A partir de 1968/1969, Walsh ha hecho de su elección de la escritura una praxis escritural desde la cual apuesta a la denuncia de la violencia hacia los oprimidos y la articulación de una versión contrahegemónica de los hechos, es decir, un ejercicio de memoria como práctica contestataria de disputa por el sentido del pasado 1. El corpus abordado, entonces, está constituido por la tercera y cuarta edición de Operación Masacre (1969 y 1972), las ediciones en formato libro de ¿Quién mató a Rosendo? (1969) y Caso Satanowsky (1973). Había transitado de la representación a la presentación de la denuncia, pues además de recuperar los testimonios de los otros silenciados, vehiculiza su propio testimonio desde el lugar del escritor-testigo de su tiempo histórico: el texto-homenaje por la muerte de Ernesto Guevara titulado “Guevara” (1968), el “Prólogo” a Los que luchan y los que lloran de Jorge Ricardo Masetti (1969), un grupo de textos constituido por las “cartas polémicas”, y una crónica sobre el Cordobazo.
Un elemento común a estos textos está dado por el hecho de que comparten un procedimiento de construcción del relato -también utilizado por el autor en sus notas periodísticas y en muchos de sus cuentos- en virtud del cual los hechos se narran estableciendo vínculos entre las historias singulares y la historia de una sociedad. Lo que se relata aparece inscripto en dos registros: el personal, es decir, el recorrido por la historia vivida de los protagonistas; y el social, espacio tensionado por lógicas de poder que determinan el terreno donde se configura el acontecer de las experiencias individuales. En esta línea se pronuncia Walsh, en una entrevista publicada en Primera Plana, en octubre de 1968, donde sostiene que le interesa que “mis historias particulares no contradigan la historia general de los argentinos” (Walsh, 2007a (1968): 112). En orden a este procedimiento narrativo es posible para el escritor construir, desde los paratextos o en los textos mismos, series de acontecimientos encadenados, o bien, historias individuales (casos) marcadas por las mismas condiciones históricas, que puestas en relación mediante un encuadre histórico, permiten visibilizar el devenir del conflicto de clases. En este sentido los textos se configuran como un dispositivo de réplica ante la violencia del sistema doblemente orientado, hacia la palabra oficial para desmentirla y hacia los sectores populares hilvanando las huellas de la memoria de sus luchas. En el epílogo de la edición de 1969 de Operación Masacre, y en el capítulo 30 de Caso Satanowsky dicho procedimiento aparece explicitado:
Las torturas y los asesinatos que precedieron y sucedieron a la masacre de 1956 son episodios característicos, inevitables y no anecdóticos de la lucha de clases en Argentina. El caso Manchego, el caso Vallese, el asesinato de Méndez, Mussi y Retamar, la muerte de Pampillón, el asesinato de Hilda Guerrero, las diarias sesiones de picana en comisarías de todo el país, la represión brutal de manifestaciones obreras y estudiantiles, las inicuas razzias en villas miseria, son eslabones de una misma cadena (Walsh, 2004 (1969): 223).
La violencia brutal del Caso Satanowsky quedó reservada desde entonces a los que cuestionaban el orden social y no a los que litigaban por sus beneficios. Se aplicó globalmente a una clase y específicamente a los militantes destacados de esa clase. El secuestro y asesinato de Felipe Vallese en agosto de 1962 se repetiría diez años después con el secuestro y asesinato de Monti y de Lanchowsky; la ejecución callejera de Méndez, Mussi y Retamar tendrían su eco puntual en la masacre de trabajadores tucumanos, cordobeses y mendocinos entre 1969 y 1972.
Esa violencia apuntó también a los desclasados que asumían la causa de los trabajadores, como revolucionarios y aun como reformadores humanistas. En ese terreno los servicios desarrollaron una práctica específica diferenciada de la simple brutalidad callejera. El rapto, tortura y muerte del abogado Martins en diciembre de 1970 es la corrección del error cometido con el abogado Satanowsky, aquí ya no se trata de un adversario conversable sino de un auténtico enemigo, un abogado que defiende a los villeros y a los pobres (Walsh, 2007b (1973): 196-197).
Otro rasgo, que habilita una lectura en paralelo de la mencionada constelación de relatos testimoniales, lo constituyen las repetidas alusiones a un concepto de memoria entendida como territorio de conflicto en el que se enfrentan diversas narrativas sobre los procesos históricos. Los alcances de este concepto abarcan también la idea de construcción del recuerdo para la memoria social y la noción de práctica de resistencia.
Así lo vemos, por ejemplo, en el texto Guevara:
El agente de la CIA que según la agencia Reuter codeó y panceó a cien periodistas que en Valle Grande pretendían ver el cadáver, dijo una frase en inglés: "Awright, get the hell out of here". Esta frase con su sello, su impronta, su marca criminal, queda propuesta para la historia. Y su necesaria réplica: alguien tarde o temprano se irá al carajo de este continente. No serán los que nacieron en él. No será la memoria del Che.
Que ahora está desparramado en cien ciudades
Entregado al camino de quienes no lo conocieron (Walsh, 2007c (1968): 285).
También podemos leer en el “Prólogo” a Los que luchan y los que lloran: “Periodista, sabía cómo se construyen renombres y se tejen olvidos. Guerrillero, pudo presumir que si era derrotado el enemigo sería el dueño momentáneo de su historia” (Walsh, 2007a (1969): 127). Otra reflexión semejante aparece en la carta-homenaje a su amigo Paco Urondo, escrita luego de la muerte del poeta:
No fue tanto, cuando te llegó el momento -en una cita de rutina- y te batiste. Ellos eran demasiados en esa tarde aciaga. Un coronel te insultó en un comunicado, los diarios no se atrevieron a publicar tu nombre, te iban a enterrar como a un perro cuando te recuperamos.
Era el fin de una parábola. Son los pobres de la tierra, los trabajadores secuestrados por el ejército asesino y la Marina mercenaria, los torturados, los presos que fusilan simulando combates. Son las masas las que van a sepultar a tus verdugos en el tacho de la basura de la Historia (Walsh, 1997 (1976):15).
En su “Carta a Vicky” hace referencia a la memoria y al recuerdo: “No podré despedirme de vos, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizá te envidio, querida mía” (Walsh, 2007a (1976): 266). Y en la “Noticia preliminar” de ¿Quién mató a Rosendo?:
En el llamado tiroteo de La Real de Avellaneda, en mayo de 1966, resultó asesinado alguien mucho más valioso que Rosendo. Ese hombre, el Griego Blajaquis, era un auténtico héroe de su clase. A mansalva fue baleado otro hombre, Zalazar, cuya humildad y cuya desesperanza eran tan insondables que resulta como un espejo de la desgracia obrera. Para los diarios, para la policía, para los jueces, esta gente no tiene historia, tiene prontuario; no los conocen los escritores ni los poetas; la justicia y el honor que se les debe no cabe en estas líneas; algún día sin embargo resplandecerá la hermosura de sus hechos y la de tantos otros, ignorados, perseguidos y rebeldes hasta el fin (Walsh, 2003 (1969): 7-8).
Del mismo modo lo encontramos en la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”:
Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aún si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas.
Estas son las reflexiones que en el aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace tiempo de dar testimonio en momentos difíciles (Walsh, 1994 (1977): 253).
Según se desprende de estos fragmentos la problemática de la memoria refiere a un territorio de conflicto ideológico sobre el cual los sectores dominantes operan para dejar la “impronta” de su interpretación de los hechos históricos. Frente a esa historia, es decir, la historia oficial, la recuperación de una memoria subterránea y alternativa se presenta como una réplica necesaria desde los sectores contrahegemónicos. Resulta necesaria porque, siguiendo una perspectiva benjaminiana, la memoria a la que contribuyen los relatos de Walsh articula recuerdos que se hacen presentes al sujeto en el instante de peligro (Benjamin, 1982) -“sin esperanzas de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido”-. En tal sentido, hay una conciencia del carácter construido de la memoria: tanto los recuerdos como el olvido “se tejen”, se hilan, son el producto de prácticas político-discursivas que expresan el conflicto transitado por los grupos sociales en los procesos históricos actuales; esto es, el pasado rememorado es aquel que adviene y contribuye a configurar la conflictividad del presente. El conocimiento histórico tiene como punto de partida el reconocimiento del estado de emergencia en el que se encuentran los sectores subalternos, esa peligrosidad impone “límites y presiones” (Williams, 2002) a los procesos de rememoración. Así también, el recuerdo colectivo es presentado como alimento y justificación de las luchas populares, y el testimonio como posibilitador del recuerdo que moviliza.
Dentro de las implicancias ideológicas de esos textos urgentes de Walsh, aparece como planteo la idea de que existen diversas narrativas que se van articulando alrededor de un acontecimiento y van conformando las memorias de los diferentes sectores sociales. En el caso de los sectores populares y la militancia revolucionaria, los relatos a partir de los cuales se reconstruye y explica la experiencia histórica, ponen de manifiesto el ajuste de cuentas entre el pasado y el presente. Esta relación dialéctica entre pasado y presente se desarrolla como vínculo solidario entre política y memoria: es la política (los conflictos y acontecimientos político-sociales del presente) la que estructura y hace posible determinados procesos de rememoración del pasado de manera colectiva; a la vez que es la rememoración del pasado uno de los espacios de donde los sujetos extraen el espíritu y la fortaleza necesaria para legitimar su lucha política y proyectar un futuro deseado (Salomone, 2008). Esta idea de memoria tiene una dimensión social o colectiva (Halbwachs, 2004). Lo que está en juego en el recuerdo del pasado es que constituye una herramienta en los conflictos por los que atraviesan los grupos sociales, y por tanto, porta implicancias para el desarrollo de esa pugna constante. Es por esto que para Walsh, las memorias contrahegemónicas constituyen también un espacio de resistencia donde las historias del pueblo, de los militantes y combatientes, de los perseguidos pueden ser guardadas y protegidas del olvido y el ocultamiento con la intención de configurar la trama de una tradición que anude el pasado y el presente, aún cuando ese lazo implique realizar una lectura a contrapelo de la experiencia histórica.
En el texto “Cordobazo” se configura una noción de memoria social que aparece expresada bajo diversas formulaciones en el marco de una crónica de lo que sería conceptualizado, posteriormente, como la apertura del período de “lucha de calles” (Balvé, 2005). La importancia de este texto radica en el hecho de que resitúa la cuestión de la memoria en el ámbito de la política (la lucha de calles); dejando evidenciar que el conocimiento de la historia (la crónica) no corresponde al recuento de los acontecimientos “tal cual sucedieron”, sino a la visualización de la violencia política de la que son producto. Una reconstrucción histórica ha de tener en cuenta no sólo lo que efectivamente sucedió en la historia, sino también aquellos pasados (deseos, expectativas y prácticas) que quedaron truncados, pues son ellos los que cuestionan la inevitabilidad de este presente (el que heredamos entre todos los posibles) y permite imaginar la posibilidad de otro futuro.
En “Cordobazo” Walsh reconstruye el relato de los hechos y la experiencia de lucha de los sectores populares, disputando el sentido de diversos procesos y las informaciones oficiales, para denunciar la violencia de la represión ilegal y desentrañar los verdaderos objetivos del gobierno dictatorial:
Es la toma de conciencia contra tantas prohibiciones. Nada de tutelas ni usurpadores del poder, ni de cómplices participacionistas.
El saldo de la batalla de Córdoba, "El Cordobazo", es trágico. Decenas de muertos, cientos de heridos. Pero la dignidad y el coraje de un pueblo florecen y marcan una página histórica argentina y latinoamericana que no se borrará jamás (…)
Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan.
La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas. Esta vez es posible que se quiebre el círculo... (Walsh, 2006b s/d).
Si realizamos un análisis de la noción de memoria que suponen los fragmentos citados anteriormente podemos distinguir las siguientes significaciones. En primer lugar aparece la alusión al contenido “marcas”, en el sentido de huellas, improntas. Las luchas del pueblo dejan una marca en las “páginas de la historia” que no puede ser borrada. Hay una recurrencia en el uso de la metáfora de la marca/impronta para conceptualizar las consecuencias de las prácticas de construcción de las narrativas sobre el pasado. En segundo lugar, como contrapartida, las clases dominantes procuran invisibilizar la historia de los sectores populares, fragmentarla, apropiársela por medio de la instauración de una versión del relato de los hechos hegemónica y monológica (Bajtin, 1989; Gramsci, 1986) 2. En otras palabras, los sectores hegemónicos, en la institucionalización de su narrativa histórica, realizan una doble operación de construcción y destrucción: se construye la historia oficial y se destruyen las huellas de las memorias contrahegemónicas, se quiebra así la continuidad de la historia de los oprimidos. Por ello, cobra un sentido estético-político la organización polifónica de los relatos testimoniales walshianos en función de la cual las voces recuperadas atestiguan, polemizando con esa versión monológica. La batalla política supone dar espacio de enunciación a las voces silenciadas para que salgan a la superficie con sus valoraciones, opuestas a las dominantes a fin de instaurar una dialéctica confrontativa y polifónica, que posibilite la reconstrucción narrativa de la memoria interrumpida.
Así, este conjunto de textos testimoniales de Walsh reubica la problemática de la memoria en el terreno de la política y pone de manifiesto su vínculo con el conocimiento histórico. En ellos, el conocimiento de la historia no forma parte de una inquietud teórica sino, antes bien, de una urgencia vital, pues, como señalara Benjamin, “articular históricamente el pasado no significa conocerlo ‘como verdaderamente ha sido’, sino “adueñarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro” (Benjamin, 1982: 108). En el mismo sentido se podría decir que la versión benjaminiana de la historia y los textos testimoniales de Walsh poseen una conexión que permite pensar en notorias similitudes3 . De manera que el conocimiento del pasado sería el acto por el cual se le presenta al sujeto un recuerdo que lo salva. Hay en la perspectiva benjaminiana un primado de la política sobre la historia. En tal sentido, Gisela Catanzaro, recuerda que lo que se juega en el tablero de ajedrez de la primera de las Tesis de filosofía de la historia no es, en primera instancia, “una guerra entre distintas representaciones de la historia, sino una imagen de la historia como campo de batalla: sólo en la medida en que éste es su campo, interesa en la guerra también la lucha por su (verdadera) representación” (Catanzaro, 2003: 31).
La idea walshiana de la fragmentación de la memoria de las clases oprimidas y de la necesidad de contar con una narrativa que dé cuenta de su experiencia histórica muestra una profunda afinidad con las perspectivas de Gramsci y Benjamin a las que hemos aludido. Walsh, como producto de una praxis de enfrentamiento a la violencia del régimen, lanza estos textos testimoniales donde se realiza una recuperación de la memoria colectiva. En ellos es posible urdir puntos de contacto en el lugar que dejan los extravíos generadores de discontinuidad en el conflicto social, en la resistencia popular, en la lucha revolucionaria. Se establece así, una dialéctica entre pasado y presente a partir de la cual la articulación de la experiencia histórica permite que el recuerdo nutra y movilice el proceso de constitución de sujetos políticos colectivos, legitimando posiciones y acciones contrahegemónicas. Cuando Walsh dice hacia el final de la “Carta abierta de un escritor a la junta militar” que: “aún si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas” (Walsh, 1994 (1977): 253), otorga al recuerdo que se recupera y que se hilvana en la urdimbre de la memoria colectiva la función de proporcionar cohesión e identidad para un grupo social. Una cadena de recuerdos, en tanto muestra las huellas del pasado truncado y articula una narración en el lugar de la ausencia y del extravío, concede al relato de la memoria un sentido dinámico: la memoria se manifiesta en el presente, porque estructura las nuevas experiencias apoyándose en el pasado.
De la misma manera que Walter Benjamin supo comprender los vínculos entre memoria y política, entre pasado y presente, Walsh insiste en “la cita del pasado” (Benjamin, 1982:104), es decir, en el contacto vivo del presente con el pasado, a través de una práctica revolucionaria o transformadora del presente. Resulta elocuente en este sentido el siguiente fragmento de la “Ubicación” que enmarca el relato de Caso Satanowsky:
Si rescato el tema en 1973, no es para contribuir al congelamiento histórico de la Revolución Libertadora. Hay en juego un interés. Los mecanismos que la Libertadora estableció en los campos afines del periodismo y los Servicios de Informaciones -temas del libro- siguen vigentes después del triunfo popular del 11 de marzo, y no es una política conciliadora la que ha de desmontarlos. Denunciar esos mecanismos, preparar su destrucción, es tarea que corresponde a los trabajadores de prensa en el marco más amplio de las luchas del pueblo (Walsh, 2007b (1973): 17).
Walsh trabaja como el narrador de Benjamin. El trabajo de quien usa la razón crítica, narrador o historiador, se realiza sobre ruinas, sobre fragmentos del pasado marcados por la dominación, los conflictos, las fisuras, las rupturas, que se deben rescatar en la experiencia histórica. Es precisamente la labor del narrador, de quien articula pasado y presente, salvar a los muertos del enemigo que cuando vence (y aún no ha cesado de vencer) se apropia de la tradición de los oprimidos y convierte el recuerdo en instrumento de la clase dominante. Para ello es necesario peinar la historia a contrapelo, ver el pasado iluminado por el presente y descubrir su promesa de futuro (Benjamin, 1982: 111).
Para el filósofo alemán el que narra la historia, el cronista, encadena acontecimientos y los inscribe en el curso de una tradición. Su herramienta es la memoria, que le permite apropiarse de esa tradición en la medida en que el recuerdo enlaza historias dispersas fundando la cadena que la articula. De este modo, el narrador incorpora en su relato la experiencia propia y la ajena, es una suerte de depositario del caudal moral y cultural de su pueblo, que al hacerse eco de su tradición se erige en un luchador contra la mentira y el olvido, y por ello, su narración es un acto de justicia, o en palabras de Benjamin “el narrador es la figura en la que el justo se encuentra consigo mismo” (Benjamin, 1991). Subyace en esta afirmación final la idea de que hay una narración necesaria, hay historias que deben ser contadas, recordadas, actualizadas y en el acto de componer estas historias, la práctica de construir relatos y la de hacer justicia se encuentran.
A la luz de estas conceptualizaciones benjaminianas, Walsh se configura como un narrador pues rescata la trayectoria de los muertos por las causas populares, reconstruye las luchas de las que participaron y repone los eslabones de la cadena de recuerdos de estas luchas. Walsh escribe estos textos iluminando los fragmentos del pasado escamoteados por la historia oficial para restituir a los sectores obreros y populares una tradición de rebelión, un relato de la memoria colectiva contrahegemónica: Guevara y Masetti, los jóvenes guerrilleros y los intelectuales combatientes; los obreros, los estudiantes, el pueblo luchando en las calles, enfrentando y resistiendo a las dictaduras. Así, estos textos se comportan como dispositivos discursivos que permiten reconocer la historicidad de la experiencia pasada, y en esta operación de encuentro dialéctico entre pasado y presente se instaura una posibilidad de apropiación de un pasado que peligra pero que también revitaliza el ahora: “Esta vez es posible que se quiebre el círculo”.
Ahora bien: ¿en qué medida estas prácticas escriturales violentan la noción burguesa de literatura? El estudio de los textos de Walsh donde aparece el gesto de reconstrucción de una memoria colectiva posibilita pensar en una resignificación y extensión de los límites de la escritura testimonial. Frente a la violencia represiva, estos textos testimoniales urgentes no sólo desmienten y denuncian los actos criminales del poder dominante, sino que también articulan una narrativa de la experiencia histórica de los oprimidos. De este modo funcionan como una máquina textual que opera hacia el interior de lo literario expandiendo y diversificando los efectos de lo testimonial, y en esta acción de escritura otorgan a la literatura el estatuto de herramienta, de arma con potencialidad transformadora. Esa modulación que sufre el género testimonial es también parte de un proceso de politización del arte, de su inscripción en una experiencia histórica en la cual la escritura literaria se constituye en diálogo con la práctica política del autor, esto es, como producto de la experiencia de la lucha de clases. En este punto continuamos reconociendo lo que va distanciando al autor del arte burgués, su concepción del arte como praxis.
1 Los estudios sobre memoria han conocido, en los últimos años, un significativo proceso de expansión: Agamben (2000); Jelin (2002); Miguel Dalmaroni (2004); Löwy (2005), Catanzaro (2003) entre otros. En mi caso he tomado como punto de partida las conceptualizaciones gramscianas y benjaminianas sobre la historia de los oprimidos, utilizando además otros textos insoslayables como el estudio de Halbwachs sobre memoria colectiva (2004) y las reflexiones filosóficas de Paul Ricoeur (2000) sobre temporalidad y narración.
2 Desde la perspectiva gramsciana, se advierte que las huellas de la historia de los sectores subalternos son borradas, es decir, la articulación del relato de su experiencia del pasado sufre constantes disrupciones y silenciamientos puesto que, en general, no quedan registros de ellas. Así estos rastros quedan invisibilizados, ocultos tras la historia hegemónica como consecuencia de la dinámica que adquiere el conflicto social en cada momento histórico específico (Gramsci, 1986).
3 Ana María Amar Sánchez ha señalado que Walsh reactualiza el proyecto de algunos autores alemanes, en especial Brecht, Benjamin y Eisler. Las afinidades observadas por la autora se refieren a la búsqueda de un modo nuevo de hacer literatura a partir de hechos y documentos (Amar Sánchez, 1994: 90). En mi caso, también he detectado afinidades entre las ideas benjaminianas y walshianas, en lo que respecta a la relación entre política e historia.
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