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CAPÍTULO I
REFERENCIAS HISTÓRICAS Y TEÓRICAS.
I.4.- LOS PARADIGMAS DEL COMERCIO INTERNACIONAL.
Entre las más duraderas propuestas de la teoría económica, se encuentra la propuesta ricardiana conocida como teorema de los costos comparados o teoría de las ventajas comparativas que parte de la necesidad de la especialización productiva de las naciones y favorece el desarrollo del comercio internacional. Una explicación intuitiva de este teorema puede apoyarse en las relaciones comerciales entre dos naciones:
“Una economía caracterizada por uno o más recursos productivos escasos tendrá interés en dedicarlos exclusivamente donde le proporcionen el máximo valor de productos; pero eso es impedido, en ausencia del comercio internacional, por la necesidad de producir todo, si la población demanda todo. Por consiguiente, siempre en ausencia de comercio internacional, una parte de los recursos productivos forzosamente se dedica, en forma menos eficiente que la óptima, a obtener lo que no se puede evitar producir porque la gente lo demanda. Pero en cuanto esa demanda puede ser satisfecha por el comercio internacional, los recursos nacionales ya no encuentran obstáculos para emplearse con el máximo de eficiencia, en las únicas producciones recomendadas por la técnica o por la naturaleza.”
“Supongamos que el trabajo es el único recurso escaso, y que una economía desarrollada requiere una jornada de trabajo para obtener un quintal de trigo o bien un quintal de acero; una economía subdesarrollada requiere en cambio 2 jornadas y 4 jornadas respectivamente. La economía subdesarrollada, por lo tanto, es menos eficiente, por lo que se refiere al trabajo, tanto en la agricultura como en la industria. Pero su inferioridad es más marcada en las actividades industriales. En efecto, si el trabajo estuviera plenamente ocupado, para obtener un quintal de acero más habría que renunciar solamente a un quintal de grano; la economía subdesarrollada en cambio tendría que renunciar a dos quintales de trigo, porque en ella el trabajo industrial es todavía menos productivo que el trabajo agrario. Con el comercio internacional, la economía desarrollada se especializa en la producción de acero y la economía subdesarrollada en la de trigo. Basta para ese fin con que el precio internacional del acero se fije en un nivel comprendido entre 1 y 2 veces el del trigo: por ejemplo, 1.5 veces. Entonces la economía desarrollada, en lugar de renunciar a un quintal de acero para producir un quintal de trigo, obtiene 1.5 quintales de trigo importándolos de la otra economía a cambio del mismo quintal de acero. Del mismo modo, la economía subdesarrollada, en lugar de renunciar a dos quintales de trigo para producir un quintal de acero, lo obtiene importándolo de la otra economía, a cambio de sólo 1.5 quintales de trigo. Ambas economías se benefician del comercio internacional, con respecto a la situación de autarquía, porque ambas limitan el empleo de su propio trabajo a lo que sabe hacer mejor (o menos mal).”[1]
David Ricardo mismo, considerando días trabajo necesarios para producir una unidad de vino y una unidad de tela, propuso el siguiente ejemplo:
DÍAS DE TRABAJO PARA PRODUCIR UNA UNIDAD DE:
PAÍS
VINO
TELA
En Portugal
90 días
80 días
En Inglaterra
100 días
120 días
Aún cuando Portugal produce ambos artículos a menores costos en días de trabajo, le conviene comerciar con Inglaterra si a cambio de una unidad de vino que le cuesta 80 días recibe una unidad de tela que le cuesta 90 días, ahorrándose 10 días. A Inglaterra le conviene también el cambio porque por una unidad de tela que le cuesta 100 días recibe una unidad de vino que internamente le cuesta 120 días, ahorrándose 20 días.[2]
Entre las observaciones críticas de la aportación de la teoría de las ventajas comparativas, destaca el carácter estático del contexto en el que se presenta: “Confiarle la especialización productiva de un país significa mirar al presente, más que al futuro . En efecto, el teorema ignora las posibilidades evolutivas tanto de la técnica como de la demanda mundial de productos.”[3]Otra crítica se refiere a la supuesta inmovilidad de los factores productivos que la teoría de las ventajas comparativas supone.[4]
Pese a la consistencia de las críticas, el teorema ricardiano y, en general, la teoría clásica del comercio o del intercambio internacional ha presidido el desarrollo teórico del tema, con aportaciones de destacados economistas de la talla de John Stuart Mill, Alfred Marshall, Frank W. Taussig, hasta llegar a P.A. Samuelson. No es exagerado afirmar, incluso, que la supuesta ruptura epistemológica que -se dice- significa la creación del paradigma de las ventajas competitivas, tenga muchas más deudas teóricas con David Ricardo de las que se muestra dispuesto a reconocer.
La conversión del teorema de las ventajas comparativas en un sistema dinámico, incluida la movilidad de los factores productivos, arroja un instrumento teórico de mucho mayor alcance, sin duda, que las formulaciones de M. Porter.
Con el final de los años ochenta, que tantas cosas se llevaron, se pretendió extender el acta de defunción de la teoría ricardiana de las ventajas comparativas, a partir de las elaboraciones de Michael Porter, enderezadas en el propósito de originar un nuevo paradigma, en el que las ventajas de la producción y el comercio dejaban de ser comparativas para convertirse en competitivas.
La llamada gestación del nuevo paradigma, parte de diagnosticar una considerable pérdida de eficacia explicativa, tanto en las teorías cuanto en los instrumentos empleados en la comprensión de los principales acontecimientos recientes en el escenario económico internacional. Los análisis de balanzas de pagos, los correspondientes al subconjunto de balanzas comerciales, los relativos a precios y salarios, los que se fundan en el tipo de cambio, aquellos que parten de la abundancia o escasez de los recursos naturales, los que encuentran las potencialidades exportadoras en las empresas con mayor productividad relativa interna; en fin, las propuestas conocidas de explicación del éxito económico de algunas industrias y de las naciones que las hospedan, ni en conjunto ni en lo particular ofrecen las respuestas que permitirían hablar de un paradigma consistente con los eventos que dan cuenta de la interdependencia y de la globalización, en ambientes de competencia creciente.
El proceso de especialización productiva, variable explicativa del actual intercambio, ha transitado de las ventajas comparativas hacia una nueva dimensión, a la que M. Porter denomina de las ventajas competitivas, en la que la productividad de algunas ramas industriales o de servicios, o algunos segmentos de ellas, encuentra condiciones más propicias en determinadas naciones -en rigor, regiones de naciones- para alcanzar el éxito, entendido como una participación ventajosa y perdurable en el mercado, capaz de vencer a los adversarios, sean nacionales o extranjeros.
Los sucesos económicos en curso, los de la competencia internacional, no desconocen la presencia tradicional de las políticas públicas en el escenario del comercio internacional. No obstante, de ellas no se sigue ningún éxito ni productivo, ni comercial, ni -en su caso- duradero. Ni en términos fiscales ni en términos monetarios pueden construirse efectos de largo aliento en el horizonte de la competencia internacional. Ello es así porque la tendencia más vigorosa apunta a otorgar el papel más relevante, en el elenco de las confrontaciones comerciales, a las tecnologías y a los recursos humanos capaces de producir más y mejor, de innovar productos y procesos, en la lógica de buscar, por encima de otras consideraciones, la más alta y homogénea calidad.
El llamado Diamante Nacional, compuesto por a) las condiciones de los factores; b) las características de la demanda; c) los sectores afines o de apoyo, y d) la estrategia, estructura y grado de rivalidad de las empresas, con los complementos del gobierno y la casualidad, constituye los elementos clave del éxito que una determinada región de una nación hace posible para las empresas que hospeda, asumiendo que ninguna nación es exitosa en todas las ramas productivas.
De esta manera, los análisis económicos que tradicionalmente se han intentado y que, hasta el inicio de los años setenta, explicaron las modalidades y fundamentos de la competencia internacional, hoy no nos explican prácticamente nada. Así, el carácter deficitario o superavitario en la balanza comercial -según el nuevo paradigma- no conforma una variable explicativa del éxito; otro tanto sucede con los salarios nominales altos o bajos, con el añadido de que las economías que hoy operan en el primer supuesto están más cerca del éxito que las que actúan en el segundo; el tipo de cambio, frente a lo que invariablemente se ha asumido -que el crecimiento constante, hasta cierto límite, en las estrategias devaluatorias favorece la expansión exportadora-, no explica el éxito productivo y comercial de las naciones; en ese éxito se desempeñan, por igual, países con monedas débiles y países con monedas fuertes; el carácter de deudor o de acreedor de la economía mundial, al menos para el caso de las desarrolladas y dentro de ciertos límites, tampoco establece una frontera entre el éxito y el fracaso de las economías y de las empresas.
¿Cómo se explica el éxito de las empresas y las naciones en las que operan, y cómo se mide tal éxito? El éxito se explica por una situación productiva y comercial ventajosa frente a los competidores de dentro y, fundamentalmente, de fuera, y se mide por los niveles de calidad de vida de la población y por la cobertura de los beneficios, dependiendo ambos elementos del tamaño y del patrón de distribución del ingreso nacional.
Por lo anterior, resulta fundamental la caracterización de las esferas de la producción de bienes y de servicios en las que es posible la especialización, siempre que se disponga de tecnología de punta y de capital humano para la producción que se trate; las dos disposiciones planteadas deben ser juzgadas en una perspectiva internacional y no en el ámbito doméstico.
La disponibilidad nativa de los insumos necesarios y el tamaño de la unidad de salario, en este paradigma, ocupan un lugar secundario, toda vez que el propósito central es la obtención de alta calidad y de productividad creciente. Contra la teoría tradicional de las ventajas comparativas, la de las competitivas propone la búsqueda de altos precios, partiendo del supuesto de que el tema central es la calidad y no los precios, con lo que será mayor el efecto en el ingreso nacional.[5]
[1] Ricossa, Sergio, Diccionario de Economía, Siglo XXI Editores, México, 1990, pp.104-105.En la crítica al teorema de los costos comparados, Ricossa explica: “Algunos artículos tienen, por la ley de Engel, una demanda poco elástica respecto al ingreso gastable, es decir una demanda que tiende a crecer en el tiempo menos que proporcionalmente al crecimiento del ingreso mundial. Por lo tanto, el que se especialice en la producción de tales artículos vende en mercados de lenta expansión. Por el contrario, muchos productos industriales registran una demanda muy elástica, y sus mercados se expanden más rápido que el ingreso mundial.” p.106. Al respecto de la ley de Engel (1821-1896), se recuerda la observación de Adam Smith, “nuestro estómago tiene una capacidad limitada.”, op.cit., pp. 246-247.
[2] D. Ricardo, Principios de Economía Política y Tributación, FCE, México-Buenos Aires, 1959, capítulo VII. La condición inescapable consiste en que la ventaja o desventaja fuera de diferente proporción en cada artículo. Cfr. Torres Gaytán, Ricardo, Teoría del Comercio Internacional, Siglo XXI Editores, México, 1980, pp. 85-87.
[3] Ricossa, S., op. cit., p. 106.
[4] Cfr. Manchón, Federico, op.cit., pp. 41-49.
[5] Cfr. Porter, Michael E., Las Ventajas Competitivas de las Naciones, Plaza & Janés, España, 1991.