SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

Mariano Salomone (CV)

CONCLUSIONES

Analizar el conflicto abierto alrededor de los terrenos de la Estación Central del FCGSM en Mendoza implicó llevar adelante un trabajo de historización de ese conflicto, esto es, reinscribir su dinámica en una trama histórica que permitiera articular su pasado, a su presente y su futuro. He procurado hacerlo indagando en la praxis de los sujetos, en la experiencia política de los colectivos que, involucrados en el conflicto, se organizaron por la recuperación de la Estación como espacio público. Es decir, el interés por comprender la dinámica de ese conflicto me llevó a interrogar por la historia de lo que había hecho de ese lugar un territorio de disputa, y por las formas y procesos a través de los cuales diversos sujetos colectivos se comprometieron en la recuperación de ese espacio, reivindicando el derecho a la decisión colectiva y apostando a su defensa como bien común.
Entre las distintas formas de indagar por el vínculo entre subjetividad y política, he intentado hacerlo manteniendo la mirada atenta a la dialéctica entre sujeto e historia. Los sujetos subalternos se constituyen en condiciones histórico-sociales no elegidas, en terrenos marcados por las iniciativas de las clases dominantes. Ahora bien, aún cuando la desigualdad de clases impone “límites y presiones” a su praxis, los sujetos subalternos se organizan y llevan a cabo sus prácticas a partir de su propia historia, y aún cuando sus memorias y tradiciones políticas sean fragmentarias y dispersas, sus experiencias los conducen a menudo a advertir las tensiones y conflictos entre “ellos” y “nosotros”, por decirlo a la manera de Hoggart. En tal sentido, he retomado la mirada de E. P. Thompson, para quien las relaciones de dominación no se imponen sobre una “materia prima” inerte, sino sobre sujetos con una determinada historia política, cultural y económica, con capacidad activa para ubicarse en el mundo en posiciones de resistencia, consentimiento, trasgresión. Es decir, no hay un sujeto, las clases dominantes, y un objeto de dominación, las clases subalternas, sino sujetos que se forman y conforman mutuamente sus relaciones en el terreno de la historia. Esa es la riqueza de abordar la comprensión de los conflictos sociales a través de la práctica de los sujetos, pues permite pensar las condiciones objetivas, heredadas, como condiciones de posibilidad, es decir, como condiciones históricas y sociales, y por ello, modificables a partir de la práctica de los sujetos. En ese sentido, considero la experiencia de subordinación no sólo como un estado de emergencia, sino también  como una oportunidad crítica para producir la desnaturalización del orden establecido. Las miradas desde abajo permiten a menudo advertir el carácter no natural de la dominación, sospechar que las decisiones tomadas por unos pocos sobre lo que es de todos, no son sino producto de la violencia y la expropiación ejercida sobre el  común.
El punto de vista asumido en la lectura de los conflictos ha procurado recuperar cierta perspectiva de totalidad. En el primer capítulo, a través de algunos/as autores/as, pudimos advertir que una de las dificultades del pensamiento crítico en las últimas décadas, ha sido el no cuestionar el conjunto de separaciones bajo las cuales parece presentarse la realidad histórico-social: las dicotomías entre lo nuevo y lo viejo, las separaciones entre lo social y lo político, la distinción entre luchas identitarias, consideradas principalmente simbólicas, y lucha de clases, tenida por fundamentalmente económica. Ese conjunto de separaciones, en tanto parcializaciones del mundo, ha producido inevitablemente fuertes deshistorizaciones que no permiten comprender la dialéctica histórica por la cual lo nuevo nace de lo viejo, lo pasado puede presentarse bajo ropajes insólitos, o ambos pueden convivir en sincretismos complejos en la experiencia social. Más aún, esas nuevas preguntas por lo viejo/nuevo han terminado desplazando los interrogantes por lo conservador/emancipador, quizás como manera de presentar el cambio de época en la teoría social. De la misma manera, la oposición entre luchas identitarias y lucha de clases, olvida que esta última ha implicado siempre el proceso de identificación de un nosotros frente a un ellos, que se constituye sobre significaciones históricas (político-ideológicas, culturales y simbólicas tanto como económicas) que se inscriben en la memoria de un cierto pasado y se abren a la creación de nuevas utopías a futuro, que han sido tanto el producto de determinadas condiciones materiales de existencia como, a su vez, la condición para su transformación.
En esa búsqueda por reinscribir los conflictos sociales en una perspectiva de totalidad, he dedicado gran parte de la indagación teórica a conceptualizar las relaciones entre economía, política y cultura bajo las actuales condiciones del tardocapitalismo, poniendo el énfasis tanto en la unidad de su lógica sistémica como en su historicidad, su carácter transitorio. Ello ha implicado cuestionar las separaciones entre economía y política, comenzando por problematizar tales nociones y rastrear la historia de su genealogía. En tal sentido, la perspectiva provista por Ellen Meiksins Wood, ha permitido pensar la historia del capitalismo como el proceso paulatino y continuo de privatización de la política, esto es, el proceso histórico por el cual asuntos de orden político fueron y son progresivamente separados del ámbito de las decisiones públicas y transferidos a una esfera privada y separada de la política, la economía. A partir de estas consideraciones es posible reconocer las profundas relaciones políticas que sostienen la separación de la economía y el carácter político de las relaciones económicas, la propiedad privada y la explotación. Esa lógica capitalista de privatización de lo público, continúa y avanza tendencialmente sobre la totalidad de las relaciones y actividades de la vida social.  El capitalismo tardío tiende a la privatización  de aquello que en otros momentos históricos no hubiera podido siquiera pensarse como privatizable, avanza sobre relaciones, usos, costumbres, toma una dimensión espacial mucho más aguda que en otras fases históricas, pues pone de manifiesto hasta qué punto el mundo es efectivamente global, hasta qué extremo, por decirlo con Franz Hinkelammert, el asesinato es suicidio.
Ese devenir capitalista de los últimos años ha conducido a teóricos sociales como David Harvey a prestar atención a los diversos despliegues de la lucha de clases en el espacio. Despliegues singulares como el de la Estación, lógica que se repite en los conflictos de los que éste forma parte: la lucha contra la megaminería contaminante, articulada a la respuesta que los sujetos sociales proporcionan a través de la emergencia del movimiento socioambiental en Mendoza; la lucha contra la apropiación privada de los terrenos de la universidad pública por parte de un empresario propietario no sólo de emprendimientos inmobiliarios, sino de multimedios y beneficiario de los procesos de privatización de servicios básicos como la provisión de agua. El conflicto por la Estación pone de manifiesto la continua separación de los seres humanos respecto del control de sus asuntos comunes y de la gestión de sus condiciones de vida, lógica que hoy parece querer penetrar hasta el último rincón de la ciudad: “el último espacio” en el centro de Mendoza. Esas son las condiciones materiales sobre las que se asientan las demandas de los sujetos: “no al uso privado de tierra pública”, “planeamiento y gestión participativos sobre los destinos de estos terrenos”. Es decir, la cuestión puede ser formulada a la manera de Harvey, como el derecho a la ciudad: ¿qué ciudad queremos?, pregunta que remite a un derecho común antes que individual, ya que implica la posibilidad de cambiarnos a nosotros mismos cambiando la ciudad en la que vivimos.
La territorialización de la política no ocurre sin embargo en un espacio “vacío y homogéneo”, sino en un lugar con una historia determinada. Pensar la Estación del FC como lugar de la memoria es atender a las materializaciones que, a lo largo de la historia, se han ido produciendo sobre el territorio. Resto material del desarrollo de la Argentina moderna, espacio de conflicto en los años del modelo de sustitución de importaciones, lugar abandonado y derruido a partir de que las privatizaciones de los ’90 pusieron fin a la red ferroviaria estatal en el país, la Estación condensa diversas memorias: la de la nación, que se pretende de todos/as, la memoria de los sujetos en conflicto, que revela sus grietas y contradicciones. En ese espacio se produce la iniciativa de las clases dominantes en procura de la privatización de los terrenos de la Estación. Esa iniciativa no provoca de manera refleja la resistencia de los sujetos, sino que éstos se levantan a partir de una construcción que la ubica en su memoria política como bien común. Se trata de la puesta en marcha de la economía moral, tal como decía Thompson.
La consideración del tiempo como dimensión de la experiencia permitió comprender las múltiples temporalidades históricas que se jugaban en el conflicto, los cruces de las memorias, pues si los sujetos se involucraron motivados por sus significaciones pasadas, ellas retornan a la luz de un presente para el que ese pasado cobra algún interés. Comprender la Estación como sitio de la memoria ha permitido reconocer el lugar que ocuparon los recuerdos, sentimientos y emociones en la experiencia de lucha por la recuperación de la Estación como espacio público. Más aún, ha hecho posible rastrear la(s) temporalidad(es) implicadas en los procesos organizativos, que se pusieron en juego durante el período de confluencia entre los tres colectivos.
Por una parte, la Estación permitía establecer una temporalidad común a partir de las significaciones otorgadas al FC en los relatos sobre la historia nacional, por la otra, emergían en torno a ella memorias particulares construidas desde las diferentes condiciones históricas (de clase, generacionales, de género sexual, etc.), desde los recorridos grupales y las tradiciones políticas. De allí que ese encuentro activara también tensiones y ambivalencias, pusiera en movimiento ciertos procesos de rememoración que transformaron los marcos de (in)visibilidad produciendo la irrupción de la Estación en el espacio público. Su imagen actual en ruinas despertó recuerdos acerca del pasado, pues ella simboliza la  modernización y el progreso nacional. Estas rememoraciones iluminaron el estado de abandono y saqueo del que fue objeto en las últimas décadas, permitiendo una visualización de los efectos que dejaron las privatizaciones neoliberales: la irrupción de la Estación en el espacio público es tomada como cifra para leer el presente, como posibilidad de abrir una crítica a los proyectos que, en la actualidad, pretenden modernizar el espacio de la Estación en base a nuevas privatizaciones.
Ese proceso ideológico-político de rememoración y creación de nuevas expectativas, se sostuvo en la creación colectiva, en la experiencia de encuentro con el/la otro/a. Ha sido en ese sentido que propuse pensar la constitución de los sujetos subalternos, su proceso de identificación como clase, como resultado de la experiencia de lucha. Una experiencia que ha sido densa, pues a la vez que se apoya sobre un terreno no elegido, los arreglos entre el gobierno y Puerto Madero, pone en juego las  memorias, tradiciones y prácticas políticas de los sujetos. Así se configura una conflictividad cuya trama simbólica compromete pasado, presente y futuro.
A lo largo del trabajo pudimos observar que cada colectivo se fue involucrando en el conflicto y comprometiendo en la lucha por la recuperación de la Estación, a partir de temporalidades dispares, de sus preocupaciones y expectativas particulares, y al mismo tiempo, fueron capaces de ir tejiendo una temporalidad común no exenta de tensiones.
La okupación de la Estación que comenzó Casa Amérika a principios de 2006 interpeló al resto de los colectivos, al dar visibilidad al espacio de la Estación. Frente a los rumores sobre la llegada de Puerto Madero, OSA realizó una convocatoria a debatir sobre al situación de los terrenos. Mientras Casa Amérika había ingresado a la Estación para realizar un evento artístico y sólo pudieron construir su compromiso con la recuperación del espacio público transitando una experiencia que derivó en una resignificación de la okupación, OSA llegó a la Estación porque ya contaba entre sus preocupaciones la idea de recuperar los espacios públicos y de articular las luchas que llevan a cabo diferentes organizaciones y colectivos. Por su parte, los ferroviarios, si bien unidos por una historia larga a los FFCC, no se habían movilizado sino hasta avanzado el 2007, cuando comienzan a recuperarse como colectivo y a recrear un proyecto político a futuro a partir de la promesa de reactivación de la red ferroviaria por parte del gobierno nacional. Su aporte fundamental, al menos imaginariamente, fue el de proveer un vínculo con el pasado. Para los jóvenes de Casa Amérika, el encuentro con los ferroviarios implicó la posibilidad de vivenciar la transmisión de una experiencia. Para los ferroviarios, la posibilidad de involucrarse en una lucha colectiva reconocida socialmente, fue un asunto relevante si consideramos las derrotas históricas sufridas por los trabajadores en sus luchas contra las privatizaciones de los ’90. Si por entonces sus reivindicaciones aparecieron como una lucha particularista, en el conflicto de la Estación, fueron investidos como los portadores de un pasado significativo e indispensable.
En ese corto período, entre 2006-2008, fue posible a partir de la experiencia compartida de mirar el mundo desde abajo, una suerte de confluencia revulsiva entre pasado, presente y futuro. Mientras Casa Amérika transitaba de la okupación a la recuperación del espacio público, los ferroviarios reconquistaban retazos de las memorias de sus luchas y se colocaban en el escenario político como portavoces de una demanda colectiva políticamente legítima. También es verdad que su vínculo con el pasado operaba como una de las mayores dificultades para la imaginación de un futuro diferente. En cuanto al presente, la confluencia fue posible durante un tiempo breve, pues, si la lucha por la recuperación de la Estación fue significada como defensa del espacio público, y fue este el punto que permitió conformar un lugar y tiempo de encuentro entre los colectivos, paradójicamente, también será el asunto en torno al cual se expresen las tensiones entre concepciones y prácticas diferenciales. Las diferentes perspectivas que tienen respecto de los procedimientos que, para ellos, conducirían al resultado de la recuperación del espacio público, el modo como lo imaginan, está configurado por sus experiencias políticas previas, sus recorridos grupales, sus tradiciones. Las nociones que tienen del espacio público y de la forma de construirlo, el lugar que otorgan y la función que suponen debe tener el Estado, están lejos de posibilitar acuerdos. Se trata más bien de una débil convergencia: no a la privatización, pero de ahí en más se producían dispersiones, aún al interior de cada organización, especialmente en OSA y Casa Amérika pues, mucho más anclados al pasado, los ferroviarios no dudaban en identificar lo público y lo estatal.
He apostado a realizar el análisis de la dinámica del conflicto por los terrenos de la Estación a través de la experiencia de los sujetos y el vínculo que guarda con la lucha de clases. Pues lo que determina la formación de la clase, implica esa doble relación que mencionara Meiksins Wood, por una parte la relación entre las clases, a ese proceso de configuración de un nosotros frente a un ellos como resultado de la experiencia de lucha, esto es: los sujetos subalternos se constituyen como sujeto político al oponerse a las clases dominantes en su resistencia a ser separados de sus medios de vida, el derecho a decidir sobre la ciudad que habitan, sobre los usos de los terrenos públicos, sobre el agua. Pero por otra parte refiere a las relaciones entre los miembros de la misma clase, a los arreglos y tensiones entre sujetos que, si bien ubicados en posiciones antagónicas respecto de las clases dominantes, proceden de experiencias diferenciales, tienen distintas trayectorias y memorias políticas. Sus posiciones subalternas refieren tanto a ese terreno no elegido que posibilita una afinidad en las respuestas de cada colectivo,  como a su experiencia previa, a sus distintas tradiciones políticas.
Ahora bien,  por qué centrar el análisis en la experiencia singular de la Estación, si ella no es sino un caso entre otros muchos, en el que toma cuerpo el combate de los sectores subalternos en las condiciones marcadas por la acumulación por desposesión  en tanto lógica específica del capitalismo tardío. Diversos colectivos han protagonizado conflictos contra los avances de la privatización luchando contra la apropiación privada de la tierra y el agua. Ellos ponen en evidencia hasta qué punto el territorio y el agua escasos, son el terreno en  que se juega a lucha de clases.
La preocupación por centrar el análisis en la singularidad de la experiencia de lucha por la recuperación de la Estación, tuvo que ver con mi propia trayectoria en la investigación, pues el interés por la espacialización del conflicto es un interés tardío, que apareció sobre la marcha. Al comienzo, la búsqueda estaba organizada alrededor de la cuestión de la experiencia de los sujetos, la relación entre pasado y presente y el lugar de la memoria en el proceso de organización política de los sujetos colectivos. Mis preguntas giraban en torno a la problemática de la memoria y las tradiciones de los sujetos subalternos, y desde allí comencé a participar del taller de Historia Local que se organizara como parte de las actividades de Casa Amérika. Hoy, retrospectivamente, tal vez cabe preguntarse cuánto debían esos primeros interrogantes a la manera como se presentaba el debate dentro de las ciencias sociales: lo viejo versus lo nuevo. Pues, al comienzo del trabajo, las primeras indagaciones teórico-conceptuales estuvieron encaminadas a reflexionar sobre la relación pasado/presente, con el desafío de cuestionar la manera dilemática como, dicha relación, tendía a presentarse en el debate. No obstante, la pregunta permanecía dentro de la misma problemática.
Al entrar a la estación, me encontré con un terreno en el que condensaban política, memoria y espacialización de la lucha de clases. Fue en ese intercambio con los sujetos, en la percepción de un horizonte más amplio de luchas nucleadas por conflictos semejantes que pude advertir la regularidad en los conflictos alrededor del espacio. A partir de las iluminaciones que arrojaba la práctica de los sujetos sobre el mundo de lo social, la singularidad de la experiencia de lucha por la recuperación de la Estación puso en evidencia un proceso macroestructural del capitalismo, la territorialización del conflicto como una de las formas privilegiadas de la lucha social en una etapa del capitalismo caracterizada por la acumulación por desposesión.
Atravesar ese proceso en la producción de conocimiento, dejó percibir que el análisis de la experiencia política no puede encararse como el tratamiento de un “caso” de una realidad general, sino que la lucha de clases adquiere formas singulares en determinados momentos de la historia. En esto reside la relevancia que adquiere la experiencia para abordar los procesos de constitución de sujetos políticos, especialmente cuando se trata de momentos históricos que no son, ni mucho menos, momentos clásicos, ya conocidos, donde uno pueda utilizar los esquemas aprendidos para comprender el mundo histórico-social, sino que más bien son procesos sumamente complejos, en los cuales los sujetos se constituyen y desagregan, se repliegan y vuelven a la ofensiva de manera permanente, planteando una conflictividad lábil, escurridiza a la conceptualización, tal como, según Edward Thompson ocurría en el Siglo XVII, como lucha de clases sin clases.
En síntesis, mientras que en la lógica de exposición seguida en la escritura de la tesis, comencé por una conceptualización de la lógica del capitalismo tardío y finalicé por la experiencia de los sujetos, en la lógica de la investigación realicé el recorrido inverso, ingresando al campo a través de la experiencia y las prácticas de los sujetos, para llegar a preguntar por las relaciones entre economía, política y cultura en el capitalismo tardío. Es decir, ingresé con unos interrogantes y terminé con otros. La producción del conocimiento como un proceso revela que no se trata de comprobar hipótesis sino que, a medida que el sujeto posicionado en la función de producción de  conocimiento se involucra en el proceso, va encontrando lógicas y atravesamientos por medio de la relación práctica con los sujetos de la praxis por así decir y a través de esa interrelación los conceptos teóricos iluminan las prácticas, al tiempo que las prácticas determinan los conceptos que inicialmente parecían abstractos.