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CAPÍTULO III
LA GLOBALIZACIÓN Y EL FUTURO DEL ESTADO.
III.4.- EL ESTADO Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES.
Una importante paradoja, en la lectura actual de las ciencias sociales, consiste en la construcción de un -en nada desinteresado- consenso que, al tiempo que les niega eficacia explicativa respecto al acontecer del presente, les exige peculiares atributos para describir el porvenir. Las modalidades de crisis y competencia, de globalización y protagonismo exacerbado del mercado, de emergencias democratizadoras y de nuevas formas de intolerancia, de incertidumbre en materias ambiental, tecnológica, demográfica y un prolongado etcétera, van construyendo un tipo de historia futura que, “una vez más, está confeccionando sus listas de ganadores y perdedores.”[1] Imaginar el porvenir, justo en circunstancias que no parecen perdurables, aparece como un imperativo de las ciencias sociales, sobre el que no escasean las más diversas aportaciones.
Esta parte del trabajo se encamina a presentar una versión resumida de algunas de las previsiones relativas al futuro escenario internacional y a discutir sobre el papel que habrá de desempeñar el Estado en ese escenario, según las previsiones de Immanuel Wallerstein, Marcel Merle[2], Paul Kennedy[3] y Henry Kissinger[4].
Ante un panorama tan generosamente salpicado de pesimismo, y frente a una interpretación que describe, desde el origen, a las relaciones internacionales como relaciones entre Estados, resulta indispensable conocer al elenco completo de actores, nuevos y viejos, en estas relaciones, así como el tipo y magnitud de las tendencias y fuerzas trasnacionales que van definiendo un nuevo papel, cualitativamente diferenciado, del Estado, mediante la evaporación de las funciones tradicionales y protagónicas que, desde el inicio de la diplomacia, ha desempeñado.
La interpretación clásica de las relaciones internacionales coincide con el surgimiento del Estado-Nación, y constituye una forma de superar a las estructuras de la sociedad política, verdaderas comunidades de la fe, basadas en una red de relaciones personales y jerarquizadas. Eso, y no otra cosa, era el fundamento del derecho natural. La construcción lógica de la teoría del estado de naturaleza, donde se buscar fortalecer el orden en el interior de las Repúblicas (hoy diríase de los Estados), para mejor oponerlo al desorden que subsiste en las relaciones entre las Repúblicas, se debe a los méritos de Thomas Hobbes:
“Mientras los hombres vivan sin un poder soberano al que todos le deban acatamiento, se encontrarán en esta condición que se llama guerra, y esta guerra es de todos contra todos. Pues la guerra no consiste en la batalla y en los combates efectivos, sino en un espacio de tiempo en que la voluntad de los hombres de enfrentarse en batallas está suficientemente comprobada.”[5] A partir de entonces, el mejor medio para impedir la violencia ha sido el poder coercitivo del Estado: “Las convenciones sin el poder de la espada, no son más que palabras, desprovistas de la fuerza capaz de asegurar a las gentes la menor seguridad.”[6] Con estos elementos, Hobbes ofrece la siguiente definición del Estado (CIVITAS, en latín): “Una persona de cuyos actos una gran multitud, por pactos mutuos realizados entre sí, ha sido instituida por cada uno como autor, al objeto de que pueda utilizar la fortaleza y medios de todos como lo juzgue oportuno para asegurar la paz y defensa común.”[7]
Merle describe dos postulados accesorios, de gran importancia, que acompañan a la adopción de la teoría del estado de naturaleza:
- La distinción categórica entre el campo de la política interior y el de la política exterior, y
- La política exterior no puede existir más que entre entidades soberanas, es decir entre los Estados, que son los únicos detentadores legítimos de la soberanía y del poder de coacción.
Por un prolongado período de la historia se juzgó que la frontera entre el orden interno de los Estados y el desorden de las relaciones entre éstos, estaba definida por la posibilidad, en el primer caso, de echar mano -o amenazar con el uso- de la coacción, circunstancia, se pensaba, de muy difícil, de imposible aplicación en las relaciones entre Estados. Eventos recientes, como la guerra del Golfo Pérsico o la invasión a Haití, han puesto en tensión a este supuesto.
Es un hecho que, en momentos de conflicto armado, el Estado se coloca por encima del resto de actores de las relaciones internacionales, aún y cuando tal conflicto se origine y desarrolle en función de los intereses de alguno de estos actores. La lógica de tal razonamiento conduce a encontrar, en una suerte de radicalismo estatista, la apología del conflicto armado: “La humanidad se ha robustecido en sus luchas eternas y sólo perecerá por medio de una paz eterna.”[8]
Para los propósitos del presente trabajo, resulta de gran interés analizar las razones por las que el Estado disminuye su protagonismo, especialmente en circunstancias en las que la lucha económica y comercial tiende a sustituir a las guerras, y es orillado a refuncionalizar su papel, tanto hacia el interior de las Repúblicas, cuanto en las relaciones con otros países.
La aparición de nuevos actores, en el ámbito de las relaciones internacionales, corresponde a una forma específica de expansión capitalista, como a una serie de ajustes radicales al derecho internacional, en su expresión tradicional. En un período considerablemente breve de la historia de la diplomacia, los Estados se ven acompañados de Organizaciones Intergubernamentales, de Organizaciones No Gubernamentales y de Firmas multinacionales.[9] La producción, el comercio y una súbita concientización sobre problemas relativos a los derechos humanos (y, dentro de éstos, a los derechos de las mujeres) y a la preservación del medio ambiente, han mostrado una difusión internacional considerablemente más acelerada que la que es presidida por la relación formal entre los Estados.
[1] Kennedy, Paul, Hacia el Siglo XXI, Plaza & Janés, Barcelona, España, 1991, p. 30.
[2] Merle, Marcel, Sociología de las Relaciones Internacionales, Alianza Editorial, Madrid, 1986.
[3] Kennedy, Paul, Hacia..., op. cit.
[4] Kissinger, H., La Diplomacia, FCE, México, 1996.
[5] Hobbes, T., Leviathan,FCE, México, 1982, cap. XIII, p. 102
[6] ibíd., cap.XVII, p. 137.
[7] ídem., cap. XVII, p. 141
[8] Hitler, Adolfo, Mi Lucha, citado en Kissinger, H., op. cit, p. 307.
[9] Merle, M., op. cit., pp. 263-392.