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Las denuncias y tratados ecológicos.-
La Primavera Silenciosa de Rachel Carlson (1962) fue una de las primeras denuncias ecológicas que abrió las puertas a un mundo de estudios que ponían al descubierto la irracionalidad económica y los límites del crecimiento. En 1972 se celebra la primera reunión mundial sobre medio ambiente llamada “Conferencia sobre el Medio Humano” llevada a cabo en Estocolmo. En el reporte “Los Límites del Crecimiento” (Meadows et al, 1972), se pone en claro que el tipo de desarrollo actual no será posible sostenerlo interminablemente en el tiempo ni en el espacio, si este continúa con las mismas formas de apropiación -irracional y desmedida - de los recursos naturales para uso del crecimiento poblacional e industrial. Este documento, muy controvertido, pronostica que estas racionalidades basadas en las economías capitalistas llevarán a los sistemas mundiales a un colapso sin precedentes en el próximo siglo.
El debate teórico y político fue intensificado a partir de la definición de los límites del crecimiento, utilizado para descubrir la importancia de la naturaleza en la internalización de las externalidades socioambientales del proceso de desarrollo. Al mismo tiempo, nacen las estrategias del ecodesarrollo promoviendo nuevos estilos de desarrollo conformados dentro de las potencialidades de los ecosistemas y el manejo moderado de los recursos aprovechables (Sachs, 1982). Un año antes de la emisión del reporte “Los Límites del Crecimiento”, Georgescu Roegen (1971) en su libro “La ley de la entropía y el proceso económico” define los límites físicos que impone la segunda ley de la termodinámica a la expansión de la producción. Él dice que el crecimiento económico se alimenta de la pérdida de productividad y desorganización de los ecosistemas y se enfrenta a la ineludible degradación entrópica de los procesos productivos. Esto significa que, el aumento de entropía lleva a una disminución de energía disponible tomada de los recursos no renovables como el petróleo y los recursos naturales para convertirla en bienes, a su vez. Con la pérdida de recursos hay una pérdida de la productividad debido a la escasez, lo que hace aumentar la búsqueda de alternativas energéticas para mantener dicha productividad, incrementando el uso de la energía disponible a través de otros energéticos como el carbón; energético que cuando es usado se convierte en calor, que se dispersa en el ambiente produciendo el calentamiento global. “Cada vez que ocurre algo en el mundo natural, cierta cantidad de energía [disponible] acaba volviéndose inutilizable para realizar un trabajo en el futuro. Parte de la energía no disponible se convierte en contaminación, es decir, en energía disipada que se acumula en el medio ambiente y plantea una grave amenaza al ecosistema y a la salud pública” (Rifkin, 1990:61).
Debido a la creciente crisis ambiental, el Primer Mundo empezó a acuñar un nuevo discurso; al que llamó desarrollo sustentable, emitido por primera vez por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN). El concepto estuvo enmarcado dentro de la “Estrategia Mundial de la Conservación”, que definía a la sustentabilidad dentro de tres importantes rubros: el mantenimiento de los procesos ecológicos, el uso sostenible de los recursos y el mantenimiento de la diversidad genética (Enkerlin et al, 1997). El discurso se presentó como preservador de la naturaleza sin que la causante de la crisis ambiental (la economía capitalista) fuera cuestionada desde sus bases destructoras como la acumulación y desperdicio de recursos naturales por los habitantes del Primer Mundo. En el Norte, el discurso de la sustentabilidad se ha basado solamente en la preservación de los espacios naturales a través de la construcción de parques nacionales de reservas ecológicas, donde no exista la perturbadora presencia de los seres humanos – ni de aquellos que vivían desde tiempos inmemoriales en el lugar. La idea ha sido abrazada también en el Tercer Mundo donde se han hecho reservas naturales desalojando a las personas que habían habitado esos espacios por cientos de años. El desalojo está basado en el pensamiento de que los campesinos tienden a depredar los ecosistemas en su afán de continuar con sus prácticas de cultivo y religiosas .
La irracionalidad económica presentó con más crudeza su impacto en los años ochenta cuando el problema de la contaminación ambiental en el planeta tuvo contextos alarmantes, trayendo como resultado un mundo en estado de emergencia ambiental, social y económica. Emergencias ocasionadas, principalmente, por tres factores de acción convergentes: a) la mayoría de las industrias ubicadas en los grandes conglomerados urbanos habían sobrepasado los límites de emisión; ésto unido a las grandes cantidades de desechos domésticos, estaba provocado alteraciones en el ambiente de magnitud muchas veces poco medibles, pero evidentemente perjudiciales (Wackernagel, 1996); b), el desarrollo económico actual, fincado en la premisa del beneficio monetario, estaba impactando de sobremanera el ámbito rural con su política de industrializar el campo; esta política dejaba a las comunidades campesinas con pocas posibilidades de sobrevivir con sus métodos de siembras tradicionales, al instalar la agricultura capitalista sobre el deterioro de los nutrientes que conforman la fertilidad de los suelos (Barkin, 1991); y, c) la internacionalización del capital que finalmente ha redundado en la globalización de las economías, trayendo como resultado consecuencias desfavorables a millones de residentes urbanos que hoy viven con remuneraciones miserables, sufriendo el desempleo involuntario debido al uso de nuevas tecnologías que han ido desplazando la fuerza de trabajo (Rifkin, 1996). Además, la profunda división entre la concentración de la riqueza en unas cuantas manos y la importante proporción que sufre extrema miseria, se ha estado incrementando vertiginosamente a medida que el colchón amortiguador de la clase media se adelgaza día con día. (Barkin, 1998).