Desde siempre ha existido un sector de la población que, ante la desesperanza y la desesperación tanto social como económica, ha optado por otras vías distintas a la electoral para tratar de transformar la realidad que está viviendo o simplemente considera que por medio de los procesos electorales nada ha de cambiar en nuestra sociedad. En este sector se incluye también a quienes han optado por no registrarse ni obtener su credencial de elector, por lo que ni siquiera quedan registrados como abstencionistas en las estadísticas electorales.
Un sin fin de investigaciones podemos contar sobre el abstencionismo en donde se toma, principalmente, los factores socioeconómicos como explicativos del mismo, entre ellos se encuentra el de Juan Campos Vega1 en donde establece que si partimos de la base de que las causas que generaron el abstencionismo en épocas pasadas continúan presentes en nuestra sociedad, y en todas las sociedades que tienen como base de su vida político-electoral la democracia burguesa representativa, habremos de aceptar que el abstencionismo es un elemento consustancial de dicho sistema político característico de la sociedad burguesa, porque el capitalismo, que constituye la base económica de tal sistema, se distingue por las desigualdades que genera y estas desigualdades constituyen, a su vez, la base política, económica y social del abstencionismo.
Campos Vega indica que el hecho de que existan porcentajes mayores o menores de abstencionismo en unos u otros países, el que estas tasas cambien en unas u otras épocas, obedece a la historia de cada una de las naciones, a sus tradiciones políticas y al grado de desarrollo alcanzado. En el caso de México, lo que habría que buscar son los elementos nuevos que sumados a las causas preexistentes, incrementaron el abstencionismo en las elecciones federales intermedias del 2003 y lo llevaron al porcentaje cercano al 60 por ciento, muy superior al de los procesos electorales federales inmediatos anteriores2. Es innegable que en la actualidad no solamente nos estamos enfrentado a las causas tradicionales (y estructurales) que en nuestro país generaron el abstencionismo electoral. Ahora hay nuevos elementos que analizar, concluye Campos Vega, que nos señalan que el incremento del abstencionismo refleja una profunda crisis del actual sistema electoral y de partidos.
Son varios los estudios3 que demuestran que los abstencioncitas, en su gran mayoría, son aquellas personas que se encuentran en desventaja social, tanto por falta de medios materiales como de oportunidades. Sostener que el abstencionismo es el fenómeno electoral de mayor calado ya no resulta una afirmación exclusivamente cuantitativa, sino también cualitativa.
Barahona indica que las conclusiones de un grupo de investigadores de la Universidad de Costa Rica sobre abstencionismo apuntan a que existe una relación entre el Índice de Rezago Social (IRS) y los niveles de abstencionismo electoral, pues si bien es cierto que la no concurrencia de los electores a las urnas puede explicarse con base en distintos factores, también lo es que se identifica con toda claridad, un hilo conductor entre el nivel de satisfacción de las necesidades primarias de los ciudadanos y su voluntad participativo democrática.4
Barahona indica que las conclusiones de dicha investigación, obligan ineludiblemente a considerar que, “en las condiciones actuales, sólo participan de la democracia los satisfechos, es decir, aquellos ciudadanos cuyas necesidades de empleo, de ingreso, de vivienda, de salud, y de educación, (dimensión socioeconómica del desarrollo humano) se encuentran cubiertas al menos medianamente”.5 Debemos decir, que esto es consecuencia lógica del fuerte sentido de desarraigo, cuando no de subordinación, provocada por la exclusión social, nos basta ver en México los niveles de exclusión y desigualdad social, así como los de abstencionismo registrados en los últimos años; esta situación socava las bases mismas del sistema y la única forma de combatirla es luchando frontalmente, con visión de largo alcance, y no con programas asistencialistas (entrecortados sexenalmente), contra la pobreza.
En concordancia con Barahona, el problema del abstencionismo podría considerarse en relación con el viejo adagio de que “es más fácil ser demócrata con el estómago lleno”, así, mientras el grueso de la gente no se convenza de que la democracia puede facilitar, cuando menos, la solución de sus problemas más inmediatos, no habrá posibilidades reales de solucionar permanentemente la crisis de legitimidad de la llamada democracia, como régimen, alimentada por el abstencionismo en los últimos años. Es claro que, “el frío no está en las cobijas”6 y que en consecuencia, no resta más que evaluar, decidir, y actuar sobre las verdaderas causas que alimentan el abstencionismo y debilitan el sistema democrático, todas resumidas en una palabra, pobreza, pero no sólo de medios, sino también de oportunidades.
Un estudio que se torna muy interesante para el asunto en cuestión lo constituye el Programa Estratégico de Educación Cívica 2005-2006 elaborado por el Instituto Federal Electoral (IFE), en donde se indica que el abstencionismo es propiciado por la falta de sentido y eficacia política, por consecuencia, de beneficios para la población; el costo de las elecciones, y la distancia entre las propuestas de campaña y las demandas de la ciudadanía.
El abstencionismo representa, en términos futuros, una suerte de hipoteca que pesa sobre los pocos activos democráticos de la sociedad mexicana.
2 El Estudio de la participación ciudadana en las elecciones federales de 2003, elaborado por el Instituto Federal Electoral (IFE) indica que las mujeres, en términos relativos participaron más que los hombres, a excepción de las entidades de Baja California Sur, Guerrero, Sinaloa, Tabasco y Chiapas. Asimismo, se estableció que los niveles más bajos de participación por grupos de edad se ubicaron en las edades comprendidas entre los 20 y 34 años, en donde se concentra el 43% de ciudadanos en edad de votar. Según la condición geográfica de los electores que se dividen en urbano y no urbano, el nivel de participación pareciera no presentar diferencias en el conjunto nacional; no obstante, en el caso de las mujeres se observó que las jóvenes y adultas jóvenes que viven en medios rurales participaron más que las que habitan regiones urbanas. El mismo estudio establece que a excepción de quienes tienen 18 años, durante las primeras edades y hasta aproximadamente el grupo de 50 a 54 años, los niveles de participación más alto se registraron en las regiones eminentemente rurales correspondientes a secciones ubicadas en localidades de menos de dos mil 500 habitantes.
3 Indica Barahona, ver: Barahona Kruger, Pablo, El abstencionismo como hecho capital: un diagnóstico crítico, San José, Costa Rica, Ed. 2003.
4Para el caso de México sería entre el nivel de satisfacción de las necesidades primarias y su voluntad participativa estatista autoritaria y democrática.
5 Barahona Kruger, Pablo, El abstencionismo como hecho capital: un diagnóstico crítico, San José, Costa Rica, Ed. 2003. pag. 6. Los paréntesis son míos.
6 Idem. Pag. 6
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