En 1971, Walsh y Urondo trabajarían juntos nuevamente en el ámbito del diario La Opinión, cuyo primer número apareció en mayo. La Opinión era dirigido por Jacobo Timerman, quien ocho años antes había lanzado Primera Plana, de donde rápidamente dio un paso al costado. El diario se convirtió en uno de los clásicos del periodismo argentino y, según señalan Anguita y Caparrós, la frase consagrada para definir su perfil decía que “era izquierdista en cultura, centrista en política y derechista en economía” (Anguita y Caparrós, 1997: 449). Entre los periodistas que colaboraron con este emprendimiento se encontraban, q 1además de Rodolfo Walsh y Francisco Urondo, muchos de sus compañeros: Horacio Verbitsky, Miguel Bonasso, Juan Gelman, quien dirigía el suplemento literario. Las notas que escribe Walsh para La Opinión abordan temas de política internacional y mantienen la línea de las “grandes notas” de periodismo antropológico que había realizado para Panorama.
Urondo, por su parte, hace periodismo cultural, escribiendo artículos sobre la situación de la narrativa latinoamericana o bien sobre la producción de poetas y novelistas contemporáneos. Estos trabajos siguen, a grandes rasgos, el estilo de las notas producidas para Leoplán y Panorama, entre las que se destaca la entrevista realizada a Julio Cortázar en 1970, aunque el gesto de politizar los tópicos culturales se transformará en la nota dominante. Esta paradigmática entrevista titulada “Julio Cortázar: el escritor y sus armas”, que fue la única concedida por Cortázar al regresar al país luego de ocho años, se construye sobre un procedimiento que seguirá siendo utilizado por Urondo en sus trabajos periodísticos para La Opinión, la conversión de anécdotas, situaciones y perspectivas particulares en “cosa pública” (Falchini, 2009: 168). La conversación entre los dos escritores alcanza la categoría de una entrevista política. El diálogo, que recorre las opiniones personales sobre hechos culturales y proyectos literarios singulares, adquiere el valor de un análisis político sobre los temas cruciales de América Latina: la desigualdad económica y social, la opción por el socialismo, la revolución como concepto y práctica, el caso chileno y cubano, la precariedad de las democracias latinoamericanas, las vanguardias, América como la “patria grande”, el Che Guevara.
Mientras Urondo publica como periodista de Panorama la entrevista pública y “legal” que le realiza a Cortázar, produce otra, pero en condiciones de clandestinidad (Falchini, 2009). Como explica Baschetti, “las FAR innovan en la materia y en lugar de dar el consabido comunicado o parte de guerra, prefieren hacer una entrevista clandestina. El anónimo entrevistado es Carlitos Olmedo, un intelectual guerrillero que llegó a estudiar con Althusser en Francia y el entrevistador –también anónimo- es Paco Urondo” (Baschetti, 2000). El escritor estaba vinculado al núcleo previo de las FAR desde 1968, cuando conoce a Olmedo a través de su hija, Claudia Urondo, y asume integralmente la militancia política. Este reportaje conocido como “Las 13 preguntas” es realizado después de la primera aparición pública -30 de julio de 1970- de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) en la toma de la localidad de Garín. En diciembre de 1970 el diario cubano Granma publica “Las 13 preguntas” junto a una serie de entrevistas a organizaciones armadas argentinas: FAP, FAL y Montoneros. También aparece en abril de 1971, en el Nº 28 de Cristianismo y Revolución. En este reportaje Olmedo señala que la idea de constituirse como grupo para practicar la lucha armada surge con la muerte de Guevara y la identificación con su proyecto revolucionario. Además se reconocen marxistas- leninistas y herederos de las luchas del pueblo y la clase obrera, como es el caso de la experiencia peronista:
...en ese sentido, la experiencia peronista podría definirse como aquella experiencia que impide absolutamente a un trabajador concebir una lucha reivindicativa despojada de su significación política. (...) Pero además, lo cierto es que lo que genera conciencia no es sólo la miseria, sino la comprensión de que esa miseria es una injusticia. Y ésa es, quizás la contribución más importante que la experiencia peronista ha dado a nuestro pueblo: la posibilidad de comparar, de cotejar, de desmentir. La posibilidad de hacer de la explotación una historia, un fenómeno histórico referido a intereses terráqueos y no celestiales y sobrehumanos y que, por lo tanto, es modificable. Allí está, quizás, la clave de interpretación del fenómeno peronista (Las 13 preguntas en Baschetti, 1995: 168 y 174).
En 1972, Francisco Urondo, ya separado de Zulema Katz, inicia una relación con una gran amiga de Rodolfo Walsh, Ángela Mazzaferro, conocida como Lili, quien se había involucrado en actividades políticas contra la represión luego de que uno de sus hijos, militante de las FAP, fuera asesinado en 1971, a los 22 años, en un enfrentamiento con la policía (Arrosagaray, 2006: 28; Montanaro, 2003: 91-92).
Aunque la militancia política ocupa un lugar central en su proyecto vital, Urondo continúa escribiendo poesía. En ese tiempo Daniel Divinsky, director de Ediciones de la Flor, le propone reunir todos sus poemas en un solo libro. Bajo el título Todos los poemas 1950-1970, incluye los libros de poesía ya publicados, más dos inéditos hasta entonces: Son memorias y Poemas póstumos. En Urondo, los modos de vincular el ejercicio de la poesía con la actividad periodística y la militancia revolucionaria parecen no presentar fuertes conflictos, ni evidenciar tensiones que lleven a plantear disyuntivas. De este modo, aunque reconoce, en una entrevista que le realizaron en 1973 para la revista Así, que en esos tiempos de fuerte involucramiento político, “el periodismo y la militancia política” son “las armas” que le posibilitan la “comunicación con la realidad”; al mismo tiempo, el entrevistador sostiene, y Urondo acuerda, que los rótulos de “poeta, periodista y combatiente revolucionario” son los que mejor determinan su accionar de los últimos años (Urondo, 2009 (1973): 200-201). Al igual que Walsh, el poeta mantendrá sus proyectos literarios vigentes hasta el final de su vida, pero a diferencia de lo que sucede con aquel, que prioriza “las letras de emergencia” frente a la producción de ficciones, Urondo seguirá desarrollando su proyecto poético concomitantemente al trabajo con formatos discursivos que considera más legítimos. Aunque en 1971 hace alusión a algún grado de tensión entre escritura testimonial y escritura poética, concretamente cuando se refiere al empecinamiento en escribir poemas como “una especie de fatalidad” (Pichón Riviére, 1971: 38), Urondo continuará con su producción poética.
A diferencia de la percepción que Walsh tiene acerca del carácter trágico de la relación entre escritura urgente y narrativa ficcional, que le impide retomar la escritura de su novela, Urondo establece entre escritura y política, entre acción política y trabajo literario una suerte de continuidad mayor, derivada de la asunción de un mismo compromiso con las palabras y con las gentes. Así lo expresa en una entrevista para la revista Liberación, que le realiza Vicente Zito Lema, en 1973, durante su período de prisión política. El deslizamiento y superposición que Urondo opera entre poesis y praxis lo hacen imaginar una suerte de mutua transparencia entre el decir poético y el hacer político, entre el escritor y el militante:
Poética en griego quiere decir acción, en este sentido no creo que haya demasiadas diferenciaciones entre la poesía y la política, por otra parte, siempre he tenido desde la más temprana edad, por las características de mi familia, vinculación con los problemas políticos, siempre he estado preocupado y sensible frente a esto, y nunca vi interceptado mi trabajo en el terreno literario, por el contrario. (...) por la poesía, por la necesidad de usar las palabras en toda su precisión y significación he llegado al tipo de militancia que actualmente hago. Los compromisos con las palabras llevan o son las mismas cosas que los compromisos con las gentes, depende de la sinceridad con que se encaren tanto una actividad como la otra, siempre hay lugar para la retórica en el sentido estrictamente ornamental de la palabra. De esta manera pienso seguir trabajando rigurosamente en ambos terrenos, que para mí es el mismo. Espero algún día llegar a ser poeta y militante digno de llevar esos nombres (citado por Montanaro, 2003: 104).
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