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PRESENTACIÓN GENERAL
A) La presente investigación, desarrollada en el propósito de obtener el grado de doctor en ciencias de política internacional, del programa de doctorado en ciencias sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, tiene como objeto principal de estudio las variaciones que ha experimentado la política exterior del Estado mexicano, a partir de la apertura económica y comercial, característica del llamado proceso de globalización y, más específicamente, de los que ha originado la firma y operación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
B) La pertinencia del tema la encuentro justificada a la luz de dos importantes circunstancias. La primera, como es lógico, está referida a la enorme trascendencia de los eventos con los que México intenta tomar un sitio en el nuevo orden mundial, al que -tras la conclusión de la Guerra Fría- caracteriza una profunda incertidumbre; no es exagerado afirmar que la operación del TLC es el evento económico de mayor trascendencia en el funcionamiento del sistema económico mexicano de fin del milenio, tanto para bien como para mal, y que una parte mayoritaria de los estudios al respecto se ha aplicado a la condena o la apología, sin mayores profundizaciones respecto al ritmo y profundidad del variado impacto de ese instrumento. Si bien comparto la idea de que es muy temprano para realizar una evaluación plausible de los efectos económicos del tratado, considero que ya están a la vista efectos políticos e institucionales que no han ocupado mayor espacio en las (pre)ocupaciones de los especialistas. De la parte relativa a esos efectos, especialmente sobre la hinchada tradición de la política exterior del gobierno mexicano, trata esta investigación.
La segunda circunstancia que alienta este trabajo es el corto camino que ya he recorrido sobre el tema, y cuyo más notorios logros se recogen en el libro El TLC de Norteamérica y la Persistente Incertidumbre, que elaboré con el maestro José Flores Salgado, y que obtuvo el reconocimiento de resultar ganador en el concurso del Libro de Texto de la UAM Xochimico, en 1992. En mis primeras indagaciones sobre el TLC, el punto dominante lo constituyeron aquellos componentes del instrumento que provocaban la mayor incertidumbre, algunas ramas productivas -como la agricultura y la energía- y el muy complicado mecanismo de tratamiento de controversias. Mucho habrá que observar del comportamiento futuro de ramas con diversos grados de comercio intrasectorial incrementado -una buena vía de análisis de los avances en la especialización productiva-, sin menoscabo del más que urgente examen de la parte financiera (el espejo deformado y terrible de la globalización, según Carlos Fuentes), para arribar a algunas conclusiones relevantes sobre el tratado.
C) De la extraordinaria tradición de finales de los años sesenta, empeñada en definir el hilo conductor de los trabajos de investigación, la definición de el o los elementos articuladores de cualquier texto, debo precisar los que juegan ese papel en la presente investigación. De manera similar a la excelente descripción que hace Karl Polanyi de las cuatro instituciones que caracterizaron a la paz de los cien años, desde la segunda década del siglo XIX hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, y que fueron: i) el equilibrio de poder entre las potencias; ii) el libre comercio; iii) el patrón oro, y iv) el Estado liberal, he juzgado conveniente intentar el análisis de aquellas instituciones que, tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, caracterizaron al orden internacional que conocimos entrampado en la Guerra Fría -desde la evaporación de las colonias, el conflictivo diálogo Este-Oeste, la semi-industrialización de parte del tercer mundo, la emergencia socialista en sociedades no desarrolladas y el papel de los organismos multilaterales en la definición de políticas económicas no siempre enderezadas en el propósito del crecimiento con equidad-; al lado de los inconvenientes alineamientos, de la recurrencia de enfrentamientos violentos y del encumbramiento de gobiernos autoritarios al servicio de cualquiera de los dos bloques hegemónicos, la Guerra Fría fue un periodo de estabilidad, de certidumbre que, en el caso extremo de Eric Hosbawm, llegó a juzgarse como una moderna Edad de Oro. De ella, derivó un congelamiento de las relaciones internacionales; una era de prosperidad en prácticamente todo el mundo, y el crecimiento difícil de creer de la producción y el comercio de armamento, de todo el variado espectro imaginable.
La etapa posterior, con una caracterización presidida por la globalidad, ha arrojado una pesada carga de incertidumbre al futuro del planeta, bajo la muy reducida eficiencia de las instituciones del pasado inmediato y la prolongada posposición para el surgimiento de las instituciones del presente y del porvenir. La exaltación de muy exageradas bondades del mercado, la reducción brutal de las acciones del Estado, la evaporación de los más indispensables procesos de regulación económica y la desarrollada competencia entre los tres bloques regionales, hasta hoy visibles, conforman el telón de fondo en el que se intentan construir, desde los Estados Unidos, los nuevos instrumentos institucionales de la organización planetaria: i) el libre comercio; ii) la democracia representativa; iii) la vigencia plena de los derechos humanos; iv) la preservación de medio ambiente, y v) el combate a la migración, al narcotráfico y al terrorismo.
Las recientes, y recurrentes, turbulencias financieras, la enorme anomalía de un creciente desempleo, el lamentable ensanchamiento de la franja de la pobreza y la marginación, la acelerada ampliación de la desigualdad entre las naciones y al interior de ellas, el hinchado deterioro ambiental (que venía acumulándose desde mucho antes, a partir de la frase decimonónica: “Donde hay suciedad, hay dinero) y los frecuentes quebrantos económicos han sido, en conjunto, el más completo cuerpo de evidencias de una vulnerabilidad institucional, también globalizada, en la que las naciones no logran definir ni su sitio ni sus quehaceres en el nuevo (des)orden internacional.
El tránsito apresurado de las tareas del Estado, al principio de la actual década sometido a las promesas -todas plausibles- del mercado amigable y, muy recientemente, convidado de nueva cuenta a ampliar y desarrollar con gran eficiencia sus funciones, ilustra sobradamente la pusilanimidad reinante en los organismos multilaterales, como el Banco Mundial, que en sus más recientes informes abordan el problema del Estado, opinando que un buen gobierno es un artículo de primera necesidad.
La metamorfosis de planteamientos de organismos regionales, como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), ya sin propuestas de desarrollo económico y de industrialización, aterriza en un confuso regionalismo abierto, subordinado a la nueva centralidad hemisférica de los Estados Unidos, de la que, también, procede la convocatoria a generalizar la firma y operación de instrumentos de libre comercio.
El caso del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), que agrupa a los sistemas económicos de México, Canadá y los Estados Unidos, entre otras paradojas incluye a tres economías que tradicionalmente han sido sólidas practicantes del proteccionismo, aunque claramente diferenciadas, con historias que obligan a un importante discernimiento.
Inmerso en estas grandes transformaciones, el caso de México es el de la historia de una búsqueda por encontrar su sitio en el concierto de las naciones, basado en una peculiar tradición de política exterior y en muy sólidas instituciones que la han regulado. Tempranamente conducido por el Estado, tempranamente sometido a la fuerza de los oligopolios, tempranamente dotado de una percepción de su papel en el mundo, México encontró una fuerza inspiradora en las trascendentes aportaciones del internacionalista argentino Carlos Calvo (1824-1906) con la que no compite ninguna otra nación en el mundo.
Con esa inspiración se expresó el triunfo liberal de 1853; con ella, durante el porfiriato, se establecieron las reglas para la inversión extranjera; es la misma inspiración con la que se elaboró el artículo 27 constitucional, el más debatido por el constituyente de 1917; en ella se apoyaron las enormes aportaciones, que alcanzaron categoría de doctrinas, de Venustiano Carranza, Genaro Estrada e Isidro Favela; de esa fuerza inspiradora, hasta 1973, surgió la Ley para promover la Inversión Mexicana y Regular la Inversión Extranjera, liquidada por la administración de 1988-1994. Ese extraordinario elemento, esa inspiración de nuestra política exterior, esa enorme institución ha resultado borrada de un plumazo por la aceptación del TLC, especialmente de su capítulo XI.
Frente a estas perspectivas, el elemento central en la articulación de los diversos temas abordados, es la relación que México ha guardado con este cambiante orden internacional, especialmente con su más inmediato entorno, los Estados Unidos, no sólo como una rendición a la evidencia de una vecindad en verdad asimétrica, sino, fundamentalmente, por lo que ha sido, y pretende reeditarse en la actualidad, una sólida y prolongada hegemonía estadunidense en todo el mundo.
D) El plan de trabajo que he tratado de cubrir, parte de las referencias teóricas e históricas que agotan el primer capítulo de esta investigación y que incluyen, en primer lugar, el examen del moderno sistema mundial, de acuerdo con la más conocida obra de Immanuel Wallerstein, así como las interpretaciones wallerstenianas de la hegemonía y el caos, en un esfuerzo especulativo por definir el escenario hegemónico del primer cuarto del siglo XXI, en clara disputa entre los tres bloques regionales existentes, a los que no parece preocupar excesivamente la evaporación de la paz, la legitimidad y la estabilidad mundiales; este primer capítulo también aborda la cuestión de los paradigmas del comercio internacional, la extraordinaria aportación ricardiana de las ventajas comparativas y la elaboración de Michael Porter de las ventajas competitivas, con un énfasis especial en el célebre diamante que determina a la ventaja competitiva nacional.
El segundo capítulo está destinado a examinar la evolución de la América latina, tanto por constituir el entorno inmediato de México, cuanto por la conveniencia de abordarlo como un problema original, a la luz de las teorías autóctonas del desarrollo y de la dependencia. En la lógica reciente de la regionalización, su importancia se incrementa por conformar el espacio de la estrategia estadunidense que se esbozó con el célebre discurso del expresidente Bush (Iniciativa para la Empresa de las Américas) y de la que han surgido nuevas interpretaciones, incluso en la propia Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). En este capítulo, se recoge la muy atendible periodización del desarrollo de la región, así como las escasas coincidencias y notorias diferencias entre las versiones de la primera CEPAL y los dependentistas, hasta el muy desfigurado rostro de la nueva CEPAL, para arribar a las características actuales, y a la pesada sombra de la incertidumbre, con las que se mueve el sistema económico regional.
En el capítulo tres, consagrado a analizar el papel del Estado en el fenómeno globalizador, se intenta describir la institucionalidad eclipsada con el fin de la Guerra Fría y el bajo perfil de las instituciones que la sobreviven, especialmente apreciable en las relaciones internacionales, frente a un cambio radical en las prioridades de las grandes potencias, especialmente los Estados Unidos de América, dentro de un nuevo esquema de recurrencia del ciclo económico, con nuevas variables explicativas. Se reflexiona acerca de las posibilidades de un crecimiento económico sostenido y estable sin la participación estratégica del Estado, y se elaboran previsiones sobre un nuevo papel gubernamental en las relaciones internacionales, así como sobre el futuro del Estado.
El capítulo cuarto se ocupa del examen del nuevo orden internacional, partiendo del cuerpo de reflexiones con el que Immanuel Wallerstein nos coloca en un periodo posterior al liberalismo. Brevemente se analizan las características del Bloque asiático, de un lado, y el que conforman Europa y los Estados Unidos, comprometidos, según Samuel Huntington, en una nueva cruzada occidental.
El quinto capítulo analiza la historia y las características generales del TLC, así como los casos de los Estados Unidos y el Canadá, con un enfoque en el que se privilegia el análisis histórico, con el ánimo de precisar las inclinaciones proteccionistas que han sostenido a las definitivas definiciones de estrategia económica así como a los más notorios avances, en momentos particularmente trascendentes en la historia de ambos países.
El capítulo seis, el más largo de todos, está consagrado a analizar la historia de la economía, la política y la diplomacia mexicanas, desde la creación de las primeras instituciones de la revolución de México, hasta la firma e incipiente operación del TLC.
Las conclusiones, por último, ubican el evento, profundo y radical, de las notables mudanzas -doctrinarias y prácticas- que ha sufrido la política exterior de México, con el abandono de la doctrina y la cláusula Calvo, y de sus meritorios frutos nacionales, las doctrinas Carranza y Estrada y el artículo 27 constitucional, a partir de la inclusión del capítulo XI del TLC, como una revisión de las relaciones de México con el exterior, despojada del más elemental nacionalismo.
E) Para el desarrollo de este trabajo, debo agradecer las atenciones y comprensión extraordinaria que invariablemente recibí del doctor José Luis Orozco Alcantar, quien dirigió esta investigación, por sus frecuentes y acertadas orientaciones; agradezco las atenciones proporcionadas por el doctor Federico Manchón C., Coordinador del Programa de doctorado en Ciencias Sociales de UAM Xochimilco. Tengo un reconocimiento especial para el doctor Cuauhtémoc Pérez Llanas, exjefe del departamento de Producción Económica de la UAMX, quien me proporcionó apoyos diversos para cursar el doctorado y desarrollar esta investigación.
La lectura y observaciones diversas, todas atendibles, de los doctores José Ayala Espino y Alejandro Álvarez Bejar, me vuelven a colocar en la condición de agradecido deudor con estos antiguos y entrañables amigos.
Disfruto del entusiasta apoyo de mis padres y hermanas, en proporciones que me obligan, de nueva cuenta, a hacer público mi mayor reconocimiento. Mis tres hijos, Adela, Jorge Federico y José María han seguido mis pasos por este trabajo con paciente y cariñosa solidaridad. Su sola existencia sería motivo suficiente de agradecimiento.
De mi mujer, Elsa Cadena González, a quien dedico este trabajo, he recibido todo. Y, aunque no lo acostumbramos, se lo agradezco profundamente.