Cuando se relaciona el concepto de crecimiento económico, es importante considerar y analizar los factores que inciden en la dinámica de este fenómeno como lo son: los recursos humanos, los recursos naturales, la formación de capital y la tecnología. Cada una de estos factores puede determinar el nivel de crecimiento y desarrollo que se puede alcanzar. Sin embargo, encontramos algunos autores que hacen hincapié sobre uno de estos factores, por ejemplo, hay quienes abogan en la necesidad de aumentar la inversión de capital, en fomentar la investigación y el desarrollo y el cambio tecnológico.
Por otro lado, hay quienes ponen énfasis en el papel que desempeña la mejora del nivel de estudio de la mano de obra. A pesar de todos estos criterios, se puede argumentar que no existe una fórmula para determinar cuál de todos es el que permitirá alcanzar un mayor grado de crecimiento económico ya que cada país mantiene características propias de desarrollo, y por lo tanto difiere de un país a otro, debido a su estructura económica.
El objetivo del crecimiento económico sólo adquiere su verdadera significación cuando las medidas adoptadas para fomentar la producción alienten a la vez, aquellas modificaciones estructurales que el propio ritmo de crecimiento exige.1 Quiere decir, que para lograr esta finalidad debe haber una relación recíproca a corto y largo plazo de las políticas económicas que están encaminadas a lograr el objetivo y los factores que tienden a estimular la producción.
El crecimiento económico tiene como finalidad el aumento del producto potencial de una economía, es decir, la expansión de la capacidad para producir bienes y servicios en un país.2
La capacidad productiva es muy importante para el crecimiento económico, no obstante, no sólo depende de los cambios en el potencial de la economía para la producción, sino también del grado en que se pueda utilizar esa capacidad.
La teoría del crecimiento ha incorporado otros elementos dentro de su análisis. Schumpeter, proponía que el sistema financiero es importante para la promoción de la innovación tecnológica y el crecimiento económico en el largo plazo (Carvajal y Zuleta, 1997). En el plano empírico las primeras evaluaciones de esta hipótesis se llevaron a cabo en la década de 1970 (Goldsmith, 1969; Mckinnon, 1973 y Shaw, 1973), para muestras muy pequeñas de países, con resultados que apoyaban la idea que la mejor estructuración financiera de una economía acelera el crecimiento. Por supuesto, las simples relaciones empíricas resultaban cuestionables en tanto carecían de fundamentación teórica 3.
La época de la primera posguerra comenzó con una preocupación más generalizada sobre la dinámica económica. Se presentó un período de relativa expansión en la década de 1920, pero ésta finalizó con la depresión de 1929. A partir de este momento, el pensamiento keynesiano sobre la intervención del Estado, surgió como la solución fundamental para suavizar la depresión que vivía el mundo capitalista, y para hacer posible el crecimiento mediante políticas anticíclicas, centradas en la determinación de niveles satisfactorios de demanda agregada, en forma esencial, a través del gasto público.
Keynes afirmaba que “los postulados de la teoría clásica sólo son aplicables a un caso especial y no al caso general. Más aún, las características del caso especial supuesto por la teoría clásica, no son de la sociedad económica en la que vivimos, de donde resulta que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos de la experiencia”4 .
Frecuentemente se encuentran personas que no están relacionadas con la terminología económica y tienden a confundir los conceptos de crecimiento y desarrollo, por lo que se debe considerar que el objetivo de crecimiento no coincide con el objetivo desarrollo. El desarrollo de un país implica cambios estructurales (culturales, sociales y políticos) que serán los que, en última instancia, permitirán un crecimiento autosostenido.
Es este marco el que ha consagrado el discurso del desarrollo económico, en donde las premisas sobre el bienestar general, la acumulación de riqueza, la plena concepción del ser humano y el desarrollo sostenible, han sido la base del debate para la definición del concepto. Las condiciones para el desarrollo no sólo se definen por la acumulación de conocimiento y capital físico en un territorio; éste va más allá de eso, se trata de crear los instrumentos para gestionar los procesos de ordenamiento social, y las instituciones y el marco regulatorio que permitan potencializar las diferentes expresiones del capital en las regiones.
El proceso de acumulación y la dotación de recursos que posee una región, determinan las ventajas competitivas y comparativas, las cuales posibilitan la creación de firmas y el crecimiento económico de un territorio. La forma en que se utilicen dichos recursos y potencialidades puede disminuir o agravar las desigualdades regionales, industriales o sociales dentro del espacio. El proceso de reestructuración de las firmas y las estrategias empresariales son producto de la lógica territorial diferencial, en su afán por conseguir mejores niveles de competitividad a través de un sistema flexible.
El crecimiento constante de la producción de bienes está en la base del desarrollo del sistema capitalista y lo diferencia de los sistemas sociales anteriores. La continua transformación del capital monetario en productos, a través de las maquinarias, las materias primas y la mano de obra, que luego se comercializan para obtener un capital monetario mayor que el original, constituyen el circuito de producción y comercialización que realiza el capital. Capital mayor al final de la repetición de cada circuito que nuevamente será invertido para repetir constantemente el circuito y ampliarlo, mecanismo que genera el crecimiento económico.
La motivación básica del empresario de obtención de beneficios, siempre crecientes, es el motor de esta dinámica. El sistema capitalista se transforma progresivamente en las sucesivas repeticiones del circuito, en forma irreversible y crecientemente compleja. El crecimiento de la economía de un país capitalista depende entonces de la reinversión de los beneficios obtenidos por los empresarios, beneficios que son los excedentes generados en el proceso de producción por los trabajadores.
Cuanto mayor sea el consumo social de bienes en un país, mayor la proporción de excedentes destinados al consumo personal capitalista y no productivo (gobierno, sectores comerciales y financieros) y menor porción de los excedentes podrá dirigirse a la inversión y, por ende, menor será el crecimiento económico.5
A pesar de que se persiga un incremento en la producción, a expensas de una mayor capacidad productiva, esta variable dependerá en gran medida de la cantidad y calidad de los recursos empleados en este proceso, así como también, la utilización tecnológica adecuada y por otra parte del empleo máximo y especializado de la fuerza laboral.
Para valorar el nivel de crecimiento económico, se utiliza como indicador los resultados anuales que arroja el Producto Interno Bruto, que forma parte de un Sistema de Contabilidad Nacional donde se registran, de forma sistemática, los hechos económicos que realizan las entidades en el país, y donde se recopilan otros conceptos macroeconómicos.
1 Solis, José Del C. (1986). Fundamentos de Política Económica. Colombia. Pág. 71
2 Ibid. Pág. 67
3 Desarrollos recientes han presentado modelos de crecimiento en los que la intermediación financiera afecta la tasa de crecimiento (endógeno) del PIB per cápita en el largo plazo, y de ellos se extrae la lección de que las políticas de represión al sistema financiero, o la excesiva intermediación en sus funciones tienen efectos nocivos en el crecimiento de largo plazo.
4 Keynes J.M. (1986). “La Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero”. Fondo de Cultura Económica. Pág. 3.
5 Alan J. Cage (2004) El ciclo económico. Texto completo en www.eumed.net/cursecon/libreria/
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