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NUEVAS CONCEPCIONES DE LA RELACIÓN ECONOMÍA - TERRITORIO
La crisis de mediados de los 70 puso en cuestión todas las visiones existentes sobre la relación entre Economía y Territorio. La Teoría de la Localización era incapaz, desde luego, de explicar por qué economías sin dotaciones de recursos naturales (por ejemplo, Japón) sobresalían en industrias que, a priori, necesitaban de cantidades ingentes de los mismos (siderurgia o construcción naval). Pero la Teoría del Centro y la Periferia no tenía una capacidad explicativa mucho mayor. A nivel internacional, se producía una fractura entre las economías periféricas capaces de soportar el tirón de la crisis (los NIC´s asiáticos, fundamentalmente) y la inmensa mayoría que se quedaba descolgada de los procesos de acumulación a escala mundial. A escala regional, la situación no era muy diferente. Regiones hasta ese momento consideradas centrales como el País Vasco en España, el Norte de Francia o los Midlands ingleses entran en una fase de declive sin precedentes. Frente a ello, regiones de desarrollo intermedio como la Toscana y la Emilia – Romaña italianas o el País Valenciano en España dan muestra de un alto dinamismo económico.
A todas luces parece que la dinámica territorial del capitalismo moderno es un elemento, difícilmente comprensible a partir de los planteamientos teóricos en ese momento existentes. Afortunadamente, algunos autores han mejorado notablemente los fundamentos de los análisis realizados, de forma que han dotado a estos de una mayor riqueza interpretativa. Aunque la heterogeneidad de las explicaciones es, de nuevo, muy grande, las nuevas aportaciones tienen una serie puntos comunes. En concreto, puede afirmarse, que todos los autores siguen total o parcialmente, de forma más clara o de forma más latente, el siguiente esquema.[1]
GRÁFICO 1: LOS IMPACTOS TERRITORIALES DE LA GLOBALIZACIÓN
Éste presenta tres novedades fundamentales:
¨ Se considera como punto de arranque los procesos de cambio a escala mundial en las relaciones socioeconómicas acaecidos durante las dos últimas décadas. Como consecuencia de este proceder, se va a acuñar un término que sintetiza el conjunto de transformaciones observadas en el funcionamiento de las economías de mercado: Reestructuración. Este concepto comienza a emplearse a mediados de los años 70, para referirse a los profundos cambios en las estructuras productivas e industriales producidas en aquellos años. Cambios que se insiste están fuertemente relacionados entre sí[2].. No obstante, va a ser la Escuela francesa de la Regulación (Aglietta, 1979) la que va a proporcionar un contenido más preciso al mismo. La Reestructuración es, de esta forma, un fenómeno complejo que incluye cambios económicos y sociales que se retroalimentan entre sí. Así, se refiere a una serie de modificaciones en aspectos esencialmente económicos (crisis de determinadas actividades industriales, una nueva división internacional del trabajo, transformaciones en las estructuras productivas, etc.). Es lo que los regulacionistas denominan la transición hacia un nuevo “modelo de acumulación”. Pero también incluye cambios en aspectos sociales o en relaciones de poder que permiten la superación de las contradicciones[3] y, por tanto, el funcionamiento de esta dinámica acumuladora. Es lo que se denomina “modo de regulación”[4].
¨ Se reconoce que los cambios en las esferas globales – es decir los cambios motivados por los procesos de Reestructuración – tienen una proyección sobre las empresas individualmente consideradas. O lo que es similar, como consecuencia de los cambios económicos experimentados en estos años, se producen transformaciones importantes en los modelos de organización industrial. Por tanto, no se trata únicamente de procesos macroeconómicos o macrosociales, sino que éstos tienen su traslación a empresas y organizaciones productivas concretas.[5]
¨ Estas transformaciones en la forma de organizar la producción tienen un efecto sobre la distribución de la actividad industrial a lo largo del territorio. Es decir, las dinámicas territoriales observables pueden explicarse a partir de las transformaciones inducidas sobre los sistemas de organización industrial por los procesos de Reestructuración.
¨ En este proceso de cambio, el territorio[6], entendido como espacio social, no juega un papel pasivo. En palabras de Veltz “las empresas se ven obligadas (en su lucha competitiva) a actuar sobre mecanismos sociales, históricos y geográficos, completamente irreductibles a las representaciones que ellas mismas realizan de la eficacia económica…La economía más avanzada funciona, cada vez más, sobre elementos extraeconómicos. El territorio juega, por supuesto, un papel esencial en esta dinámica” (Veltz, 1995, página 12). Es decir, los mecanismos de regulación social localmente arraigados juegan un papel creciente en la articulación de unas relaciones industriales crecientemente complejas y que, por ello, no pueden reducirse a un cálculo mercantil de costes y precios.
Estos cuatro puntos van a constituir las líneas esenciales sobre las que se va a basar la nueva consideración del papel del territorio en los procesos de acumulación de capital. No obstante, es necesario insistir en que, con ello, se finaliza un proceso de evolución que, en realidad, ha supuesto un cambio en el objeto de estudio de los autores preocupados por conceptualizar la importancia del espacio en la actividad económica.[7] Ya no interesa estudiar las razones que, desde un punto de vista estático, explican los procesos de localización de unas empresas regidas únicamente por la búsqueda racional del máximo beneficio posible. Por el contrario, se estudia la dinámica industrial inducida por los procesos de Reestructuración. Dinámicas de escala mundial, sobre las que las empresas, individualmente consideradas, sólo tienen un cierto (más bien pequeño) margen de actuación (Caravaca y Méndez, 1995).
Por otro lado, no todas los autores confieren la misma importancia a los distintos elementos presentes en el Gráfico 1. Para algunos, es fundamental la influencia de los procesos globales sobre las dinámicas concretas de los territorios[8]. Para otros, el énfasis fundamental hay que ponerlo en la transformación de los sistemas de organización industrial[9]. Por último, hay quien considera que la transformación de los sistemas de organización industrial es inseparable de los elementos de naturaleza sociológica que regulan el funcionamiento de los diferentes territorios[10]. Finalmente, hay un número interminable de posiciones intermedias.
No obstante, si se tuviera que decidir un criterio para clasificar las múltiples aportaciones[11] encuadradas dentro de este grupo, podrían distinguirse dos tipos de aproximaciones. Por un lado, se encuentran aquellas que consideran que las nuevas formas tomadas por los procesos de acumulación de capital favorecen básicamente al capital transnacional. Por tanto, es el comportamiento de éste el que, cada vez en mayor medida, explica la dinámica espacial de las economías contemporáneas. El hecho de que la generación de valores monetarios esté cada vez más concentrada en unas pocas organizaciones supone que éstas tienen una mayor capacidad de condicionar la distribución de la actividad productiva a escala mundial. Por ello, para entender el papel de los territorios es básico conocer la dinámica inducida por estas grandes organizaciones (Massey, 1994, Boyer, 1994, Martinelli y Schoenberger, 1994).
Frente a este planteamiento, hay otro grupo muy numeroso de autores que opina que, precisamente, los cambios en los sistemas de acumulación a escala mundial abren nuevas posibilidades de desarrollo de sistemas productivos basados en las Pequeñas y Medianas Empresas. Para estos autores, la Reestructuración es, por tanto, más una oportunidad que una amenaza. Supone una ocasión irrepetible para el aprovechamiento de “recursos endógenos” ajenos, hasta el momento, a los circuitos mercantiles de generación de valor. Como puede observarse, en esta aproximación, el territorio tiene una centralidad casi absoluta para explicar los procesos en curso[12]. Sólo a partir del análisis de las formas de cooperación y creación de redes de Pymes en los diversos sistemas productivos locales, es posible la compresión de la dinámica territorial del capitalismo contemporáneo[13]. (Becattini, 1994, Garofoli, 1994; Courlet y Pecqueur, 1994; Storper, 1994; Scott, 1994).
[1] En realidad el esquema expuesto es el resultado de una elaboración propia, pero la secuencia que resume aparece defendida en obras como Mondialisation, Villes et Territoires (Veltz, 1995), Organización industrial y territorio (Caravaca y Méndez, 1995) y Economie Industrielle et Economie Spatiale (Rallet, 1995). No obstante, implícitamente, mayoritariamente, se ha asociado el estudio de los procesos de Reestructuración y la dinámica territorial asociada a los mismos. Véanse como botones de muestra obras como las siguientes compilaciones: Las Regiones que ganan (Benko y Lipietz, 1994), y Globalisation, institutions and regional development (Amin y Trhift, 1994)
[2] De hecho son los primeros trabajos de la Escuela de la División Espacial del Trabajo y algunos desarrollos marxianos de los autores encuadrados en la escuela californiana los que popularizan el término. No obstante, con posterioridad, el concepto de Restructuración se encuentra ampliamente tratado por autores cuyas obras tienen una gran repercursión como puede ser el caso de Sassen (1988) The global city: New York, Tokyo, London o de Castells (1995) La ciudad informacional: Tecnologías de la información, reestructuración económica y el proceso urbano - regional. Para abundar sobre el significado del término globalización, dada la gran relación de éste último con el de Restructuración, puede acudirse igualmente a la obra de estos dos autores. Sin embargo, el estudio quizá más exhaustivo de su significado se encuentra en la obra de Hirst y Thompson (1996) Globalisation in question.
[3] La Escuela de la Regulación considera que las instituciones son fundamentalmente una respuesta a las contradicciones generadas por la propia dinámica de acumulación.
[4] El Modo de Regulación está compuesto a su vez por cinco formas institucionales básicas que son la moneda, el régimen salarial, el régimen de competencia, el sistema de relaciones internacionales y el papel del Estado (Boyer y Saillard, 1995).
[5] De hecho, uno de los elementos comunes de todas estas aproximaciones es la importancia del cambio en los modelos de organización del trabajo que se consideran fundamentales a la hora de entender las consecuencias de los procesos de transformación estudiados.
[6] El uso que se da al término territorio es diferente en cada caso. En realidad, pese a que se encuentra omnipresente en todos los análisis, pocos son los autores que se paran en especificar qué entienden realmente por territorio. De este modo, el significado de este concepto se sobreentiende. Esto favorece que el significado real del término varíe de una escuela a otra, e incluso de un autor a otro.
En todo caso, con la finalidad de explicitar el concepto, se han tomado los diferentes elementos que ayudan a concretar el significado del mismo. Se trata de una definición personal que, no obstante, resume las principales dimensiones en la que el término territorio es empleado. De esta forma, cuando se utiliza el término territorio se hace referencia:
· A un entorno físico, es decir, a un espacio geográficamente definido, pero sobre el que, adicionalmente, desarrollan su actividad una comunidad o varias comunidades de individuos.
· Por tanto, en el interior de dicho territorio se definen un conjunto de relaciones sociales. La noción de territorio lleva implícita la de una organización social existente en su interior formada por una multiplicidad de individuos. Esta organización social se caracteriza por tener una serie de instituciones que rigen su funcionamiento. Igualmente, en su interior se definen una serie de grupos sociales con intereses y origen diversos que compiten y colaboran con la finalidad de propiciar su reproducción social. (Massey, 1994)
· En el interior de esta estructura social, se desarrollan un conjunto de actividades de producción e intercambio. Las mismas no son independientes del entorno social que rige el funcionamiento conjunto del territorio. Por el contrario, la construcción de estas relaciones es un aspecto de este orden social. Lo que dicho en otros términos, consiste en afirmar que el mercado es un proceso instituido (Polanyi, 1994). Pero instituido a partir de unas relaciones sociales definidas como consecuencia del equilibrio de fuerzas existente entre los distintos grupos sociales que conviven en el interior de un determinado espacio.
· Adicionalmente, en este conjunto de relaciones socioeconómicas, los individuos continúan siendo los actores finales que dan lugar a las mismas. La actuación de los individuos no se considera determinada por un conjunto de leyes abstractas. Por el contrario, se parte del hecho de que la misma se encuentra sujeta a múltiples influencias, pero que finalmente existe un elemento decisional que se encuentra indisolublemente unido a la esfera individual. En concreto, se considera que las actuaciones de los individuos dependen poderosamente de los tres vectores más significativos que definen su identidad: espacio, género y clase (Massey, 1994). De la conjunción de los mismos se asiste al nacimiento de una serie de grupos sociales sobre la base de la “creación de un conjunto de sujetos” que se reconocen con unas actitudes, hábitos y comportamientos comunes (Hodgson, 1999).
· Por último, todo lo anterior es el resultado de un proceso de evolución histórico. Las relaciones sociales definidoras de las relaciones de poder entre los diferentes grupos sociales son el resultado de un proceso histórico. Por tanto, indirectamente, la forma en la que el mercado se encuentra instituido, así como los hábitos e instituciones que condicionan la actuación de los individuos también. Dicho en otros términos, el territorio es el producto de la sedimentación histórica de un conjunto de relaciones sociales.
[7] En realidad, aunque en este trabajo no se ha querido insistir en este punto, se trata de la diferencia entre espacio, como un elemento físico, un soporte pasivo de la actividad económica y territorio que no se entiende sólo como espacio físico, sino que es el espacio físico ocupado por una población humana, que tiene unos elementos sociales, una cultura, una identidad que la definen como tal. Por tanto, el concepto de territorio supone abrir el pensamiento económico no sólo a la realidad geográfico, sino a la Sociología e, incluso a algunas ramas de la Psicología Social.
[8] Esta es, por ejemplo, la línea de razonamiento seguida por Veltz en su libro Mondialisation, villes et territoires. También es la línea dominante utilizada por los estudiosos del proceso de desindustrialización de los Midlands ingleses (Massey, 1977; Massey y Megan, 1982).
[9]Esta es la línea de trabajo dominante en obras como Organización industrial y Territorio (Caravaca y Méndez, 1995) o la compilación denominada Economie industrielle et économie spatiale (Rallet, 1995).
[10] Esta es la aproximación dominante en la mayor parte de la literatura, desde la tradicional aproximación de los distritos industriales hasta la mayoría de los desarrollos de la Escuela californiana.
[11] Este criterio siempre será elegido arbitrariamente, dada la fuerte diversidad de estas aportaciones.
[12] De hecho son las aproximaciones que trabajan con una concepción de territorio más completa, que recoge prácticamente la totalidad de los puntos especificados en la nota 27. Frente a ello, la Escuela de la Nueva División Espacial del trabajo tiene una concepción del territorio menos evolucionada, donde la conexión entre éste y las decisiones individuales tomadas por los agentes productivos no aparece de un modo tan claro.
[13] La distinción entre los dos tipos de autores anteriormente considerados aparece claramente en alguna de las obras de más difusión sobre el tema como “Las regiones que ganan” (Benko y Lipietz, 1994). Autores como Becattini, Garofoli, Pecqueur, Storper o Scott estarían del lado de los que opinan que la organización postfordista de la producción se basa en pequeñas empresas con relaciones de cooperación entre sí y una estructura espacial asociada a la misma, como sería el caso del distrito industrial, del distrito tecnológico, etc. Por el contrario, otros autores como Martinelli y Schoenbeger, Amin y Robbins, Boyer etc. creen más en un modelo dominado por las grandes organizaciones empresariales que imponen una dinámica territorial muy concreta.