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LA TEORÍA DE LA LOCALIZACIÓN
Ya a principios de siglo, los autores de la denominada Escuela Alemana de la Localización[1] se plantearon analizar las causas que regían la distribución espacial de las manufacturas. Esto era, en aquellos momentos, en Alemania un debate de gran trascendencia debido a que, como consecuencia del fuerte proceso industrializador vivido a finales del siglo pasado, se había transformado radicalmente el uso dado al espacio y la localización en él de las actividades productivas. Con la finalidad de intentar comprender las fuerzas rectoras de tal transformación se acudió a la teoría económica por la fecha dominante: la teoría neoclásica. Sobre la base de la misma estos autores se propusieron conceptualizar los efectos derivados de la inclusión del espacio[2] en ese modelo de análisis. Para ello , encontraron dos vías principales:
¨ Por un lado, la existencia del espacio altera las funciones empresariales de coste, introduciendo un nuevo tipo de gasto, el transporte.[3]
¨ Por otro lado, también es obvio, que a igualdad de precio (y de todos los restantes atributos que definen una mercancía), los consumidores comprarán sus productos en aquellos establecimientos que les resulten más cercanos. Es decir, la distancia influye en la formación de preferencias por parte de los consumidores y, por tanto, en las decisiones de localización de los empresarios. Esta es la línea de razonamiento seguida por Hötelling, Christaller y Lösh.[4]
A partir de estas dos vías teóricas se obtienen una serie de conclusiones:
¨ Por una parte, está claro que dado el carácter de coste del transporte, las empresas tenderán a instalarse allí donde éste se minimicen.
¨ Esto se cumplirá siempre que los clientes no tengan una clara y decidida predilección por adquirir sus productos en aquellos establecimientos que les resulten más cercanos.
De este modo, la teoría predice la existencia de dos tipos de industrias; por un parte, las orientadas a las materias primas y por otro, las orientadas a la demanda final. Las primeras se concentrarán en unos puntos concretos, con independencia de dónde se encuentren los principales núcleos de población, mientras que las segundas tenderán a localizarse en los principales núcleos urbanos (Richardson, 1986). Adicionalmente, a través de una serie de deducciones matemáticas se demostraba que esta última orientación era el caso general.[5]
Sólo había un problema. La evolución de las principales economías demostraba que los procesos de industrialización iban acompañados de intensos procesos de urbanización (Polèse, 1995). Nos encontraríamos, por tanto, frente a fenómeno de tipo circular. La industria sigue a la población que, lejos de tender a reproducir los patrones de ocupación del espacio previamente existente, es crecientemente urbana. Es decir, la industria se “orienta a la demanda” y la fuerza de trabajo, la población, va allí donde hay oportunidades de empleo, es decir, donde hay industria. Esta situación está lejos de ser explicada por un modelo teórico como el neoclásico, basado en la idea de equilibrio, que describe una situación estática como óptima y, por tanto, en la que no es posible operar ninguna transformación[6].
Tan espinoso problema, ya intuido desde el principio por A. Weber fue resuelto mediante el recurso a un concepto marshalliano[7]: las economías externas. La base de la argumentación reside en que la concentración de industrias en un punto produce una serie de reducciones de costes que afectan a todo sector de actividad, sin que, ninguna de las empresas existentes, pueda limitar el disfrute por las restantes de estos descensos[8]. De esta forma, las industrias localizadas en un punto concreto son capaces de reducir los gastos asociados a sus procesos productivos por encima del efecto derivado del aumento de los costes de transporte (derivado de la mayor distancia respecto a la localización de la producción de materias primas)[9]. Las formas en las que estas economías externas pueden tomar cuerpo son muy variadas. Por ejemplo, vía la formación de un mercado de trabajo cualificado y considerablemente más productivo. También puede entenderse su existencia por las necesidades concretas de los procesos productivos, por las características de los sistemas institucionales de las ciudades, etc.
En realidad, con el desarrollo del concepto de “economía externa” se abre la puerta a una concepción evolutiva de la dinámica espacial, pero, oculta tras el telón de una serie de argumentos teóricos extraídos de la más añeja estática comparativa neoclásica. Con todo, la capacidad explicativa de la teoría neoclásica de la localización aumenta cuando se introduce este elemento. Por ello, no es extraño que desarrollos más recientes en la misma línea de pensamiento se hayan centrado casi obsesivamente en las economías externas, ya que éstas constituyen el punto nodal de la argumentación. Se ha procedido por una parte a su desarrollo teórico, distinguiendo diversos tipos (Henderson, 1985). Pero, por otro lado, su presencia continua y constante ha sido una de las bazas fundamentales para reclamar desarrollos teóricos que partan desde esquemas de competencia imperfecta (Krugman 1991).
Sin embargo, a todas estos desarrollos es posible realizar a una serie de críticas que se sintetizan en los siguientes puntos:
¨ Se está convencido de que las economías externas juegan un papel esencial en la configuración espacial de la organización industrial pero no se sabe realmente por qué. Como afirma Polèse, las causas de las economías externas no quedan en ningún caso claras, aunque la evidencia empírica apunta obsesivamente a su existencia.[10]
¨ El valor de estas economías no es constante, sino que, se considera que cambia con el tiempo, lo que no es óbice para que se trabaje con modelos de estática comparativa[11].
¨ Por último, afirmar que las economías externas son la causa última que explica los patrones de localización de las industrias es tanto como decir que lo que el mercado no valora es más importante que lo que el mercado recoge a través del sistema de precios. Esto, en el fondo, significa reconocer los límites del pensamiento económico neoclásico para incluir la variable espacial en su esquema teórico.
Por ello, es necesario recurrir a otros planteamientos donde la complejidad de lo real es afrontada de forma mucho más explícita, desde unos postulados teóricos y metodológicos muy distintos.
[1] Esta Escuela de pensamiento fue continuada en los años 50 y 60 por los estudiosos agrupados bajo la impronta de la Asociación Americana de Ciencia Regional. Entre estos últimos destaca la figura de W. Isard, sin olvidar las de E. Moses o E. Hoover. Con todo, estos teóricos en lo esencial continúan la línea de lo expuesto por sus predecesores germanos, respetando, en este sentido, los factores de localización considerados. Por ello, su única aportación real es la de dotar a la Teoría de la Localización de un aparato matemático mucho más desarrollado, así como la de realizar una gran cantidad de estudios empíricos tendentes a identificar los factores de localización existentes en cada caso.
[2] En este caso, el espacio es una variable definida en términos exclusivamente físicos. Se intenta estudiar los patrones de localización bajo las premisas de la existencia de individuos absolutamente racionales, que poseen una información perfecta de los costes asociados a las distintas localizaciones y que actúan de una forma totalmente egoísta para de este modo maximizar el beneficio de sus empresas o, en su defecto, su utilidad. El espacio es, por tanto, uno de los datos necesarios para que estos individuos – perfectamente racionales – tomen sus decisiones. De esta forma, es un elemento que actúa como una restricción en los procesos de decisión individual. Así, el espacio se equipara a la distancia y se piensa en él como un elemento pasivo.
[3] Esta es la línea de razonamiento que, básicamente, sigue A. Weber y sus sucesores norteamericanos de los años 50 E. Hoover y L. Moses.
[4] Este conjunto de aproximaciones recibe el nombre de Teoría del Lugar Central. Ha sido utilizada intensamente a la hora de proceder a la Ordenación del Territorio por parte de los agentes públicos. Un ejemplo muy cercano lo constituyen las Bases para la Ordenación del Territorio (1984) de la Comunidad Autónoma de Andalucía.
[5] El propio Weber en su obra “Theory of location of industries” llega a esta conclusión.
[6] En el extremo contrario a esta construcción teórica, la realidad empírica, lejos de encontrarse en una situación estable que tendiera a anular posibles fuentes de perturbaciones, se encuentra sometida a un continuo proceso de cambio. Y esto difícilmente puede ser adecuadamente captado y explicado desde concepciones teóricas basadas en la idea de equilibrio.
[7] El hecho de que A. Marshall fuera un autor con un gran apego a la realidad empírica hace que su obra tenga una gran influencia en la evolución del pensamiento económico – espacial. Dos son los conceptos marshallianos que van a ser objeto de desarrollo. Por un lado, el ya indicado de economías externas. Por el otro, el concepto de distrito industrial que se tendrá la ocasión de comentar en el cuarto epígrafe del presente texto.
[8] Un ejemplo de Economías externas sería el comentado por P. Krugman en su obra “Geografía y comercio”. En la misma expone como la existencia de una concentración de industrias de un sector en un área determinada promueve, a su vez, la creación de un mercado de trabajo especializado. De dicho mercado de trabajo pueden beneficiarse todas las empresas situadas en esa área y esto supone una ventaja competitiva para las mismas.
[9] Es decir, en términos neoclásicos se afirma que existe una relación de sustituibilidad entre aumento de los costes de transporte (derivado de una localización suboptimal desde el punto de vista del lugar de producción las fuentes de materias primas y de consumo de los productos fabricados por la empresa) y reducción de los costes de producción (derivado de una aprovechamiento de las economías externas).
[10] Esto es, además, un fuerte contrasentido. La agrupación espacial de las actividades económicas es una constante, pero las causas que hacen que las economías externas operen sistemáticamente no se encuentran claras. La cercanía en un mundo de fuerte desarrollo de las infraestructuras de transporte explica muy poco. El resto de las hipotéticas razones (con excepción posiblemente de la existencia de un mercado de trabajo especializado) son difícilmente generalizables.
[11] En algunos casos, los autores que más activamente promueven la incorporación de las economías externas como elemento explicativo, como es el caso de Krugman, proponen un modelo microeconómico directamente evolutivo, en el que el equilibrio es a muy largo plazo y aparece muy matizado.