"Un mundo sin hambre"

Josué de Castro

 

CONDICIONES DE UNA NUEVA POLÍTICA

En ese punto comienza una verdadera política de desarrollo. No resulta difícil poner en evidencia los puntos débiles de la estructura mundial en cuanto a la cooperación internacional al desarrollo. Sin embargo, nos limitaremos de momento al problema de la ayuda internacional. En primer lugar, lo que se denomina ayuda internacional, representada por los donativos y los préstamos públicos, así como las inversiones privadas en las regiones en vías de desarrollo, ha sido siempre insuficiente, mal distribuida y mal aplicada. La recomendación de la ONU de que los países ricos deberían dedicar al menos el 1 por 100 de su producto nacional bruto a la ayuda internacional no ha sido aceptada. Sólo Francia mantuvo durante algunos años una contribución superior al 1 por 100. Los Estados Unidos de América e Inglaterra no sobrepasaron jamás, aun sumando todas las formas de ayuda, un porcentaje del 0,5 por 100 de su producto nacional bruto y, lo que es más grave, el traspaso de recursos financieros -que de 1950 a 1961 había ido aumentando en un promedio del 15 por 100 anual- alcanzó su techo a partir de esa fecha y presenta en la actualidad tendencia a disminuir con relación a las rentas nacionales de los países llamados donantes. En segundo lugar, por regla general la ayuda está condicionada a las ventajas exigidas o esperadas a cambio de la asistencia. Muchos de los países en vías de desarrollo desconfían de tal tipo de ayuda proporcionada en forma de capitales especulativos controlados por grupos que recogerán exclusivamente los beneficios. Ahora bien, no se puede conseguir un verdadero progreso social sino se libera a los individuos del subdesarrollo moral. Lo que nos lleva a la conclusión, preñada de consecuencias, de que ciertos países bien desarrollados son en realidad, como afirma Louis O'Neill, «ricos subdesarrollados». De ello se deduce fácilmente que el factor previo para un desarrollo equilibrado es el desarrollo del hombre, la formación de hombres capaces y responsables para entable.,. un verdadero diálogo entre ambos mundos, el de la abundancia y el de la pobreza, que hoy en día no se escuchan y se comprenden cada vez menos. Al establecer los criterios de prioridad en las inversiones, tan pequeñas y tan insuficientes en los países del Tercer Mundo, se tendió a aplicarlas casi exclusivamente a los sectores considerados «rentables», es decir, pensando en el mecanismo de la producción en lugar de pensar en el hombre. Tal aberración provocó el fracaso de todas las tentativas de industrialización acelerada en lugares en que la falta de especialistas y la ausencia de masas consumidoras no permitían semejante aventura económica. Se olvidó también que las sociedades precapitalistas son sociedades ritualistas, donde cada acción es un rito y donde no se puede separar la introducción de una técnica de un nuevo sistema de pensamiento. Felizmente se comienza a reconocer que no hay dos grupos distintos de inversiones: las renovables, que desembocan en una producción inmediata, y las no rentables, aplicadas a la mejora de las condiciones humanas por medio de la educación y de la sanidad. En la actualidad. ha nacido una ciencia nueva: la psicología económica, de visión un poco más amplia que la economía clásica. Gracias a ella se puede crear, por ejemplo, una economía de la educación, esencial para la formación y el crecimiento del capital humano. Es por ahí por donde debería comenzar la política internacional del desarrollo, porque sólo el trabajo del hombre crea la riqueza. La dinámica económica está en relación directa con la cantidad y calidad de ese factor de producción: el hombre, motor de la máquina económica. El padre Lebret hablaba de la necesidad urgente de proceder a una conversión del hombre, esto es, por una parte, a cambiar la mentalidad de poder y de dominio de algunos y, por otra, a crear una mentalidad henchida del gusto y del deseo del progreso, así como de la voluntad de acceder a los beneficios del verdadero desarrollo. En esta nueva óptica del desarrollo, son la enseñanza, la educación y la formación humana la que deben constituir la inversión previa, que será probablemente la más rentable. En la concepción de una nueva política o de una estrategia global del desarrollo hay tres fines que se imponen como esenciales: 1) Luchar contra la persistente tendencia al desequilibrio exterior de las relaciones comerciales entre el mundo subdesarrollado, productor de materias primas y de productos básicos, y el mundo industrializado, donde se fabrican los productos terminados. 2) Luchar contra el déficit del ahorro, que en los países del Tercer Mundo está estrangulado por el endeudamiento con los países extranjeros. 3) Luchar contra la vulnerabilidad a las intrusiones periféricas de la economía de los países que reciben ayuda. Europa puede representar un gran papel en la realización de la nueva política, y al mismo tiempo tiene un interés supremo en defenderla. En medio de la estrategia de las fuerzas políticas mundiales en que se enfrentan la economía norteamericana y la economía soviética, Europa, para superar sus dificultades y para afirmarse, tiene que crear, en estrecha cooperación con el Tercer Mundo, otros polos económicos valiosos y apostar a un policentrismo capaz de evitar la reducción a la servidumbre del mundo entero. La salvación está aún al alcance de los hombres. Llegaremos a ella si confiamos en nuestras propias fuerzas. «Grande es la ciencia del hombre, pero más grande todavía es el hombre mismo», ha escrito un pensador actual 10 , reafirmando así ante sus contemporáneos la confianza que debemos conservar en la grandeza de la especie humana. 10 Earl Parker Hanson, op. cit.

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