, y su hambre tan grande, que comen arañas y huevos de hormigas, y gusanos y
lagartijas y salamanquesas y culebras y víboras, que matan los hombres que
muerden, y comen tierra y madera y todo lo que pueden haber, y estiércol de
venados, y otras cosa que dejo de contar; y creo averiguadamente que si en
aquella tierra hubiese piedras las comerían. Guardan las espinas del pescado que
comen, y de las culebras y otras cosas, para molerlo después todo y comer el
polvo de ello. Entre éstos no se cargan los hombres ni llevan cosa de peso; mas
llévanlo las mujeres y los viejos, que es la gente que ellos en menos tienen. No
tienen tanto amor a sus hijos como los que arriba dijimos. Hay algunos entre
ellos que usan pecado contra natura. Las mujeres son muy trabajadas y para
mucho, porque de veinticuatro horas que hay entre día y noche, no tienen sino
seis horas de descanso, y todo lo más de la noche pasan en atizar sus hornos
para secar aquellas raíces que comen. Y desde que amanece comienzan a cavar y a
traer leña y agua a sus casas y dar orden en las otras cosas de que tienen
necesidad. Los más de éstos son grandes ladrones, porque aunque entre sí son
bien partidos, en volviendo uno la cabeza, su hijo mismo o su padre le toma lo
que puede. Mienten muy mucho, y son grandes borrachos, y para esto beben ellos
una cierta cosa. Están tan usados a correr, que sin descansar ni cansar corren
desde la mañana hasta la noche, y siguen un venado; y de esta manera matan
muchos de ellos, porque los siguen hasta que los cansan, y algunas veces los
toman vivos. Las casas de ellos son de esteras puestas sobre cuatro arcos;
llévanlas a cuestas, y múdanse cada dos o tres días para buscar de comer.
Ninguna cosa siembran que se pueda aprovechar; es gente muy alegre; por mucha
hambre que tengan, por eso no dejan de bailar ni de hacer sus fiestas y areitos.
Para ellos el mejor tiempo que éstos tienen es cuando comen las tunas, porque
entonces no tienen hambre, y todo el tiempo se les pasa en bailar, y comen de
ellas de noche y de día. Todo el tiempo que les duran exprímenlas y ábrenlas y
pónenlas a secar, y después de secas pónenlas en unas seras, como higos, y
guárdanlas para comer por el camino cuando se vuelven, y las cáscaras de ellas
muélenlas y hácenlas polvo. Muchas veces estando con éstos, nos aconteció tres o
cuatro días estar sin comer porque no lo había; ellos, por alegrarnos, nos
decían que no estuviésemos tristes; que presto habría tunas y comeríamos muchas
y beberíamos del zumo de ellas, y tendríamos las barrigas muy grandes y
estaríamos muy contentos y alegres y sin hambre alguna; y desde el tiempo que
esto nos decían hasta que las tunas se hubiesen de comer había cinco o seis
meses, y, en fin, hubimos de esperar aquestos seis meses, y cuando fue tiempo
fuimos a comer las tunas; hallamos por la tierra muy gran cantidad de mosquitos
de tres maneras, que son muy malos y enojosos, y todo lo más del verano nos
daban mucha fatiga; y para defendernos de ellos hacíamos al derredor de la gente
muchos fuegos de leña podrida y mojada, para que no ardiesen e hiciesen humo; y
esta defensión nos daba otro trabajo, porque en toda la noche no hacíamos sino
llorar, del humo que en los ojos nos daba, y sobre eso, gran calor que nos
causaban los muchos fuegos, y salíamos a dormir a la costa. Y si alguna vez
podíamos dormir, recordábannos a palos, para que tornásemos a encender los
fuegos. Los de la tierra adentro para esto usan otro remedio tan incomportable y
más que éste que he dicho, y es andar con tizones en las manos quemando los
campos y montes que topan, para que los mosquitos huyan, y también para sacar
debajo de tierra lagartijas y otras semejantes cosas para comerlas. Y también
suelen matar venados cercándolos con muchos fuegos; y usan también esto por
quitar a los animales el pasto, que la necesidad les haga ir a buscarlo adonde
ellos quieren, porque nunca hacen asiento con sus casas sino donde hay agua y
leña, y alguna vez se cargan todos de esta provisión y van a buscar los venados,
que muy ordinariamente están donde no hay agua ni leña; y el día que llegan
matan venados y algunas otras cosas que pueden, y gastan todo el agua y leña en
guisar de comer y en los fuegos que hacen para defenderse de los mosquitos, y
esperan otro día para tomar algo que lleven para el camino; y cuando parten,
tales van de los mosquitos, que parece que tienen la enfermedad de San Lázaro. Y
de esta manera satisfacen su hambre dos o tres veces en el año, a tan grande
costa como he dicho; y por haber pasado por ello puedo afirmar que ningún
trabajo que se sufra en el mundo se iguala con éste. Por la tierra hay muchos
venados y otras aves y animales de los que atrás he contado. Alcanzan aquí
vacas, y yo las he visto tres veces y comido de ellas, y paréceme que serán del
tamaño de las de España. Tienen los cuernos pequeños, como moriscas, y el pelo
muy largo, merino, como una bernia; unas son pardillas, y otras negras, y a mi
parecer tienen mejor y más gruesa carne que las de acá. De las que no son
grandes hacen los indios mantas para cubrirse, y de las mayores hacen zapatos y
rodelas; éstas vienen de hacia el Norte por tierra adelante hasta la costa de la
Florida, y tiéndense por toda la tierra más de cuatrocientas leguas, y en todo
este camino, por los valles por donde ellas vienen, bajan las gentes que por
allí habitan y se mantienen de ellas, y meten en la tierra grande cantidad de
cueros. (..)
XIX
(..) En todo el tiempo que comíamos las tunas teníamos sed, y para remedio de
esto bebíamos el zumo de las tunas y sacábamoslo en un hoyo que en la tierra
hacíamos, y desque estaba lleno bebíamos de él hasta que nos hartábamos. Es
dulce y de color de arrope; esto hacen por falta de otras vasijas. Hay muchas
maneras de tunas, y entre ellas hay algunas muy buenas, aunque a mí todas me
parecían así, y nunca la hambre me dio espacio para escogerlas ni para mientes
en cuáles eran las mejores. Todas las más de estas gentes beben agua llovediza y
recogida en algunas partes; porque, aunque hay ríos, como nunca están de
asiento, nunca tienen agua conocida ni señalada. Por toda la tierra hay muy
grandes y hermosas dehesas, y de muy buenos pastos para ganados; y paréceme que
sería tierra muy fructífera si fuese labrada y habitada de gente de razón. No
vimos sierra en toda ella en tanto que en ella estuvimos. (..)
XX
(..) Él respondió que cerca de allí estaban las casas, y que nos guiaría allá, y
así, lo fuimos siguiendo; y él corrió a dar aviso de cómo íbamos, y a puesta del
sol vimos las casas, y dos tiros de ballesta antes que llegásemos a ellas
hallamos cuatro indios que nos esperaban, y nos recibieron bien. Dijímosles en
lengua de mareames que íbamos a buscarlos, y ellos mostraron que se holgaban con
nuestra compañía; y así, nos llevaron a sus casas, y a Dorantes y al negro
aposentaron en casa de un físico, y a mí y a Castillo en casa de otro. Estos
tienen otra lengua y llámanse avavares, y son aquellos que solían llevar los
arcos a los nuestros e iban a contratar con ellos; y aunque son de otra nación y
lengua, entienden la lengua de aquéllos con quien antes estábamos, y aquel mismo
día habían llegado allí con sus casas. Luego el pueblo nos ofreció muchas tunas,
porque ya ellos tenían noticia de nosotros y cómo curábamos, y de las maravillas
que nuestro Señor con nosotros obraba... (..)
XXI
(..) Aquella misma noche que llegamos vinieron unos indios a Castillo, y
dijéronle que estaban muy malos de la cabeza, rogándole que los curase; y
después que los hubo santiguado y encomendado a Dios, en aquel punto los indios
dijeron que todo el mal se les había quitado; y fueron a sus casas y trajeron
muchas tunas y un pedazo de carne de venado, cosa que no sabíamos qué cosa era;
y como esto entre ellos se publicó, vinieron otros muchos enfermos en aquella
noche a que los sanase, y cada uno traía un pedazo de venado; y tantos eran, que
no sabíamos adónde poner la carne. Dimos muchas gracias a Dios porque cada día
iba creciendo su misericordia y mercedes; y después que se acabaron las curas
comenzaron a bailar y hacer sus areitos y fiestas, hasta otro día que el sol
salió; y duró la fiesta tres días por haber nosotros venido, y al cabo de ellos
les preguntamos por la tierra adelante, y por la gente que en ella hallaríamos,
y los mantenimientos que en ella había. Respondiéronnos que por toda aquella
tierra había muchas tunas, mas que ya eran acabadas, y que ninguna gente había,
porque todos eran idos a sus casas, con haber ya cogido las tunas; y que la
tierra era muy fría y en ella había muy pocos cueros. Nosotros viendo esto, que
ya el invierno y tiempo frío entraba, acordamos de pasarlo con éstos. A cabo de
cinco días que allí habíamos llegado se partieron a buscar otras tunas adonde
había otra gente de otras naciones y lenguas. Y andadas cinco jornadas con muy
grande hambre, porque en el camino no había tunas ni otra fruta ninguna,
llegamos a un río, donde asentamos nuestras casas, y después de asentadas fuimos
a buscar una fruta de unos árboles, que es como hieros; (..)
XXII
(..) Otro día de mañana vinieron allí muchos indios y traían cinco enfermos que estaban tullidos y muy malos, y venían en busca de Castillo que los curase, y cada uno de los enfermos ofreció su arco y flechas, y él los recibió, y a puesta de sol los santiguó y encomendó a Dios nuestro Señor, y todos le suplicamos con la mejor manera que podíamos les enviase salud, pues él veía que no había otro remedio para que aquella gente nos ayudase y saliésemos de tan miserable vida. Y él lo hizo tan misericordiosamente, que venida la mañana, todos amanecieron tan buenos y sanos, y se fueron tan recios como si nunca hubieran tenido mal ninguno. Esto causó entre ellos muy gran admiración, y a nosotros despertó que diésemos muchas gracias a nuestro Señor, a que más enteramente conociésemos su bondad, y tuviésemos firme esperanza que nos había de librar y traer donde le pudiésemos servir. Y de mí sé decir que siempre tuve esperanza en su misericordia que me había de sacar de aquella cautividad, y así yo lo hablé siempre a mis compañeros. Como los indios fueron idos y llevaron sus indios sanos, partimos donde estaban otros comiendo tunas, y éstos se llaman cutalches y malicones, que son otras lenguas, y junto con ellos había otros que se llamaban coayos y susolas, y de otra parte otros llamados atayos, y estos tenían guerra con los susolas, con quien se flechaban cada día. Y como por toda la tierra no se hablase sino de los misterios que Dios nuestro Señor con nosotros obraba, venían de muchas partes a buscarnos para que los curásemos, y a cabo de dos días que allí llegaron, vinieron a nosotros unos indios de los susolas y rogaron a Castillo que fuese a curar un herido y otros enfermos, y dijeron que entre ellos quedaba uno que estaba muy al cabo. Castillo era médico muy temeroso, principalmente cuando las curas eran muy temerosas y peligrosas, y creía que sus pecados habían de estorbar que no todas veces sucediese bien el curar. Los indios me dijeron que yo fuese a curarlos, porque ellos me querían bien y se acordaban que les había curado en las nueces, y por aquello nos habían dado nueces y cueros; y esto había pasado cuando yo vine a juntarme con los cristianos; y así hube de ir con ellos, y fueron conmigo Dorantes y Estebanico, y cuando llegué cerca de los ranchos que ellos tenían, yo vi el enfermo que íbamos a curar que estaba muerto, porque estaba mucha gente al derredor de él llorando y su casa deshecha, que es señal que el dueño estaba muerto. Y así, cuando yo llegué hallé el indio los ojos vueltos y sin ningún pulso, y con todas las señales de muerto, según a mí me pareció, y lo mismo dijo Dorantes. Yo le quité una estera que tenía encima, con que estaba cubierto, y lo mejor que pude apliqué a nuestro Señor fuese servido de dar salud a aquél y a todos los otros que de ella tenían necesidad. Y después de santiguado y soplado muchas veces, me trajeron un arco y me lo dieron, y una sera de tunas molidas, y lleváronme a curar a otros muchos que estaban malos de modorra, y me dieron otras dos seras de tunas, las cuales di a nuestros indios, que con nosotros habían venido; y, hecho esto, nos volvimos a nuestro aposento, y nuestros indios, a quien di las tunas, se quedaron allá; y a la noche se volvieron a sus casas, y dijeron que aquel que estaba muerto y yo había curado en presencia de ellos, se había levantado bueno y se había paseado, y comido, y hablado con ellos, y que todos cuantos había curado quedaban sanos y muy alegres. (..)
(..) Toda esta gente no conocía los tiempos por el Sol ni la Luna, ni tienen
cuenta del mes del año, y más entienden y saben las diferencias de los tiempos
cuando las frutas vienen a madurar, y en tiempo que muere el pescado y el
aparecer de las estrellas, en que son muy diestros y ejercitados. Con estos
siempre fuimos bien tratados, aunque lo que habíamos de comer lo cavábamos, y
traíamos nuestras cargas de agua y leña. Sus casas y mantenimientos son como las
de los pasados, aunque tienen muy mayor hambre, porque no alcanzan maíz ni
bellotas ni nueces. Anduvimos siempre en cueros como ellos, y de noche nos
cubríamos con cueros de venado. De ocho meses que con ellos estuvimos, los seis
padecimos mucha hambre, que tampoco alcanzan pescado. (..)
(..) Ya he dicho cómo por toda esta tierra anduvimos desnudos; y como no
estábamos acostumbrados a ello, a manera de serpientes mudábamos los cueros dos
veces en el año, y con el sol y el aire hacíansenos en los pechos y en las
espaldas unos empeines muy grandes, de que recibíamos muy gran pena por razón de
las muy grandes cargas que traíamos, que eran muy pesadas; y hacían que las
cuerdas se nos metían por los brazos. La tierra es tan áspera y tan cerrada, que
muchas veces hacíamos leña en montes, que cuando la acabábamos de sacar nos
corría por muchas partes sangre, de las espinas y matas con que topábamos, que
nos rompían por donde alcanzaban. A las veces aconteció hacer leña donde,
después de haberme costado mucha sangre, no la podía sacar ni a cuestas ni
arrastrando. No tenía, cuando en estos trabajos me veía, otro remedio ni
consuelo sino pensar en la pasión de nuestro redentor Jesucristo y en la sangre
que por mí derramó, y considerar cuánto más sería el tormento que de las espinas
él padeció que no aquél que yo sufría. Contrataba con estos indios haciéndoles
peines, y con arcos y con flechas y con redes hacíamos esteras, que son cosas de
que ellos tienen mucha necesidad; y aunque lo saben hacer, no quieren ocuparse
en nada, por buscar entretanto qué comer, y cuando entienden en esto pasan muy
gran hambre. Otras veces me mandaban raer cueros y ablandarlos. Y la mayor
prosperidad en que yo allí me vi era el día que me daban a raer alguno, porque
yo lo raía mucho y comía de aquellas raeduras, y aquello me bastaba para dos o
tres días. También nos aconteció con estos y con los que atrás hemos dejado,
darnos un pedazo de carne y comérnoslo así crudo, porque si lo pusiéramos a
asar, el primer indio que llegaba se lo llevaba y comía. Parecíanos que no era
bien ponerla en esta ventura y también nosotros no estábamos tales, que nos
dábamos pena comerlo asado, y no lo podíamos tan bien pasar como crudo. Esta es
la vida que allí tuvimos, y aquel poco sustentamiento lo ganábamos con los
rescates que por nuestras manos hicimos. (..)
XXIV
(..) Desde la isla de Mal Hado, todos los indios que a esta tierra vimos tienen por costumbre desde el día que sus mujeres se sienten preñadas no dormir juntos hasta que pasen dos años que han criado los hijos, los cuales maman hasta que son de edad de doce años; que ya entonces están en edad que por sí saben buscar de comer. Preguntámosles que por qué los criaban así, y decían que por la mucha hambre que en la tierra había, que acontecía muchas veces, como nosotros veíamos, estar dos o tres días sin comer, y a las veces cuatro; y por esta causa los dejaban mamar, porque en los tiempos de hambre no muriesen; y ya que algunos escapasen, saldrían muy delicados y de pocas fuerzas. Y si acaso acontece caer enfermos algunos, déjanlos morir en aquellos campos si no es hijo, y todos los demás si no pueden ir con ellos se quedan; mas para llevar un hijo o hermano, se cargan y lo llevan a cuestas. Todos éstos acostumbran dejar sus mujeres cuando entre ellos no hay conformidad, y se tornan a casar con quien quieren. Esto es entre los mancebos, mas los que tienen hijos permanecen con sus mujeres y no las dejan, y cuando en algunos pueblos riñen y traban cuestiones unos con otros, apuñéanse y apaléanse hasta que están muy cansados, y entonces se desparten. Algunas veces los desparten mujeres, entrando entre ellos, que hombres no entran a despartirlos; y por ninguna pasión que tengan no meten en ella arcos ni flechas. Y desde que se han apuñeado y pasado su cuestión, toman sus casas y mujeres, y vanse a vivir por los campos y apartados de los otros, hasta que se les pasa el enojo. Y cuando ya están desenojados y sin ira, tórnanse a su pueblo, y de ahí adelante son amigos como si ninguna cosa hubiera pasado entre ellos, ni es menester que nadie haga las amistades, porque de esta manera se hacen. Y si los que riñen no son casados, vanse a otros sus vecinos, y aunque sean sus enemigos, los reciben bien y se huelgan mucho con ellos, y les dan de lo que tienen; de suerte que, cuando es pasado el enojo, vuelven a su pueblo y vienen ricos. Toda es gente de guerra y tienen tanta astucia para guardarse de sus enemigos como tendrían si fuesen criados en Italia y en continua guerra. Cuando están en parte que sus enemigos los pueden ofender, asientan sus casas a la orilla del monte más áspero y de mayor espesura que por allí hallan, y junto a él hacen un foso, y en éste duermen. Toda la gente de guerra está cubierta con leña menuda, y hacen sus saeteras, y están tan cubiertos y disimulados, que aunque estén cabe ellos no los ven, y hacen un camino muy angosto y entra hasta en medio del monte, y allí hacen lugar para que duerman las mujeres y niños, y cuando viene la noche encienden lumbres en sus casas para que si hubiere espías crean que están en ellas, y antes del alba tornan a encender los mismos fuegos; y si acaso los enemigos vienen a dar en las mismas casas, los que están en el foso salen a ellos y hacen desde las trincheras mucho daño, sin que los de fuera los vean ni los puedan hallar. Y cuando no hay montes en que ellos puedan de esta manera esconderse y hacer sus celadas, asientan en llano en la parte que mejor les parece y cércanse de trincheras cubiertas de leña menuda y hacen sus saeteras, con que flechan a los indios, y estos reparos hacen para de noche. Estando yo con los de aguenes, no estando avisados, vinieron sus enemigos a media noche y dieron en ellos y mataron tres e hirieron otros muchos; de suerte que huyeron de sus casas por el monte adelante, y desde que sintieron que los otros se habían ido, volvieron a ellas y recogieron todas las flechas que los otros les habían echado, y lo más encubiertamente que pudieron los siguieron, y estuvieron aquella noche sobre sus casas sin que fuesen sentidos, y al cuarto del alba les acometieron y les mataron cinco, sin otros muchos que fueron heridos, y les hicieron huir y dejar sus casas y arcos, con toda su hacienda. Y de ahí a poco tiempo vinieron las mujeres de los que llamaban quevenes, y entendieron entre ellos y los hicieron amigos, aunque algunas veces ellas son principio de la guerra. Todas estas gentes, cuando tienen enemistades particulares, cuando no son de una familia, se matan de noche por asechanzas y usan unos con otros grandes crueldades. (..)
XXV
(..) Ésta es la más presta gente para un arma de cuantas yo he visto en el
mundo, porque si se temen de sus enemigos, toda la noche están despiertos con
sus arcos a par de sí y una docena de flechas; el que duerme tienta su arco, y
si no lo halla en cuerda le da la vuelta que ha menester. Salen muchas veces
fuera de las casas bajados por el suelo, de arte que no pueden ser vistos, y
miran y atalayan por todas partes para sentir lo que hay; y si algo sienten, en
un punto son todos en el campo con sus arcos y sus flechas, y así están hasta el
día, corriendo a unas partes y otras, donde ven que es menester o piensan que
pueden estar sus enemigos. Cuando viene el día tornan a aflojar sus arcos hasta
que salen a caza. Las cuerdas de los arcos son nervios de venados. La manera que
tienen de pelear es abajados por el suelo, y mientras se flechan andan hablando
y saltando siempre de un cabo para otro, guardándose de las flechas de sus
enemigos, tanto que en semejantes partes pueden recibir muy poco daño de
ballestas y arcabuces. Antes los indios burlan de ellos, porque estas armas no
aprovechan para ellos en campos llanos, adonde ellos andan sueltos; son buenas
para estrechos y lugares de agua; en todo lo demás, los caballos son los que han
de sojuzgar y lo que los indios universalmente temen. Quien contra ellos hubiere
de pelear ha de estar muy avisado que no le sientan flaqueza ni codicia de lo
que tienen, y mientras durare la guerra hanlos de tratar muy mal; porque si
temor les conocen o alguna codicia, ella es gente que saben conocer tiempos en
que vengarse y toman esfuerzo del temor de los contrarios. Cuando se han
flechado en la guerra y gastado su munición, vuélvense cada uno su camino sin
que los unos sean muchos y los otros pocos, y ésta es costumbre suya. Muchas
veces se pasan de parte a parte con las flechas y no mueren de las heridas si no
toca en las tripas o en el corazón; antes sanan presto. Ven y oyen más y tienen
más agudo sentido que cuantos hombres yo creo hay en el mundo. Son grandes
sufridores de hambre y sed y de frío, como aquellos que están más acostumbrados
y hechos a ello que otros. Esto he querido contar porque allende que todos los
hombres desean saber las costumbres y ejercicios de los otros, los que algunas
veces se vinieren a ver con ellos estén avisados de sus costumbres y ardides,
que suelen no poco aprovechar en semejantes casos. (..)
XXVI
(..) Adelante, en la costa del mar, habitan otros que se llaman Doguenes, y
enfrente de ellos otros que tienen por nombre los de Mendica. Más adelante, en
la costa, están los quevenes, y enfrente de ellos, dentro de la Tierra Firme,
los mariames; y yendo por la costa adelante, están otros que se llaman
guaycones, y enfrente de éstos, dentro en la Tierra Firme, los iguaces. Cabo de
éstos están otros que se llaman atayos, y detrás de éstos, otros, acubadaos, y
de éstos hay muchos por esta vereda adelante. En la costa viven otros llamados
quitoles, y enfrente de éstos, dentro en la Tierra Firme, los avavares. Con
éstos se juntan los maliacones, y otros cutalchiches, y otros que se llaman
susolas, y otros que se llaman comos, y adelante en la costa están los camoles,
y en la misma costa adelante, otros a quien nosotros llamamos los de los higos.
Todas estas gentes tienen habitaciones y pueblos y lenguas diversas. Entre éstos
hay una lengua en que llaman a los hombres por mira acá; arre acá; a los perros,
xo; en toda la tierra se emborrachan con un humo, y dan cuanto tienen por él.
Beben también otra cosa que sacan de las hojas de los árboles, como de encina, y
tuéstanla en unos botes al fuego, y después que la tienen tostada hinchan el
bote de agua, y así lo tienen sobre el fuego, y cuando ha hervido dos veces,
échanlo en una vasija y están enfriándola con media calabaza, y cuando está con
mucha espuma bébenla tan caliente cuanto pueden sufrir, y desde que la sacan del
bote hasta que la beben están dando voces, diciendo que ¿quién quiere beber? Y
cuando las mujeres oyen estas voces, luego se paran sin osarse mudar, y aunque
estén mucho cargadas, no osan hacer otra cosa, y si acaso alguna de ellas se
mueve, la deshonran y la dan de palos, y con muy gran enojo derraman el agua que
tienen para beber, y la que han bebido la tornan a lanzar, lo cual ellos hacen
muy ligeramente y sin pena alguna. La razón de la costumbre dan ellos, y dicen
que si cuando ellos quieren beber aquella agua las mujeres se mueven de donde
les toma la voz, que en aquella agua se les mete en el cuerpo una cosa mala y
que dende a poco les hace morir, y todo el tiempo que el agua está cociendo ha
de estar el bote tapado, y si acaso está destapado y alguna mujer pasa, lo
derraman y no beben más de aquella agua; es amarilla y están bebiéndola tres
días sin comer, y cada día bebe cada uno una arroba y media de ella, y cuando
las mujeres están en su costumbre no buscan de comer más de para sí solas,
porque ninguna otra persona come de lo que ellas traen. En el tiempo que así
estaba, entre éstos vi una diablura, y es que vi un hombre casado con otro, y
éstos son unos hombres amarionados, impotentes, y andan tapados como mujeres y
hacen oficio de mujeres, y tiran arco y llevan muy gran carga, y entre éstos
vimos muchos de ellos así amarionados como digo, y son más membrudos que los
otros hombres y más altos; sufren muy grandes cargas. (..)
XXVII
(..) Este mezquiquez es una fruta que cuando está en el árbol es muy amarga, y
es de la manera de algarrobas, y cómese con tierra, y con ella está dulce y
bueno de comer. La manera que tienen con ella es ésta: que hacen un hoyo en el
suelo, de la hondura que cada uno quiere, y después de echada la fruta en este
hoyo, con un palo tan gordo como la pierna y de braza y media en largo, la
muelen hasta muy molida; y demás que se le pega de la tierra del hoyo, traen
otros puños y échanla en el hoyo y tornan otro rato a moler, y después échanla
en una vasija de madera de una espuerta, y échanle tanta agua que basta a
cubrirla, de suerte que quede agua por cima, y el que la ha molido pruébala, y
si le parece que no está dulce, pide tierra y revuélvela con ella, y esto hace
hasta que la halla dulce, y siéntanse todos alrededor y cada uno mete la mano y
saca lo que puede, y las pepitas de ellas tornan a echar en aquella espuerta, y
echa agua como de primero, y tornan a exprimir el zumo y agua que de ello sale,
y las pepitas y cáscaras tornan a poner en el cuero y de esta manera hacen tres
o cuatro veces cada moledura. Y los que en este banquete, que para ellos es muy
grande, se hallan, quedan las barrigas muy grandes, de la tierra y agua que han
bebido; (..)
XXVIII
(..) Partidos de éstos, fuimos a otras muchas casas, y desde aquí comenzó otra
nueva costumbre, y es que, recibiéndonos muy bien, que los que iban con nosotros
los comenzaron a hacer tanto mal, que les tomaban las haciendas y les saqueaban
las casas, sin que otra cosa ninguna les dejasen. De esto nos pesó mucho, por
ver el mal tratamiento que a aquéllos que tan bien nos recibían se hacía, y
también porque temíamos que aquello sería o causaría alguna alteración o
escándalo entre ellos; mas como no éramos parte para remediarlo, ni para osar
castigar los que esto hacían y hubimos por entonces de sufrir, hasta que más
autoridad entre ellos tuviésemos; y también los indios mismos que perdían la
hacienda, conociendo nuestra tristeza, nos consolaron, diciendo que de aquello
no recibiésemos pena; que ellos estaban tan contentos de habernos visto, que
daban por bien empleadas sus haciendas, y que adelante serían pagados de otros
que estaban muy ricos. Por todo este camino teníamos muy gran trabajo, por la
mucha gente que nos seguía, y no podíamos huir de ella, aunque lo procurábamos,
porque era muy grande la prisa que tenían por llegar a tocarnos; y era tanta la
importunidad de ellos sobre esto, que pasaban tres horas que no podíamos acabar
con ellos que nos dejasen(..)
XXIX
(..) a la noche llegamos a muchas casas que estaban asentadas a la ribera de un
muy hermoso río, y los señores de ellas salieron a medio camino a recibirnos con
sus hijos a cuestas, y nos dieron muchas taleguillas de margarita y de alcohol
molido, con esto se untan ellos la cara; y dieron muchas cuentas, y muchas
mantas de vaca, y cargaron a todos los que venían con nosotros de todo cuanto
ellos tenían. Comían tunas y piñones; hay por aquella tierra pinos chicos, y las
piñas de ellos son como huevos pequeños, mas los piñones son mejores que los de
Castilla, porque tienen las cáscaras muy delgadas. Cuando están verdes,
muélenlos y hácenlos pellas, y así los comen; y si están secos los muelen con
cáscaras, y los comen hechos polvos. (..)
XXX
(..) Desde aquí hubo otra manera de recibirnos, en cuanto toca al saquearse,
porque los que salían de los caminos a traernos alguna cosa a los que con
nosotros venían no los robaban; mas después de entrados en sus casas, ellos
mismos nos ofrecían cuanto tenían, y las casas con ellos. Nosotros las dábamos a
los principales, para que entre ellos las partiesen, y siempre los que quedaban
despojados nos seguían, de donde crecía mucha gente para satisfacerse de su
pérdida; y decíanles que se guardasen y no escondiesen cosa alguna de cuantas
tenían, porque no podía ser sin que nosotros lo supiésemos, y haríamos luego que
todos muriesen, porque el sol nos lo decía. Tan grandes eran los temores que les
ponían, que los primeros días que con nosotros estaban, nunca estaban sino
temblando y sin osar hablar ni alzar los ojos al cielo. Estos nos guiaron por
más de cincuenta leguas de despoblado de muy ásperas sierras, y por ser tan
secas no había caza en ellas, y por esto pasamos mucha hambre, y al cabo de un
río muy grande, que el agua nos daba hasta los pechos, y desde aquí nos comenzó
mucha de la gente que traíamos a adolecer de la mucha hambre y trabajo que por
aquellas sierras habían pasado, que por extremo eran agras y trabajosas. Estos
mismos nos llevaron a unos llanos al cabo de las sierras, donde venían a
recibirnos de muy lejos de allí, y nos recibieron como los pasados, y dieron
tanta hacienda a los que con nosotros venían, que por no poderla llevar dejaron
a la mitad, y dijimos a los indios que lo habían dado que lo tornasen a tomar y
lo llevasen, porque no quedase allí perdido; y respondieron que en ninguna
manera lo harían, porque no era su costumbre, después de haber una vez ofrecido,
tornarlo a tomar; y así, no lo teniendo en nada, lo dejaron todo perder. (..)
(..) Es la gente de mejores cuerpos que vimos, y de mayor viveza y habilidad y
que mejor nos entendían y respondían en lo que preguntábamos; y llamámoslos de
las Vacas, porque la mayor parte que de ellas muere es cerca de allí; y porque
aquel río arriba más de cincuenta leguas, van matando muchas de ellas. Esta
gente andan del todo desnudos, a la manera de los primeros que hallamos. Las
mujeres andan cubiertas con unos cueros de venado, y algunos pocos hombres,
señaladamente los que son viejos, que no sirven para la guerra. Es tierra muy
poblada. Preguntámosles cómo no sembraban maíz; respondiéronnos que lo hacían
por no perder lo que sembrasen, porque dos años arreo les había faltado las
aguas, y había sido el tiempo tan seco, que a todos les habían perdido los
maíces los topos, y que no osarían tornar a sembrar sin que primero hubiese
llovido mucho; y rogábannos que dijésemos al cielo que lloviese y se lo
rogásemos, y nosotros se lo prometimos de hacerlo así. También nosotros quisimos
saber de dónde habían traído aquel maíz, y ellos nos dijeron que de donde el sol
se ponía, y que lo había por toda aquella tierra; mas que lo más cerca de allí
era por aquel camino. Preguntámosles por dónde iríamos bien, y que nos
informasen del camino, porque no querían ir allá; dijéronnos que el camino era
por aquel río arriba hacia el Norte, y que en diez y siete jornadas no
hallaríamos otra cosa ninguna que comer, sino una fruta que llaman chacan, y que
la machucan entre unas piedras y aún después de hecha esta diligencia no se
puede comer, de áspera y seca; y así era la verdad, porque allí nos lo mostraron
y no lo pudimos comer, (..)
(..) Dábannos a comer frísoles y calabazas; la manera de cocerlas es tan nueva,
que por ser tal, yo la quise aquí poner, para que se vea y se conozca cuán
diversos y extraños son los ingenios e industrias de los hombres humanos. Ellos
no alcanzan ollas, y para cocer lo que ellos quieren comer hinchan media
calabaza grande de agua, y en el fuego echan muchas piedras de las que más
fácilmente ellos pueden encender, y toman el fuego; y cuando ven que están
ardiendo tómanlas con unas tenazas de palo, y échanlas en aquella agua que está
en la calabaza, hasta que la hacen hervir con el fuego que las piedras llevan, y
cuando ven que el agua hierve, echan en ella lo que han de cocer, y en todo este
tiempo no hacen sino sacar unas piedras y echar otras ardiendo para que el agua
hierva para cocer lo que quieren, y así lo cuecen. (..)
XXXI
(..) A la puesta de sol, por unos llanos, y entre unas sierras muy grandes que
allí se hacen, allí hallamos una gente que la tercera parte del año no comen
sino unos polvos de paja; y por ser aquel tiempo cuando nosotros por allí
caminamos, hubímoslo también de comer hasta que, acabadas estas jornadas,
hallamos casas de asiento, adonde había mucho maíz allagado, y de ello y de su
harina nos dieron mucha cantidad, y de calabazas y frísoles y mantas de algodón,
y de todo cargamos a los que allí nos habían traído, y con esto se volvieron los
más contentos del mundo. Nosotros dimos muchas gracias a Dios nuestro Señor por
habernos traído allí, donde habíamos hallado tanto mantenimiento. (..)
(..) Entre estas casas había algunas de ellas que eran de tierra, y las otras
todas son de estera de cañas; y de aquí pasamos más de cien leguas de tierra, y
siempre hallamos casas de asiento, y mucho mantenimiento de maíz, y frísoles, y
dábannos muchos venados y muchas mantas de algodón, mejores que las de la Nueva
España. Dábannos también muchas cuentas y de unos corales que hay en la mar del
Sur, muchas turquesas muy buenas que tienen de hacia el Norte; y finalmente,
dieron aquí todo cuanto tenían, y a mí me dieron cinco esmeraldas hechas puntas
de flechas, y con estas flechas hacen ellos sus areitos y bailes. Y pareciéndome
a mí que eran muy buenas, les pregunté de dónde las habían habido, y dijeron que
las traían de unas sierras muy altas que están hacia el Norte, y las compraban a
trueco de penachos y plumas de papagayos, y decían que había allí pueblos de
mucha gente y casas muy grandes. Entre éstos vimos las mujeres más honestamente
tratadas que a ninguna parte de Indias que hubiésemos visto. Traen unas camisas
de algodón, que llegan hasta las rodillas, y unas medias mangas encima de ellas,
de unas faldillas de cuero de venado sin pelo, que tocan en el suelo, y
enjabónanlas con unas raíces que limpian mucho, y así las tienen muy bien
tratadas; son abiertas por delante y cerradas con unas correas; andan calzados
con zapatos. Toda esta gente venía a nosotros a que los tocásemos y
santiguásemos; y eran en esto tan importunos, que con gran trabajo lo sufríamos,
porque dolientes y sanos, todos querían ir santiguados(..)
XXXII
(..) En el pueblo donde nos dieron las esmeraldas dieron a Dorantes más de
seiscientos corazones de venados, abiertos, de que ellos tienen siempre mucha
abundancia para su mantenimiento, y por esto le pusimos nombre al pueblo de los
Corazones, y por él es la entrada para muchas provincias que están a la mar del
Sur; y si los que le fueren a buscar por aquí no entraren se perderán, porque la
costa no tiene maíz, y comen polvo de bledo y de paja y de pescado que toman en
la mar con balsas, porque no alcanzan canoas. Las mujeres cubren sus vergüenzas
con yerba y paja. Es gente muy apocada y triste. Creemos que cerca de la costa,
por la vía de aquellos pueblos que nosotros trajimos, hay más de mil leguas de
tierra poblada, y tienen mucho mantenimiento, porque siembran tres veces en el
año frísoles y maíz. Hay tres maneras de venados: los de la una de ellas son
tamaños como novillos de Castilla. Hay casas de asiento, que llaman buhíos, y
tienen yerba, y esto es de unos árboles al tamaño de manzanos, y no es menester
más de coger la fruta y untar la flecha con ella; y si no tiene fruta, quiebran
una rama, y con la leche que tienen hacen lo mismo. Hay muchos de estos árboles
que son ponzoñosos, que si majan las hojas de él y las lavan en alguna agua
allegada, todos los venados y cualesquier otros animales que de ella beben
revientan luego(..)
(..) Por toda esta tierra donde alcanzan sierras vimos grandes muestras de oro y
alcohol, hierro, cobre y otros metales. Por donde están las casas de asiento es
caliente; tanto, que por enero hace gran calor. Desde allí hacia el mediodía de
la tierra, que es despoblada hasta la mar del Norte, es muy desastrosa y pobre,
donde pasamos grande e increíble hambre. Y los que por aquella tierra habitan y
andan es gente crudelísima y de muy mala inclinación y costumbres. Los indios
que tienen casa de asiento, y los de atrás, ningún caso hacen de oro y plata, ni
hallan que pueda haber provecho de ello. (..)