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CAPÍTULO IV
EL NUEVO ORDEN INTERNACIONAL.
IV.2.- EUROPA Y LOS ESTADOS UNIDOS. LA NUEVA CRUZADA OCCIDENTAL.
En una entrevista reciente, los siempre atendibles argumentos de Samuel P. Huntington se orientan a percibir, en el escenario futuro de las relaciones internacionales, un serio conflicto entre los valores de Occidente -liberalismo, democracia, respeto por los derechos humanos, economía de libre mercado- y aquellos que enarbolan los países de fuerte ideología confucionista y el muy poblado mundo islámico.[1]
Las avanzadas negociaciones para la consolidación de la Unión Europea -con todo y la contradicción que produce una política monetaria continental que coexiste con políticas fiscales domésticas[2], con el notorio grado diverso de desarrollo relativo de los integrantes, con el peso fundamental de Alemania, con la llamada encanización o envejecimiento de la población, con la difícil incorporación de los países de Europa Oriental, con la incertidumbre política y económica de la evolución de Rusia y sus recurrentes aspiraciones imperialistas, con el aislamiento noruego y la decidia británica; pese a todo ello- prometen más ventajas que debilidades para su camino hacia el próximo milenio. El alto grado de conciencia -ampliamente compartido por especialistas tan distantes como Henry Kissinger y Paul Kennedy- sobre lo mucho que, en el porvenir, será una Europa unida federalmente y lo muy poco que podría significar el tradicional grupo de naciones distanciadas entre sí, ya por rencores patrióticos, étnicos, territoriales, religiosos, históricos.
En el lúcido conservadurismo de S. Huntington, se aprecia lo siguiente:
“ De conseguir cohesión política, la Comunidad Europea tendría la población, los recursos, la riqueza económica, la tecnología y la fuerza militar potencial y real para ser una potencia destacada en el siglo XXI. Japón, Estados Unidos y la Unión Soviética se han especializado respectivamente en inversión, consumo y armamento.
Europa logra un equilibrio entre los tres ámbitos. Invierte menos de su PNB que Japón pero más que Estados Unidos y, posiblemente, que la Unión Soviética. Consume menos de su PNB que Estados Unidos, pero más que Japón y la Unión Soviética. Se arma menos que Estados Unidos y la Unión Soviética pero más que Japón. También es posible concebir un llamamiento ideológico europeo comparable al estadounidense. En todo el mundo, la gente hace cola a las puertas de los consulados estadounidenses para conseguir visados de inmigración. En Bruselas los países hacen cola para solicitar la admisión. Una federación de sociedades democráticas, ricas, socialmente diversas y de economía mixta constituiría una poderosa fuerza en la escena mundial. Si el próximo siglo no es el siglo estadounidense, es muy posible que sea el siglo europeo.”[3]Al lado de Asia Oriental, Europa aparece como un beneficiario indiscutible de lo que bien podría definirse como el costo de oportunidad de la carrera armamentista de los años ochenta que, para evaporar al socialismo real, pagó y está pagando la economía de los Estados Unidos. La velocidad con la que crece la productividad manufacturera y la Investigación y Desarrollo en tecnologías con destinos no militares y altamente sofisticadas, son elementos que favorecen la gran posibilidad de que el bloque europeo resulte incorporado a la lista de ganadores del futuro siglo, a partir de una profunda metamorfosis de, por ejemplo, el papel desempeñado durante la Guerra de Golfo Pérsico que, en opinión de C.R. Whitney, fue el de: <<Un gigante económico, un enano político y un gusano militar.>>[4]
Por lo que hace a la capacidad de enfrentar los grandes cambios trasnacionales, especialmente los relativos a la inmigración y a los problemas ambientales, la Unión Europea tiene ventajas considerablemente menores que las mostradas por el Japón, toda vez que ya padece la integración de millones de africanos, rusos, yugoslavos, turcos, iraníes, etc., especialmente en los países del Mediterráneo y, en su impresionante vigor industrial, genera una fuerte participación en el calentamiento del planeta que, aunada a lo que se hace en el resto del mundo, puede acarrearle grandes problemas de serias inundaciones en Holanda y otros países a los que afecte la elevación de las mareas.
Entre las más notorias debilidades de Europa, debe considerarse el doble filo de los problemas demográficos. Mientras recibe a enormes contingentes de buscadores de empleo, jóvenes provenientes del subdesarrollo con muy bajos niveles de calificación, su propia población, con la sola excepción de Irlanda, decrece de manera alarmante, al grado de llevar las proyecciones al año 2100 a menos de trescientos millones de habitantes propiamente europeos, después de haber llegado a los 320 millones al final de los años ochenta del presente siglo.[5] Las consecuencias de esta reducción de la población no pueden pasar desapercibidas: “...cierre de escuelas en áreas rurales y del centro de las ciudades, la escasez de mano de obra cualificada, la necesidad de incrementar la movilidad laboral por toda la Comunidad Europea y de invertir mucho más en formación, y las presiones sobre los servicios sociales y médicos a medida que una mayor proporción de la población supera los 75 años.”[6]
La alternativa prevista, y practicada en territorio alemán a partir de la unificación, es la de capacitar a los trabajadores inmigrantes, con la importante limitación de la no siempre disponible instrucción básica. El problema podría ser de mucha menor dimensión, si ésta fuese una salida plausible, toda vez que la inmigración más significativa proviniera del propio territorio europeo. No es así, y los bajísimos niveles de instrucción que posee el grueso de los inmigrantes que aporta el subdesarrollo -los más- no proporcionan un sitio significativo para el optimismo. No debe extrañar, entonces, que en el corto plazo se modifiquen las políticas demográficas y, tal como comienza a suceder en Suecia, se estimule a las parejas jóvenes para tener más hijos. Sin embargo, por lo que hace al problema de la inmigración, Europa sigue teniendo demasiadas puertas abiertas.
En el mismo sentido, y como consecuencia no prevista de la caída soviética, el resurgimiento de los más diversos conflictos, incluida la creación de nuevos países y el deseo de incorporarse a la Unión y a la OTAN, lejos de favorecer la consolidación de la propia Unión, tienden a convertirse en muy serias amenazas. Como contrapartida -y para comenzar a mencionar las fortalezas de este bloque- la propia liquidación del llamado socialismo real ha significado la desaparición de la más lúgubre amenaza sobre el territorio europeo que, en caso de variaciones importantes en la temperatura de la Guerra Fría, era el espacio natural de cualquier confrontación bélica entre las superpotencias. La debilidad militar europea, al menos comparada con la fuerza disponible en la exUnión Soviética, y su alto grado de dependencia -especialmente en este terreno- respecto a los Estados Unidos, fueron circunstancias de larga duración que subordinaron una parte considerable de las decisiones en materia internacional, a las adoptadas por Washington. Hoy, esto ha cambiado radicalmente y las instalaciones y fuerzas militares estadounidenses en Europa han dejado de proporcionar cierta tranquilidad, para convertirse en un creciente estorbo, cada vez menos justificado.
Otra fortaleza clave en el futuro de Europa, sin duda recae en el alto grado de responsabilidad y conciencia sobre la necesidad de una paz perdurable y constructiva que, en lugar de voltear hacia el pasado, se encamine a edificar un promisorio futuro. Alemania, Francia e Inglaterra, la potencia mayor y las dos intermedias, están claramente comprometidas -como no lo estuvieron durante la mayor parte del siglo XX- en la preservación de este valor fundamental, indispensable.
La productividad creciente, la ocupación y permanencia en los mercados que exigen ventajas comparativas, el crecimiento simultáneo en la producción de bienes y de servicios, la compra de activos y el flujo creciente de inversiones hacia los Estados Unidos y, en menor medida, hacia el bloque jefaturado por el Japón, con la alta calificación científico-tecnológica de un grueso cuerpo de cuadros que no son requeridos por las actividades militares -no, al menos, en la proporción observable en los Estados Unidos- y una sólida tradición multicultural, son los ingredientes que permiten ver a Europa, a pesar de las fuertes contradicciones con las que construye su Unión- en la lista de ganadores del siglo XXI.
Ya se ha mencionado que, por lo que hace a ciertos indicios de estancamiento económico y al tamaño extraordinario de su endeudamiento, los Estados Unidos continúan pagando por los excesos de la llamada reaganomics, que fue mucho más que la imposición de duras condiciones al subdesarrollo, hasta hoy percibidas como un paquete neoliberal. La importancia estratégica de un hinchado aparato militar, con altos grados de sofisticación y un peso extraordinario en los presupuestos deficitarios de aquella nación, a la luz de un futuro sin amenazas nucleares significativas, aparece como extraordinariamente inútil. Sólo los fundamentalismos islámicos del Medio Oriente, el terrorismo y el narcotráfico construyen muy menores justificaciones para las pretensiones sempiternas del Pentágono y, por supuesto, de las grandes empresas productoras de armamento.
El mito de una afortunada combinación de utopismo norteamericano y de aislacionismo respecto al resto del mundo, comienza a disolverse por los apremios que mueven a contemplar el futuro con un mucho mayor grado de comprensión, respecto al papel del equilibrio de poderes, tan fuertemente criticado por W. Wilson, para muchos autores el padre de la diplomacia estadounidense.[7]
El debate de mayor relevancia sobre lo que habrá de ser el papel de los Estados Unidos en el mundo del próximo milenio, se desarrolla con gran intensidad entre muy lúcidos conservadores, a los que encabeza Samuel Huntington -con un alto grado de ecuanimidad que no se percibe, por ejemplo, en H. R. Nau (The Myth of America´s Decline) o en J. S. Nye (Bound to Lead) y en el mismo Henry Kissinger (La Diplomacia)- y que tratan de responder a los argumentos de algunos liberales, más o menos críticos de lo que sucede en y con esa nación -P. Kennedy (Auge y Caída de las Grandes Potencias), S. Schlosstein (End of American Century), D. Calleo (Beyond American Hegemony), R. Rosencrance (America as an Ordinary Power); en realidad, la conclusión de este litigio se encuentra ciertamente lejana, de manera que, a la aparición de cada crítica liberal, responde la aparición de una apología conservadora.
El costo de la indiscutible hegemonía militar estadounidense, por lo menos de dudosa utilidad actual, es el estrangulamiento de una buena parte de las actividades productivas, no sólo por el empleo -en la preservación de tal hegemonía- de la mayor parte del talento científico-tecnológico de esa nación, sino por el peso extraordinario del endeudamiento con el que se le ha financiado, toda vez que, desde 1970, su balanza comercial arroja déficit superiores a los cien mil millones de dólares anuales: “Estados Unidos paga su modo de vida pidiendo prestado a otros unos cien mil millones de dólares cada año. Estados Unidos, que en un tiempo fue el mayor acreedor mundial, se ha convertido en menos de una década, gracias a ciertas medidas, en el mayor país deudor del mundo. Cuanto más tiempo continúe la situación, más bienes estadunidenses (títulos, tierra, compañías industriales, bonos del Tesoro, conglomerados de medios de comunicación, laboratorios) serán adquiridos por inversores extranjeros.”[8]
Por lo que hace al bienestar colectivo, en el caso de la salud, un par de datos:
“...el único ejemplo aparte de éste [el de los Estados Unidos] de declive en la esperanza de vida de una sociedad desarrollada, se da entre los varones rusos. ¿Es una simple coincidencia que esto ocurra en las dos superpotencias militares del mundo?” ; “Estados Unidos (donde vive entre el 4 y el 5 % de la población mundial) consume el 50 % de la cocaína del mundo.”[9]
Las tasas estadunidenses de homicidios, robos violentos y violaciones superan por muchas veces a las de Europa y, en los casos de robo, a las de algunos de los países subdesarrollados.[10]
¿Cómo está la educación? “En recientes pruebas científicas estandarizadas llevadas a cabo con alumnos de primer año de secundaria (14 años) en 17 países, los estudiantes estadounidenses acabaron por detrás de los de Japón, Corea del Sur y todos los países
de Europa Occidental y por delante sólo de Hong Kong y Filipinas. En una prueba de capacidad matemática (1988), los alumnos estadounidenses de 13 años se situaron cerca del final. Otras pruebas ponen de manifiesto que la actuación estadounidense empeora a medida que el niño crece -aunque, de modo irónico, más de dos tercios de los estudiantes secundarios creían que eran <<buenos>> en matemáticas, mientras que menos de un cuarto de los surcoreanos(que en realidad obtuvieron puntuaciones mucho más altas) opinaba de ese modo- Sólo el 15 % de los estudiantes de instituto estudian alguna lengua extranjera, y un minúsculo 2 % sigue con ella más de dos años. Los estudios sobre el conocimiento de historia básica del estudiante medio de instituto han puesto también de manifiesto una gran ignorancia (por ejemplo, sobre qué significó la Reforma), eclipsada sólo por su analfabetismo geográfico; uno de cada siete adultos entrevistados recientemente no podían situar su propio país en el mapa del mundo, y el 75 % era incapaz de situar el golfo Pérsico -a pesar de que a finales de la década de 1980 muchos de ellos eran partidarios de enviar tropas estadounidenses a esa región-. La Comisión Nacional sobre Excelencia en la Educación observó en su decisivo informe de 1983 A Nation at Risk: <<Si una potencia extranjera enemiga hubiera intentado imponer a Estados Unidos el mediocre nivel educativo existente hoy en día, lo habríamos considerado un acto de guerra.>>[11]Frente a estas realidades, resulta imposible suponer que la hegemonía de los Estados Unidos podría mantenerse con la sola superioridad militar. Por lo que hace a la capacidad de este país para enfrentar los cambios trasnacionales, existen incontables evidencias de sus limitadas capacidades ante el crecimiento de la inmigración, así como de su decidida aportación al calentamiento del planeta y, en general, al deterioro ambiental, toda vez que consume muchas veces más de la energía que produce y que sus únicos incrementos en productividad se verifican en la industria manufacturera, que agrupa a las actividades más contaminantes.
Frente a este cuerpo de evidencias, se endereza una respuesta que, lejos de considerar que en el largo plazo se verifica un proceso de poder económico declinante de los Estados Unidos, afirma que ese país requiere pagar las deudas de los años ochenta, bajo la lógica de que el país más rico del mundo todavía es capaz de pagar sus compromisos internacionales y financiar su inversión doméstica. En opinión de Joseph S. Nye, “Los Estadunidenses pueden ofrecer, simultáneamente, seguridad social y seguridad internacional. Estados Unidos es rico pero sus actos son pobres. En términos reales, el Producto Nacional Bruto es más del doble que en 1960, pero los estadunidenses gastan una proporción mucho menor de ese producto en el mantenimiento de su liderazgo internacional. El punto de vista prevaleciente es nosotros no podemos ofrecerlo a pesar de que los impuestos estadunidenses representan una proporción menor del PNB que otras naciones de la OCDE. Esto sugiere un problema de política interna de liderazgo en proceso de cambio más que una declinación económica de largo plazo. La ironía resultante sería que los estadunidenses perciban esos problemas de corto plazo como indicadores de la declinación de largo plazo y respondan recortando ellos mismos los recursos de su influencia internacional. Esto no sería necesario si los estadunidenses reaccionaran apropiadamente frente a los cambios globales”.
“Como ha sucedido muchas veces en el pasado, la mezcla de recursos que produce el poder internacional está cambiando. Lo que tal vez no tiene precedente es que el conflicto del ciclo de hegemonía con las responsabilidades que han correspondido a las guerras mundiales pueda no repetirse por sí mismo. Los Estados Unidos hoy mantienen más recursos tradicionales del poder duro que ningún otro país. Esto incluye la posesión de recursos ideológicos e institucionales para retener su lugar de liderazgo en los nuevos dominios de la interdependencia trasnacional. En este sentido, la situación para los Estados Unidos al fin del siglo XX es del todo diferente a la que enfrentó la Gran Bretaña al comienzo del siglo…El problema para el poder de los Estados Unidos en el siglo XXI no serán nuevos retadores de su hegemonía pero sí habrá de enfrentar los nuevos desafíos de la interdependencia internacional…El par de peligros que los americanos encararán son la complacencia acerca de la agenda doméstica y una indisposición a invertir en el intento de mantener la confianza en su capacidad para el liderazgo internacional. Los Estados Unidos mantienen el más grande y el más rico poder con la mayor capacidad para dar forma al futuro. Y en una democracia, las decisiones son del pueblo”.[12]
Esta forma de percibir las posibilidades de recuperación de la hegemonía internacional estadunidense, adelanta lo que, en 1999, es la descripción clintoniana de Una nueva aurora para Norteamérica.[13]
A la adelgazada hegemonía de los Estados Unidos, en el sistema mundial, le sustituye un considerable incremento de lo que se denomina centralidad hemisférica, según lo planteado por Andrew Hurrell[14].
La capacidad y disposición de los Estados Unidos para coordinar la operación de un bloque hemisférico, en el que ningún otro país puede disputarle la conducción, se ha comenzado a mostrar desde la Iniciativa de la Empresa de las Américas, propuesta por el expresidente Bush el 27 de junio de 1990 y, mucho más claramente, con la firma y operación de un Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés).
Después de numerosos y desafortunados intentos de los países de América latina por construir una región que reaccionara ante los Estados Unidos y que se vinculara al comercio con Europa y con Asia, y después de la dolorosa lección que Reagan y Bush les impusieron durante la década de 1980, con el agravado problema de la deuda externa, el regionalismo hemisférico aparece como una suerte de rendición ante las respectivas evidencias. Para los Estados Unidos, la que le informa de su deshinchada hegemonía y creciente complicación interna; para los países de América latina, la que les recuerda su invencible subdesarrollo y carencia de vías para superarlo, al menos con arreglo en las viejas recetas cepalinas de la industrialización sustitutiva. Pese al abigarrado cuerpo de celebraciones y apologías,
buena parte proporcionada por la nueva CEPAL[15], es éste el bloque menos vigoroso y preparado para el futuro, el más notoriamente acosado por la incertidumbre, el peor estructurado, el que padece la más clara segmentación, y el que no puede aún inscribir con seguridad su nombre en la lista de ganadores del sistema mundial del siglo XXI.
[1] Huntington, Samuel P., Civilizaciones en Conflicto, en revista nexos 229, México, enero de 1997, pp. 41-45.
[2] Eatwell, John, La Unión Monetaria Europea: Problemas Pendientes después de la Cumbre de Maastricht, en Suplemento del Estudio Económico Mundial 1990-1991, Naciones Unidas, Nueva York, 1992, pp. 37-35.
[3] Huntington, S. P., The U.S-Decline or Renewal?, en Foreing Affairs, vol. 67, núm. 2, invierno de 1988-1989, pp. 93-94.
[4] Whitney, C. R., Gulf Fighting Shatters European´s Fragile Unity, New York Times, 25 de enero de 1991, p. A11, citado en Kennedy, Paul, Hacia el Siglo XXI, op. cit., p. 398.
[5] Kennedy, P., Hacia..., op. cit., p. 415.
[6] ídem., loc cit.
[7] cfr. Kissinger, Henry, La Diplomacia, op. cit., capítulo XXXI.
[8] Kennedy, Paul, Hacia..., op. cit., p. 451. “Por ejemplo -anota Kennedy- el valor total de bienes y servicios importados por Estados Unidos en 1987 fue de 550, 000 millones de dólares, mientras que la exportación bruta de servicios -la más dinámica- fue de unos cincuenta y siete mil millones.” Ídem., nota de pie, p. 452.
[9] ídem., p. 458.
[10] ídem., p. 120.
[11] ídem., p. 462.
[12] Nye, Joseph S., Bound to Lead. The Changing Nature of American Power, BasicBooks, USA, 1991, pp. 259-261.
[13] Clinton, William Jefferson, Discurso sobre el Estado de la Unión, 19 de enero de 1999, Washington, D.C., p.14.
[14] Hurrell, Andrew, Regionalismo en las Américas, en Lowenthal, A. y Treverton, G. F., América Latina en un Nuevo Mundo, op. cit., pp. 199-226.
[15] cfr. CEPAL, El Regionalismo Abierto en América Latina y el Caribe. La Integración Económica al Servicio de la Transformación Productiva con Equidad, Santiago de Chile, 1994.