LA COLABORACIÓN DE LA NATURALEZA
El primer objetivo de la lucha contra el hambre es sin ninguna duda lograr un aumento notorio en la producción mundial de alimentos. Disponemos para ello de dos medios fundamentales: extender las superficies cultivadas e incrementar sensiblemente la productividad de los suelos que están ya en explotación.
La extensión de las superficies cultivadas es una aspiración legítima que se puede satisfacer principalmente mediante la incorporación de las vastas zonas tropicales de tierras rojas y las zonas subpolares de podsol. Según Robert Salter, ambos tipos de suelo abarcan cerca del 28 por 100 de la superficie de la tierra 3. Y sin embargo, por el momento sólo están cultivadas en un tercio de su conjunto.
Por lo que respecta a las tierras rojas tropicales, las que corresponden al Extremo Oriente están cultivadas en su mayor parte. Pero en África y en América del Sur constituyen reservas prácticamente vírgenes. Salter afirma que si admitimos la posibilidad de utilizar solamente el 20 por 100 de esas reservas africanas y sudamericanas, incorporaríamos de un golpe al conjunto de las tierras cultivables del mundo cerca de 900.000.000 de acres. En Oceanía se podrían conseguir otros 100.000.000. Admitiendo la hipótesis del aprovechamiento de sólo el 10 por 100 de las reservas de podsol de Canadá y la Unión Soviética, obtendríamos 100.000.000 de acres más puestos al servicio de la producción agrícola. Según Salter, gracias a este incremento global de las tierras cultivables, calculado en 1.300.000.000 de acres, no habría ninguna dificultad para aprovisionar de manera satisfactoria a toda la población del mundo, aun teniendo en cuenta su natural expansión, con la condición de que esas tierras se cultiven conforme a los procedimientos modernos de la técnica agrícola.
Nadie niega que el rendimiento de dichos suelos es relativamente bajo y que se agotan más fácilmente que los de las regiones templadas. Pero con procedimientos técnicos adecuados, y sobre todo con los que permiten una constante recuperación de su fertilidad mediante el aprovechamiento de todos los residuos y de todos los detritus de las plantas que en ellos nacen, es posible mantener su producción en un nivel razonable y con unas bases económicas perfectamente aceptables. No faltan, pues, reservas de suelo para un aumento racional de la producción de alimentos, tanto más cuanto que, incluso en las regiones más fértiles, existen todavía grandes extensiones de tierra inexplotadas debido a las estructuras económicas en ellas reinantes, que no estimulan la producción agrícola.
Tampoco debemos olvidar que muchos suelos considerados como agotados y perdidos para la agricultura no merecen el desprecio en que se les tiene, ya que pueden recuperarse con un poco de trabajo y algunas inversiones. Edward H. Faulkner, el «revolucionario de la agricultura», afirmaba ya antes de que acabase la segunda guerra mundial que no es cierto que la restauración de los suelos corroídos por la erosión exija miles de años de laboriosa acción reconstructora de la naturaleza. Muy al contrario, el hombre puede restaurarlos recurriendo a procedimientos técnicos relativamente sencillos: «Dondequiera que haya existido un buen suelo es posible reconstruirlo con ayuda de máquinas agrícolas. Cualquier región que no haya estado expuesta más que a la erosión de las aguas, por fuerte que haya sido tal erosión, es innegable que está en condiciones de volver a tener un suelo tan bueno como el que tuvo antaño. Y poco más o menos se puede decir lo mismo de las zonas que han padecido la erosión eólica o se han agotado por los excesos del cultivo y la economía ganadera» 4. Claro está que los ortodoxos de la ciencia de los suelos y de la tecnología agrícola consideran a Faulkner como un hereje y un visionario que pretende obtener por métodos revolucionarios un impresionante incremento de la producción agrícola, hasta hacerla de cinco a diez veces superior a la actual. Pero los hechos observados en diversos lugares le dan hasta cierto punto la razón y confieren un cierto acento de verdad a sus «herejías» 5.
El Brasil nos proporciona un elocuente ejemplo de restauración de unas tierras consideradas como perdidas. En la gran zona del café, el Estado de Sao Paulo, a medida que el cultivo del café avanzaba hacia el Oeste, a través de las tierras violáceas de la llanura, un gran número de plantaciones situadas más al Este iban siendo poco a poco abandonadas porque el agotamiento del suelo determinaba una caída vertiginosa de su rendimiento. En su marcha nómada en busca de tierras mejores, el monocultivo del café aniquilaba vastas extensiones de suelo fértil, que dejaba en un estado tal que parecían inutilizables para cualquier cultivo. Sin embargo, los inmigrantes japoneses, con su larga experiencia de suelos ingratos, adquirieron esas tierras a precios ínfimos y, mediante la organización de cooperativas agrícolas, desarrollaron en los alrededores de la capital del Estado el cultivo de la patata y de las legumbres, creando así una magnífica zona verde en torno a la ciudad y contribuyendo a facilitar de modo señalado el abastecimiento de este centro urbano de casi 6.000.000 de habitantes, cuyo nivel de alimentación se vio considerablemente mejorado.
Otro buen argumento en favor de Faulkner es el que presentan los holandeses, que consiguieron crear nuevos suelos fértiles partiendo del fondo estéril de los mares que rodean su país. Y si es posible crear nuevos suelos donde antes no existía ninguno, tiene que ser mucho más fácil «recrearlos» partiendo de suelos fatigados, agotados o inapropiados para la agricultura. No hay duda de que hace falta mucho menos trabajo para corregir un suelo que para sacarlo de la nada. Llegamos así a la conclusión de que un suelo agotado o inutilizable para un tipo de economía agraria puede ser perfectamente utilizable en otras condiciones de explotación económica.
Ocurre con el problema de la productividad de los suelos lo mismo que con el problema de la densidad de población. Ninguno de ellos puede plantearse en términos absolutos. Al contrario, deben encararse en función de los tipos de organización económica vigentes. No existe ni límite absoluto de productividad del suelo -lo que Vogt llama «potencialidad biótica»ni límite absoluto de capacidad demográfica. Plantear el problema de la superpoblación exclusivamente con relación al suelo es dar pruebas de una imprecisión y de un empirismo que no se atreven a afirmar 6 que los neomalthusianos se equivocan. Es un gran error hablar de superpoblación estableciendo una relación entre el número de habitantes y el número de kilómetros cuadrados. Lo correcto es establecer esa relación entre el número de habitantes y la cantidad de alimentos disponibles.
La limitación del cultivo a las regiones más productivas se basaba hasta ahora en que aún había reservas de suelos ricos y no era necesario, por lo tanto, aprovechar los suelos más pobres. Pero una vez alcanzados los límites de los suelos de alto rendimiento, tendremos que recurrir a los de rendimiento medio y, por último, a los de escaso rendimiento, ya que el cultivo del suelo no tiene como fin último obtener siempre un margen excepcional de beneficios, sino conseguir los productos necesarios para el bienestar de la colectividad. El precio de coste de la producción debe considerarse no como una barrera que se opone al aprovechamiento del suelo, sino como una exigencia social que puede conducir a una reforma estructural de las condiciones económicas, puesto que es preciso que el precio de venta de los productos remunere convenientemente a los productores.
Cuando hace ya algunos años se empezó a cultivar artificialmente ciertos hongos para obtener de ellos antibióticos -penicilina, auromicina, etc.-, se comprobó que el precio de coste de los procedimientos industriales era muy elevado. Pero no por ello se juzgó que se debían abandonar esos proyectos, ya que tales antibióticos resultaban excepcionalmente eficaces en la lucha contra innumerables enfermedades infecciosas. Su precio de coste no parecía abusivo si se tenían en cuenta los beneficios extraordinarios de que eran capaces. Sin embargo, está demostrado que una buena nutrición es el más poderoso de los antibióticos desde el momento en que defiende al organismo contra todas las invasiones microbianas. Cuando disfrute de una alimentación bien equilibrada, suficiente y completa, el mundo no tendrá apenas necesidad de recurrir a otras sustancias antibióticas para proteger su salud. De ahí el amplio alcance político de concepciones como la de E. B. Balfour, quien ve en la agricultura un servicio público destinado a asegurar la salud de los hombres. «Desde el momento en que la agricultura se considera como un servicio público de sanidad, lo único importante en lo que respecta a la producción alimentaria debe ser el interés de la salud colectiva. Las restantes consideraciones, de orden económico, habrán de pasar a un plano netamente secundario» 7.
El segundo procedimiento de que actualmente dispone el mundo para favorecer un incremento masivo de las disponibilidades alimenticias consiste en conseguir un aumento de la producción por hectárea, es decir, un aumento de la productividad de los suelos cultivados. Los progresos realizados en este sentido en ciertos países durante los últimos años, y sobre todo durante la guerra, no dejan la menor duda sobre la posibilidad de acrecentar de manera apreciable la productividad agrícola por unidad de superficie, y esto en cualquier lugar del mundo, gracias a la aplicación de los procedimientos técnicos de la agronomía moderna. Estos procedimientos, puestos en práctica siguiendo planes a largo plazo, constituyen la característica esencial de nuestra era, la era de la segunda revolución industrial, tan distinta a la primera, que tuvo lugar en el siglo pasado. Y se diferencian porque mientras ésta se apoyaba en las aplicaciones de la mecánica a las industrias manufacturadas, aquélla se caracteriza por una amplia aplicación de los métodos científicos a las industrias de todo tipo, por la aplicación generalizada de la ciencia a la solución de todos los problemas relativos a la producción 8. Examinemos ahora cómo puede la ciencia ayudar al hombre en este objetivo vital.
3 Robert Salter, World Boil and Fertilizer Resources in Relation to Food Needs, del «Freedom from Want» un simposio editado por E.-E. Turk, 1948.
4 Edward H. Faulkner, Plowman's Folly, Nueva York, 1943.
5 .James Rorty y N. Phílip Norman, Tomorrow's Food, Nueva York, 1947.
6 Earl Parker Hanson, Mankind and Starve, del «The Nation», 2 de noviembre de 1949.
7 E. B. Balfour, The Living Soil, Londres, 1948.
8 J. D. Bernal y M. Conforth, Science lor Peace and Socialism, Londres.