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La versión alternativa del desarrollo sustentable.-

A diferencia del objetivo que persigue la versión de la sustentabilidad en el Norte, en el Sur se ha recreado el término para estructurar luchas contra la pobreza y la explotación capitalista de la naturaleza. Estas luchas están íntimamente ligadas a la defensa del territorio regional y no sólo con la defensa del espacio que les definen los gobiernos. El discurso remedial de la naturaleza del Primer Mundo se ha convertido en una estrategia de defensa del territorio para los pueblos rurales del Tercer Mundo. Al ver los pueblos rurales el súbito interés por la riqueza ambiental ubicada dentro de su territorio, se inició un proceso de concientización sobre la importancia para la gente de otras latitudes. Específicamente, cuando van y les hablan sobre la necesidad urgente de recuperar y preservar muchas de las especies de flora y fauna porque se encuentran en peligro de extinción. Sin embargo, aunque lo anterior es positivo si se toma como estrategia para la defensa y control del territorio (Barkin, 1998), para muchos de esos pueblos rurales - que aún no han visualizado esa invasión como una oportunidad para ganar espacios políticos dentro de la sociedad dominante - esta nueva colonización ecológica puede tener dos efectos negativos: por un lado, expropiarles y despojarlos de su territorio por considerarlos depredadores de esos últimos espacios connotados como paraísos; y por otro lado, etiquetarlos como parte del paisaje ecológico y evitar su extinción, responsabilizándolos del cuidado del bosque sin tener ellos la posibilidad de participar en el diseño de los programas de desarrollo por ser objeto de la recuperación, preservación y folclorización (o ridiculización) de sus culturas en el último de los casos. “[El] problema fundamental [de los programas ambientalistas del Norte] es [que] la relación con el medio ambiente depende a menudo de una clasificación de los pueblos indígenas como parte de la “fauna” de la zona. [Es decir], se ha reciclado la antigua identificación occidental de los pueblos indígenas con la naturaleza en el contexto en la oposición naturaleza/civilización, aunque los signos valorativos han quedado invertidos. [Los representantes del paradigma “salvemos la Tierra” como] el Banco Mundial, el BID y otros grupos internacionales simplemente consideran los asuntos indígenas como asuntos ecológicos” (Assies, et al, 1999:12).
Este concepto erróneo, sobre las culturas campesinas en el mundo moderno, contrariamente, es visto con respeto dentro del discurso alternativo con perspectiva ecológica. Este reconoce que la actualización (léase: recuperación del conocimiento erosionado por la intervención, en las vidas campesinas, de “expertos occidentales u occidentalizados” en diferentes momentos históricos) de los comportamientos de los habitantes rurales son vitales, ya que estos se han labrado a través de la relación cotidiana con la naturaleza; la importancia de este conocimiento para la sustentabilidad alternativa se encuentra enmarcada en tres dimensiones a recuperar y fortalecer: “a) la definición de cómo debe ser la relación tierra-hombre en la producción de sus alimentos y satisfactores básicos; b) la definición de la conceptualización que el hombre hace de esa relación tierra-hombre, es lo que se llama la cosmovisión que encierra mitos, conocimientos, ensoñaciones, ideas, percepciones; y, c) la religación entre la especie humana y la diversidad de especies en el mundo natural” (Toledo, 1997: 111-135). Este reconocimiento debe dimensionarse a través de las formas productivas que las comunidades indígenas y rurales – sin olvidar que son híbridas y modernas conjuntamente – presentan, porque regularmente son menos dañinas para los sistemas ecológicos, ya que han funcionado por siglos para la conservación de la diversidad biológica y paisajística; y, aunque hoy tengan tendencias depredadoras –debido al despojo territorial que han sido protagonistas- guardan rasgos fuertes hacia la conservación de los ecosistemas.

Las características anteriores hacen que un número de comunidades relegadas y olvidadas en el Tercer Mundo hayan decidido tomar la disposición de Occidente de inyectar capital para reconstruir la riqueza natural como una oportunidad para fortalecerse y al mismo tiempo encontrar... “alternativas al desarrollo y no de desarrollo, es decir, la superación de lo imaginario convencional del desarrollo de tipo eurocéntrico” (Escobar, 1995:403). A este proceso más allá del desarrollo y no de desarrollo se le ha definido también como el ambientalismo de los pobres (Toledo, 2000); hoy, el concepto ha sido retomado por lo teóricos del Sur como una estrategia de rechazo del discurso desarrollista. Sin embargo, aunque la estrategia persigue un fin común: la desconstrucción del paradigma occidental, su formulación está matizada por la diferencia porque encierra las experiencias de las diversidades locales. Pero, a pesar de su diversidad tiene algunas preocupaciones e intereses similares: defiende el conocimiento local y la diversidad socio-cultural; mira críticamente a los discursos científicos establecidos; y defiende y promueve los movimientos locales y pluralistas (Escobar, 1995). Leff (1998) argumenta que el principio de la sustentabilidad en el Sur es una marca límite y un signo que reorienta el proceso civilizatorio de la humanidad. Este, reintegra los valores y potencialidades de la naturaleza, las externalidades sociales, los saberes subyugados y la complejidad del mundo negados por la racionalidad mecanicista, simplificadora, unidimensional, fraccionadota, que ha conducido al proceso de modernización. Leff (1998: 15-18), dentro de su trabajo, específica que: “[l]a [racionalidad ambiental, contrariamente a la racionalidad mecanicista], problematiza las bases mismas de la producción; apunta hacia la desconstrucción del paradigma económico de la modernidad y a la construcción de futuros posibles, fundados en los límites de las leyes de la naturaleza, en los potenciales ecológicos y en la producción de sentidos sociales de la creatividad humana. El [concepto de] ambiente es un saber reintegrador de la diversidad [ecológica y sociocultural], de nuevos valores éticos y estéticos, de los potenciales sinergéticos que genera la articulación de procesos ecológicos, tecnológicos y culturales” (Leff,).
La agenda mundial sobre el desarrollo sustentable, reconoce la importancia de la participación activa de los pueblos indígenas en los proyectos sustentables. En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo llevada a cabo en Río de Janeiro en 1992, se generó un documento llamado la Agenda 21. En este se declara la trascendencia para los pueblos indígenas de su participación en el diseño y ejecución de las prácticas de desarrollo sustentable y el control sobre su territorio: “Debe reconocerse globalmente que las tierras de los pueblos indígenas deben ser protegidas de actividades que sean ecológicamente dañinas y de las acciones que los pueblos indígenas consideren ser social y culturalmente inapropiadas. En este sentido, debe haber reconocimiento que la dependencia tradicional en los recursos renovables y los ecosistemas, incluyendo la agricultura sustentable, continua siendo esencial para el bienestar cultural, económico y físico de los pueblos indígenas. Algunos pueblos indígenas pueden requerir un mayor control sobre sus tierras y una mayor oportunidad para administrar ellos mismos sus recursos, incluyendo la participación en el establecimiento y administración de las áreas protegidas ” (Sitarz, 1994: 269). La Agenda 21 promueve, aunque no en forma extensa, el reconocimiento de proyectos que integren todas las diversidades que existan en un territorio para evitar una mayor devastación de los recursos naturales. Los pueblos indígenas tienen mucho que ver en la mitigación de la crisis ambiental porque ellos han generado a través de los tiempos un conocimiento científico tradicional de manera holística con sus territorios y con los ecosistemas inmersos en ellos.
La importancia de estructurar proyectos que integren la diversidad cultural y social estriba en evitar la continuación de la pérdida de hábitats a través de la construcción de megaproyectos de desarrollo como el erigido en 1984 en la Costa de Oaxaca (Barkin y Paillés, 2000). En el afán de llevar la modernidad a los pueblos campesinos y pescadores de la zona, el gobierno federal representado por el Fondo Nacional para el Fomento al Turismo (FONATUR), expropió 21,163 hectáreas en 30 kilómetros de franja costera. Estas, después fueron ofrecidas a inversionistas extranjeros y nacionales para que fincaran sus fastuosos hoteles dentro del Desarrollo Turístico llamado Bahías de Huatulco. Como ya es típico de estos proyectos, dentro de su diseño no se consideró ni remotamente el compartir con los habitantes originales el “progreso” traído por las transnacionales; sino todo lo contrario, el despojo es llevado por oscuros caminos de convencimiento: la noche del 4 de noviembre de 1989 Alfredo Lavariega, líder de campesinos y pescadores, fue asesinado por defender su territorio y el de sus compañeros comuneros. En una palabra, tanto para el Estado como para las corporaciones y la burocracia del desarrollo los habitantes rurales son objetos desechables porque su pasado, su presente y su futuro son borrados con la firma de un convenio en algún lugar lejano y lujoso, empujando el destino de la flora, la fauna y los habitantes de la región hacia la extinción.
Esta nueva concepción integral del uso de los recursos naturales es la vía del proceso de reconciliación con todo lo erosionado por la concepción capitalizada de la naturaleza. Una de las características significativas de esta reconciliación es que siempre está en proceso de construcción porque está inmerso en la diversidad de las culturas de las realidades olvidadas de los países del Tercer Mundo. En este sentido, la conceptualización alternativa del Sur no establece como un hecho que los indígenas y campesinos sean personajes que interactúan de manera sustentable con sus entornos y evita a toda costa de culpar a la víctima de su propio mal cómo se hace en el Reporte Bruntland. Contrariamente, enfatiza que lo sobresaliente de estas sociedades de subsistencia es que su conocimiento no es sistematizado, es un conocimiento empírico renovado en la cotidianidad, principalmente porque es “recopilado” a través de la socialización constante con la naturaleza. A partir de esto, la participación de las bases (Barkin, 1998) en el “reciclaje” de la sustentabilidad es lo que le aleja de la rigidez propia de los diseños acartonados. Sin embargo, las sociedades ubicadas en la riqueza natural y la pobreza material, aún no están capacitadas en los saberes occidentales; por eso para bien o para mal de las comunidades, las intermediarias “al desarrollo” (Escobar, 1995) son las Organizaciones No Gubernamentales, siendo ellas las que generalmente llevan sus casos ante las agencias burocráticas internacionales o nacionales. Esta participación virtual guarda sólo la esperanza frágil de la ética a prueba de fuego de la agencia “articuladora de culturas”
Sin embargo, para el éxito de este proyecto, la participación de las bases: “es un prerrequisito fundamental para cualquier programa de sustentabilidad, ya que la mayoría de los análisis técnicos destacan que los patrones que perpetúan estas desigualdades conducen a una mayor degradación del ambiente” (Barkin, 1998:61). Por lo tanto, una verdadera participación en el diseño de los proyectos que les impacten y el control del territorio, promoverán no sólo la autosuficiencia de los pueblos rurales sino, también, fortalecerán sus sociedades económica, social y políticamente; trayendo en consecuencia la recuperación y conservación de los ecosistemas donde están inmersos, porque serán la materia prima para la reconstrucción de su proyecto de vida. Además, al mismo tiempo continuarán con el suministro de los mismos servicios ambientales que hasta ahora han proveído - actividad no valorada por el resto de la sociedad.