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Estabilidad y crisis
Este texto forma parte de la tesis doctoral
El cambio estructural del sistema
socioeconómico |
Como hemos visto, la estabilidad viene garantizada por la autorregulación del sistema socioeconómico. Dicha regulación puede ser de dos tipos, automática o deliberada.
Hablamos de autorregulación automática cuando las actuaciones de los agentes son no deliberadas, es decir, cuando están basadas en los hábitos y las pautas de pensamiento propios de la cultura, que serán consecuencia del creodo político-institucional concreto en que se encuentre el sistema socioeconómico. Son las instituciones propias de dicho creodo las que garantizan la autorregulación automática del mismo y, por tanto, la estabilidad.
El término instituciones es entendido aquí, según la definición de Veblen, como los principios de acción, acerca de la estabilidad y la finalidad, sobre los que los agentes prácticamente no tienen dudas (Bortis, 1990, p. 79). Las instituciones, así definidas, serían hábitos sociales que determinan acciones reguladoras, no deliberadas sino automáticas; aunque también suelen considerarse como instituciones al conjunto de agentes actuando bajo algún principio de acción, por ejemplo, el mercado.
Con la idea de automatismo no nos referimos a que los agentes actúan sin voluntad, sino al hecho de que sus actuaciones no tienen como objetivo la autorregulación del sistema, aunque por lo general si tendrán un objetivo en la mayoría de los casos de carácter micro. La agregación de estas actuaciones deliberadas a nivel micro conducen a una autorregulación automática del sistema (Hodgson, 1991, p. 159).
Cuando estas instituciones no son capaces de neutralizar los efectos de una perturbación y, como veremos, el sistema entra en crisis, algunos agentes empiezan a cuestionarlas y a tomar decisiones que pueden convertirlos en creadores de futuro. En los casos en que estos agentes disconformes se organicen, se constituyen determinados grupos de presión, cuyas actuaciones vienen a fomentar una mayor inestabilidad en el sistema socioeconómico.
Frente a este tipo de autorregulación y como complemento, tendríamos la deliberada, basada en las decisiones de los agentes. Cuanto más poder tenga el agente tomador de decisiones, es decir, cuanto mayor sea su capacidad para imponer su voluntad a los restantes agentes, mayor será su participación en el proceso de autorregulación. Por regla general, el máximo órgano de decisión del sistema socioeconómico, el agente que ostenta un mayor poder, es el gobierno; por ello, será éste el agente responsable de la autorregulación del sistema, salvo en situaciones de ingobernabilidad, esto es, cuando el gobierno no toma decisiones eficaces y a la vez consistentes con el creodo. Esto no impide que existan agentes con cierta cuota de poder que tomen decisiones con la intención de autorregular el sistema, contribuyendo así a mantener la estabilidad (sindicatos, asociaciones patronales, ejército, grandes corporaciones...), aunque dichos agentes suelen jugar un papel más importante en las etapas no autopoiéticas que en las autopoiéticas.
Cuando el sistema se encuentra en crisis la decisión autorreguladora del gobierno suele ser la aplicación de un modelo de gestión de la estabilidad, ya que los agentes que ostentan el poder se resisten a cualquier cambio, salvo que éste les lleve hacia situaciones en las que acumulen un mayor poder. Las decisiones del gobierno estarán inspiradas, por lo general, en el deseo de que el poder sea conservado por aquellos que lo ejercen desde posiciones predominantes (Sampedro y Martínez, 1975 [1969], p. 247).
Sin embargo, ante una situación de catástrofe, inestabilidad o crisis extrema, es decir, cuando el sistema socioeconómico está en una situación no autopoiética, un modelo de gestión de la estabilidad es insuficiente para autorregular el sistema socioeconómico. Es en esos momentos cuando la inestabilidad puede llegar a provocar una ruptura de la regularidad institucional (Lawson, 1985, p. 920); dicha ruptura puede venir provocada por una fuerte alteración de naturaleza militar, política, social o económica que conducen a la pérdida de la autopoiesis del sistema socioeconómico, pudiendo ser interpretada como un cambio de etapa equivalente a una bifurcación (Hodgson, 1991, p. 161).
Es bajo la fase no autopoiética, en situaciones de bifurcación, cuando el sistema se vuelve altamente sensible a pequeñas alteraciones, que pueden llegar a afectar la evolución del mismo. En esta situación los agentes disconformes con el funcionamiento del creodo político-institucional tratan de hacerse con el poder para implantar su propio genotipo político-ideológico y llevar al sistema a una nueva fase autopoiética bajo un nuevo creodo; del resultado de esa lucha competitiva por el poder entre agentes diferentes surgirá un nuevo gobierno, que estará en condiciones para propiciar el desarrollo creódico de un genotipo político-ideológico diferente, sin un gran coste, iniciando una transición hacia una nueva estructura por medio de la implementación de un nuevo modelo de desarrollo.
Pero cualquier salto de un creodo a otro sólo resulta imaginable en dos circunstancias: cuando los factores o elementos que confieren el poder dejan de ser manejados por quienes lo ostentan y pasan a ser utilizados por quienes desean una situación diferente, y/o cuando tales factores dejan de ser decisivos para el poder y éste aparece como resultado de otros factores en manos de grupos diferentes (Sampedro y Martínez, 1975 [1969], p. 247). En el caso del poder político del gobierno, éste suele venir respaldado por el apoyo popular, por el apoyo del ejército, por el apoyo de la élite económica, por el apoyo de una potencia extranjera, por el apoyo de instituciones religiosas, etc.; mientras los apoyos concretos de cada caso se mantengan, el gobierno podrá desarrollar su genotipo político-ideológico, que evidentemente habrá de ser compartido, o al menos aceptado, por dicho elemento de apoyo.
Las situaciones de crisis suelen restar apoyo al gobierno y pueden llegar a provocar alternancias democráticas, golpes militares o procesos revolucionarios, permitiendo que el nuevo gobierno siga un creodo acorde con la voluntad del apoyo que, tras dicha crisis, se haya convertido en relevante.
Podemos tener crisis sin cambio de creodo político-institucional, que se resuelven con modelos de gestión de la estabilidad, y podemos tener cambios en el poder en situaciones de estabilidad, que difícilmente generarán cambio de creodo político-institucional por la propia resistencia del sistema socioeconómico; en ambos casos, dicho sistema se encontraría en una situación autopoiética. Pero cuando, ante una situación no autopoiética, se produce un cambio de creodo, el desarrollo del genotipo conduce a un cambio en la estructura socioeconómica.
En esta exposición nos falta aclarar el concepto de crisis. Aquí una de las explicaciones y tipologías más elaboradas sobre las crisis es la de los regulacionistas franceses, entre los que destacan Aglietta y Boyer. Este último (Boyer, 1992 [1987], pp. 67-79) identifica cuatro tipos de crisis, las crisis provocadas por una perturbación, las crisis cíclicas, las crisis del modo de regulación y las crisis del modo de desarrollo, clasificando las dos últimas como grandes crisis o crisis estructurales; incluye además este autor un último tipo de crisis, la del modo de producción o crisis final del capitalismo. La distinción entre los distintos tipos de crisis estructurales está en función de las definiciones de los conceptos de modo de regulación y de modo de desarrollo, propios del pensamiento marxista, neomarxista y regulacionista, en los que no consideramos necesario entrar por tratarse de distinciones terminológicas, que sólo tiene sentido si se comparten dichos conceptos. Así pues y basándonos parcialmente en Boyer (1992, [1987], pp. 67-69), distinguimos cuatro tipos de crisis, las provocadas por una perturbación, las cíclicas, las estructurales provocadas por el agotamiento del modelo de desarrollo y las crisis estructurales provocadas por la incompatibilidad de la situación existente con el creodo político-institucional.
Un sistema socioeconómico está sometido a un sin fin de perturbaciones que generan inestabilidad en el mismo; si dicha inestabilidad puede ser autorregulada automáticamente no será una crisis, pero si lo será si estos mecanismos no son capaces de neutralizar la perturbación. Estas perturbaciones pueden ser de dos tipos, deliberadas o aleatorias; las primeras serían el resultado de determinadas acciones de los agentes que involuntaria o intencionadamente desestabilizan el sistema como, por ejemplo, una guerra o una conspiración política para provocar un cambio de gobierno; las segundas son fruto del azar y a su vez pueden ser endógenas, como un accidente, o exógenas, como cualquier alteración en los parámetros que determinan los flujos con el entorno socioeconómico (precios, productos alternativos, embargos...) o físico (catástrofes naturales, climáticas...); en el caso de las perturbaciones procedentes del entorno socioeconómico, aunque puedan ser de naturaleza deliberada, el origen de la decisión es exterior al sistema y, por tanto, no son controlables ni explicables desde el sistema socioeconómico en cuestión, salvo que los mismos sean fruto de una reacción de entorno ante un flujo del sistema.
En la mayoría de los casos estas perturbaciones son neutralizadas por los mecanismos de autorregulación automática y el sistema recupera su estabilidad en un breve plazo; sin embargo, en otras ocasiones estas perturbaciones no son controladas y la inestabilidad se prolonga en el tiempo dando lugar a una crisis, que requerirá, en su solución, la actuación de los mecanismos de autorregulación deliberada. Sin embargo, el hecho de que una misma perturbación no produzca los mismos efectos (crisis) en un sistema socioeconómico que en otro, ni en diferentes momentos del tiempo en el mismo sistema, nos induce a pensar que, incluso en este tipo de crisis, parte de la explicación se debe a la naturaleza del sistema socioeconómico afectado y al funcionamiento de sus mecanismos de autorregulación.
El segundo tipo de crisis son las crisis cíclicas que se producen de periodo en periodo como resultado de las tensiones y desequilibrios que genera la propia autorregulación del sistema (insuficiencia de demanda por la distribución de la renta, crecimiento sectorial desproporcionado, inestabilidad financiera...). Se trata de crisis de naturaleza endógena que los mecanismos de autorregulación automática terminan por neutralizar al cabo de un cierto tiempo; sin embargo, en algunas ocasiones los mecanismos de autorregulación deliberada actúan para atenuar la inestabilidad cíclica del sistema, tratando de convertir la crisis en una simple recesión.
Además de estos dos tipos de crisis, existen las llamadas crisis estructurales, que afectan a la estructura socioeconómica y que sólo se resuelven con un cambio estructural. Estas crisis estructurales pueden ser de dos tipos, las provocadas por el agotamiento del modelo de desarrollo y las provocadas por la incompatibilidad de la situación existente con el creodo político-institucional.
El primer tipo de crisis estructural surge cuando tras la aplicación continuada de un modelo de desarrollo éste ha logrado todos sus objetivos o bien, con logros parciales, se desvela ineficiente ante una nueva situación; en este caso, el gobierno tratará de aplicar un nuevo modelo de desarrollo compatible con el creodo político-institucional. Se trata de una decisión menor en el desarrollo del creodo, que viene condicionada por el genotipo político-ideológico existente. En algunas ocasiones, este tipo de crisis ni siquiera llega a producirse debido a que el propio gobierno, en este caso eficiente y con bastante poder, ante los primeros síntomas de inestabilidad, identifica adecuadamente el problema (el agotamiento del modelo de desarrollo) y anticipa su decisión. La aplicación del nuevo modelo de desarrollo, si es adecuado a la situación además de compatible con el creodo, devolverá la estabilidad al sistema.
Las crisis provocadas por una perturbación, las crisis cíclicas y las crisis estructurales por agotamiento del modelo, pueden ser consideradas como crisis de primer orden, es decir, crisis que se dan dentro de una fase autopoiética del sistema y, por tanto, pueden ser controladas por la autorregulación deliberada del mismo sin modificar el creodo político-institucional.
Las crisis de primer orden estarían vinculadas a las contradicciones internas del sistema socioeconómico y, por tanto, tienen un componente dialéctico; estas crisis pueden tener tres orígenes distintos, el ciclo económico (estaríamos ante una crisis de naturaleza endógena), las perturbaciones no controladas por la autorregulación automática que acentúan las contradicciones del sistema (estaríamos entonces ante una crisis cuyo origen dependerá de la perturbación en cuestión, pero que tiene además un componente endógeno) y el agotamiento del modelo (estaríamos ante una crisis de naturaleza esencialmente endógena, pero en cuya explicación pueden participar elementos exógenos -una nueva situación internacional incompatible con el modelo de desarrollo-).
En la mayoría de los casos, las crisis de primer orden son superadas gracias a la autorregulación deliberada de los agentes con poder, habitualmente el gobierno. Las acciones del gobierno para superar la crisis pueden ser entendidas como modelos de gestión de la estabilidad, entre los que destacan las políticas anticíclicas, las políticas de estabilización y las políticas de desarrollo; dichos modelos son una de las múltiples manifestaciones del desarrollo del creodo político-institucional.
Sin embargo, en algunas ocasiones, los modelos de gestión de la estabilidad no consiguen su propósito, por diferentes razones, no son adecuados (una mala decisión), son adoptados muy tarde (una decisión tardía), la contradicción interna alcanza a los fundamentos del genotipo político-ideológico, etc.; en este caso, la crisis de primer orden se convierte en una crisis de segundo orden, propia de las fases no autopoiéticas y que para su superación requieren de un cambio del citado creodo.
Cuando un sistema socioeconómico sufre una crisis de segundo orden la inestabilidad es extrema y el resultado es imprevisible, ya que cualquier pequeña perturbación puede determinar un salto creódico. Una crisis de segundo orden estará vinculada a la incompatibilidad del creodo político-institucional con las posibles soluciones de la misma y se trata, por tanto, de una crisis estructural. Las crisis de segundo orden coinciden con las fases no autopoiéticas de un sistema.
En una fase no autopoiética el gobierno, habitualmente, ensayará distintos modelos de gestión de la estabilidad sin resultado, por lo que dicho agente comenzará a perder los apoyos en los que se basa su poder. Esta situación provocará casi inevitablemente un cambio de gobierno, que podrá ser de diversa naturaleza (cambios de gabinete, alternancia en el gobierno, golpe de estado, revolución, guerra civil...). Una vez que el poder es ostentado por un agente diferente, éste estará en condiciones para provocar un salto creódico iniciando una serie de reformas constitucionales y/o legislativas que sienten las bases del desarrollo de un creodo político-institucional diferente, cuya naturaleza no puede ser determinada a priori, pero que estará condicionada por el pasado y por el entorno, de forma que no todos los desarrollos creódicos son equiprobables.
En dicha fase, se pueden producir cambios de poder sucesivos hasta que un gobierno con suficiente apoyo consigue desarrollar un nuevo creodo; en ese caso, el sistema ingresa en una nueva fase autopoiética, ya que el desarrollo del nuevo creodo político-institucional es al mismo tiempo la solución de la crisis. La acción deliberada del nuevo gobierno (autorregulación) con el fin de cambiar de creodo puede ser entendida como un modelo de salto creódico, que entre sus manifestaciones tendrá una variación brusca de la estructura socioeconómica, es decir, un cambio estructural.
Sin embargo, no siempre la fase no autopoiética será seguida de una fase autopoiética (Hodgson, 1991, p. 161); dependiendo del grado de inestabilidad y de los apoyos que reciban los agentes que se disputan el poder, bien pudiera ser que el sistema socioeconómico se descompusiera en varios sistemas, que fuese absorbido por otro sistema, o que desapareciera en un proceso de fragmentación anárquica, fenómeno éste que podríamos denominar libanización del sistema socioeconómico.
La duración de la fase no autopoiética no puede determinarse a priori, al igual que el creodo político-institucional que se desarrollará. Del mismo modo, tampoco puede saberse a priori si una inestabilidad del sistema es tan sólo el efecto de una perturbación autorregulable automáticamente, una crisis de primer orden o una crisis de segundo orden; aunque pueda haber indicios de una crisis más o menos seria del sistema socioeconómico, la aversión al cambio de todo órgano de poder consolidado hace que, habitualmente, las inestabilidades del sistema sean infravaloradas; por ello, el reconocimiento de la inestabilidad como un tipo determinado de crisis suele darse a posteriori. Así pues, la identificación de las crisis, así como la determinación de que el sistema atravesó una fase no autopoiética son a posteriori (Boyer, 1992 [1987], p. 75).
Con este enfoque vemos como la evolución del sistema socioeconómico sólo está parcialmente determinada, por lo que el azar y la voluntad juegan un papel transcendental. Mientras el sistema se encuentre en una fase autopoiética la estabilidad permitirá predicciones con un cierto grado de fiabilidad; sin embargo, esto no será posible durante una fase no autopoiética. Los saltos creódicos sólo pueden darse en estas últimas fases; sin embargo, es posible, aunque difícil, llevar al sistema socioeconómico desde una fase autopoiética a una de inestabilidad extrema, con la esperanza de generar un salto creódico; la teoría de la conspiración es una muestra de ello.
Un grupo de agentes con un poder menor que el del gobierno pueden coordinarse para adoptar decisiones que, en forma de perturbación, superen los mecanismos de autorregulación automática y alimenten las contradicciones internas del sistema con la esperanza de que no puedan ser neutralizadas tampoco por los modelos de gestión de la estabilidad y desemboquen en una crisis de segundo orden. La pérdida de apoyos del gobierno durante la fase no autopoiética puede permitir un cambio de poder en favor de los agentes conspiradores que podrán así generar un salto creódico; sin embargo, el riesgo de desestabilizar el sistema es alto ya que en la fase no autopoiética otros agentes diferentes pueden ocupar el poder.
Un ejemplo de esta teoría de la conspiración es la explicación que Hinkelammert (1996) da a la aceptación del neoliberalismo como modelo político-ideológico en los países latinoamericanos de tradición intervencionista. Los agentes neoliberales internos, minoritarios y con escaso poder en estos países, en coordinación con agentes neoliberales externos (Trilateral, FMI, Banco Mundial, gobierno norteamericano, empresas multinacionales...) generaron muchas perturbaciones en los sistemas socioeconómicos latinoamericanos (modificación de precios de importaciones y exportaciones, endeudamiento, elevación de la cotización del dolar y de los tipos de interés internacionales, golpes de estado, guerrillas...). El caos se apoderó de dichos sistemas y los gobiernos perdieron el apoyo que tenían; en este contexto los agentes neoliberales internos, con el apoyo de los externos ofrecieron la receta del orden, consistente en adoptar su modelo político-ideológico. Así, del caos intervencionista surge un nuevo orden neoliberal y, al igual que sucede en la obra de Orwell, 1984, la víctima termina por abrazar a su victimario.