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CAPÍTULO III

LA GLOBALIZACIÓN Y EL FUTURO DEL ESTADO.

 

III.3.- ¿CRECIMIENTO SIN ESTADO?

 

Una muy buena parte del carácter ahistórico de las propuestas contenidas en el Informe del Banco Mundial y, en general, en las elaboraciones neoclásicas de corte monetarista, radica en la percepción que tienen del Estado y sus tareas en el crecimiento de la economía. Inflación, encarecimiento del factor trabajo, gestión del seguro del desempleo y políticas monetarias de tipo de cambio y de la oferta de dinero, son concebidas como insufribles distorsiones del mercado, carentes de justificación. Con un singular epígrafe, extraído de la obra que más claramente justifica una vigorosa intervención del Estado, El fin del laissez-faire de John Maynard Keynes, el Informe aborda el tema relativo al Estado, subordinando su actividad a los requerimientos del mercado, tanto por lo que hace a la conformación del capital humano (salud y educación), cuanto a lo relativo a la edificación de la infraestructura y el equipamiento necesarios para participar en el mercado mundial.

          El Informe hace de Michael Porter y de sus Ventajas Competitivas de las Naciones, que en nada superan a las elaboraciones ricardianas sobre el teorema de las ventajas comparativas, un referente “teórico” de gran relevancia, por el papel prescindible que otorga a las políticas públicas, a la gestión estatal del tipo de cambio y de la oferta monetaria, al establecimiento de salarios administrados y, en general, a la planeación del crecimiento del sistema económico. Todo lo que mal hace el Estado, lo hará muy bien, perfectamente, el mercado.

Las evidencias empíricas, los casos de Japón y de Corea del Sur, muestran todo lo contrario al paradigma del Banco; las economías con crecimiento cierto y perdurable, con posibilidad probada de llegar y, sobre todo, mantenerse en los mercados internacionales, experimentan un crecimiento que descansa en un proceso administrado y no en los inciertos resultados del libre juego del mercado.

          Privatizar y desregular, son las tareas que, en la retorcida lógica del paradigma en curso, deberá cumplir el Estado. Ya no tendrá que ver con la rentabilidad de las inversiones, ni con la fijación del tipo de cambio o de las tasas de interés; su nuevo papel es el de siervo del mercado, abastecedor de educación básica y de salud elemental para la población, inquietantemente acompañado de nuevos actores, con presencia internacional y capacidad de gestión, como las peculiares ONG´S, que se debaten entre el ecologismo sin saberes científicos y la religiosidad decimonónica, cuando no sirven -con desafortunado disimulo- a los intereses de poderosas empresas multinacionales.

          El liderazgo que alcanzó el Estado, en materia salarial y de derechos sociales, hoy es sustituido por la creación de filantrópicos fondos de compensación para mitigar, que no erradicar, a la pobreza. Al liderear la evaporación de los contratos colectivos, de las prestaciones y los salarios industriales y de servicios, al erradicar los beneficios del circuito financiero para la producción agrícola (precios, subsidios, seguros y crédito), no sólo sirve al mercado; comienza a eclipsar las condiciones básicas de la convivencia, a atentar en contra de la justicia, la estabilidad y, sobre todo, la paz social.

          En el mundo que nos propone el Banco Mundial, no sólo con su Informe, las certezas son terriblemente oscuras y la incertidumbre es creciente y desalentadora. Sin embargo, a partir del Informe correspondiente a 1997, la mudanza apreciable en las opiniones del Banco Mundial sobre las tareas del Estado resulta verdaderamente radical, aún cuando su impacto en el funcionamiento del sistema económico mundial es, hasta el momento, mucho menos efectivo que el que logró tener la convocatoria a someter al Estado a los designios del mercado.

Desde el subtítulo del Informe sobre el desarrollo mundial 1997: el Estado es un mundo en transformación, el Banco Mundial anuncia un verdadero replanteamiento del Estado; James D. Wolfensohn, presidente del Grupo del Banco Mundial, señala: “El tema del papel del estado ocupa uno de los primeros lugares en el programa de los países tanto en desarrollo como industriales, y la experiencia de los últimos años ha mostrado que el Estado no pudo cumplir sus promesas…Muchos creyeron que la culminación lógica de todo este proceso sería un Estado reducido a la mínima expresión. Un Estado de este tipo no causaría ningún mal, pero tampoco sería muy beneficioso. En el Informe se explica por qué este punto de vista extremo se contradice con lo que demuestran los casos de desarrollo exitoso en todo el mundo.”[1]

El mismo Informe 97, ofrece las siguientes propuestas: Un Estado eficaz -que permita el desarrollo de los mercados y contribuya a que la población tenga una vida más sana y feliz- debe concentrarse en aquello que puede hacer bien y revitalizar las instituciones públicas, asumiendo que no existe una fórmula única para edificar un Estado con tales características, aunque es posible desarrollar una doble estrategia orientadora del proceso:

a)   Acomodar la función del Estado a la capacidad de las instituciones.- Muchos Estados tratan de hacer mucho con muy poco, y a menudo acaban produciendo más mal que bien. En consecuencia, si los gobiernos se concentran bien en esas tareas públicas básicas (establecimiento de un orden jurídico necesario, mantenimiento de un entorno eficaz de políticas macroeconómicas y de instituciones financieras capaces, inversión en servicios sociales básicos e infraestructura, suministro de una red de seguridad integral para los miembros vulnerables de la sociedad y protección del medio ambiente), que ni los mercados ni las agrupaciones de voluntarios llevan a cabo, el Estado puede llegar a ser mucho más eficaz, y

b)  Mejorar la capacidad del Estado mediante la revitalización de las instituciones.- Se hace especial hincapié en la necesidad de formular normas y restricciones eficaces que ofrezcan a los funcionarios públicos incentivos para ser más flexibles (fomentar la competencia, escuchar más las opiniones de la ciudadanía y aumentar la colaboración con el sector privado) y cumplir en mejor forma su labor, pero que al mismo tiempo impidan las acciones estatales arbitrarias y combatan la corrupción arraigada.

En opinión de Joseph E. Stiglitz, Primer Economista del Banco Mundial, “Si bien la importancia de estos aspectos fundamentales se reconoce ampliamente, se están perfilando algunos nuevos conceptos acerca de la combinación apropiada de actividades del mercado y del Estado para lograr su consecución. Sobre todo, ahora tenemos conciencia de la complementariedad del Estado y el mercado: El es esencial para sentar las bases institucionales que requiere el mercado.” El Informe 97 concluye con la sugerente afirmación de que Un buen gobierno es un artículo de primera necesidad; aunque no existe compadecimiento apreciable sobre el tradicional discernimiento entre Estado y gobierno, de manera que ambos se emplean indistintamente, resulta considerable la distancia que media entre el informe de 1991 y el correspondiente a 1997, con efectos de mayor acercamiento a la realidad, en el segundo caso.


 

[1] Banco Mundial, Informe sobre el desarrollo mundial: el Estado es un mundo en transformación, Washington, 25 de junio de 1997, p. 2.